DE LO QUE NO SE
HABLA
[«El fin del boom
de la construcción significó el fin de unos ingresos atípicos (...) que la
mayoría de ayuntamientos
habían considerado
como fijos.»]
Miércoles, 18 de
agosto
De lo que no se habla (o se
habla muy poquísimo): las finanzas locales. Regiones,
ayuntamientos. ¡No! ¡Aparte
de su mente eso que le ha venido a la cabeza!: la deuda la
dejaremos para el final.
Las regiones en España,
excepto Euskadi y Navarra, que cuentan con autonomía
financiera, reciben del
Estado casi el 70% de los fondos que utilizan, y casi la mitad de esos
fondos lo reciben para fines
ya determinados; es decir, es un dinero de ida y vuelta y, a la vez,
es un dinero cautivo, pero
la cosa va más allá: hasta una pregunta que nadie se atreve a
hacer: dejemos por un
momento al margen temas como la «solidaridad» y el «equilibrio
regional» e imaginemos que
mañana absolutamente todas las regiones contasen con una
absoluta y total
independencia económica, ¿cuántas podrían existir de tal modo sin aplicar
merma alguna a los servicios
que prestan y a la calidad de tales servicios?
No, no estoy diciendo que
eso vaya a suceder, simplemente estoy diciendo que se ha
creado una estructura: la
regional, a la que hay que alimentar; que esa estructura se creó en
unos momentos en los que las
expectativas apuntaban a más, siempre a más, y que eso ya ha
dejado de ser así: si en las
regiones se recauda menos, si menos fondos hay para redistribuir,
si las regiones ven
disminuir los ingresos por tributos propios, ¿qué expectativas tienen esos
entes regionales tan
magníficos que se han puesto en marcha? Porque, no nos engañemos,
las banderas y las fiestas
regionales están muy bien, pero si no van acompañadas de fondos
para financiar lo que de
esos símbolos cuelga...
De lo anterior se habla
poco, muy poco, diría, pero aún menos se habla de las finanzas
municipales. Excepto cuatro
tasas (basuras, circulación...) y el IBI, que cada ayuntamiento
recauda, la parte del león
de los ingresos municipales ha provenido de los fondos que a los
ayuntamientos se les
traspasa; digo ha provenido porque, sobre todo entre el 2002 y el 2006,
y en algunas zonas entre
1995 y el 2006, provenía del «impuesto del ladrillo», con el cual los
ayuntamientos españoles han
obtenido cantidades nunca antes imaginadas. El fin del boom de la construcción significó el
fin de unos ingresos atípicos, excepcionales, temporales, pero que la mayoría de ayuntamientos
habían considerado como fijos, debido a lo cual crearon
estructuras de gasto acordes
con unas entradas que tenían plazo de caducidad.
Mientras «España fue
requetebién» la financiación regional fue tirando (con los agravios
particulares
correspondientes y las carencias habituales) y para ello sirvieron de gran
ayuda
las entradas masivas en las
arcas municipales generadas por los ingresos de la construcción,
lo que supuso que
ayuntamientos de diversas regiones absorbieran diversas competencias
que, en realidad,
correspondían a las regiones. La deuda, tanto en unos como en otras, no era
elevada, sobre todo porque
existía una limitación, un tope legal a su incremento.
Bien, todo eso ha acabado:
los ingresos están cayendo y la tendencia apunta a que más
van a caer. El Estado
recorta y, pienso, anuncia a las regiones y a los ayuntamientos que más
van a caer, lo que va a
suponer menos fondos para las regiones. (¿Llegaremos a ver disputas
y enfrentamientos? «Esto lo
necesito.» «Esto me pertenece.») Los ayuntamientos, situados al
final de la cadena, son los
que tienen que hablar con la población. Con las residentes y con los
residentes de la localidad
de Igualada habla su alcalde, el Sr. Jordi Aymamí Roca, no habla el
Sr. Josep Montilla, el
presidente de la Generalitat de Catalunya, ni habla el presidente del
gobierno de España, el Sr.
Rodríguez Zapatero; esos dos últimos pueden decir que sí hablan
con la ciudadanía, pero no
es cierto: nunca un vecino de la calle Pau de Igualada se cruzará
con el Sr. Montilla o el Sr.
Rodríguez Zapatero al salir de su casa, pero sí puede encontrarse
con el Sr. Aymamí. Cambien
ustedes los nombres y la localidad, el resultado será el mismo.
(Ya, ya: en las grandes
ciudades..., pero, ¿cuántas grandes ciudades hay?)
La economía española está
inmersa en una problemática de pánico, lo que va a repercutir
en las regiones y en el
nivel de cumplimiento de las competencias transferidas (no es por
casualidad que las regiones
italianas estén considerando devolver al gobierno central
competencias que en su día
éste transfirió a aquéllas. ¿El motivo?, los recortes de gasto
anunciados). Y más aún, en
los ayuntamientos ya que mayoritariamente son quienes están en
contacto con la ciudadanía.
Se ha desperdiciado, ya; se
han creado centros de gasto hoy insostenibles, también; pero
el pasado ya no hay quien lo
cambie. ¿Cómo se arregla este tomate?; ya se están oyendo
voces en el sentido de que
el Estado debería permitir que regiones y ayuntamientos pudieran
aumentar su capacidad de
endeudamiento; pienso que no: es otra versión del «pan para hoy y
hambre para mañana».
Pienso que los ayuntamientos
deberían hacer un inventario de aquellos gastos que son
necesarios y otro de
aquellos gastos que no son necesarios («necesarios» =
«imprescindibles»).
Prescindir de los que no sean necesarios. Compartir gastos con otros
municipios (¿existe algún
municipio de una cierta importancia que en el paroxismo del boom del ladrillo no levantase su
superpolideportivo?, unas instalaciones infrautilizadas y caras de
mantener). Devolver aquellas
competencias que no puedan prestar. Incrementar alguna figura
tributaria pertinente:
existen valores catastrales que no se han movido desde 1156, o desde
antes. Colaborar con otros
municipios. Dialogar mucho con los gobiernos regionales. Es decir, adecuar gastos necesarios a
ingresos ciertos y optimizar recursos.
Ya: algo así tiene
implicaciones políticas. Pero es que, ¿saben?, pienso que en estos
temas debemos ir pensando en
pasar la política a un segundo plano. Como dijo Hobbes (a él
se le atribuye): Primum
vivere deinde philosophari. Pues eso.
20 N
[«Unos resultados como ésos (...) sólo se producen cuando la población, la ciudadanía, los votantes esperan un
2011_
SECUENCIA
[«El gobierno,
hasta finales del pasado diciembre, continuó hablando del “próximo trimestre”;
ahora está hablando del
2015.»]
Lunes, 3 de enero
Para muchos, primer día
efectivo del año. ¿Dónde estamos?, ¿adónde hemos llegado?, y ¿por qué? Una exposición
sintética de los hechos que han llevado a que las cosas sean como son, de unos hechos que han
determinado la evolución de esas cosas, podría ser la siguiente:
— En el 91, pero sobre todo
en el 2001, se llega a una situación en la que para seguir
creciendo hace falta
aumentar masivamente el consumo.
— Se da crédito a mansalva
para que las personas: las físicas y las jurídicas, y los
Estados y los gobiernos
locales, consuman de todo (recuerden: la inversión también es
consumo).
— No se ponen restricciones
al crédito, y para que no queden dudas se bajan los tipos de
interés a tope.
— Se ponen en marcha
mecanismos para realizar negocio con esos enormes volúmenes
de crédito —las titulaciones
en cascada y los empaquetamientos, ¿los recuerdan?— y
con sus coberturas: los
CDSs.
— Aumenta masivamente el
consumo de todo y el endeudamiento de las familias, de
empresas no financieras y de
entidades financieras, pero no sucede nada porque el
crédito continúa fluyendo.
El PIB, obviamente, experimenta un gran incremento.
— Los Estados obtienen
superávits o fuertes reducciones en sus déficits debido al
aumento de la recaudación
fiscal producido por el aumento en la actividad económica.
— Cuando la capacidad de
endeudamiento empieza a venirse abajo, la sistemática que
inició el negocio comienza a
hundirse —las subprime— y el proceso se va trasladando al
resto de la operativa
económica: el desempleo del factor trabajo empieza a aumentar.
— Los Estados inician planes
de estímulo, de ayuda, de rescate de entidades financieras,
a fin de revertir el declive
en el que se fue entrando, lo que hace que las cuentas
públicas empeoren y la deuda
pública se encarezca. Se produce un cambio de cromos:
un menor decrecimiento, unas
décimas de crecimiento por un aumento sin parangón del
déficit; lo peor: a nadie se
le dio a escoger.
— Primeros síntomas de
proteccionismo al intentar los países defender sus producciones
y sus mercados. La actividad
continúa cayendo y aumentando el desempleo.
— Se va poniendo de
manifiesto la precaria situación de las entidades financieras
cargadas de activos
contablemente sobrevalorados, de deudas propias a pagar con
vencimientos definidos. El
recurso a la liquidez suministrada por los Bancos Centrales se
hace creciente.
— Rescates de Grecia e
Irlanda y doble fenómeno puesto de manifiesto por diferentes
instituciones
internacionales: son indispensables recortes de gastos y aumentos de
contribuciones fiscales a
fin de enjugar los déficits y pagar los intereses de la deuda, y
para dar confianza a los
mercados: a quienes han comprado la deuda y se pretende
que sigan comprándola; pero
ello origina la caída en las posibilidades de crecimiento, lo
que mina la confianza de los
mercados en las posibilidades de crecimiento futuro.
— La solución islandesa se
obvia: que las entidades financieras se apañen con sus deudas
y problemas.
— Portugal y España empiezan
a ser miradas mal; Italia y Bélgica empiezan a ser miradas
de reojo; Francia empieza a
ser observada.
— Los inversores y las agencias
de calificación desconfían de la capacidad de pago de
quienes deben (debido a su
deuda total, aunque los gobiernos sólo hablan de la
pública), y exigen cada vez
más para comprar la nueva deuda que los países van
emitiendo y para la que van
refinanciando. El precio de la deuda crece y crece, lo que
aún dificulta más las
posibilidades de remonte de los países.
— Inexorablemente se va
poniendo de manifiesto que hay que hacer lo que hay que hacer,
lo que supone el abandono o
la marginación de posturas individuales e incluso
democráticas.
— La foto fija que muestra
el 31 de diciembre del 2010 o el 1 de enero del 2011, tanto da,
es la de un colectivo
económico —personas físicas, familias, empresas,
administraciones públicas—
que en su mayoría cuenta con una capacidad de
endeudamiento prácticamente
nula; la de un conjunto de entidades financieras que
continúa acumulando
porquería: no sólo la misma porquería que acumulaban, sino
más..., una porquería que
irá aumentando a medida que esa porquería se vaya
depreciando y a medida que
más porquería se vaya añadiendo a la ya existente; la de
unos entes estatales y
locales hiperdeficitados con un déficit disparado y/o con un nivel
de deuda
muy-difícilmente-pagable/no-pagable; y la de un entorno económico con un
exceso de
capacidad-productiva-de-todo que apunta a un exceso de oferta sobre la
demanda no menor al 20%, y
que hoy se manifiesta en stocks difícilmente vendibles, o
no vendibles en absoluto,
por todo lo anteriormente apuntado.
La imagen del momento: me lo
explicaron el viernes pasado: piezas completamente nuevas
procedentes del desguace de
automóviles nuevos compradas en lotes a bajo precio (y
vendidos a esos bajos
precios para darles salida) y vendidas en Inet con descuentos del 75%
sobre los precios de
catálogo del fabricante del automóvil en cuestión. Sí: ya hemos llegado
aquí.
¿España? Considerando un
ingreso medio de 1.000 euros/mes, una familia media mantiene
una deuda media de entre 300
y 500 euros financiada con su tarjeta de crédito. De lo que
compra, el 70-80% es con
cargo a una tarjeta de crédito y/o débito, y el 20% de los bienes de
alimentación que adquiere
son pagados con tarjeta. (Datos extraídos de un muy buen trabajo
q ue El País del
24.12.2010 publicaba en sus págs. 38 y 39.) Eso, claro está, hay que
considerarlo teniendo en
cuenta cosas como la estructura del PIB español, el nivel de
desempleo de la economía
española, la renta media... A esto añadan las subidas-de-todo
ineludibles y decretadas por
decreto (es una redundancia, ya sé). El desempleo al alza. La
dependencia de la economía
española. La deuda total acumulada...
¿El gobierno? ¿Los
gobiernos? De lo que de verdad se puede culpabilizar al gobierno nada
se dice. A finales del 2007
ya se veía que la tendencia de las cosas no era la que hubiera
debido ser; en el 2008 el
hecho era evidente; clamoroso en el 2009, irrefutable en el 2010;
pero el gobierno, hasta
finales del pasado diciembre, continuó hablando del «próximo
trimestre»; ahora está
hablando del 2015. De eso, de la patada hacia adelante, es de lo que sí
puede echársele la culpa al
gobierno, y a la oposición también.
Hoy estamos aquí; mañana,
pienso, estaremos peor.
Lo dicho: un 2011 que sea
lo-mejor-posible-que-pueda-ser.
DESEMPLEO
[«¿Qué le
espera al factor trabajo español? (...) Tasas de desempleo estructural muy
elevado, tasas de temporalidad
elevadísimas a
partir de que la crisis finalice, y superelevadas mientras la crisis dure.»]
Miércoles, 2 de
febrero
Así anunciaba Le Monde el
dato del desempleo del factor trabajo en España correspondiente
al cuarto trimestre del
2010: el 20,5% en términos desestacionalizados (Ángel Laborda, en El
País
Negocios del 30.01.2010, pág. 28) el pasado viernes: «Plus d’un
Espagnol sur cinq au
chômage à la fin de 2010».
Al respecto un apunte, una
cifra. La tasa de actividad, el porcentaje de personas entre 16 y
65 años que dicen que están
dispuestas a trabajar sobre el total de la población comprendida
entre esas edades, era en
España, a 31.12.2010, del 59,99%; en Dinamarca, el 78%; ¿qué
quiere esto decir? Pues que
si en España, con su tasa de actividad —muy baja—, el
desempleo del factor trabajo
que es el que es, imaginen qué niveles alcanzaría el paro si
España tuviese una tasa de
actividad como la de Dinamarca.
No es extraño que la
población activa aumente: en el cuarto trimestre del 2010 lo hizo en
27.000 personas, en términos
desestacionalizados (misma fuente); ¿por qué?, porque a
medida que el desempleo vaya
aumentando, y más el de larga duración, más personas
tratarán de encontrar un
empleo a fin de aportar algo a la renta familiar. En el 2008, cuando la
tasa de desempleo comenzó a
crecer con fuerza, distintas interpretaciones se hicieron en el
sentido de que la población
activa decrecería debido al retorno de inmigrantes a sus países de procedencia, y sí, han
habido retornos, pero para la mayoría de los que habían llegado, por
mal que en España estén las
cosas, las oportunidades aquí son superiores a las que se dan en sus lugares de procedencia.
Incluso la población activa
ha aumentado también a pesar de las muchas personas
desanimadas que han
abandonado la búsqueda de una ocupación porque, pura y simplemente, no la encuentran. Y lo más
chocante: el desempleo puede «mejorar» a medida que más inmigración se vaya y más
personas se desanimen en la búsqueda de un empleo.
Es perverso, ya: la
población ocupada puede mantenerse en los niveles actuales o incluso
reducirse, y el desempleo
puede bajar, simplemente porque la población activa descienda, no
porque la demanda de trabajo
aumente. Si eso sucediese, ¿saldría en la tele algún miembro
del gobierno —del que fuese—
vanagloriándose de la mejoría que habría experimentado el
desempleo?
Y claro, la gente, la
población, el hombre de la calle, pregunta: «¿Cuándo se solucionará el
tema del paro?».
Sinceramente pienso que nunca: pienso que nunca España alcanzará una
tasa de desempleo real del
4,3%, que es el que ahora muestra Holanda. España, entre 1995 y
el 2009 tuvo su momento,
estuvo de moda: se le admitió, se aceptó, que España hiciese las
cosas como sabía hacerlas, y
España hizo muchos pisos, y montó muchos Ibizas, Fiestas y
Corsas, y atendió a
muchísimos turistas de cerveza y bañador, y sirvió requetemuchas paellas
en chiringuitos de playa y,
aunque con carencias flagrantes, «España fue bien» y la tasa de
paro en España llegó a
situarse en el 7,9% (es curioso: la que ahora tiene Dinamarca cuando
las cosas van mal); pero
aquello acabó, ahora toca otra cosa, España ha dejado de estar de
moda, y ni sabe ni puede dar
la vuelta a la situación.
¿Qué le espera al factor trabajo
español? Pues, pienso, tasas de desempleo estructural
muy elevado, mucho, y tasas
de temporalidad y empleo a tiempo parcial —forzado—
elevadísimas a partir de que
la crisis finalice, y superelevadas mientras la crisis dure. Ya
nunca, pienso, las cosas
volverán a hacerse como España las hizo; sin embargo España tiene
la población que tiene, con
la formación que tiene, y tiene el modelo productivo que tiene, con
las empresas que tiene que
producen los bienes que producen de la forma que los producen, y —ya hemos llegado— para eso
esas empresas tenían que ocupar a la población activa que
han ocupado, pero que ya no
ocupan, por eso España no crece al 2,0%, que es la tasa a la
que la economía española
debe crecer, como mínimo, para generar empleo. Acaben ustedes
mismas/os el razonamiento:
si España ya no va a volver a hacer lo que hacía como lo hacía...
(Túnez, Egipto, ¿Marruecos
mañana? «El pueblo pide libertad.» «El pueblo exige
democracia.» Claro, pero
Egipto lleva inmerso en una dictadura desde hace siglos, con su
actual presidente, treinta
años; sin embargo, ni hace un par de años, ni hace diez, la
ciudadanía egipcia exigió
democracia. Pueden hacerse todos los análisis geopolíticos que se
quiera, pero la realidad es
que el pueblo egipcio se ha echado a la calle cuando el precio del
cereal se ha disparado, lo
mismo que en Túnez.
A partir de ahí el pueblo ha
sido más consciente —de lo que ya era— de que está sumido
en la miseria: la tasa de
pobreza en Egipto supera el 40% y el subempleo [¿se imaginan cómo debe de ser el subempleo en
Egipto?] puede superar el 60% de la población. A esa gente —¿qué expectativas tiene esa
población?—, al egipcio medio, no le quedaba casi nada y, encima, sube el precio del
cereal; ¿la salida natural?, el motín.
Ahora se le darán a esas
revueltas las interpretaciones que se les quiera dar, y se
beneficiarán de ellas
quienes tienen capacidad de mover los hilos de las mismas, como en
Francia: fueron los sans-culottes
quienes tomaron la Bastille y las Tuileries, y fueron sansculottes los que murieron en la
Revolución, pero fue la bourgeoisie quien de ello se benefició, y ahora sucederá lo mismo;
pero si la crisis de 1787 no hubiese tenido lugar, los hechos que precipitaron el declive del
Ancien Régime se hubieran desarrollado de otra manera, ¡seguro!: la crisis del 87 agudizó el
sentimiento de miseria del pueblo francés; como ahora en Egipto y en Túnez, de momento.
¿La solución?, ni idea. De
lo esencial, la demanda es muy superior a la oferta, y la
disponibilidad de
commodities, su acceso, es el que es. A partir de aquí...)
WINCHESTER 94
[«Grecia,
Portugal, Irlanda, ya no importan: se han convertido en limones a exprimir
mientras sea posible.»]
Miércoles, 16 de
marzo
Ahora que ya hemos visto la
bautizada como segunda parte, pienso que sería conveniente
revisar la primera: Wall Street (Oliver Stone,
1987). Si recuerdan, la trama gira en torno a una
operación de
compra-sin-poner-un duro/troceamiento de lo comprado/venta de los
pedazos/obtención de
comisiones estratosféricas. Nada nuevo, incluso en relación a países
(del Sur); lo que resulta
novedoso es que eso suceda con países del Norte.
Lo que está sucediendo con
Grecia, Irlanda y Portugal, pienso, es la manifestación del
«modelo limón»: se toma un
limón, se corta por la mitad, se exprime hasta la última gota, se
tira a la basura la pulpa y
la piel. Son legión las empresas con las que se ha actuado de tal
modo, y también el método ha
sido aplicado a países: a los subdesarrollados del Sur. Se les
concedieron créditos que se
sabía que no podrían pagar, se renegociaron los pagos, se
aplazaron los vencimientos,
y se entró en una cadena de intereses sobre los intereses que
afectaban a los intereses de
los intereses pospuestos, y bueno, ahí estaba el negocio: en
percibir los intereses,
intereses que se sacaban de los ingresos que esos países obtenían
exportando commodities,
intereses que en algunos casos superaron el 20% de los ingresos
que alguno de esos países
obtuvo exportando su commodity (tras la II Guerra Mundial, a
Alemania se le exigió que
dedicase a reparaciones de guerra el 6% de lo que obtuviera
exportando, y fueron
centenares las voces que proclamaron que el porcentaje era un abuso
impuesto por unos vencedores
a unos vencidos).
Los limones, los países
subdesarrollados, fueron exprimidos, algunos lo siguen siendo (a
otros, graciosa y
caritativamente, con focos y fotos incluidas, se les condonó su deuda),
aunque de otras formas: hoy
las commodities tienen un valor proporcional y potencialmente
superior al que tenían en
los 80 y 90, pero el substrato del tema sigue siendo el mismo: la
deuda en sí. Recordarán las
conclusiones de aquel estudio publicado a principios de los 80: si
las economías
subdesarrolladas manifestasen que no podían pagar sus deudas, los principales bancos USA quebrarían.
Hoy los limones están en el
Norte: Irlanda, Portugal, Grecia, aunque —de momento, con
letra pequeña— añadamos a
España, y a Italia. La verdad, la verdadera verdad, es que los
PIIGS no pueden pagar lo que
deben; no es que no quieran, es que no pueden, y se sabe; y
como no pueden, de momento
los tres primeros han sido convertidos en limones, en limones
que están siendo
convenientemente exprimidos: la última rebaja de la calificación de Grecia.
(Ahora se preguntarán, «y
los no-PIIGS, ¿pueden pagar lo que deben?»; pienso que no.)
Es un círculo lógico: las
economías débiles (este extremo es fundamental), de bajo peso y
poder, dependientes, tienen
que ofrecer más para que les compren su deuda debido a que se
les exige más, puesto que
necesitaron pedir prestado más para «ir bien». Llegados a este
punto, el «modelo limón»
entra en ejecución: alguien con peso, alguien cuya opinión es
respetada, escuchada,
valorada, alguien como una agencia de calificación, dice que no es
fiable la situación
económica de tal economía, por ello su calificación baja (ha-de-bajar: eso
también es fundamental), y
por ello se le debe exigir más para comprarle la deuda que emita:
más precio, más recortes en
sus gastos, subidas de sus impuestos; más garantías, en
definitiva, de que va a poder
conseguir pasta para pagar lo que tiene que pagar; pero todos
esos compromisos, recortes,
estrujamiento de su población, dificulta que pueda crecer y
generar suficiente PIB para
que los ingresos necesarios para pagar lo que debe sean
conseguidos, por lo que la
calificación vuelve a empeorar y el precio a subir, y así
sucesivamente hasta que sólo
queda la pulpa y la piel; de una u otra forma siempre ha sido
así.
Miren con distancia lo que
viene a continuación. Esos países: Grecia, Portugal, Irlanda, ya
no importan: se han
convertido en limones a exprimir mientras sea posible. Después, cuando
ya no pueda extraerse ni un
euro más de ellos, se llevará a cabo un análisis de lo que puede
pagarse y de lo que no, y se
seguirá con el proceso. El último paso será la delimitación y
aplicación de quitas.
En circunstancias como las
actuales, deber, aunque sea poco, no es bueno; deber
cantidades monstruosas te
sitúa en una posición complicada, situación que se vuelve trágica si quien debe es débil, con
escaso peso en la economía internacional, dependiente, un país que ha crecido gracias a lo que
le han prestado, que tiene un PIB de valor escaso, y cuyas
expectativas son pobres.
Dirán que los acreedores pueden estar de puta pena, que sus
entidades financieras pueden
estar más que fatal, ya; pero ellos tienen poder, y mandan, y
exigen: ellos van en
caballos de cuyas sillas penden las fundas de los Winchester 94 que
utilizan, y los demás van
andando sobre unas botas gastadas y llevando en sus manos
anticuados fusiles de pistón
de un solo tiro. ¿Ven la diferencia?
¿En qué situación quedarán
estos países tras la aplicación a sus economías de las recetas
del New Washington
Consensus? Ustedes mismos: salvando las distancias, vean en qué
situación quedaron aquellos
a los que se les aplicaron esas recetas del Washington
Consensus. ¿España?; con la
mano en el corazón: teniendo en cuenta lo que España es y las
posibilidades que tiene,
¿puede España pagar la totalidad de los cuatro billones que debe?
¿En qué situación estamos
ahora? Pues convenciéndose unos a otros (los acreedores), y
creyendo que sí: que quien
debe, puede. Esto es hoy; mañana ya se establecerán las
posiciones para afrontar la
nueva situación.
Recuerden: en economía, las
deudas, alguien, en alguna parte, en algún momento y de
alguna manera las acaba
pagando. ¡Siempre!
(Las deudas: me lo remitió
hace unos días un lector: «[...] he vivido cuatro meses en este
país y sí, la construcción
en Brasil es una locura similar a la de principios del 2000 en España,
sin embargo hay una cosa que
como economista me asusta todavía más en este país, y es el
endeudamiento. En datos, el
crecimiento del crédito en Brasil, a pesar de tener los tipos reales más altos del mundo, es el
doble del crecimiento del PIB; pero eso son datos, lo que de
verdad me aterró y me
gustaría comentarle fue visitar cualquier tienda de cualquier producto
durable [coches,
electrodomésticos, móviles, etc.]. Los precios no vienen indicados en los
productos [sólo en
pequeñito, a veces ni eso] y sí la cuota mensual que resultaría de pagar el
producto en 10 mensualidades
[a veces más], eso es así en todas las tiendas del país; es
decir la gente asume que el
endeudamiento es lo normal para cualquier compra. Además
cuando uno compra en el
supermercado, por ejemplo el pan, le preguntan si quiere financiar la
compra [independientemente
de si la compra asciende a 50 euros o a 2 euros] en hasta seis
pagos, una buena parte de la
gente financia».)
(«¡Las agencias de
calificación son malas! ¡Las agencias de calificación son feas! Su forma
de operar es discutible,
forman un oligopolio, emiten dictámenes sospechosos.» ¡Vaya!, las
agencias siempre han operado
del mismo modo y con arreglo a los mismos principios:
sieeeem-preeeee. Si tan
malas y feas son, ¿por qué no se actuó al respecto, por ejemplo, en
el 2004, cuando «España,
Europa, el mundo, iban bien»? Curioso, ¿verdad?)
LAS REGIONES DEL
REINO
[«La combinación
de déficit de las cuentas regionales y niveles de deuda, es mortífera.»]
Viernes, 1 de
abril
Recientemente el INE ha
publicado las tasas de crecimiento de las regiones españolas
correspondientes al año
2010. Es importante recordar que la economía española es capaz de
reducir su tasa de desempleo
cuando el PIB crece a partir del 2%; es imprescindible constatar
que entre las regiones
españolas las hay con superávit en sus cuentas interregionales, y las
hay con déficit; y es
necesario tener presentes los números de cada región: saldo de sus
propias cuentas y el monto
de sus deudas.
1. El crecimiento habido en
las regiones españolas en el 2010 ha sido insuficiente para
reducir la particular tasa
de desempleo de cada una.
2. En el crecimiento que han
experimentado las regiones españolas en el 2010 ha
permanecido la influencia
del saldo fiscal interregional; es decir, al recibir las regiones
que tienen saldo positivo
dinero de las regiones que lo tienen negativo, una parte de su
PIB equivalente al saldo
indicado, su crecimiento, ha venido influido por tales
transferencias, de tal modo
que, de no existir las transferencias, tal crecimiento hubiese
sido menor, en algunos casos
negativo; y al revés: cuanto menor hubiese sido el saldo
negativo de las que lo
tienen, mayor hubiese sido su propia tasa de crecimiento.
3. Desde hace meses, en
ninguna instancia oficial, tampoco en la oposición, se hace
comentario alguno sobre el
impacto que va a tener —que ya está teniendo— la práctica
desaparición de los fondos
europeos que a lo largo de casi dos décadas España ha
estado recibiendo,
desaparición cuyo impacto algunos cálculos sitúan en el 0,9% del
PIB.
4. España precisa crecer de
forma apreciable para reducir una tasa de desempleo que es
elevadísima, pero España
crece cuando ocupa a más población activa; a nivel regional
este círculo se matiza en
función de la estructura del PIB regional: a más valor añadido
generado por unidad de
factor trabajo ocupada en actividades más intensivas en capital,
menos desempleo; a mayor
dependencia del factor trabajo para crecer, más paro.
5. La combinación de déficit
de las cuentas regionales y niveles de deuda, es mortífera.
Internamente puede
compensarse con las transferencias interregionales; pero, al
margen de que lastran las
economías que transfieren, esas transferencias falsean las
cuentas de las que reciben.
Al poder disponer de algo que no han generado, muestran
unos déficits y unos montos
de deuda artificialmente reducidos; y viceversa. A este
problema se añade la
calificación negativa con la que pueden ser penalizadas las
regiones con más deuda,
aunque sea debida a involuntarios déficits interregionales.
6. A nivel de sus regiones,
España muestra unos desequilibrios enormes. Las regiones con
superávit fiscal lo precisan
para no empeorar su situación. Pero tales transferencias no
se traducen en unas mejoras
significativas de su actividad que sean capaces de
absorber población
desocupada; por su parte, el crecimiento de las regiones con déficit
se ve perjudicado, al no
disponer de unos ingresos que les permitirían crecer más.
En resumen, el problema de
España es de carencias profundas no resueltas y sí mitigadas
a base de restar
posibilidades a unas regiones y de sumar posibilidades a otras, sin que se
traduzca en crecimiento que
redunde en reducir de forma efectiva su desempleo, de forma que se generen sinergias
positivas para el conjunto.
Puede obligarse a que un
esquema de tales características continúe existiendo, pero es
obvio que jamás alcanzará el
equilibrio, más aún: cuanto más tiempo pase, más se pervertirá.
Puede politizarse el tema lo
que se quiera y hasta donde se quiera, pero esta realidad no es
política, sino económica; lo
que sucede es que admitir eso tiene consecuencias profundas.
Lo dicho: mediten sobre los
números del cuadro y extraigan sus propias conclusiones.
ESPAÑA Y SUS
GOBIERNOS
[«¿Cómo se
reactiva la economía? ¿Con construcción y turismo?»]
Jueves, 9 de junio
El pasado día 1 de junio, e
invitado por la Asociación de Directivos y Ejecutivos de Aragón, di
una charla en Zaragoza.
Lleno total y muchas y muy buenas preguntas; en mis respuestas,
síntesis, y en una de ellas
una idea: gobiernos surgidos de elecciones generales al modo
tradicional, no; gobierno de
concertación nacional, sí. Y las/los asistentes me interrumpieron
con sus aplausos.
La idea no es nueva: ustedes
ya la han leído aquí, pero pienso que ahora es megaesencial,
y no sólo en España sino en
todos los países, y con una coordinación a nivel europeo, y por
ahí va, pienso, el globo
sonda lanzado por el aún presidente del BCE de crear un ministerio de
Economía europeo.
En las elecciones del 22 M
lo que hicieron gran parte de los votantes fue no votar al partido
que está gobernando, tanto a
nivel regional como local. El electorado, pienso, identificó
«partido político» con
«problemas». Sobre todo al principal partido de la oposición le fue muy
bien porque obtuvo muchos
votos, pero, ¿verdaderamente le fue muy bien? Los tres enormes
inconvenientes que tiene el
sistema político vigente son: por un lado, que prácticamente nadie
se lee los programas de los
partidos que concurren a las elecciones; por otro, que
prácticamente nunca se
realiza la comparación entre el programa del partido que gana unas
elecciones y lo que luego
hace cuando está en el gobierno; por otro más, que los votantes
tienen una muy
más-que-mala-memoria y no recuerdan las cosas que hicieron cuando
gobernaron los partidos que
en campaña prometen la Luna. El principal partido de la oposición tuvo un éxito arrollador el
22 M, pero pienso que en el triunfo estará la penitencia.
No cambio de tema. El pasado
viernes 3, en Sitges, en la 27.ª Reunión del Círculo de
Economía, el Sr. Mariano
Rajoy dijo cosas que nada tenían que ver con lo que su partido decía
durante los años que estuvo
en La Moncloa, cosas que rompían con lo que en otros foros su
partido proclama, que
incorporan el conocido olvido de la ciudadanía. Y eso es malo porque él
y su partido, pienso, serán
rehenes de cosas que «los otros» puedan tener, al igual que
pueden ser secuestradores de
«los otros» a partir de otras cosas que de aquéllos éstos
puedan tener. Y bueno,
pienso que esa fase ya se ha acabado.
«Tendremos el modelo de
protección social que podamos permitirnos» (el Sr. Rajoy dijo
Estado de Bienestar, pero
pienso que se refería a lo dicho) (El País, 4.6.2011, pág. 10). OK, y
¿cuál podemos permitirnos?,
¿cuál se permiten las regiones en las que gobierna el partido del Sr. Rajoy? Y en
«permitirnos», ¿considera los saldos fiscales interregionales?
En Sitges el líder del
principal partido de la oposición usó el condicional: «Si se reactiva la
economía y se crea empleo»
(misma fuente). Pero, ¿qué es reactivar la economía?, ¿cómo se
reactiva la economía? ¿Con
construcción y turismo?, ¿volviendo a levantar 800.000 viviendas
anuales y alcanzado los 60
millones de turistas? No critico la estrategia; varias/os alumnas/os
míos la defienden y la
razonan muy bien, cosa que, pienso, no hace el principal partido de la
oposición porque tiene
consecuencias muy desagradables: dar por supuesto que España es lo que es y va a seguir siendo
eso mismo.
Claro que la pregunta
automática es: ¿puede ser otra cosa?, me refiero a «España».
¿Puede toda-España estar en
otro nivel?, y de eso no habla ni el partido en el gobierno ni el
principal partido de la
oposición (ni casi nadie).
El partido en el gobierno
tiene un problemón: la ciudadanía siente que se ha empobrecido,
pero el principal partido de
la oposición tiene uno mayor: no poder cumplir las esperanzas —
infundadas, naturalmente— de
los millones de personas que les han votado, de que ese
partido va a lograr que
vuelvan a sentirse ricos y potentes.
En España se está
alimentando, pienso, un monstruo de tres cabezas que se va a volver
contra gobiernos,
representantes e instituciones. Primera cabeza: todos los partidos políticos
primero estuvieron de
acuerdo con el «España va bien» proclamado en 1996, y luego han
estado negando la tremenda
gravedad de lo que desde el 2007 estaba sucediendo; y ahora
callan sobre aquello y
admiten lo segundo en voz baja, pero venden la idea de que con el
Partido X va a ser posible
volver, si no a lo de antes, a algo muy parecido. Segunda cabeza:
todos los partidos dicen
pensar en global y actuar en local, pero lo cierto, pienso, es que
piensan en local y actúan en
vecinal. «Puedo prometer y prometo»: si cuando esto fue dicho ya no era posible, imaginen
ahora que un broker en Chicago puede hundir la calificación de los bonos de una región del
Reino. Tercera cabeza: existen muchos políticos en España, de
diversos colores, pero la
mayoría van a su bola, la mayoría hablan para sus votantes y se
olvidan del conjunto; ¿hacen
mal? No, para sus intereses hacen bien: en las circunstancias
actuales pensar en conjunto
supondría el fin de la política tal y como la entendemos.
El problema es que, cuando
se baja al detalle, ningún político de ningún partido pasa su
stress test particular. Al
Sr. Mariano Rajoy, en Sitges, se le hizo una pregunta muy concreta:
sobre el monstruoso retraso
en el pago de las facturas de los suministros por parte de una
consejería de una región en
la que su partido gobierna, y el líder del principal partido de la
oposición se fue por las
ramas. Así no, Sr. Rajoy, pienso que eso no debe hacerse, aunque
«los otros» también lo
hagan. Por ello, sigo pensando, es momento de hacer las cosas de otra manera.
(Hablando de todos. ¿Se han
dado cuenta de que a pesar de lo requetemal que está todo,
nadie dice que habría que
hacer un análisis en relación a si se gasta bien lo que se está
gastando? Hacer auditorías,
sí: «¡Mira lo que has hecho!», dirán cuando las tengan, pero con
otro sentido: «Mirad lo que
hicieron»; y, ¿qué utilidad, real, tiene eso?)
¡¡¡¡QUÉ HORROR!!!!
[«A España le
espera un futuro de estancamiento en todos los sentidos, de carencias sin
cuento, y de desempleo.»]
Martes, 2 de
agosto
Exacto: el informe anual del
FMI sobre la economía española...
Terrible, sin paliativos,
demoledor. Se venderá como se quiera, pero el resumen del
resumen es que a España le
espera un futuro de estancamiento en todos los sentidos, de
carencias sin cuento, y de
desempleo. Y eso que, pienso, el FMI ha querido ser suave y ha
tirado en muchas cifras por
lo bajo, o por lo alto, a fin de que la imagen resultante no fuese tan
mala, aun a costa de que no
le cuadren los números.
Decía que a España le espera
un futuro de estancamiento porque, exceptuando el 0,8%
que según el Fondo va a
crecer el PIB del Reino en el 2012, luego se va a quedar estancado
ahí (+/–0,3%/0,2%) hasta el
2016: 1,7%. Teniendo en cuenta que España sólo crea empleo
neto si crece por encima del
2,0%, puede suponerse lo que va a pasar con el paro. (Yo pienso
que estas tasas de
crecimiento previstas para España por el organismo son muy, pero que
muy optimistas.)
El paro. Dice el FMI que el
desempleo irá disminuyendo hasta alcanzar la cota del 14,8%
en el 2016, ¿cómo, si el
crecimiento es el que dice el organismo que va a ser? La única vía
que se me ocurre es que
caiga en picado la población activa o que cambien la definición de
«desempleado»: si se dice
que «desempleado» es toda persona entre 16 y 67 años que
queriendo trabajar no tiene
trabajo, siempre y cuando esa persona sea potencialmente
necesaria, España podría llegar
a esa cifra; también si se producen expulsiones masivas de
inmigrantes ya no
necesarios; si no es así, la verdad, no lo veo..., a no ser que ese desempleo
del que habla el Fondo no
sea lo que hasta ahora se ha entendido por «desempleo» sino que
sea «desempleo estructural»,
es decir, aquel que, dadas las circunstancias productivas, es
imposible que sea absorbido
por el modelo, y me huelo que los tiros van a ir por ahí: una
población activa no
necesaria, es decir, no empleable (no empleable porque la que lo sea lo
será, aunque sea
subempleada, evidentemente; de hecho ese concepto puede llegar a
desaparecer: «Usted es
necesaria/o quince horas a la semana, ni una más, el resto del tiempo
no es necesario, luego no es
activa/o»).
Por eso, cuando habla de reforma
laboral, el FMI se quita la careta que el gobierno llevaba
puesta cuando hablaba de
ella: ¿reforma laboral para reducir la tasa de temporalidad? Por
favor, reforma laboral que
reduzca los costes laborales del factor trabajo que vaya a ser
necesario, entre ellos los
de despido, para poder desprenderse a coste bajísimo de los
empleados que no sean
necesarios cuando no lo sean, y, por tanto, fomentar el contrato
«indefinido». (De todos
modos, ¿cuánto cuesta hoy despedir a un undermileurista con contrato indefinido que lleve
trabajando dos años y medio?)
También el FMI dice que debe
aumentar la productividad, pero si el crecimiento es lo
ridículo que el mismo FMI
apunta, la única vía para que la productividad crezca es que,
utilizando la actual
nomenclatura, «la cantidad de personas ocupadas entre 16 y 67 años
decrezca». Lo que no casa
con la afirmación del Fondo de que el desempleo va a descender,
a no ser que, por lo dicho,
el desempleo al que se refiere sea el estructural. Más aún, podría
darse el caso de que en
algunos clusters la inversión creciese y el crecimiento fuese mucho
mayor, a cambio en los
exteriores de los clusters la actividad se hundiría, claro.
Mención especial para el
déficit. Dice el FMI que ni en broma se van a cumplir las
previsiones del gobierno en
cuanto a llegar a un déficit del –2,1% en el 2014: España estará en el –3,9%, lo que es
totalmente lógico teniendo en cuenta el crecimiento previsto. (De hecho, el Fondo apunta a que España se
estanque en un déficit entre el –3,9% y –3,8% entre el 2014 y el 2016.) Elevadísimo
déficit, de hecho, un déficit imposible de inflexar, teniendo en cuenta que lo que ahora se lleva es el
déficit cero. Y ello a pesar de que el FMI le dice a España que debe aumentar impuestos
indirectos, reducir obras públicas y cosas parecidas, meter las tijeras en los gastos corrientes (vaya
concepto, ¿no?, ¿por qué no dicen «mantenimientos» y palabras que se entiendan...?), y,
¡cómo no!, nóminas de empleados públicos, bien «reduciendo su número», bien «congelándoles
la remuneración», bien un mix de ambos. La cosa consiste en subir aquellos impuestos que
más diluidos queden: si suben los impuestos que gravan el whiskey de malta de veinte
años, suben para todos, y hacer hincapié en aquellas reducciones con tirada política: «los
putos funcionarios», ya saben.
Es decir, un cocktail muy
guay. España va a crecer muy poco, pero tiene unos
compromisos ya adquiridos
que tendrá que atender, por eso el panel de opciones está claro:
sus administraciones
públicas tienen que gastar menos si logran ingresar más, o gastar mucho menos si mantienen los
niveles de ingresos actuales, o gastar muchisísimo menos si los ingresos bajan. El objetivo
sigue siendo reservar fondos para atender (ciertos) compromisos.
Por ello sorprende lo que
dice el Fondo sobre la deuda pública española: va a llegar al 74% del PIB y subiendo: ¿quién le va
a comprar la deuda a España considerando, y no sólo, cómo
España va a estar, sino el
hecho de que la pasta —un recurso— se va a tener que emplear en
aquello que sea necesario?
Sorprende, y mucho, que el
FMI no aborde sin anestesia —le encanta hacer eso— el tema
de las regiones: ¿se habrá
asustado, ya que aquí es un asunto cargado de política? Habla del
déficit de los entes
autonómicos, pero no entra a plantearse si todas las regiones pueden
existir tal y como están las
cosas y tal como van a estar (lo que decía, «un asunto cargado de
política»).
Lo que comentábamos al
principio: un verdadero horror horroroso y horrible. Un panorama
tétrico. Y ¡ojo!, sea cual
sea el gobierno que salga del 20 N: sea cual sea su color. Por eso
cada vez más jóvenes, que
saben mucho, dicen que se quieren ir de aquí (sin tener totalmente
claro qué pasa fuera, pero
ése es otro tema).
LA DEUDA DE NUNCA
ACABAR
[«Eso de que “la
culpa es de la deuda pública” se demuestra un absoluto y completo mito.»]
Viernes, 7 de
octubre
Hace unos días un lector me
remitió un link verdaderamente interesante. Con él se accede a un gráfico interactivo
elaborado por Reuters que recoge la exposición de las entidades financieras de los países indicados a la
deuda total de Grecia, España, Irlanda, Italia y Portugal. Yo lo que he hecho es trabajar un poco
los números que se obtienen del gráfico, y lo que sale son dos cuadros acongojantes.
En este cuadro, que
llamaremos Cuadro 1, tienen ustedes la exposición total de las
entidades financieras de los
países que figuran a la izquierda a las deudas totales de los
países cuyo nombre figura en
la primera fila del cuadro, expresadas en miles de millones de
dólares y a 31 de marzo del
año en curso.
Grecia
Irlanda Portugal España Italia Total
Alemania 23,77 116,527
38,852 177,859 164,932 521,94
Francia 56,942 30,101 28,349
146,085 410,238 671,715
UK 14,653 136,625 26,608
100,802 68,87 347,558
Italia 4,533 13,419 4,331
31,759 0 54,042
USA 8,678 58,925 5,593
57,918 44,065 175,179
Suiza 2,985 12,712 2,606
23,946 20,971 63,22
España 1,132 9,941 88,477 0
35,794 135,344
Japón 1,097 21,309 1,882
24,924 41,001 90,213
Total 113,79 399,559 196,698
563,293 785,871 2.059,21
En este otro, que denominaremos
Cuadro 2, lo que tenemos es la exposición de las
entidades financieras de los
países de la columna de la izquierda a las deudas —pública, de
las entidades financieras y
de familias más empresas— de los países antes referidos, en las
mismas unidades y a la misma
fecha que dichas para el Cuadro 1.
Deuda
Pública Entidades Financieras Resto Deuda Privada Total Deuda Privada Total
Alemania 106,431 164,727
250,782 415,509 521,94
Francia 162,493 101,904
407,318 509,222 671,715
UK 31,706 46,755 269,097
315,852 347,558
Italia 9,44 13,439 31,163
44,602 54,042
USA 25,386 60,646 89,147
149,793 175,179
Suiza 8,047 21,229 33,944
55,173 63,22
España 18,451 11,652 105,241
116,893 135,344
Japón 42,313 9,9 38 47,9
90,213
Total 404,267 430,252
1.224,69 1.654,94 2.059,21
¿Qué conclusiones pueden
extraerse de ambos cuadros?
De entrada, lo evidente:
Cuadro 1: Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia deben a
entidades financieras de los
países señalados la friolera de más de dos billones de dólares: el
PIB de España de dos años.
Pero eso puede leerse de otra manera, ¡no!, debe leerse de otra
manera: entidades
financieras de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Suiza, USA y Japón
tienen pendientes de cobro
más de dos billones de dólares, a no ser que se los vendan a
alguien. Una cifra mareante,
sí.
Más. Del Cuadro 1 se deduce
que de los cinco países emisores de deuda total
contemplados, del que más
deuda tiene Alemania es de España: el 34,1%; Francia de Italia:
nada menos que el 61,1%;
Reino Unido de Irlanda: 39,3%; Italia de España: 58,8%; USA de
Irlanda: 33,6% y también de
España: 33,1%; Suiza de España: 37,9%; España, como ya era
sabido, de Portugal: el
65,4%; y Japón de Italia: el 45,4%. ¿Qué quiere decir esto?, pues que
muchas entidades bancarias
están expuestas a la deuda de España, y que España tiene un
problema gordo con Portugal
y que Francia lo tiene con Italia.
Más aún. Como ven en el
Cuadro 2 la exposición de las entidades financieras de los países
relacionados se reparte
entre deuda pública, deuda de entidades financieras y deuda de
empresas no financieras y
familias; pues bien esos más de dos billones que deben los PIIGS
se reparten del modo
siguiente: el 19,6% corresponde a la deuda pública, el 20,9% a la deuda
de entidades financieras y
el 59,5% al resto de deuda privada, resto del que, por otras
informaciones, la deuda de
las empresas se lleva la mayor parte. Es decir, eso de que «la
culpa es de la deuda
pública» se demuestra un absoluto y completo mito.
Pero ese mito abre la puerta
a una habitación en la que es la deuda privada la que
sobresale muy mucho por
encima de la pública. En Grecia, el país que hoy está en el ojo de
todos los huracanes, la
deuda pública representa el 32,4% de la cantidad que de su deuda
tienen las entidades
financieras de los países indicados, mientras que la privada supone el
67,6%. O en España, donde
día sí y día también se nos está abrasando con la deuda pública:
sólo es el 16,7% de ese
total, mientras que alcanza la privada el 83,3%. O Italia, donde la
primera representa el 29,1%
y la privada el 70,9%.
¿Qué significa lo anterior?
Pues que la cosa es mucho más grave de lo que hasta ahora
nos han contado. Si el gran
deudor fuese el Sector Público, tijeras-hacha-podadora al gasto
público y punto final, y si
tienen que cerrar hospitales y todas las carreteras han de ser de
peaje, pues que la gente se
aguante, con hacer un pacto de sangre entre los políticos y sacar
al ejército a la calle a que
se cargue al que proteste se acabó el problema, y el Tribunal de
Derechos Humanos que se vaya
al cine; pero resulta que los endeudados son
fundamentalmente las
empresas y las entidades financieras y las familias: lo micro, lo-quehace-que-no-se-pare-la-máquina,
lo que mantiene viva la llama, y es ahí donde se ha agotado la capacidad de endeudamiento,
por lo que, teniendo en cuenta que el consumo-de-todo es el motor de nuestro modelo (aún
lo es), el problemón que tenemos es mayúsculo. Ya, ya: por eso ésta es una crisis
sistémica.
Más. De todos los países
cuyas entidades financieras están expuestas, y sobre el total de
deuda contemplada —Cuadro
2—, las más pilladas son las entidades financieras francesas:
tienen el 32,6%, a la zaga
se hallan las alemanas con el 25,3%, a más distancia las británicas:
el 16,9%. Ya, este
porcentaje sólo tiene significado si los deudores no pagan, claro, por eso lo
digo: ese porcentaje marca
los efectos del tortazo en caso de impago. Separando por tipos de deuda, de los países
contemplados Francia es la que tiene más deuda pública: el 40,2% del total, Alemania quien más
deuda de entidades financieras acumula: el 38,3%, y nuevamente Francia acapara la mayor
cantidad de deuda de familias y empresas: el 38,3%. Efectivamente:
Francia se lleva la palma.
Los PIIGS deben a entidades
financieras de ocho países más de dos billones, casi un billón
y medio a tres: Alemania,
Francia y Reino Unido, lo que es lógico: europeos debiendo a
europeos; y de esos más de
dos billones el 65,5% es debido por dos países: España e Italia.
Bien, ahora viene lo mejor:
a Grecia, con todo el megafollón que ha liado, tan sólo le
corresponde el 5,5% de esos
más de dos billones. Si Grecia con ese ridículo 5,5% ha liado la
que ha liado, ¿se imaginan
la que pueden liar España e Italia?
Otra cosa interesante que
ponen los números de manifiesto es que bien cierto es lo de
cardar la lana y llevar la
fama. Tomando como patrón a Grecia, el tamaño de la economía de
Irlanda equivale a 0,54
veces la de aquélla y la de Portugal a 0,78; sin embargo, el volumen de
la deuda irlandesa en poder
de las entidades financieras de los países enumerados es 3,51
veces la griega y la
portuguesa 1,73 veces. Algo no cuadra, ¿verdad?, o sí. ¿Y qué pasa con
España e Italia? Pues que la
economía española es 4,3 veces mayor que la griega y la
exposición a su deuda por
las entidades financieras de los países referidos 4,95 la de aquélla;
bueno, existe una cierta
relación, mucho mayor que en el caso de Italia: una economía 5,57
veces la griega pero con una
deuda 6,91 veces superior.
Ya, todo lo anterior dice
que las entidades financieras de Alemania, Francia y Reino Unido,
fundamentalmente, tienen
contraído un riesgo de narices con los PIIGS, y que éstos deben la
tira a las entidades
financieras de aquéllos, pero no dice lo principal: ¿podrán pagar los
deudores a sus acreedores?
En cualquier caso eso no pueden responderlo estos cuadros.
Yo, si me lo permiten, me
quedo con una cifra, «más de dos billones»: redonda, oronda,
circular; la monda, vaya,
sobre todo con la que está llegando.
(Si el FGDx3 va a nutrir al
FROB habrá menos EUR para garantizar los saldos de las
cuentas de los clientes de
las entidades, ¿no?)
OUTPUT GAP
[«1990 significó
un final de muchas cosas resumidas en el boom que supuso la capitalidad
cultural de Madrid, la Expo
de Sevilla, las
olimpiadas de Barcelona; boom que tampoco tuvo un reflejo decidido en el
desempleo.»]
Viernes, 14 de
octubre
La definición de la cosa que
da título al escrito de hoy vendría a ser lo que sigue: el output gap
es la brecha que existe
entre la producción, el valor, el PIB —¡exacto!—, que en un momento
una empresa, una región o
una economía en su conjunto genera; y el que podría generar si la
capacidad productiva de esa
empresa, región o economía estuviese plenamente utilizada, es
decir, si fuese plenamente
eficiente.
Como es una diferencia, el
output gap puede ser positivo o negativo, y ambas cosas son
malas: si tal diferencia es
positiva ello quiere decir que esa unidad productiva está funcionando pasada de vueltas, es decir,
sobreutilizada, lo que puede conducir esa economía a ser inflacionaria; si es
negativa, significa que está siendo subutilizada, pudiendo ser sintomático, en el límite, de una situación
deflacionaria. El concepto de output gap es feo porque, en cualquier caso, muestra ineficiencias,
distorsiones, disfunciones, malos rollos.
El output gap, al ser, en el
fondo, PIB, puede ser relacionado con diferentes macroagregados a fin de
obtener relaciones entre las diferencias entre el PIB real y el potencial, y la variable que
convenga. El gráfico que viene a continuación es una elaboración personal realizada a partir
de uno que publicó La Vanguardia el 27.3.2011. Recoge el output gap de España en relación a
la tasa de desempleo del factor trabajo entre 1965 y el 2011. Lo que yo he hecho es generar
curvas —con trazos continuos en las sendas crecientes y con trazos discontinuos en las
descendentes—, en los escenarios que en la economía española pueden trazarse para ese
periodo de tiempo.
De entrada lo que puede
observarse es la existencia de cuatro sendas diáfanamente
resaltadas con los números
del 1 al 4. Reparen en que las tasas de desempleo que mostrarían
una teórica situación de
equilibrio: output gap = 0, han ido variando con el tiempo: si en la
década de los 60 y 70 se
hallaba cerca del 7%, pasó a ser de más del 18% en los mediados
80-mediados 90, para pasar a
casi el 13% en los 90-2000, volviendo a crecer a más del 18%
en las estimaciones para la
década del 2010. ¿Qué se puede deducir simplemente de esto?
Pues la gran dificultad que
la economía española tiene para mantener la ocupación que crea,
ocupación que aumenta en
momentos de crecimiento, y que se hunde en momentos de nocrecimiento.
También de entrada podemos
ver la enorme variación del output gap en cada una de las
sendas, consecuencia, como
sabemos, del modelo productivo español: o con una
sobreutilización de recursos
o con una subutilización de los mismos. Respecto al factor trabajo, lo anterior pone de
manifiesto algo ya sabido: España ocupa población activa cuando crece basándose su crecimiento en
el PIB generado por la población ocupada; cuando esa situación se da la vuelta...
Entrando en detalle, fíjense
en lo que ha sucedido en España durante estos últimos
cincuenta años. A finales de
los 60 la economía española se hallaba en equilibrio, con una tasa de desempleo de entre el 2%
y el 4%; de hecho, hasta 1974 —para alguien que no conozca la Historia de España— la
situación podría ser hasta buena, claro que eso supondría dejar a un lado el enorme subempleo con
el que estaba ocupada la mano de obra en España y el nivel de emigración que aquejaba a la
población española y que aportaba pingües beneficios en forma de divisas a una economía
atrasada y dictatorializada.
Durante las crisis del
petróleo España estaba ocupada en otros menesteres, por ello
cuando llegó el despertar
fue traumático: de tener un output gap positivo de más del 4% y una
tasa de paro del 3% en 1974,
España pasó, once años después, a tener un output gap
negativo de casi el 3% y una
tasa de desempleo de más del 20%. ¡Sencillamente brutal! ¿Qué
sucedió? Pues que en esos
años despertaron todos los espectros que durante décadas
España había estado
arrastrando, pero que el paternalismo represivo y la represión
paternalista habían
anestesiado. No viene ahora a cuenta hablar de eso, pero pienso que la
verdadera transición española
comenzó en 1985.
Desde mediados de los 80
España va poniendo en orden su sistema productivo y va
mejorando su eficiencia,
aunque se pasa de rosca debido a sus limitaciones, principalmente la reducida capitalización de
unas empresas cuyo tipo de actividad raramente justificaba la
inversión, máxime cuando el
factor trabajo era abundante y la competencia baja, lo que
permitía trasladar a los
precios finales cualesquiera tensiones que pudieran generarse. El año
1990 significó un final de
muchas cosas resumidas en el boom que supuso la capitalidad
cultural de Madrid, la Expo
de Sevilla, las olimpiadas de Barcelona, boom que tampoco tuvo un reflejo decidido en el
desempleo: con tanta parafernalia..., y el paro tan sólo mejoró siete
miserables puntos. Después
de eso el derrumbe a los infiernos.
Luego ya saben: el «España
va bien y más que bien»™: de un output gap del –3% y una
tasa de paro de más del 21%
en 1993, a un output gap del 5% y una tasa de desempleo
ligeramente superior al 8%
en el 2007; cifras, las del 2007, que no son buenas: no-son-buenas:
el crecimiento fue
desequilibrado y la tasa de paro horriblemente alta, máxime considerando
que la economía española se
movía con una tasa de actividad del 59%; en cualquier caso lo
peor no es eso. Esa
maravilla de evolución España la consiguió a base de crédito, a base de
aumentar su deuda privada
hasta límites mareantes, y estuvo sostenida sobre subsectores
económicos generadores de
bajo valor.
A partir de aquí, adiós.
Observen el camino 2007- 2012: ¡tremendo! Y ello considerando
que en medio tenemos los
Planes E, y el hecho de que cuando este gráfico fue publicado no se tenían las previsiones
actualizadas para el 2011 y el 2012; yo pienso que la caída va a ser
mucho mayor, pero bueno, con
esto vale.
Reparen dónde estaba la
economía española en 1966, reparen donde está en el 2011.
¿Saben la impresión que me
produce a mí este gráfico? Pues que hemos tirado cincuenta
años por la ventana, aunque
puede que no. Puede que lo que pasa es que España no podía
hacer otra cosa que lo que
ha hecho.
Y para meditar: los años en
que España alcanza su output de equilibrio o uno cercano a él
son: 1965, 1966, 1972, 1979,
1980, 1987, 1999, 2002 y 2003. Si no se acuerdan, cojan un
libro de historia.
20 N
[«El escenario que se va a
encontrar el nuevo gobierno será triste, muy triste, y con poquísimas
posibilidades.»]
Viernes, 11 de noviembre
Aquél, no; éste.
Este domingo el canal de TV
La Sexta va a emitir una edición del programa «Salvados» en
el que contribuyo. Me
invitaron a participar y dije que sí debido a la idea en la que se basaba el trabajo: describir el escenario
que se encontrará el próximo gobierno, y diseccionar la realidad en varios apartados; en uno
de ellos, en el económico-financiero, me propusieron participar. A modo de tráiler (ya no se
usa esta palabra para referirse a los avances de los filmes) les avanzo lo que van a oír, si
lo ven:
— Pienso que desde la
perspectiva de ir en la dirección de salida de la crisis sistémica en
la que el planeta está
inmerso, las elecciones del 20 N son inútiles e inoperantes.
Partiendo de la base de que
ese camino debe abordarse de forma conjunta y
coordinada sería mucho más
deseable y útil la formación de un gobierno de
concertación nacional.
— Por desmesuradas que
puedan parecer las indemnizaciones y pensiones que han
percibido y/o percibirán las
directivas de ciertas entidades financieras, hayan recibido
fondos públicos, o no, tales
indemnizaciones y pensiones deben ser abonadas si fueron
acordadas y fijadas con
arreglo a derecho. No hacerlo significaría conculcar el orden
judicial, abriendo la puerta
a la reversión de decisiones jurídicas ya tomadas. Si existe la
sospecha de que las
actuaciones de ciertos miembros de las ejecutivas de algunas
entidades financieras han
podido ser constitutivas de delito, sobre ellas debe caer todo
el peso de la ley e
investigar hasta sus últimas consecuencias tales actuaciones.
— La actuación de las
entidades financieras, españolas para más señas, en la burbuja
inmobiliaria y en la orgía
de consumo vivida en estos pasados años fue la que
correspondía para que la
economía creciese: si la actuación hubiese sido otra el
crecimiento hubiese sido
ínfimo; es decir, «España fue bien» porque se hizo lo que se
hizo, si se hubiese actuado
de otra manera «España no hubiese ido bien».
— En «todo lo sucedido», y
sobre «la situación en el momento presente», nadie ha tenido
la culpa o la ha tenido todo
el mundo. El planeta se halla habitado por humanos, los
humanos quieren ir a más
porque eso se halla en sus genes, a esos humanos se les
concedió capacidad de
endeudamiento porque había que crecer, luego...
— A «Los Mercados», en el
fondo, les ha estado alimentando todo el mundo porque todo
el mundo los necesitaba.
Ahora se puede despotricar contra el instinto asesino de los
mercados, pero sin ellos
nadie hubiese podido acceder a las necesidades que le habían
creado álguienes que
también dependían de los mercados para imaginarlas. Ahora, a
toro pasado, se puede
maldecir lo hecho y lo vivido, pero lo cierto es que fue aceptado
el inmenso deseo de tener y
los mercados posibilitaron el saciarlo.
— No son asesinos de masas
quienes especulan en las Bolsas, son personas, físicas o
jurídicas que, en el fondo,
con ligeras variaciones, continúan haciendo las cosas que
hacían quienes les
precedieron hace cuatrocientos años, y ese modo de hacer ha
posibilitado que se
extendiera la disponibilidad del material con el que se ha estado
fabricando el PIB: el
crédito.
— Es sabido que
prácticamente nadie puede pagar todo lo que debe, y es conocido que
esta situación debe
abordarse, pero cuando llegue el momento. Las implicaciones de
algo así serán tan tremendas
que se producirá una reducción sustancial del tamaño de
las economías, con
retrocesos muy significativos en los estándares de vida, lo que es
inevitable porque lo crecido
ha sido por anticipado, ahora se debe y el crecimiento es
mucho más difícil porque los
recursos son escasos y porque hay que (tratar) de pagar
(parte) de lo que se debe, y
eso, o lo hace cada uno y empeora su particular nivel de
vida, o se aborda de forma
colectiva y empeora el de toda la sociedad.
— El desempleo del factor
trabajo no va a caer, al revés: aumentará a medida que la
actividad se vaya
deteniendo. En España más debido a su particular modelo productivo,
a su concreta estructura de
PIB. Luego, cuando se estabilice la situación el dominante
será la actividad informal y
el empleo precario; en España, más.
— En consecuencia, y aunque
yo considere otra cosa, elecciones el 20 N va a haberlas; el
escenario que se va a
encontrar el nuevo gobierno será triste, muy triste, y con
poquísimas posibilidades.
Por ello pienso que el próximo presidente del gobierno del
Reino debería emplear toda
su fuerza en convencer a sus colegas de las principales
economías del planeta para
que sus técnicos se sienten alrededor de una mesa y
elaboren propuestas
concretas, propuestas de aplicación global. Pienso que muy poco
más va a poder hacer el
próximo gobierno de España, independientemente de cuál vaya
a ser su color.
Evidentemente mi
contribución al programa de la cadena mencionada dura bastante más de
lo que han tardado en leer
estas líneas, pero pienso que lo anterior es un buen aperitivo. Si a
esto añaden otras
contribuciones que personas que saben de sus campos han aportado a
dicho programa, el resultado
espero será —nadie que no sean sus artífices ve previamente
ese programa antes de su
emisión— algo que dará que pensar (que en definitiva es de lo que
se trata).
No cambio de tema. Se habrán
enterado: las nuevas previsiones de la Comisión Europea: si
en primavera decían que
Europa crecería este año el 1,6% y en el 2012 el 1,8% —una
porquería teniendo en cuenta
lo que se arrastra— ayer esa Comisión dijo que crecería el 1,5%
y el 0,5%, respectivamente.
¿España?, del 0,8% al 0,7% y del 1,5% —repetimos— al 0,7%.
Pienso que será bastante
menos, y recuerdo que el Reino precisa crecer al 2,0% para crear
empleo neto. ¿El 20 N?,
¿para qué? Me reafirmo en lo que dije el 27 de octubre cuando grabé
lo que, si lo ven, oirán el
próximo domingo: gobierno de concertación nacional ya.
VALORACIONES
[«Unos resultados como ésos (...) sólo se producen cuando la población, la ciudadanía, los votantes esperan un
milagro.»]
Jueves, 24 de noviembre
A no ser que se trate de
valorar cosas como la resistencia a la tracción de un acero, valorar es
un ejercicio complicado,
difícil, interpretativo, un ejercicio en el que la tentación de arrimar el
agua a un cierto molino es
elevada. Algo así sucede con los ejercicios de valoración de la
victoria electoral del 20 N.
De entrada, una matización:
pienso que el Partido Popular no venció en las elecciones del
20 N: fue aclamado por el
pueblo. No estamos hablando de una mayoría simple o de una
mayoría raspada, lo que se
produjo el pasado domingo fue, casi, la entronización de unas
siglas en un entorno
político sin sombra ni discusión. Fue una victoria espatarrante debido a
que con el segundo
clasificado media un abismo, y una galaxia con el tercero. Tan enorme es
la diferencia con todos los
demás partidos que alguien podría verse tentado a decir que no es
que España sea un país
bipartidista, sino que lo es de partido único. Y, además, eso vino a
continuación de unas
elecciones regionales que fueron por una senda parecida. Hasta aquí lo
incuestionable, ahora
vayamos más allá de medir la resistencia del acero.
Unos resultados como ésos,
pienso tras haber hablado con algunas personas, un grupo que
cualquiera que sepa algo de
Estadística definiría como muestra no representativa, sólo se
producen cuando la
población, la ciudadanía, los votantes esperan un milagro; cuando ninguna
de las medicinas que le han
administrado a un enfermo le ha curado y por ello ahora apuesta
por la sanación milagrosa.
Repasen los resultados electorales.
Las personas con las que he
hablado estaban hartas de promesas: «El trimestre que
viene», «el próximo
semestre»; lo estaban de ver cómo menguaba cada vez más su capacidad
de consumo, de oír que más
amigos suyos pasaban a engrosar las listas del desempleados;
de saber que más conocidos
se veían forzados a sumergirse en la economía negra; de ver que
para sus hijos, de haber
algo, es la precariedad laboral; de no saber si el mes que viene van a
poder pagar las cuotas de lo
que deben. Son humanos, y por ello han buscado un culpable,
pero no a alguien culpable
de haber tomado tal o cual medida, sino un culpable total, con
mayúsculas, una bestia parda
en la que descargar toda su frustración, sin tener en cuenta
nada, sin considerar nada, y
la han encontrado: el gobierno en curso y el partido político del
que procedía.
Y como a la mayoría de la
gente le gusta votar y como la mayoría de la población está
convencida de que su voto
puede ser decisivo, han votado a alguien suficientemente potente
como para
arreglar-las-cosas, han votado a alguien con potencia para devolverles a la
situación en la que se
hallaban ellas, ellos y España hace cinco años. De las charlas que he
tenido con las personas con
que he hablado del 20 N —ninguna de las cuales eran Premios
Nobel—, lo que he deducido
es que las y los votantes —con las y los que yo he hablado— que
el pasado domingo votaron a
favor del partido que venció, lo que votaron fue «volver a lo de
antes de la crisis». Punto,
sin ninguna matización o consideración.
¡Ojo!, no lo critico: cada
uno es muy libre de escoger las razones que cree oportunas para
elegir su opción de voto,
pero en las lecturas que después se hagan de los resultados sí son
fundamentales las razones
escogidas. Si la razón «Voto a éstos para que volvamos a lo de
antes» ha sido privativa de
las personas con las que he hablado, el hecho se convierte en una
anécdota; pero si esta razón
es mayoritaria para los más de 10 millones de votantes que
eligieron al partido
vencedor, España tiene un problema y el partido vencedor también lo tiene.
Todos los países se hallan
inmersos en una crisis sistémica estructuralmente semejante a
la Depresión, una crisis de
la que se saldrá sustituyendo el actual modelo por otro, como
entonces, una crisis que ha
desembocado en una situación en la que no se crece porque no se puede crecer debido a que se
hallan agotadas las vías de crecimiento, una situación en la que se van a tener que adoptar
medidas brutales, inconcebibles hace media década, medidas que van a tener que explicarse,
situación en la que se va a tener que priorizar, elegir, decidir; en el Reino, claro, y en todas
partes.
Si el partido que en España
venció el 20 N, venció tras realizar quienes le votaron un
proceso de análisis profundo
de costes y beneficios, de posibilidades y de realidades, genial:
existe base y sustrato para
abordar lo que vaya a tener que abordarse; pero si las elecciones
del 20 N fueron la aclamación
de un grupo en la creencia de que «Con éstos volveremos a
estar bien», entonces,
«Houston, tenemos un problema»: todos lo tenemos, y el partido
vencedor lo tiene
supermayúsculo.
¿La herencia del pasado?
Horrible, ¿y...? Cuando quien ahora va a gobernar estuvo en la
oposición no dijo lo que
tenía que haber dicho, vale, ¿y...?
Es decir, en esta línea
argumental la victoria por aclamación sería eso: la esperanza de
que quienes han sido
aclamados posibiliten a quienes les han aclamado volver a vivir bien, pero NO acometer todas las podas
que eso-que-se-denomina-los-mercados exijan a los aclamados acometer. Y recordemos: no
se crece, y podemos olvidarnos de crecer a las tasas a las que hasta ahora se ha estado
creciendo; cosas que a los acreedores, a los nuestros y a todos en general, les importa un
rábano: lo que quieren es tener la seguridad de que van a cobrar, de ahí la poda que va a llegar
y que sus aclamadores pueden no aceptar.
No sé, el tiempo dirá, pero
mal tema es que ya se esté empezando a correr que en el 2013
van a haber nuevas
elecciones debido a que el —nuevo— gobierno «se va a quemar en dos
años». Mal tema porque la
crisis y sus efectos van a durar bastante más que eso. Y sí, eso
reforzaría lo del gobierno
de concertación, pero, de momento, el tema es taboo, que escrito
así queda más exótico.
PLAN
[«No es una
infección, se trata de una gangrena, y hay que amputar, aunque eso vaya a tener
consecuencias
tremendas.»]
Martes, 20 de
diciembre
Está en marcha, pero aún no
está pergeñado, cuesta: es liquidar un manual que ha estado en
uso sesenta años.
Ya tenemos cosas: la Cumbre
del 9 de diciembre: los déficits estructurales no podrán
sobrepasar el –0,5% anual;
eso es fuerte y ya va a misa, y tendrá consecuencias. El pasado
día 15 el Sr. Draghi ya la
apuntó: la inevitabilidad de una contracción debido a los efectos de
las medidas que van a
adoptarse para reducir los déficits; en realidad no es eso, en realidad
no es eso.
«Recesión»: no se crecerá, o
se crecerá muy poco, y el crecimiento se verá dificultado;
eso, dijo el presidente del
BCE, se soluciona con reformas estructurales: realizando reformas
estructurales se crecerá. Y
no, tampoco es eso.
El Plan: entre reducir el
déficit y que ello suponga una caída en el crecimiento, o
incrementar el déficit, o
que no se reduzca y que el crecimiento sea ridículo o no se crezca en
absoluto, la opción ni
siquiera ha sido planteada. La «recesión es inevitable» porque no es una nueva recesión, sino la
continuación de lo que empezó en el 2007 tras haberse evaporado
completamente todos los ecos
de los Planes E y al no poder sostenerse por más tiempo la
ficción de que la deuda
total es pagable, lo que pone sobre la mesa la realidad de que las
cosas están mucho más
podridas de lo hasta ahora admitido.
No es una infección, se
trata de una gangrena, y hay que amputar, aunque eso vaya a tener
consecuencias tremendas: el
Imperio debe estar lo más sano posible, lo más limpio posible,
por lo que hay que sanear y
limpiar, y entonces «los mercados» recuperarán la confianza en
(en este caso) el área euro:
al haberse eliminado todo aquello que ahora estorba: el gasto no
productivo, el gasto social
que sea determinado como prescindible, la porquería de las
entidades financieras,
entidades financieras que no sean más que mera porquería, los gastos
ineficiente. «¡Pobres
ancianitas!» «Es lo que hay.»
Crecer como consecuencia de
las reformas estructurales que se aplicarán. Mmmmmmm.
No se dice crecimiento
respecto a qué ni con respecto a cuándo. Por decir algo: si en el 2005
el valor del índice resumen
del bienestar y del bienhacer económico era 100 y hoy es de 75, si
en el 2020 el índice alcanza
un valor de 60 habiendo tomado como 100 el valor actual, se
habrá crecido: se habrá
conseguido crecer «gracias a las reformas estructurales» lo que sea
que éstas sean. Pienso que
los tiros van a ir por aquí.
El Plan. Y para que nos
vayamos haciendo a la idea, las palabras de Mme. Christine
Lagarde, también el pasado
jueves: «Los esfuerzos para dar la vuelta a las sombrías
perspectivas de la economía
mundial deben comenzar por la zona euro» (El País, 16.12.2011,
pág. 25). Mi lectura: todo
está de pena, pero hay que empezar por algún sitio ya que a la vez
el problema no es abordable,
y en Europa se dan dos características para empezar: se
encuentra en medio del
meollo y es una suma de problemas: los de cada país europeo.
Empezar por Europa, pienso
que USA viene después, y los BRICs nunca se han ido, y los
MITSK ni siquiera han
llegado.
* * *
De lo que dijo ayer el Sr.
presidente del gobierno me quedo con lo que no dijo: menos gasto
público, muchisísimo menos
gasto público, lo que ocasionará una mayor caída en el nocrecimiento
que ya iba a producirse en
el 2012. A eso añádase la deuda —total— que España
arrastra y las expectativas
que se anticipan —¿estamos como en el 2002?—. ¿Reducir el
desempleo?, bueno, con una
excelente goma de borrar...
4
¿CUÁNTO DURARÁ,
CUÁNTO AFECTARÁ NUESTRAS VIDAS, DÓNDE ESTAREMOS
CUANDO SALGAMOS?
(2012-2013)
2012
LAS REGIONES DEL
REINO
[«España es un
país pobre que se inventó el tinglado de las administraciones regionales para
llevar a cabo una
redistribución del
PIB ilógica y antieconómica.»]
Lunes, 9 de enero
Lo que está sucediendo ahora
con las regiones en España, y donde Valencia es el lugar donde lo que sucede se ha
manifestado —al igual que las subprime fueron la forma como se
manifestó en el 2007 el
inicio del inicio de la que ahora tenemos montada a nivel mundial—, era algo ya muy sabido,
archiconocido, y de lo que ustedes ya han leído aquí mucho a lo largo del tiempo que yo llevo
colaborando en La Carta de la Bolsa. Sabido y conocido, pero ignorado y usado como moneda de cambio
y camuflaje económico social.
Digámoslo otra vez: España
es un país pobre que se inventó el tinglado de las
administraciones regionales
para llevar a cabo una redistribución del PIB ilógica y
antieconómica, quitando a
quienes podían crecer más y tirar del resto, y dando a quienes
podían crecer muy poquísimo;
pero, además, dando..., y haciéndolo sin casi control de que lo
que recibían sirviese para
promover un crecimiento zonal y selectivo. Mientras «España fue
bien», las cosas fueron bien
porque había café para todos, pero ahora que hay muy poco café
se ponen de manifiesto las
verdades:
1) Hay regiones, CCAA como
en el Reino se las ha llamado, que, pura y simplemente, no
tienen razón de ser porque
no pueden sostenerse por sí mismas: que una región reciba
de las que dan el 17% de su
PIB, o el 14%, o el 8%, un año tras otro, lo que está
indicando es que no tienen
razón de ser; algo que ponen de manifiesto las balanzas
fiscales interregionales, un
instrumento que el gobierno del Reino se niega publicar y que
los gobiernos regionales, o
no reclaman, o reclaman con la boca chica ya que los
últimos datos publicados
corresponden al 2005: el gobierno (anterior) se comprometió a
que en octubre del 2011
publicaría los del 2009, ¿los han visto publicados?, ¿son
conscientes de que haya
habido muchas reclamaciones exigiendo que se publiquen?
2) Existen regiones que sí
pueden existir pero de forma limitada, es decir, sólo con ciertas
competencias transferidas
pero no con todas las que los gobiernos habidos en el Reino
les han transferido a lo
largo de los años porque no pueden pagarlas, y entiendo que
debe dar igual que esto lo
haya dicho la Sra. Esperanza Aguirre, alguien que tiene un
color político concreto por
lo que ha levantado ampollas, ya que es cierto.
Porque, para liar más la
cosa, el tema de las regiones, de las CCAA, es un tema que,
siendo ex-clu-si-va-mente
económico, se ha politizado en su totalidad. Gobiernos y
administraciones con colores
distintos o iguales al del Reino, yendo por libre o haciéndose de
soporte para conseguir más
generando un apoyo interior y vuelta a empezar. Como ejemplo:
¿cuántas obras absurdas,
inútiles, inmantenibles, insostenibles, se han ejecutado en las
regiones españolas con el
dinero de otros y ahora ni se sabe qué hacer con ellas ni se pueden
pagar? Y lo peor: ¿quién
pide responsabilidades a los políticos-del-color-que-sea por ello?
Ahora vendrá el control
previo de los presupuestos regionales: siempre igual, siempre a
toro pasado, siempre tras el
desastre, pero, ¿va a llegar el Sr. ministro de Economía hasta
donde hay que llegar? ¿Se va
a meter el Sr. De Guindos y quienes le ayuden en la tarea en las
ineficiencias cometidas y en
las que se están cometiendo, en las duplicidades, en los expolios
a unas y en los regalos a
otras? ¿En los malgastos? ¿En los dispendios? Él puede entenderlo
muy bien: en su puesto de
Lehman tenía que responder de una cuenta de explotación; que
ahora haga simplemente lo
mismo, teniendo en cuenta que existen unas cosas denominadas
«bienes públicos».
Pero ¡que se arregle de una
vez este desaguisado en el que llevamos inmersos más de
treinta años!
Se sigue con los inventos:
potenciar el trabajo a tiempo parcial para, así, dicen, reducir el
paro. ¡Que no!, ¡que eso no
va así!, ¡que el trabajo a tiempo parcial sólo funciona cuando lo
pide el trabajador, no
cuando lo impone la empresa! El trabajo a tiempo parcial supone una
reducción salarial en proporción
al tiempo que no se trabaja: con remuneraciones elevadas
como en los Países Bajos, la
oferta de trabajo a tiempo parcial es elevada; en países como
España, con salarios medios
bajos, es prácticamente nula. Otra cosa que aquí no se ha
entendido es que la mayoría
de las actividades españolas no necesitan «horas de persona»,
sino «personas», y las que
sí las necesitan llevan años utilizando el trabajo a tiempo parcial,
como la enfermería.
Pienso que el trabajo a
tiempo parcial va a ser un fracaso para crear empleo nuevo y va a
reducir en nada la población
desempleada: ya existe la contratación temporal; para lo único
que puede servir es para
enlentecer el aumento del desempleo: si a una empresa le dejan
modificar el contrato a
tiempo completo de un trabajador por dos a media jornada y si por la
actividad que desarrolla a
la empresa le da igual, se evitará el despido de uno, la empresa
reducirá sus costes
laborales, ese trabajador no pasará a engrosar las listas del paro, y
sindicatos y políticos
podrán ponerse una medalla; pero tal proceder no genera ni un gramo de
PIB, y el subempleo se
dispara, y el desempleo ya existente ahí continúa (a no ser que se
cambie la definición de
«parado», claro).
¿A qué me suena todo esto?,
a cortina de humo, aunque ahora Albania ya sea una buena
chica (Wag the Dog, Barry Levinson, 1997).
(En Grecia «los mercados»
han pedido/solicitado al gobierno que se lo monte como quiera
pero que reduzca el salario
mínimo el 16% para los menores de 25 años; la razón ha sido la
habitual: el peligro de
condenación financiera eterna. La pregunta se impone: partiendo de la
base de que existe un límite
—físico— a los recortes y los sacrificios «de los que siempre los
padecen», ¿dónde se hallará
este límite situado en la actual situación?)
DIFERENCIAS,
CRECIMIENTOS, PREVISIONES, ENSOÑACIONES Y OTRAS ESPECIES ESPAÑOLAS
[«Lo cierto es que
España no puede crecer.»]
Lunes, 23 de enero
A ver... Cómo lo diría...
Sí, así está bien: no lo entiendo. No entiendo que el FMI dijese en
otoño que España iba a
crecer este año el 1,1% y ahora diga que va a hacerlo el –1,7%, ni
que proclamase que el PIB
español iba a aumentar el 1,8% el año que viene y tres meses
después anuncie un aumento
del –0,3%. Diferencias negativas de 2,8 y 2,1 puntos
respectivamente. Insisto: no
lo entiendo.
Vamos a ver. La economía
española está ahora tan mal o tan requetemal como estaba en
octubre; vale, está un
poquito peor, pero no está un –2,8% peor; ¿o sí? Porque, ¿podría ser
que ahora se estuviesen
metiendo, en el puchero del que salen los datos, ingredientes que
hasta este momento no se
estaban metiendo? Porque, claro, no quiero que se me ocurra
pensar que ahora se están
empezando a decir cosas que hasta ahora no se estaban diciendo.
España. La realidad de
España en estos últimos años ha sido ésta; y lo que se espera,
esto:
PIB
Déficit Total
2007 3,5 1,9 1,6
2008 0,9 –4,1 –3,2
2009 –3,7 –11,2 –14,9
2010 –0,1 –9,2 –9,3
2011 (0,5/0,7) (–0,8/–8,2)
–7,5
2012 –1,7 –6,8 –8,5
2013 –0,3 –6,3 –6,6
España: PIB y déficit
Fuente: Elaboración propia a
partir de INE, Banco de España y FMI
(En el 2011, como
crecimiento he tomado los extremos de las tasas medias esperadas y
como déficit las dos cifras
más aceptadas. Para el 2012 y el 2013 como crecimiento he
considerado las previsiones
del FMI «filtradas» el 19.1.2012 y para el déficit las previsiones de la Comisión Europea del
10.11.2011.)
Suponiendo que las cosas
vayan como muestra el cuadro (pienso que el crecimiento va a
ser más negativo de lo hasta
ahora previsto: si llevan dos años diciéndonos que las cosas van
empeorando cada tres meses,
¿por qué no se puede seguir así un poco más?, y que el déficit
va a ser mayor por el mero
hecho de que España no va a poder cumplir sus compromisos, lo
que no va a poder hacer
nadie, pero ahora estamos con el Reino): el panorama es desolador
porque lo que muestra la
columna de totales es el «otro crecimiento» de la economía.
Dejando a un lado el cambio
de cromos que entre «PIB» y «Déficit» España hizo en el
2010, lo cierto es que
España no puede crecer («no puede»; no digo que «no sabe», y desde
luego no digo que «no
quiere») porque las vías a través de las que España crecía están
cerradas, luego España no
puede reducir su déficit, y si lo reduce es vía menos crecimiento, lo
que crea un efecto perverso
entre uno y otro macroagregado.
Aunque ya no se dice
(volverá a decirse), el perfil que dibujan las previsiones sobre el
crecimiento español del FMI
añadidas a los años ya conocidos es una «W», pero pienso que
las cosas son muy
diferentes:
¿Hacia qué forma
tiende este gráfico? Pues hacia una «L» a medida que las cosas vayan
presentándose
peor, y hacia una «U» muy abierta a medida que la estabilización se vaya
completando.
Ahora añadan al
gráfico un modelo productivo que genera poco valor, una baja
productividad,
un elevado desempleo, la dependencia del crédito..., ¿qué sale? Y añadan
también recortes
de gasto público, reforma laboral orientada a reducir costes laborales,
subidas de
contribuciones fiscales dirigidas a mantener ingresos o a minimizar su
disminución..., ¿qué
sale ahora? Y para acabar introduzcan las previsiones para la UE, para
USA, para el
planeta, y vayan metiendo los cambios que se van produciendo cada tres meses.
Y antes de mirar
lo que sale tómense un par de copas de un buen XO.
España, como no
podía ser de otra forma, es un caso particular. Vinculado con lo anterior:
la RL, la
reforma laboral, sí. Da la sensación de que se busca, como sea, que la
ciudadanía se
crea que la RL
que apruebe el gobierno en los próximos días va a lograr, como por ensalmo,
que el paro se
reduzca, es una idea machacona, reiterativa, a fin de que vaya calando en los
cerebros del
pueblo.
Cambiar la
negociación colectiva, abaratar el despido, reducir el número de contratos...,
¿cómo demonios
va a hacer eso que aumente la demanda de trabajo? ¿¿¿¿¿CÓMO?????
Nadie de quienes
lo dicen, lo explican. El paro descendió en España cuando fue creciendo el
número de
viviendas que se construían, y punto. ¿Qué actividad tiene ahora España en
perspectiva que
absorba 2,5 M de puestos de trabajo? NINGUNA (y aún seguirá habiendo 2,5
M de
desempleados más).
Y la
«flexibilidad interna», pero si eso es más viejo que el ir a pata: las empresas
japonesas
ya lo hacían en
los 60: cuando les bajaban los pedidos ponían a sus trabajadores a barrer y a
pintar, pero les
pagaban como a barrenderos y a pintores, claro; era por cultura y porque era
un periodo de
tiempo que todos sabían que iba a ser breve. ¿Es España Japón? ¿Son los
años 1960, los
2010? En España, pienso, esa «flexibilización interna» será un café para todos que aumentará el
subempleo y la pobreza porque lo cierto es que en España existe hoy un exceso de oferta
de trabajo..., al igual que a mediados de los 80.
El desempleo se
redujo en España a medida que la tasa de temporalidad fue creciendo, a
medida que se
fueron construyendo más viviendas, y a medida que fueron entrando más
turistas, porque
la verdad pura y dura es que la economía española es cíclica y temporal, y las
empresas que en
ella operan necesitan, o no, personas, pero no horas de persona. De ahí que el ministro de
Trabajo del gobierno anterior, el Sr. Valeriano Gómez, dijese ya al final de la
legislatura
aquello de que «Mejor es un trabajador temporal que un parado».
Y la
«contratación a tiempo parcial», ¿por qué no se dice claramente que la
contratación a
tiempo parcial
implica una menor remuneración y supone menor poder adquisitivo? ¿Por qué no se dice que en
los Países Bajos la tasa de trabajo a tiempo parcial es la que es porque los
salarios son los
que son y porque en la inmensa mayoría de los casos son los propios
trabajadores
quienes solicitan un contrato a tiempo parcial a fin de cambiar dinero por
tiempo
porque con «lo
que les queda», unido a lo que gana su pareja, les compensa para hacer lo que tienen pensado
hacer con ese tiempo?
Y, ¿con estos
mimbres España va a crecer y reducir su déficit? Pienso que no.
MINIJOBS
[«¿Por qué se
llamarán “miniempleos” cuando en realidad están diciendo rampante subempleo?»]
Miércoles, 8 de
febrero
Lo recuerdo para
que no se olvide y por lo que va a pasar el viernes. Lo expresó de fábula su
autor, el
profesor Carlos García Serrano en «Miniempleos: no es oro todo lo que reluce» (El
País, 6.1.2012, pág. 27), pero me permito
entresacar y resumir un par de párrafos. Esa
maravilla
maravillosa que tienen en Alemania y que aquí hemos bautizado como minijobs y
que ha sido
ensalzada a la categoría de solución para el problemón del desempleo español,
tiene un qué del que
no se habla. El que sigue:
La remuneración
de las personas que en Alemania se hallan miniempleadas no supera los
400 euros al mes
y la de las que están midiempleadas oscila entre los 400 y los 800. En el año 2011 el 20% de
los asalariados alemanes se hallaban ocupados en empleos reducidos: más de siete
millones, el 90% en minijobs y el 10% en midijobs. Claro: pueden acumularse de
modo que si una
persona tiene diez miniempleos se puede sacar hasta 4.000 euros mensuales, pero resulta que el
60% de las personas con miniempleos sólo disponían de uno.
Además, desde el
2003 el número de miniempleos no ha hecho más que crecer: 1,6 M
entre dicho año
y el 2010. ¿Qué tiene de especial el 2003?, pues que en ese año el canciller
Gerhard Schröder
puso en marcha la Agenda 2010, la que se ha considerado el instrumento
esencial que ha
posibilitado el fabuloso crecimiento que ha experimentado Alemania entre el
2010 y el 2011.
El problema —¿o no?— es que entre esos años, mientras que el empleo total
ha crecido el
8,0% el mini/midi lo ha hecho el 27%, por lo que la proporción de trabajadores
de bajos salarios
—66% de los ingresos mensuales medianos— ha pasado del 15% en 1995 al 22% en el 2005.
Empleos de baja
cualificación en comercio minorista, restauración y hostelería, limpieza,
mantenimiento de
edificios, son los perfiles que más abundan en estas categorías, con una
duración de
menos de quince horas semanales, y con unos ingresos medios mensuales de 200 euros. ¿Por qué
se llamarán «miniempleos» cuando en realidad están diciendo rampante
subempleo?
Ésta es la
maravilla alemana que se quiere importar en España. Cuando se haga siempre
puede adaptarse
aquella frase del ministro de Trabajo Valeriano Gómez: mejor es un
trabajador con
contrato temporal que un trabajador desempleado, y se convertiría en «Mejor
un trabajador
miniempleado que parado»; y para las estadísticas que registran el paro, añado
yo, mejor
también es. (Y si a eso añadimos la prolongación del periodo formativo, aún
mejor; y
si ponemos a los
parados a aprender lo-que-sea entonces ya es la bomba.)
HISTORIA DE EUROPA
EN UNA LECCIÓN (brevísima)
[«¡Milagro
milagroso! El euro había conseguido que todas las economías europeas fuesen
iguales.»]
Miércoles, 29 de
febrero
Qué verdad es
eso de que una imagen es mejor que mil palabras. Miren el gráfico que viene a
continuación,
mírenlo bien porque es para alucinar. La fuente es la BBC: http://ow.ly/9ayAo.
¿Qué nos dice
este gráfico?, pues muchas cosas, demasiadas; y todas malas.
1. Grecia ahora
tiene que pagar un pastón para que le compren sus bonos, OK, pero,
¿cuánto tenía
que pagar en 1995? La diferencia estriba en que en 1995 a nadie le
importaba una
mierda a qué precio vendía Grecia su deuda porque Grecia era un país
para ir en
verano y poco más, y de Grecia, al margen de su arte antiguo, pocas cosas
interesaban.
Miren el gráfico: lo dicho para Grecia es extensible a España, Portugal...,
Alemania...
2. Grecia tardó
un poco más en «converger»: en meterla en el saco, pero los demás... En
el mismo momento
en que el euro fue introducido, las deudas de todo el mundo
empezaron a
pagarse al mismo precio. ¡Milagro milagroso! El euro había conseguido
que todas las
economías europeas fuesen iguales.
3. Eso permitió
que los tipos comenzasen a hundirse y que empezasen a hacerse negocios
a mansalva: si
para el BCE todas las deudas son iguales, se dijo, y todo el mundo tiene
que pagar lo
mismo por endeudarse, es porque tan negocioso es invertir aquí como allá,
pero como aquí
(España, por ejemplo) las rentabilidades son mayores que allá (por
ejemplo
Alemania) invirtamos aquí; y como no va a haber problemas porque como, a
nivel macro,
todas las deudas son iguales y como, a nivel micro, el precio de la vivienda
no baja nunca...
4. Entre el 2000
y el 2006 fue la bomba. En septiembre del 2007 las cosas empezaron a
torcerse
ligerísimamente, pero se hicieron oídos sordos porque lo último que convenía
oír era nada que
sonase a problemas: quien lo vivió lo sabe; hasta septiembre del 2008.
5. Lo que la
quiebra de Lehman significó fue el despertar de un sueño autoinducido: no era
cierto lo que se
había supuesto. Convino creerlo para hacer negocios, pero todas las
deudas no eran
iguales porque todos no éramos iguales.
6. Más aún,
todos habíamos sido introducidos en el euro a fin de facilitar negocios
imposibles, pero
no todos debíamos haber entrado de la misma manera ni a la vez en el
euro porque el
euro que entró en funcionamiento en 1999 no era para todos: vuelvan a
mirar el
gráfico; y eso, en su momento, tampoco quiso oírse: también esto lo sabe quien
lo vivió.
7. Cuando las
posibilidades de negocio se agotaron, los jugadores que de verdad estaban
jugando: los
profesionales (para todo hay que ser profesional) se levantaron de la mesa,
y aquellos a
quienes se les había dejado ganar alguna mano a fin de que siguieran
animados allí se
quedaron.
8. Pero como aún
quedaba en la rosca un par de vueltas, en el 2009 se pusieron en
marcha los
Planes E. Miren el gráfico: ¿alguien puede decir para qué cojones sirvieron
los Planes E?
9. Y como no
sirvieron para nada, en mayo del 2010 se pasó a zona oscura: tijeras,
hacha,
motosierra: la última vuelta a la tuerca.
10. Hoy ya no
queda tuerca que apretar.
Fin de la
lección. Mañana, examen.
(España: déficit
del 8,5%: ¿será más cuando salgan facturas que pueden estar guardando
ayuntamientos y
regiones cuando sus emisores quieran cobrar? Este gobierno se equivoca
echando la culpa
al anterior, por un lado porque fue un miembro del partido que ahora gobierna
el que dijo
—cuando también estaba en el gobierno— aquello de «España va bien», y lo dijo
en 1996 cuando
inauguró «el modelo español de crecimiento»; y se equivoca al utilizar una
mayoría absoluta
ficticia, ¿o es que creen que hubieran ganado por goleada el 20 N si
hubiesen dicho
lo que ya se sabía y añadido lo que iban a hacer? Y también se equivoca
metiendo en el
mismo saco a todas las regiones: no es igual la realidad de una región que
tiene un
superávit fiscal interregional del 17%, o del 14% o del 8%, que otra que tiene
un déficit fiscal
interregional de casi el 8%. Echar pelotas fuera y mirar hacia otro lado es
fácil, pero, ¿qué decían
ellos durante estos años que estuvieron en la oposición? ¿Cómo acabará esto?, empobreciéndonos,
todos, pero la mayoría más.)
¿POR QUÉ FUE BIEN
ESPAÑA?
(En cuatro líneas)
[«Ése y no otro
fue el milagro español: el endeudamiento.»]
Viernes, 2 de
marzo
Nadie duda de
eso: «España fue bien». De hecho se añoran los años pasados, aquellos años
en los que «si
querías algo lo tenías». Pero, ¿qué hizo que España fuese bien?, ¿en base a
qué España fue
bien? Miren el gráfico que viene a continuación: acongoja. Lo presentó en
clase hace unos
días uno de mis alumnos. Mírenlo con detalle y luego lean el texto.
Fuente: Deuda
pública y el PIB a precios constantes: http://ow.ly/9aEXv (los valores que corresponden a los años 2011 y 2012 son estimaciones
del FMI). Deuda privada: http://ow.ly/9aF4i
El gráfico es
demoledor: el crecimiento español durante los años del «España va bien» fue
debido al —no
«gracias al»— endeudamiento privado; de hecho la deuda pública incluso
descendió un
poco a partir de mediados del 2004.
Fue la deuda de
empresas, entidades financieras y familias la que posibilitó el crecimiento
español:
entrampamiento continuado, creciente, desde que la mágica frase fue
pronunciada.
«España fue
bien», mientras la deuda privada española fue escalando posiciones hasta
cuadruplicarse
en doce años. Ése y no otro fue el milagro español: el endeudamiento.
Y, ¿no se vio?
¡Claro que se vio!, la ruta que año tras año iba tomando la línea de la deuda
privada era
imparable, de cohete de fiesta mayor, pero sin alternativa: sin ahorro interno,
con
una bajísima
productividad, con un bajo nivel de capitalización de las empresas españolas,
la
alternativa no
podía ser otra que el endeudamiento, sin límite, a tutiplén, sin freno. Por eso
«España fue
bien». Y algunos lo dijimos, tan sólo algunos: muy pocos, y nos tacharon de
agoreros.
¿Qué queda
ahora?, pues una deuda neta de 2,85 B, a lo que hay que añadir «los
colaterales»: si
a alguien le deben 1.000 y ese alguien debe 500, cierto, ese alguien debe 500, pero más cierto
es que para que ese alguien pueda pagar los 1.000 que debe le tienen que pagar los 500
que le deben, y prácticamente nadie puede pagar todo lo que debe.
¿Salidas? Sólo
veo dos posibles salidas, en España y en todas partes:
1) Realizar una
cascada de quitas de forma que se compense todo lo que sea posible y
luego quitar
aquello que sea impagable. La contrapartida de esta política debería ser el
PIB: retrocesos
enormes —¿treinta años en España?— y expectativas de
estancamiento
sostenido.
2) Meter la
deuda impagable en un armario, cerrar la puerta y tirar la llave. La ventaja es
que la deuda
puede continuar estando en los balances y registros sin tener que hacer
nada especial
con ella porque no tendría que ser devaluada; el inconveniente es que
todo tendría dos
valores: el real y «el otro».
España creció
como creció, por eso ya no crece ni va a crecer nada durante bastante
tiempo, al
revés, decrecerá; eso ya está bastante asumido. La pregunta ahora es qué parte
de
esa deuda puede
pagar España.
A ESPAÑA, ¿QUÉ LE
PASA? ESPAÑA, ¿DÓNDE ESTÁ?
[«Lo que le pasa a
España es que ha agotado su capacidad de endeudamiento y debe cuatro billones
de dólares.»]
Martes, 10 de
abril
¿La nota de
prensa de ayer «a las cinco de la tarde» sobre los 10.000 millones? Pienso que
un hito más en
el proceso de portugalización que ya empezó España en mayo del 2010, sólo
que ahora se ha
acelerado porque hay prisas para acotar compromisos. ¿La «reflexión
personal» del
Sr. ministro de Economía? Pienso, también, que no es más que un nuevo
sinónimo para un
muy conocido eufemismo.
Lo que le pasa a
España es que ha agotado su capacidad de endeudamiento y debe cuatro
billones de
dólares, por lo que está al final de donde con su modelo productivo podía
llegar. En
resumen, España
no puede avanzar más: no puede crecer significativamente más debido a que no tiene
posibilidades físicas para crecer, pero, aun así, tiene una deuda gigantesca
que
pagar.
España creció a
base de conceder crédito a sus consumidores-de-todo, un crédito que no
se correspondía
con la renta de esos consumidores, para que consumieran de todo a unos
niveles que nada
tenían que ver con la productividad del país; unos fondos que en gran medida
le eran
prestados por el exterior debido a que el ahorro interno no alcanzaba; fondos
que le
prestaron
porque, a fin de generar negocio (no había otra manera), los mercados
consideraron que el riesgo de
todas las economías del euro era prácticamente el mismo.
Gracias a ese
montaje «España fue bien», es decir, su PIB aumentó, aunque la
productividad
fue cayendo cuanto mejor iba España, debido a que el valor generado por unidad de factor
productivo caía cuanto España más crecía ya que la española es una economía de cantidad, de
volumen, no de calidad. Cuando España agotó el combustible que impulsaba su crecimiento,
comenzó a detenerse; y hasta hoy.
Hoy España se
halla en una situación en la que debe lo referido, en la que sólo en intereses
de la deuda
pública va a tener que pagar este año, sólo en intereses, casi 30 mM€ y en la
que,
yendo las cosas
bien, este año crecerá el –1,5% y yendo mal el –4,0% (Standard & Poor’s el
día 4 de los
corrientes); una situación que despierta toda la desconfianza posible: España
debe la tira,
con su modelo productivo es incapaz de crecer, y no está claro que pueda ir
devolviendo todo
lo que debe.
Y para colmo,
sus entidades financieras se hallan hasta los bordes de unos activos que
sólo valen en la
medida que se compran, venden y pagan a un precio que se halla a años luz
del valor actual
de mercado, a un precio que ha sido el patrón con el que esos activos se hallan contabilizados
en esas entidades financieras a un valor, en consecuencia, irreal; y con unas probabilidades
decrecientes de cobrar en tiempo lo que les deben. Por ello el estado real de
la totalidad de
esas entidades financieras, es decir, del sistema financiero español es una incógnita.
Hoy España no
crece, por lo que su recaudación fiscal será baja, o muy baja,
peligrosamente
baja como para pagar lo que tiene que pagar y atender los servicios a los que
sus ciudadanas y
ciudadanos estaban acostumbrados y que las demandas de su ciudadanía
requería, por
ello a España le piden que recorte gastos, que elimine compromisos con su
pueblo, que
reduzca partidas presupuestarias que supongan salidas de pasta, y que a ello le
acompañe el
empeoramiento de las condiciones laborales: «Para mejorar su competitividad»,
se dice. De ahí
ese presupuesto recientemente aprobado.
Lo que le pasa a
España, decíamos, es que no crece, por ello del tema ya ni se habla, y se
halla en un
punto en el que, como conjunto, no puede crecer. A partir de ahí..., la mera
subsistencia
para una parte de la población ya no necesaria, en forma de, por ejemplo, «la
vuelta al campo»
de la que ahora se habla.
(Se vuelve a «lo
de antes»: ¿se han dado cuenta de la cantidad de comunicados
encubiertos,
noticias fugaces, adelantos informativos, que se han producido a lo largo de
estos días de fiesta?
Con el plástico más o menos lleno, durante las fiestas la ciudadanía está más pendiente de
otras cosas, por ello es buen momento para este tipo de anuncios; como antes, como antes.)
(Me preguntan:
«¿Qué quiere decir “asegurar la sostenibilidad del sistema sanitario”?».
Pues algo tan
simple como poner los servicios que se prestan en paralelo a la pasta que se
tiene. Como hoy
las regiones ingresan menos que ayer y se espera que mañana van a ingresar menos, como la
competencia de sanidad fue transferida a las regiones [a algunas con un gobierno del
mismo color que el actual les obligaron a que las tomaran: Aragón, La Rioja], y como las
decisiones con consecuencias feas aún tienen consecuencias en las urnas, el gobierno del
Reino va a dictar unas normas que reduzcan las prestaciones sanitarias que se brindan a la
ciudadanía a fin de poder pagarlas con esos ingresos que se esperan
decrecientes. En
eso consiste la sostenibilidad.
Ya, en la
sanidad pública española se han cometido abusos; y existen diferencias
abismales de
gasto sanitario por habitante entre regiones que reciben y regiones que dan; y
se han llevado a
cabo aberraciones como el turismo sanitario, y todo eso no se abordó, y también me preguntan el
porqué. «Pues porque entonces España iba bien y como iba bien todo tenía cabida y nadie
protestaba y al ir bien podían continuar sucediendo cosas como ésas», es mi respuesta. Y sí,
van a pagar justos por pecadores, es lo que pasa cuando pasan cosas como las que van a
pasar; el «café para todos» tiene esos efectos.
También me
preguntan por lo que puede suceder en Educación. Bueno, contesto, yo fui a
uno de los
colegios con mejor reputación de España: violencia institucionalizada y muy
alta
calidad
científica, y en clase éramos entre 40 y 47; un colegio en el que en mayo
llamaban a
los padres de
los alumnos que iban a suspender dos asignaturas y les recomendaban que les
sacasen ya del
colegio porque era imposible que en septiembre aprobasen [entonces había
exámenes de
septiembre] y en ese colegio nadie repetía, y en el que también llamaban a los
padres de los
chicos que iban a suspender una materia y les decían que con un esfuerzo
descomunal su
hijo podría aprobar en septiembre, pero que, por si acaso, no estaría de más
que fuese
buscando otro colegio que permitiese repetir curso. ¡Ah! y gratuitos pocos
centros,
en cualquier
caso insuficientes. Era otra época, ya, pero, ¿por qué no puede volver algo
parecido?)
LA SITUACIÓN
(ECONÓMICA) DE LAS REGIONES DE ESPAÑA
[«Hay regiones que
pueden sostenerse por sí mismas y otras que no pueden.»]
Viernes, 13 de
abril
Ahora toca
hablar de regiones. Bien, vamos allá, pero agárrense que hay curvas: muchas; y
muchos baches:
muchísimos; y en los márgenes no hay colocadas protecciones.
No comparto el
comentario de la Sra. presidenta de la Comunidad de Madrid en el sentido
de que las
regiones fueron creadas en España para integrar a los nacionalismos vasco y
catalán; la
realidad, pienso, fue mucho más prosaica: repartir lo que hubiera hipotecando
lo
que hiciese
falta.
La Sra.
Esperanza Aguirre, desde que el pasado año lanzó la idea de que habían sido
transferidas
ciertas competencias a ciertas autonomías que no podían sostenerlas, ha ido
atinando,
pienso, en una serie de afirmaciones que al respecto de las regiones ha ido
realizando. Voy
a resumir lo que entiendo se puede deducir de lo manifestado por la Sra.
Aguirre desde el
ángulo con el que aquí contemplamos las cosas: ciertas regiones no tienen
razón de ser
porque son insostenibles ya que no se pueden aguantar por sí mismas. Veamos.
(¿Por qué me
fijo en lo que ha dicho la Sra. ex ministra de Educación?, pues porque lo ha
dicho alguien
que se halla próxima a la gama de los colores políticos que inventaron el
Estado
de las
Autonomías; porque, no nos engañemos: se puede contar como se quiera, pero lo
cierto es que la
administración regional española es un invento de la derecha; y no pasa nada,
pero es así.)
La LOFCA, que es
la Biblia de las regiones españolas ya que la política y las banderas
nada significan
sin unas finanzas que las sostengan, fue diseñada con un único y exclusivo fin:
reducir la
desviación estándar de las rentas medias regionales con respecto a la renta
media
española, en
román paladino: aproximar todas las rentas regionales a la renta nacional.
(Quienes hablan
de política añaden otra razón: crear clientelismos políticos zonales al
servicio
de los dos
grandes partidos nacionales, pero aquí no entro porque de eso no sé.)
Es decir, como
España —toda España— podía crecer lo que podía crecer y de la forma
que podía
crecer, se diseñó una administración regional para que las regiones que más
creciesen
sostuviesen sin límite a las que menos crecían a base de garantizar una mejora
cosmética en las
menos desarrolladas aun a costa de empeñar su propio crecimiento
potencial. En
este proceso se dejaron al margen dos regiones por la única razón, pienso, de
que sumadas sus
economías no representaban ni el 9% del PIB español; si hubiesen
representado el
20%, las cosas, continúo pensando, hubieran sido muy diferentes.
Insisto porque
es importante: pienso con la regionalización de España no se buscó el
desarrollo
económico español, ya que para eso hubiesen hecho falta toneladas de inversión
y
quintales de
fórmulas reorganizativas, sino la mera transferencia de unos hacia otros para
que
los que recibían
se callasen y dejasen de reclamar eso que ahora está tan de moda: reformas
estructurales
que posibilitasen su crecimiento real. ¿Y por qué?, pues porque ya entonces se
vio que había
zonas en las que nada había y nada en ellas podía hacerse a fin de poder sacar
algo.
(Evidentemente, algo así no se explica sin grandes dosis de eso de lo que hemos
dicho
que no íbamos a
hablar.)
Mientras España
fue bien y más que bien, mientras la economía española jugó en la
Champions,
mientras todo el mundo hacía relojes, perdón, pisos, que vendía a precios
astronómicos,
mientras las entidades financieras inundaron con un dinero —mucho del cual no
era de aquí—
campos y ciudades del Reino, mientras los políticos se dedicaron a cortar
cintas
y a hacerse
fotos, mientras..., mientras..., mientras..., las regiones, muy bien, gracias,
pero
cuando la música
dejó de sonar y se encendieron las luces, la verdad de las regiones se puso
de manifiesto:
un montón no eran sostenibles y las que daban ya no tenían para dar. Vístanlo
como quieran,
pero ésa es la verdad.
Dos temas
complementarios y contrapuestos (sí: no es un error: contrapuestos). Por un
lado, el PIB de
las regiones españolas crece muy poco teniendo en cuenta su déficit propio y la deuda pública
que arrastran; por otro, el déficit propio y la deuda de las regiones no
menguan, ni de lejos,
para revertir los saldos interregionales que lucen. Es un círculo vicioso y
perverso.
Regiones con
enormes carencias mejoraron su situación no desarrollando instrumentos que
posibilitaran un
cambio estructural que favoreciera su sostenibilidad económica porque, pienso, no era posible
tal crecimiento, sino a base de quitar donde había posibilidades de crecer dando por
supuesto que, como «España iba bien», quedaría suficiente para que a las que se quitaba
continuasen creciendo. Mientras en España se construyeron 700.000 viviendas
anuales y cada turista
gastó una cantidad de pasta que superaba la inflación en un poquito, todo fue OK, cuando eso
dejó de ser así...
Miren el cuadro
que viene a continuación. Lo he elaborado con datos de Eurostat y es una
foto de lo que
las regiones de España son. Es triste, es duro, pero es lo que es.
PIB pc 2010 Saldos Interregionales 2005 Saldo Total
Galicia 91 –8,19
82,81
Asturias 94,4
–14,33 80,07
Cantabria 98,1
–5,03 93,07
Euskadi 132,5
1,35 133,85
Navarra 128,3
3,18 131,48
Aragón 111,3
–1,83 109,47
Catalunya 117,3
8,7 126
Baleares 106
14,2 120,2
Valencia 89,1
6,32 95,42
Murcia 83,8 2,13
85,93
Andalucía 76,6
–4,53 72,07
Extremadura 70,4
–17,76 52,64
Cast. La Mancha
80,6 –3,54 77,06
Cast. León 98,3
–7,57 90,73
Madrid 129 5,57
134,57
España 100,2
UE27 100
Mírenlo bien.
Recoge el PIB pc de cada región tomando como base 100 el de la UE27 (a
fin de que nadie
diga que «sólo me fijo en los ricos») para el año 2010 porque no he
encontrado datos
desglosados más actuales (al fin y al cabo el 2010 fue un año bueno: los
ecos del Plan
E). También recoge los saldos interregionales correspondientes al 2005 (el
gobierno de
España sólo ha publicado los de ese año y se niega a publicar los de otros aun
teniéndolos)
corregidos; en éstos, los de las regiones que reciben fondos de otras constan
como negativos y
los de las regiones que dan, como positivos: las que reciben les llega un PIB
que no generan
por sí mismas, y las que dan pierden un PIB que es suyo. A lo que llegamos
es a un saldo
que representaría el PIB real de cada región. (Y si debido a solapamientos
varios existe un
error de un X%, me da igual porque lo que me interesa es resaltar algo
cualitativo.)
La columna
«Saldo Total», decía, vendría a indicar el PIB real de cada región en relación
al
PIB medio de la
UE27, es decir, considerando a todos los miembros de la UE: desde
Dinamarca a
Hungría. Repasen las cifras: impresionan; mucho, muchísimo.
Ahora volvamos
al principio. Esa columna «Saldo Total» lo que está indicando es la
capacidad real
de cada región para sostenerse. Ahora mediten: ¿cuántas son sostenibles?, y
no, no entren en
si la competencia de Justicia sí pueden sostenerla y la de Educación no.
Pienso que se es
o no se es, y para ser a medias mejor no ser eso y ser otra cosa.
Pienso que el
gran mérito de lo que al respecto de las regiones está diciendo la Sra.
Esperanza
Aguirre radica en que ha puesto sobre la mesa un tema tabú que hasta ahora sólo
abordaban
«nacionalistas trasnochados», un tema que al final se ha demostrado que es
exclusivamente
económico y sin una brizna de política. Olvídense del color político de la
presidenta de la
Comunidad de Madrid, y tomen como base de discusión lo que dice. Y lo que
está diciendo,
interpreto, es muy simple: hay regiones que pueden sostenerse por sí mismas y
otras que no
pueden, pero como existen, tienen que alimentar estructuras multiplicadas a lo
largo del
mosaico regional que se ha creado. Lo triste es que se haya tenido que esperar
a
que España vaya
mal para abordar algo que era evidente desde que nació tal mosaico; ironías de la Historia.
(Y no, que nadie
diga que digo lo que digo porque Catalunya va bien; les aseguro que en
Catalunya hay
comarcas, que en Catalunya existen zonas, que van mal pero que muy mal y
que sus
expectativas son muy, pero que muy tristes.)
Ahora sólo falta
que aparezca alguien con un mensaje parecido hablando de los
ayuntamientos y
municipios.
¡ESPAÑA 2015!
LO QUE ESPAÑA NO
ES
[«La economía
española está más que fatal por cuatro motivos que podrían denominarse los
motivos madre.»]
Lunes, 16 de abril
Me preguntan:
«¡Vaya! España está a punto de ser intervenida. ¿Está mucho peor la economía española?».
Veamos.
Los políticos,
que son los que informan de estas cosas a la opinión pública, cuando lo
hacen hablan de
fotogramas, no explican la película completa, es decir, aíslan imágenes: «la
situación hoy»,
«la situación de febrero», «la herencia recibida», pero no cuentan la secuencia
de hechos, y no
lo hacen porque esa secuencia es mucho más terrible que las fotos una a una.
La economía
española —o la francesa o la uruguaya— está hoy tan bien o tan mal como
estaba la semana
pasada, o hace dos meses o en octubre del 2011, o a finales del 2010. A no ser que se
produzca un cataclismo de una dimensión semejante al sucedido el pasado año en Japón, todo en
economía se mueve por tendencias, y las tendencias no varían ni en días ni en semanas. La
economía española está más que fatal, pero la verdad es que ya está así desde que empezó a
variar la tendencia de evolución de los precios de venta de la vivienda en
marzo del 2006. Y sí,
claro: desde que Carlos V decidió gastarse la plata expoliada de América en guerras de
familia por Europa, pero no nos vayamos tan atrás.
La economía española
está más que fatal por cuatro motivos que podrían denominarse los
motivos madre:
1) España tiene un montón de entidades financieras cargadas de unos activos
contabilizados a
un valor muy superior al de mercado y, junto a eso, esas entidades conviven
con una altísima
probabilidad de impago de lo que les deben por parte de quienes se lo deben;
2) España crece
lo necesario para «ir bien» si construye pisos, si ensambla muchos
automóviles, si
atiende a muchos turistas y si el Estado tiende muchos AVEs, gracias a lo cual
ocupa a mucha
población activa; 3) España, para hacer todo eso, precisa de un enorme y
permanente flujo
de crédito porque no ingresa lo suficiente, ni el país, ni sus empresas, ni sus
familias; y 4)
España tiene un porrón de empresas con una bajísima tasa de inversión porque a esas empresas no
les sale a cuenta invertir teniendo en cuenta el valor de lo que fabrican y la cantidad que
fabrican, razón por la que la productividad española es muy baja y sólo aumenta si esas empresas
se desprenden de factor trabajo.
Esos cuatro
motivos no aparecen ayer, ni hace dos meses, ni hace dos años. Que el
gobierno del Sr.
Mariano Rajoy hable de «herencia recibida» equivale a hablar de la situación
que recibieron
de los gobiernos de los Sres. Adolfo Suárez, Calvo-Sotelo, Felipe González,
José María Aznar
y, evidentemente, Rodríguez Zapatero. Esos motivos España siempre los ha
tenido porque
son sus hijos, son consustanciales a su estructura, lo que sucede es que, en
ocasiones, la
realidad los camufla, como en el periodo 1988-1992 o la fase 2002-2007. Repito:
se camuflan, se
difuminan, se enmascaran, pero nunca se eliminan porque nunca se resuelven
ya que para ello
tendría que cambiar la estructura de España.
Pero España
tiene otra característica: su volumen. España es una economía no-pequeña.
Un PIB de un
billón puede hacer mucho daño si las cosas se descontrolan, y a la vez, un PIB
de un billón
imposibilita el rescate al modo griego o irlandés: la cantidad de pasta que
haría
falta teniendo
en cuenta el volumen de deuda total de España rondaría los 0,8 B€, y tal
cantidad no está
disponible.
España, ya lo
han leído aquí, pienso que no va a ser rescatada porque es imposible
rescatarla. Y
España no va a ser intervenida porque ya lo está, ¿o es que alguien se ha creído
que, por la cara
bonita de España, Europa le ha autorizado a que incumpliera el compromiso
de déficit del
–6,0% para el 2011? España ya está vigilada, monitorizada, pero los MiB aún no
han aterrizado
con sus Black Hawk en el jardín de La Moncloa, aunque pienso que para eso
falta muy poco.
Tiene toda la
razón el Sr. Luis de Guindos cuando dice que los recortes son mucho más
peores si los hace otro. Que se lo pregunten al
Sr. José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa,
primer ministro
de Portugal, que intentó evitar a toda costa el rescate de la economía
portuguesa y la
llegada de los MiB para dictar todo lo que había que hacer: lo que ha venido
después en
Portugal ha sido peor, y encima sin soberanía, y además sin crecimiento.
España se está
portugalizando: no crece, no recauda, tiene un déficit tremendo, debe la
tira, sus bancos
tienen una cantidad desconocida de porquería, la estructura de gastos
corresponde a la
época del «España va bien», el desempleo no cesa de aumentar, la
recaudación
fiscal no es suficiente, y volvemos al inicio: España no crece. España llevaba
así
años, pero la
crisis sistémica ha acelerado la desconfianza hacia las economías más débiles a medida que se ha
ido asumiendo que no hay una salida ni rápida, ni fácil, ni suave, para nadie:
los Países Bajos
tienen problemas, muchos, pero si Uds. fuesen brokers que moviesen sus
inversiones por
todo el planeta, ¿de quién desconfiarían más, de España o de los Países
Bajos?
España pienso
que no será rescatada, pero pienso que sí serán selectivamente
intervenidos
algunos de los elementos de su economía, así como sus presupuestos: tanto el de gastos como el
de ingresos y ciertos aspectos de su administración territorial.
Eso hará que
España gaste lo que ingrese y pague lo que debe, pero España crecerá muy,
muy poco,
zonalmente, y se empobrecerá, mucho. Vuelvo a repetir: recuerden Portugal.
Piensen a medio
plazo en una «L».
Y no olviden que
ésta es una crisis sistémica: lo que haga cada uno afecta a los demás, y
ninguno puede
hacer nada efectivo si lo que hace no es consecuencia de una coordinación
como poco
europea. Pero pienso que para llegar aquí todos, España incluida,
evidentemente,
tienen primero
que ir más peor.
(Yo no he hecho
el símil: como al Sr. Sócrates le pasó lo que le pasó...; pero vuelvo a decir
que pienso que
España precisa un gobierno de concertación nacional en el que también
participen los
sindicatos y las patronales empresariales. O eso, o sigo pensando que este
gobierno no
llega a noviembre; claro que si preguntar la hora a un miembro garantizador del
orden público
puede ser calificado como delito de agresión, tal vez aguante un poco más.)
* * *
¿Para qué sirven
las campañas electorales? El partido en el gobierno, ya saben, no ganó el 20
N: fue aclamado.
¿Lo hubiese sido si en su programa y en sus mítines hubiese hablado de la
reforma laboral
que ha hecho, de los recortes y subidas de impuestos por 35.000.000.000 que
ha hecho/va a
hacer este año, y de que se tiene que ir a un déficit cero sí o sí? Puede que
sí..., puede que
sí.
* * *
Limitar el uso
de efectivo. ¿Y si el origen de tal efectivo es blanco, puro y cristalino?
(Fe de erratas.
Me escribe un lector desde Canarias: «En el cuadro de las regiones no
incluyó ni a
Canarias ni a La Rioja». Ciertísimo. Lo único que se me ocurre es que, o bien
se
me pasaron
[difícil: son dos olvidos], o bien el día que tomé los índices de Eurostat, por
algún
motivo, esas dos
regiones no figuraban, lo que parece bastante inverosímil. En cualquier caso
pido disculpas a
los lectores de ambas regiones.)
ENCUENTRO VIRTUAL
[«La culpa es de
todos o de nadie, pero no la responsabilidad.»]
Martes, 17 de
abril
La magnífica
publicación burbuja.info me propuso hace unos días un encuentro virtual. Recibí
un supermontón
de preguntas y respondí a todas. A continuación reproduzco una selección.
(Primero las
preguntas y después mis respuestas y, evidentemente, no he cambiado ni una
coma, ni de unas
ni de otras.)
1) ¿Cree usted
que la reforma laboral servirá para crear empleo tal y como se nos vende
desde el
gobierno?
La RL, pienso,
sirve para reducir costes laborales, y está hecha a la medida de las grandes
empresas.
2) Las
previsiones del apocalipsis que nos viene encima, ¿es a nivel de España,
europeo o a
nivel
internacional? ¿Los demás países en Europa sufrirán sólo heridas leves o
tampoco se van a salvar? ¿Cree
que exista alguna zona del planeta donde el futuro es menos oscuro?
En el
Apocalipsis se acaba el mundo, y eso no va a suceder. Históricamente, en una
crisis
sistémica nadie
queda indemne, menos si la situación es postglobal como ésta.
3) A grandes
rasgos, ¿cómo será este país dentro de treinta años? ¿Cuáles serán los
cambios más
notables?
¿En el 2042?
Pienso que los Estados como ahora los conocemos no existirán y en los
continentes se
estarán formando ejes de clusters de actividad.
4) Contando con
que algún día dejaremos de caer, pero nos quedaremos en el fondo durante
años, ¿hasta qué
tasa de pobreza cree Ud. que llegaremos?
Pienso que la
definición de pobreza cambiará. Con la actual tasa de desempleo se ha
estimado que en
España podemos instalarnos en un nivel de paro estructural del 14/16%.
5) Suele repetir
que «La culpa es de todos o de nadie» en esta crisis. Que se ponga al mismo
nivel al pobre
diablo ciudadano, analfabeto económico que confiaba en su banquero, metido en una estructura
compleja concebida por «especialistas de la complejidad», «profesionales de la ingeniería
financiera» y Premios Nobel, ¿no le resulta a usted chocante? ¿No es una manera perversa de
diluir responsabilidades? ¿No es imprescindible hacer un diagnóstico profundo y depurar
responsabilidades pasadas y presentes para que no se vuelvan a cometer los
mismos errores y que no
reine una cierta impunidad económica?
La culpa es de
todos o de nadie, pero no la responsabilidad. El BdE ha tenido una
responsabilidad
enorme porque sabía lo que sucedía; también el hombre de la calle por
aceptar
cualquier cosa que oía si era bonita y agradable.
6) Según su
opinión esta crisis mundial ha sido: 1- Casual, 2- Consentida, 3- Dirigida, 4-
Prefabricada, 5-
Forzada.
¿Cómo
calificaría la Depresión?: inevitable: fruto de la dinámica histórica: del
agotamiento
de una forma de
hacer las cosas. Pues ésta, pienso, igual.
7) ¿Cuándo será
un buen momento para comprar vivienda y a qué precio? Por otro lado,
¿cómo ve la
inversión en tierras de cultivo y todo lo relacionado con la
agricultura/ganadería?
El Sr. Isidre
Fainé dijo hace menos de un mes que desde la cúspide de la burbuja hasta el
fondo de la
caída había una diferencia del 65%; comparto esa cifra. Pienso que sí, que la
inversión en
tierra agraria de alta calidad es una buena inversión.
8) ¿Darwinismo
en la economía?
La economía
siempre ha sido darwinista aunque no lo supiese; lo que sucede es que en
estos años
pasados fue conveniente que se olvidase.
9) En este
contexto de crisis, destrucción de valor y nuevas oportunidades, ¿qué es según
usted más nocivo
para la sociedad, un optimista mal informado, o un pesimista bien informado?
Una persona mal
informada que diga lo que no cree pensando en colores políticos.
10) Estamos
viendo en el caso griego que la austeridad y disminución de la inversión
pública en época de
recesión ahonda la misma y agrava aquello mismo que se pretende combatir, o sea el déficit y la
deuda (lo de la quita es una broma calculada). ¿No hay nadie capaz de imaginar alternativas a
un pago de una deuda imposible? ¿Qué piensa de una nacionalización integral de la banca?
Lo que de verdad
está en juego en el tema griego es la propia viabilidad de Grecia. Grecia
no puede pagar
lo que debe y crece lo que puede crecer. ¿Es el destino de Grecia ser la
Guatemala
europea? Nacionalizar la banca, ¿para qué?, ¿para socializar problemas?
11) Si en China
llegan a producir lo mismo o mejor que aquí y llegan a ser tan o más
competitivos que
nosotros, ¿nos espera tener los mismos sueldos y «estado del malestar» que en China?, o
¿quizás peor si la corrupción y el clientelismo es mayor aquí?
Eso no pasará
porque la China que hace frontera con Mongolia, por ejemplo, se halla en el
siglo XIV, lo
que sí nacerán en China serán clusters potentes que se interconectarán con
otros
del mundo
mundial.
A. ¿Se han
gestionado bien los recursos escasos de la sociedad?
B. ¿Es lógico
pensar que los responsables de gestionar los recursos escasos han
fracasado, y por
lo tanto son los principales responsables?
C. ¿Podríamos
enmarcar su teoría como conservadora, pues considera que son
funcionales los
factores que preservan la existencia de un determinado sistema?
D. Cuando se
refiere a gobierno de técnicos, ¿cuáles cree usted que por su disciplina
científica son
técnicos cualificados para organizar sociedades complejas?
E. Normalmente
usted alude a la coordinación como vía de salida, ¿piensa usted que una
política
económica intervenida, planificada y centralizada obtiene el máximo beneficio
para todos los
elementos del sistema?
a.
Evidentemente, no; pero se hizo lo que la dinámica histórica marcaba.
b. No: se hace
lo que se puede hacer de la forma que toca hacerlo.
c. Nunca me he
parado a pensar eso.
d. Un ingeniero
especializado en logística que se halle trabajando en el tema
perfectamente
puede gestionar temas de distribución, por ejemplo.
e. Coordinada
desde un bureau de planificación central, no; coordinada desde unidades
corporativas
coordinadas entre sí.
12) Un niño que
nazca en 2014, ¿qué España verá?
Una España
deprimida, estancada; con divergencias enormes entre unas zonas y otras;
empobrecida; con
expectativas muy limitadas; sin horizonte definido. Con un nivel de PIB de
mediados de los
80 pero con expectativas de los primeros 50.
13) Me gustaría
saber qué augura para dentro de quince años en el tema femenino. ¿Las
mujeres seguirán
siendo como son ahora?, ¿nos incitarán a comprar pisos y tener hijos?,
¿seguirán
sintiendo dolores de cabeza justo en el momento antes de ir a dormir?,
¿cambiará la ley de tal
manera que padres y madres sean iguales o habrá discriminación positiva a favor
de la mujer como
hasta ahora?
¿En el 2027?
Pienso que el futuro es de la mujer: una mujer motivada es imparable.
14) Normalmente
suelo oírle decir que en el futuro el 5% de la población producirá la totalidad
del PIB mundial.
Y siempre me pregunto: ¿a quién le van a vender lo que producen si casi
nadie tiene una
renta del trabajo? Algo no cuadra.
Se producirá lo
que sea necesario optimizando cantidades y consumos. Obviamente, en un
escenario así la
planificación demográfica es esencial.
15)
Endeudamiento, ¿a favor o en contra? Euro, ¿a favor o en contra?
Endeudamiento:
si se tiene la certeza de que se va a generar lo suficiente para atenderlo
durante el
tiempo que haya que atenderlo y sin que afecte a otros estándares... El euro,
sí,
pero con mayor
coordinación.
16) ¿Por qué la
economía moderna se ha alejado tanto de la redistribución de la riqueza?
¿Podríamos decir
que ya no es un instrumento al servicio de la sociedad sino un fin en sí
mismo para
garantizar una oligarquía mundial o el rol de preservar el proceso de
acumulación
capitalista?
Porque ya no es
necesario redistribuir. La redistribución es una de las características del
modelo que se
puso en marcha tras la Depresión, el que ahora se ha agotado, cuando se
buscaba el pleno
empleo de todos los factores, eso se acabó, luego...
17) Mis padres
fueron mucho más pobres que yo, pero creo que eran más felices. A pesar del
bajón económico
que viene, ¿cree usted que seremos más felices? ¿O la pésima situación
económica que
nos afectará a nosotros, los acostumbrados al paraíso, nos llevará a una
especie de
tristeza general, tipo generación del 98?
Para tener la
certeza de que eran más felices hubiese tenido que darles el acceso a todos
los bienes y
servicios que Ud. ha tenido y tiene; si hubiesen escogido quedarse donde
estaban tendría Ud.
razón: eran más felices. Ir a menos es muy complicado máxime sabiendo que no va a ser
temporal sino permanente. Será un tema de mentalización más que de conformismo.
18) A raíz de
todas estas medidas de austeridad, recortes, subidas de impuestos y demás...
Aparte del tema
del déficit, que yo creo que usan de excusa, porque se podría solucionar
perfectamente
alargando los plazos en tiempo para reducirlo, ¿no cree usted que todo esto
que está
sucediendo en este país y en otros, está hecho a posta porque lo que quieren
quienes quiera
que sean, es empobrecer totalmente a un número de países determinado para
que no se
consuma tanto como hasta ahora?
El
empobrecimiento pienso que es una consecuencia, no un fin: el empobrecimiento
llegará
por haber
agotado la capacidad de endeudamiento al financiar casi-todo a crédito. Para
empobrecer a la
gente hay sistemas más rápidos y sencillos.
19) ¿Legalizaría
la marihuana/cannabis? ¿Y la prostitución?
Afirmativo,
pienso que sobre todo para lo primero falta muy poco: recuerde la Prohibición.
Lo segundo es
puro tema de justicia social y de salud pública. Y con ambas puede recaudarse.
* * *
Doy por
descontado que se han dado cuenta de que la expropiación de YPF se ha producido
tras la cumbre
de Cartagena y tras el anuncio de USA de que este asunto era un tema entre el
gobierno
argentino y una empresa (no USA) por lo que nada tenía que decir al respecto.
Tal y
como lo veo, YPF
ya estaba expropiada, pero había que cumplir unos tiempos y unas
maneras. Quienes
tengan que hacerlo ya dictaminarán si se han cumplido los acuerdos por los que tenía que
regirse la compraventa, pero lo cierto es que a España le ha surgido otro
problema.
NO ES UN SUICIDIO,
SINO LA MUERTE DE UN MODELO - 1
[«¿Qué sucederá
cuando el resto del mundo deje de comprar la deuda USA?»]
Lunes, 30 de abril
En varias
ocasiones han leído aquí sobre mis discrepancias con textos publicados por
diversos economistas con
independencia de su color político y nacionalidad; ahora, si deciden seguir, van a leer algo
en esta línea, concretamente es en relación al escrito que El País Negocios publicó, en su
pág. 23, en la edición del 22.4.2012 y cuyo autor es el Dr. Paul Krugman,
escrito que lleva por
título «El suicidio económico de Europa».
La tesis del
profesor Krugman es conocida: Europa lo está haciendo muy mal porque al
profundizar en
la austeridad está imposibilitando el crecimiento —cosa que hace para mantener el euro— cuando
la solución sería deshacer la moneda única y volver a las divisas nacionales.
Con respecto a
España dice el premio Nobel que es la víctima de un modo de hacer que no se
corresponde con
su comportamiento en el pasado de reducida deuda y superávit fiscal. Estoy
en absoluto
desacuerdo con los razonamientos del profesor Krugman, excepto en una cosa
que afirma en su
artículo: «España se encuentra en una depresión en toda regla». Sobre lo
manifestado por
el Dr. Joseph Stiglitz pienso que cabe decir lo mismo: http://ow.ly/aymlw.
España, dice el
Dr. Krugman, no era derrochadora ni tenía un elevado nivel de deuda, lo
que no aclara es
que era pública esa deuda cuyo nivel era reducido y que ese superávit fiscal
era consecuencia
de unas carencias de bienestar nunca resueltas y de unos ingresos fiscales
obtenidos del
crecimiento que España experimentaba, un crecimiento generado a través del
ladrillo y del
consumo y financiado a crédito, lo que disparó la deuda de bancos, empresas y
familias.
El profesor
Krugman victimiza a España al decir que la burbuja inmobiliaria que se creó fue
debida, en gran
medida, a los préstamos que los bancos alemanes realizaron a los españoles, lo que no dice
es que la banca española obtuvo beneficios estelares gracias a ese modo de hacer, ni dice
que si España no hubiese hecho lo que hizo sólo hubiese crecido una fracción de lo que creció,
por lo que la deuda —pública— hubiese sido superior ya que esos superávits hubieran
brillado por su ausencia.
Dice el autor que
«Los problemas fiscales españoles son una de las consecuencias de su
depresión, no su
causa». No comparto ese razonamiento. De entrada porque no contempla
una realidad que
se da en España, y que no se da en ningún otro país más o menos
desarrollado:
una administración regional, local y municipal que se sustenta en unas premisas
totalmente
insostenibles en términos económicos y donde unas pocas regiones sostienen las
estructuras de
la mayoría, con solapamiento de funciones con las diputaciones provinciales, y
con una
estructura municipal que se aguanta sobre un exceso de ayuntamientos muchísimos
de los cuales han
llegado a estructuras megadimensionadas como causa de los ingresos
obtenidos por
esa burbuja inmobiliaria.
Tampoco lo estoy
porque, obviamente por su enfoque, no tiene en cuenta los efectos del
Plan E sobre el
déficit y la deuda pública española, porque, de verdad, de verdad, ¿para qué
sirvió el Plan
E?, ¿qué se consiguió con el Plan E? (y sí: antes ya lo decía: repasen lo que
entonces conté).
Si España ya llevaba un rumbo de colisión antes de que se pusiera en marcha el Plan E y los
estímulos que le precedieron: ¿recuerdan los 400 euros? Aquello costó 6 mM€; tras el Plan E
la economía española ya estaba desahuciada.
¿España salir
del euro? ¿Aumentar los estímulos en Europa? A USA le es muy fácil gastar
y gastar para
estimular cuando el resto del mundo está sosteniendo esos estímulos debido a
que tales
estímulos son consumo que revierte sobre el resto del mundo, aunque con tal
proceder no se
haga más que ir aumentando el volumen de la bomba de relojería que
representa la
impagable deuda —total— USA. También es fácil predicar que la vuelta a las
monedas
nacionales es la solución cuando el dólar USA es LA moneda mundial debido a que
USA impuso que
así fuese a un mundo devastado tras una guerra planetaria y cuando todas
las commodities
cotizan en esa divisa impuesta. ¿Qué haría España con la peseta? ¿Cómo
absorbería el
aumento de costes del 40% que el retorno ocasionaría? Y Alemania, ¿qué haría
con el marco?
¿Cómo manejaría la apreciación de más del 20% que con respecto al euro su
nueva moneda
experimentaría?
Pienso que es
justo al revés: en Europa falta coordinación, unión, hablar menos de política
y pensar más en
términos económicos. Intervenir en el día a día de los miembros del euro a
través de un
organismo técnico supraeuropeo. Europa debe limpiar su banca: toda su banca, y eficientizar sus administraciones, y eliminar los
solapamientos y optimizar sus procederes, de forma
coordinada, claro. Y luego coordinarse con el área dólar, y con el área yen. El
Dr.
Krugman habla
mucho de los demás, pero, ¿qué sucederá cuando el resto del mundo deje de
comprar la deuda
USA porque bastante tenga con sus propios problemas?
Pienso que uno
de los principales problemas que tiene USA es creer que siempre está en
posesión de la
verdad, una verdad que, además, piensa que es absoluta. Que USA continúe
pudiendo
aumentar la deuda que debe, ni es sano ni es sostenible, del mismo modo que no
lo
es que los
dólares con los que ha inundado el planeta desde los años 50 cada vez valgan
menos.
Coincido con el
profesor Krugman en algo: la situación de depresión en la que la economía
española se
halla, pero eso es algo que también viene de lejos por lo que su solución es
mucho
más que muy
difícil. Al premio Nobel le sugeriría que leyese El lazarillo de Tormes,
tal vez
entonces
modificase su perspectiva sobre España.
NO ES UN SUICIDIO,
SINO LA MUERTE DE UN MODELO - y 2
[«A USA nunca le
hizo ninguna gracia el euro porque el euro podía llegar a suponer una
competencia a su dólar como
moneda de reserva
y unidad de cuenta mundiales.»]
Martes, 1 de mayo
Tampoco estoy de
acuerdo con el profesor Paul Krugman al respecto de su último libro
¡Acabad ya con esta crisis! (End This Depression Now!) que se
publicará próximamente en
España, obra de
la que El País Negocios reprodujo un capítulo el pasado 29.4.2012. En un
punto del mismo
argumenta el autor que el fin del boom inmobiliario ha abocado a España a
una situación en
la que tiene que volver a la Industria, pero le es extraordinariamente difícil
debido a que la
industria española no es competitiva y, como España está en el euro, no puede devaluar, por lo
que la única opción para ganar esa competitividad radica en reducir los
salarios.
De entrada, queda
diáfana la consideración que el premio Nobel tiene de la Industria
española: sólo
puede competir rebajando salarios debido a que la productividad del sector
industrial del
Reino es tan baja que le impide ganar competitividad a través de esa vía. Con
eso estoy de
acuerdo: en términos medios, la productividad española es patética. Pero el
profesor obvia
totalmente que en España existen clusters, zonas de actividad y empresas,
donde eso no es
cierto, zonas y compañías que deberían ser potenciadas. Por otra parte
pienso que
supone retroceder décadas que un país del ámbito occidental base su
competitividad
en los niveles salariales ya que, por ejemplo, España nunca podrá competir en
salarios con,
por ejemplo, Marruecos.
¿Ganar
competitividad bajando salarios? Miren lo que dice Alessandro Benetton en una
entrevista que
el mismo medio publica unas páginas más adelante: «Pregunta. ¿Qué puede
hacer la
industria europea en un momento así? Respuesta. Ser práctica. Debemos cambiar
cosas si no
funcionan. Si tratamos sólo de competir con los costes laborales no iremos a
ninguna parte».
La realidad es más
peor: tan sólo algunas zonas en España tienen posibilidades de poder
competir en el
entorno internacional, y terrible sería para España que el euro se fuese al
traste
tal y como
parece desear el profesor Krugman, al menos este euro; el problema es que no
tenemos otro.
Terrible sería para España debido al paraguas que para España el euro supone; recuerden: el
40% subirían los costes en España si se reimplantase la peseta; ¿la razón?, la enorme
dependencia exterior de la economía española.
En otro punto
del capítulo el profesor Krugman habla de la burrada que supuso la igualación
de los riesgos
de todas las deudas públicas de los miembros de la eurozona una vez el euro
entró en
funcionamiento, y efectivamente, fue una burrada, pero burrada que se produjo
porque ése era
el único camino para que los excedentes de capital de Alemania, Francia,
Suiza, UK y
otros países, entre los que se encuentra USA, vinieran a los PIIGS, sobre todo
a
España, a fin de
obtener una rentabilidad que en sus países era imposible que consiguieran. La consecuencia de
eso fue que España y el resto de los PIIGS crecieron, mucho, muchísimo lo que supuso...,
¡un aumento espectacular de la importación de bienes y servicios procedentes de los países
que nos habían prestado! Los símbolos más simbólicos de ese proceso fueron el material rodante
del AVE y el Porsche Cayenne.
Es decir, el
euro se formó para favorecer el comercio y estabilizar Europa, y a los PIIGS
les dejaron
entrar para tenerles vigilados y para que fuesen fuentes de negocio; pero en el
caso de España,
por ejemplo, no haber entrado hubiese tenido consecuencias terribles porque la especulación
financiera internacional hubiese abrasado a España ya que el 65% de su comercio
exterior España lo realiza con Europa. Lo que no explica el profesor Krugman es
que a USA nunca le
hizo ninguna gracia el euro porque podía llegar a suponer una competencia a su dólar como
moneda de reserva y unidad de cuenta mundiales.
Tampoco, pienso,
el autor cuenta toda la película cuando habla de los aumentos salariales
habidos en
España. Cierto: en la década siguiente a la implantación del euro los salarios
ajustados a la
productividad en España aumentaron el 35%, pero ajustados a la inflación tan
sólo un 0,7%
anual. Y también cierto: en puridad los salarios monetarios no hubieran tenido
que crecer nada,
incluso tenían que haber decrecido porque la productividad española era
ridículamente
reducida, pero si eso hubiese sido así..., ¿quién hubiese adquirido las
viviendas
que se
financiaban con los créditos foráneos y quién hubiera adquirido los bienes que
en
cascada llegaban
a España desde el exterior?
Pienso que la
tendencia será justo la contraria: profundizar una coordinación entre divisas y
reforzar las
áreas monetarias, bien con monedas comunes, como el euro, bien con
vinculaciones a
una divisa marco: las economías dolarizadas de Latinoamérica, los convenios
monetarios entre
China y Japón. Y sí: con mucha intervención y mucha regulación; con mucho:
«Ud. tiene que
hacer esto para mañana porque es beneficioso para el grupo».
Pienso que nadie
se está suicidando, simplemente el modelo se está muriendo, y algo así
siempre tiene
consecuencias.
¡ESPAÑA 2015!
[«Todo el mundo
ha admitido que este año España decrecerá y cada vez más expertos asumen que
también lo hará el
año próximo.»]
Lunes, 9 de
julio
El gobierno del
Reino está diseñando medidas adicionales a los presupuestos del Estado que entraron en
vigor hace cuatro días; ¿por qué?, pues porque la recaudación ha descendido,
los gastos han
aumentado y la cantidad a pagar por intereses de la deuda pública ha crecido.
El resultado es
obvio: España no va a cumplir los objetivos de déficit que presentó a Bruselas hace un par de
meses, que Bruselas aceptó, pero que la misma Bruselas no creyó: en sus últimas
previsiones publicadas semanas después aumentó sensiblemente esos objetivos.
España tiene dos
problemas enormes que son la madre de todos sus otros problemas: por
un lado, no
crece; por otro, sus empresas, bancos, familias, ayuntamientos, regiones y el
mismo Estado
deben una enormidad de dinero.
El problema del
crecimiento es especialmente grave en el caso de España porque su
modelo
productivo es intensivo en factor trabajo y su PIB está basado en el medio y
reducido
valor añadido,
por lo que menos crecimiento supone más desempleo y no absorción del
desempleo ya
existente, y menos PIB implica menos base imponible sobre la que aplicar los
distintos tipos
impositivos.
La economía
española es muy rígida debido a que su tipo de actividad lo es: se acabó, por
ejemplo, el boom
de la construcción y, ¿con qué actividades ha sustituido España ese PIB
perdido? Pues
con ninguna ya que la economía española puede hacer lo que sabe hacer en
base al modelo
productivo que tiene desde hace décadas; y volvemos a los problemas
referidos.
Julio del 2012, ¿dónde está España? En un lugar bastante oscuro. La economía española
no crece: todo
el mundo ha admitido que este año España decrecerá y cada vez más expertos asumen que
también lo hará el año próximo. Si España no crece, no generará ocupación: el PIB español debe
crecer al menos al 2% para crear empleo neto, por lo que el consumo descenderá y
también lo harán las bases imponibles de los distintos impuestos; pero, a la
vez, crecerá el gasto
en concepto de prestaciones por desempleo; y más, a la vez, se reducirán los ingresos
correspondientes a la partida de Seguridad Social. Y todo ello generará en «los mercados» más
desconfianza e incertidumbre: la lectura que harán los mercados es que España va peor,
lo que supondrá que España deberá pagar más para que le compren la deuda pública que
emita o refinancie y que crezca la partida que ha de destinar al pago de
intereses.
Bien. España hoy
(como conjunto), ¿puede crecer más, puede hacer algo para aumentar su
crecimiento? La
respuesta es negativa: el grado de dependencia de España es enorme (el
50% de los
fondos que se prestaron para el ladrillo venían del exterior) y la capacidad de
España para
modificar su modelo productivo es marginal. Y si España no puede crecer, los
ingresos
fiscales en España no sólo no aumentarán sino que descenderán.
Entonces España,
como conjunto, tan sólo puede hacer tres cosas: recortar gasto público,
recortar gasto
público y recortar gasto público, lo que irá enterrando progresivamente a
España en un
pozo de mayor pobreza, desempleo creciente, desatención social en aumento y
retroceso macro
y microeconómico caracterizado por una situación enquistada de
subutilización
de unos factores productivos cada vez más obsoletos por las reducidas
capacidades de
inversión del tejido productivo español.
Ya saben: pienso
que ahora viene, a nivel mundo, una fase de estancamiento de un par de
años en la que
se irán implementando las medidas que se vayan diseñando y que conformarán el nuevo modelo
sistémico. ¿Y España?, ¿qué aspecto tendrá en ese 2015, momento a partir del que el
planeta comenzará una nueva andadura que en nada se parecerá a la pasada?
Tras dos años de
decrecimiento —de subidas de impuestos indirectos a fin de paliar en
algo la caída de
la recaudación, de recorte de gasto (percepciones por desempleo, pensiones,
subvenciones de
todo tipo, inversiones, mantenimientos y conservaciones; y de aumento del
paro y del
subempleo)—, el decorado que presentará la economía española pienso que será
bastante,
bastante gris, y con un añadido: muy escasas posibilidades para engancharse al
modelo en uso
que, pienso, será: el de la eficiencia, el de la productividad, personalizado
en la Europa de los
clusters.
Hoy pintan mal
las cosas para España, pero pienso que peor pintarán mañana. Y no, lo de
«Virgencita, que
me quede como estoy», ya no es posible.
DEJEMOS DE HABLAR
DE KEYNES
[«Lord Keynes fue
un megagenio, pero su papel terminó. Dejemos ya de hablar de él como si fuese
un faro salvador.»]
Martes, 10 de
julio
Pienso que hace
tiempo que se hubiese tenido que dejar de hablar de Keynes como el
referente que
serviría para sacar a la economía mundial de la crisis en la que actualmente se
halla; hace
tiempo que se hubiese tenido que dejar de utilizar sus razonamientos. Hoy, más
que nunca, es más
que esencial hacerlo.
Lord Keynes fue
un supergenio, un supergenio que vio que la crisis sistémica que había
estallado en
1929, fruto del agotamiento del modelo que se había puesto en marcha tras la
crisis sistémica
de 1873, no podía ser resuelta utilizando más de los mismos modos de hacer
que la habían
desencadenado, y diseñó el embrión de algo nuevo que se convirtió en las bases del que aún,
oficialmente, es nuestro modelo.
Ya sabemos lo
bien que en los años pasados nos fueron las cosas, y las perversiones en
las que se ha
caído a fin de continuar alargando un modelo que ya estaba tocado de muerte:
los Planes E,
las inyecciones de liquidez a bajo precio, las compras de deuda pública, la
rebaja de las
exigencias en la calidad de los activos que el BCE aceptaba como garantía de
los fondos que
prestaba... Ahora se dice que las 25 centésimas de reducción del jueves son
insuficientes.
Pienso que hubiese dado igual que la rebaja hubiese sido de 50 centésimas o de 100: el problema
de la economía mundial, de Europa, no es de tipos, sino de un volumen
impagable de
deuda total y de falta de lo que en nuestro modelo hemos denominado
«crecimiento» y
que supone que el PIB aumente y que toda la ciudadanía de un país
contribuya y se
beneficie de tal aumento.
Mientras el tema
de la deuda no se aborde no habrá nada que hacer: se irán poniendo
parches mientras
se pueda y cuando algunos álguienes hagan suspensión de pagos veremos
qué pasa. Y con
respecto al crecimiento pienso que se tiene que asumir que no todos en todas partes van a ser
necesarios para generar un PIB creciente a fin de que todo-vaya-a-más ya que las
cantidades de recursos de que se dispone son finitas.
Lo primero
supone, o bien hacer una cadena de quitas, o bien meter esas deudas
impagables en un
armario, cerrarlo y tirar la llave y dejar esa deuda residiendo en los balances
a fin de que
cuadren aunque sabiendo que nunca se va a cobrar. Lo segundo aceptar que
existe un
excedente de capacidad productiva que ahora es inútil debido a que ni hay
recursos
para continuar
fabricando al ritmo que se fabricaba ni capacidad de renta/endeudamiento para consumir, lo que
lleva a niveles de desempleo estructural muy, muy elevados.
Paralelamente,
esa postura individualista que tan bien ha funcionado en las últimas décadas
y tan útil ha
sido para crecer en los supuestos apuntados, ahora se ha tornado ineficiente y
peligrosa.
Cuando la Depresión estalló, los países hicieron lo que siempre habían hecho:
se
protegieron, y
el comercio mundial de todo se hundió, lo que contribuyó a enquistar la
Depresión. Ahora
se está yendo por el mismo camino, la diferencia es que ahora estamos en
una economía
postglobal y esa defensa no sirve de nada porque el capital salta fronteras del
mismo modo que
una langosta salta de un campo a otro, ya que conoce perfectamente cuánto
puede pagar un
país y hasta cuándo puede pagarlo.
Pienso que ni
hay vida fuera de una creciente coordinación monetaria, ni la hay inyectando
más anfetas en
el sistema, ni la hay intentando salvar a unos bancos a fin de que conserven la
misma estructura
que tenían hace décadas, ni la hay manteniendo una estructura monetaria
diseñada para
que el mundo fuese bien cuando ya no era así, ni la hay pretendiendo seguir con un modelo que ya
está muerto.
Lord Keynes fue
un megagenio, pero su papel terminó. Dejemos ya de hablar de él como si
fuese un faro
salvador. Punto y final.
* * *
No, de nuevo
pienso que el Profesor Krugman no atina (El País, 8.7.2012, pág. 17).
Dice el Dr.
Krugman que se
está argumentando que el euro no se romperá porque ello sería un desastre
para todos los
países que lo integran; y sí, pero no, no porque, pienso, es un enfoque
parcial.
La pregunta, ya
saben, debería ser: ¿quiénes ganan con la desaparición del euro? Está claro
quiénes pierden
y qué pierden con su desaparición, pero a los que ganan esas desgracias
podrían
importarles un rábano; por ello hay que ir al final y en el final nadie gana,
hoy, nada
con una
catástrofe en el euro. Absolutamente nadie.
* * *
Casualidad
casual. El gobierno del Reino quedándose afónico diciendo que este año España
cerraría sus
cuentas con un déficit del –5,8%. El pasado 11 de mayo la Comisión Europea
presentó sus
previsiones para España: –6,4% de déficit en el año en curso. Ahora, la misma
Comisión
autoriza a España, para el 2012, un déficit del..., ¡–6,3%! Y el gobierno de
España,
ni pío. ¡¡¡¡Por
favor!!!!
EL NUEVO MODELO
[«Eso, la
quimioterapia, es lo que empezaremos a ver a partir de septiembre-octubre.»]
Lunes, 30 de julio
Lo sucedido el
pasado día 26 en Londres pienso que no es una mera anécdota, un nuevo farol; pienso que es el
segundo acto de la puesta en marcha del nuevo modelo que ha de sustituir a éste, que aún es
el nuestro, ya roto y agotado.
Las palabras del
presidente del BCE, Mario Draghi: «El BCE hará lo necesario para
sostener el
euro. Y, créanme, eso será suficiente» ( El País, 27.7.2012, pág. 20),
pienso que
no son un nuevo
brindis al sol (observen el rostro de Mr. Draghi cuando las pronunció), pienso
que son el
pistoletazo de salida de lo que se va a poner en marcha en septiembre/octubre:
la
catarata de
medidas que conformarán la estructura del nuevo modelo. En los próximos meses
vamos a oír
muchas manifestaciones de esta guisa, por parte de Mr. Draghi y por parte de
otros pesos
pesados de la economía planetaria. ¿La caída de la prima de riesgo de España y
la subida del
Ibex del jueves 26?, meras anécdotas y efectos colaterales de la verdadera
intención: ni
importa la prima de riesgo de España ni importa el Ibex, lo que importa es esa
nueva
estructura, y bueno, «si en el camino nos embolsamos unos cuantos miles de
millones,
pues bien está».
(Por cierto, una
pregunta sí respondieron esas palabras del banquero central europeo: lo
que España e
Italia podían soportar: los precios que instantes antes del discurso estaban
pagando por sus
deudas.)
Pero Mr. Draghi
dijo más cosas: «En la medida en que las primas de riesgo dificulten el
funcionamiento
de los canales de transmisión de la política monetaria, caen bajo el mandato
del BCE» (misma
fuente). Claro, la pregunta evidente es, ¿por qué no dijo esto antes?, pues
pienso que
porque antes no había aún un plan de acción, un plan diseñado con bastante
detalle, y ahora
sí lo hay. Lo que permite al BCE cambiar de rumbo con un simple movimiento
de la palanca de
mando. Es decir, antes, en el modelo viejo, el BCE hacía lo que tenía que
hacer: perseguir
la inflación; ahora, de cara al nuevo, continúa haciendo lo mismo (lo que
sucede es que de
forma «natural» la inflación ha dejado de ser un problema) e incorpora una
nueva tarea:
convertirse en el Gran Inquisidor, perdón, Regulador, de los aspectos
financieros
europeos.
Más: «Los
mercados están minusvalorando los progresos europeos para una unión
bancaria y
económica más profunda» (misma fuente). Pienso que más claro el agua: aviso a
los mercados:
«Pst... Señores mercados. Los tiros ahora van por aquí: diseñar una nueva
estructura y
coordinar políticas: fiscales: presupuestos, impuestos..., y financieras: unión
bancaria,
normativas comunes. Lo de antes olvídenlo ya porque ya no está de moda».
«Todo esto está
muy bien —dice el del fondo—, pero, ¿cuánto se verá afectado el hombre
de la calle.»
Pues mucho. Todos estos diseños tienen que implementarse, tienen que
implementarse
con medidas concretas, es decir, diagnosticado el cáncer se dibuja una salida y se evalúa una
evolución, se diseña un tratamiento y se implementa una quimioterapia; eso, la
quimioterapia,
es lo que empezaremos a ver a partir de septiembre/octubre.
Y no olviden una
cosa. Cuando un enfermo comienza un tratamiento contra el cáncer lo
empieza para
curarse, evidentemente, pero es muy posible que durante el tiempo que esté
recibiendo ese
tratamiento se produzca un empeoramiento, o, si no, que ese enfermo se
encuentre muy,
muy mal. ¿Qué quiere esto decir?, pues que en los dos o tres próximos años,
mientras la
quimioterapia económica recetada vaya haciendo su efecto, es posible que,
incluso, se
perciba una degradación de la vida económica y social con respecto a ahora; a
ahora mismo: más
pobreza, más desempleo, menos capacidad de consumo, menos bienestar, degradación del
estándar de vida... Y un uso brutal e indiscriminado de la violencia por parte de «los cuerpos
de seguridad de los Estados» a fin de que nadie interfiera en la administración de tal
tratamiento, de tal quimioterapia.
Con un añadido:
el objetivo es un nuevo modelo en el que la eficiencia será la norma y la
escasez lo
habitual. El nuevo modelo traerá estabilidad y orden, pero que nadie espere que
se
vaya a volver a
«lo de antes» ni que en el 2032 un nuevo Jackie Brenston vaya a lanzar otro
«Rocket 88».
Cosas como ésas pienso que no van a pasar porque en el nuevo modelo no
sucederán cosas
como ésas.
Porque claro,
ahora vemos lo que se está haciendo en Europa, pero USA y Asia vienen
después: esto es
la Globalización.
(15 M + 15 S =
30 ¿QUÉ?)
[«Ahora nos ha
tocado vivir una transición y el Contrato Social va a ser uno de esos
damnificados.»]
Lunes, 17 de
septiembre
En marzo del
2007, el entonces presidente de la República Francesa, M. Nicolas Sarkozy,
manifestó,
argumentándolo, que era necesario un nuevo Contrato Social. Hubiese sido muy
interesante que
se hubiese indagado hasta los últimos razonamientos los motivos de esa nueva necesidad; posiblemente
ahora sabríamos mejor a qué atenernos, y qué es lo que hay tras doblar la
esquina.
La esencia de lo
que hoy se conoce como «Contrato Social» fue formulada por John Locke
y por
Jean-Jacques Rousseau cuando se estaba formando el embrión de la filosofía
sobre la
que se construyó
el Sistema Capitalista y cuando se puso en negro sobre blanco y con
nombres y
apellidos las definiciones de lo que sería la estructura del Sistema
Capitalista.
Aquello, cuando
se dieron las condiciones precisas, fue modulado por Roosevelt y por la
democracia
cristiana y la socialdemocracia, y se extendió, de uno u otro modo y con las
correspondientes
adaptaciones culturales, a todas las partes posibles del planeta para
manifestarse en
lo que hoy percibe el hombre de la calle: el Modelo de Protección Social y las
políticas
redistributivas. Eso es lo que M. Sarkozy (y otros con él) decía que había que
modificar.
Algo es preciso
tener muy claro antes de seguir con el tema: la protección social y la
redistribución
no las consiguieron quienes de ellas se beneficiaron, sino que las implantaron
los que ostentaban
el poder y porque era pertinente que los miembros de lo que ya era la
ciudadanía
tuvieran protección social, y porque también lo era que se redistribuyera la
renta,
porque si no el
sistema se hubiese paralizado, por lo que ese poder que ostentaban se habría
esfumado. Es
decir, el Contrato Social se plantea en los siglos XVII y XVIII, se diseña a
principios del XX, se
implanta a mediados de ese mismo siglo y se empieza a liquidar a finales de ese siglo porque la
necesidad que lo promovió ha desaparecido, ya que a quienes iba dirigido —los no propietarios
de los medios de producción (entendido este concepto en sentido muy amplio) —, habían dejado
de ser necesarios o cada vez lo eran menos.
El corolario de
tal desaparición fue el cuestionamiento de la democracia. Es muy
significativo
que fuese el Jefe de un Estado democrático el que pusiese en tela de juicio el
Contrato Social.
La democracia como sistema político —«un ciudadano, un voto»— estaba
indefectiblemente
vinculada a la suficiencia material de quien votaba, por ello la imagen de
libertad y
democracia llega a su máximo en el momento en el que cualquier ciudadano puede
tener acceso a
un BMW Serie 3, o a un traje de Armani, o a un Rolex Submariner, o a un
apartamento
completamente equipado.
Esa fase: la del
acceso ilimitado, es el momento en el que el Contrato Social ya es
manifiestamente
inútil para el poder, porque las condiciones que lo motivaron ya no existen. A
la ciudadanía se
le dieron pensiones, y prestaciones por desempleo, y una amplia educación a sus infantes y
jóvenes, y becas y ayudas, y una asistencia sanitaria universal, porque esa
ciudadanía era
necesaria para que produjese y consumiese cada vez más y pagase los
impuestos con
los que se financiaban las donaciones del Contrato Social; ese poder también
contribuía con
algo y por ello visualmente se mantenía la ficción de una reducida desigualdad
ya que los
beneficiarios del Contrato Social aceptaban el rosario de paraísos fiscales que
tapizaban el
planeta. Implícitamente los beneficiarios sabían que tenían que permitir que
todo
el mundo tuviese
la fiesta en paz porque de lo contrario podían perder lo conseguido. ¿Mayo
del 68? Tan sólo
unos jóvenes que no entendían ese maravilloso Contrato.
Cuando desde
principios de los 80 esa necesidad empezó a desaparecer, las bases sobre
las que se
sustentaba el Contrato Social empezaron a tambalearse. La cosa siguió porque su
masa era
gigantesca y la inercia imparable, pero cada vez más voces, tímidas y no tanto,
fueron
cuestionando los principios del acuerdo, y los recortes fueron llegando de
forma
inapelable. El
problema, no obstante, era evidente: sin empleo no había consumo-de-todo ni
beneficios, por
lo que, llegados los 2000, se dio la última vuelta de tuerca al Contrato
Social:
ya daba igual
que se necesitase mucho o poco factor trabajo, por lo que el acento dejaba de
estar en la
remuneración del mismo y podía ponerse en el mero acceso: concediendo
capacidad de
endeudamiento a esos beneficiarios se capturaban sus posibles rentas futuras,
se colocaban los
excedentes generados donde fuese, y se conseguían ciudadanos felices que
no protestaban
frente a los recortes y las crecientes desigualdades en la distribución de la
renta. En ese
instante M. Sarkozy pronuncia su alegato y la precrisis hace su aparición dando
la razón al
mandatario francés y poniendo de manifiesto que la protección social era
insostenible y
la redistribución de la renta inútil porque ya no todos sus beneficiarios son
necesarios.
¿Ahora?
Partiendo de la base de que las revoluciones no están de moda y de que los
instrumentos
represivos del poder son inimaginables, las posibilidades de revertir el
proceso
son más bien
escasas. (Curiosa la lista de ministerios en los que, según anunció M. Hollande
en su entrevista
televisada, no se producirán recortes: Educación, Justicia e Interior.)
Aquello que se
denominaba Contrato Social está muerto porque el escenario que lo propició
es otro, y en el
actual no hay sitio para acuerdos entre individuos, sino para determinación de
prioridades por
parte de grupos de poder. Suena fatal, ya, pero ni tiene que ser
necesariamente
terrible: dependerá de los lugares a los que se quiera llegar; tampoco hay
posibilidad de
que sea de otra manera. En el siglo XIV, un momento en el que las revoluciones
sí estaban de
moda, una oleada de revueltas campesinas recorrió Europa, y los campesinos
fueron
masacrados, pero aquello contribuyó al nacimiento de los Estados, otra cosa que
hoy
está en crisis
porque también ha dejado de ser necesaria.
Cada parte de la
Historia ha sido de una manera, y las transiciones entre esas partes
siempre han sido
tensas, mucho, y en ellas siempre ha habido damnificados. Ahora nos ha
tocado vivir una
transición y el Contrato Social va a ser uno de esos damnificados. En la última
transición el
pueblo, la ciudadanía, fue a mejor; ahora a ese pueblo, a esa ciudadanía, le va
a
tocar ir a peor,
y por una sola razón: porque en esas circunstancias cambiantes menos
cantidad de ese
pueblo, de esa ciudadanía, es necesaria.
No hay más; ni
hay menos.
SEIS MILLONES
EUROPA 2012
[«No es una “W”
sino una “L”.»]
Viernes, 21 de
septiembre
Otra vez vuelve
a hablarse de la «W». Ya saben lo que pienso: se estaba cayendo porque el
modelo se agotó;
entonces se vio que aún podía hacerse el último negocio a la vez que se
daba esperanzas
a la clase que está desapareciendo: la media, y se inventaron los Planes E;
pero un año y
medio después la bola de esos planes ya era ingobernable, y se les puso fin y
se sacó del cajón
la motosierra; y nos pusimos a trampear hasta que ya ná-de-ná.
Pienso que no es
una «W» sino una «L» en la que ha habido una pequeña inflamación.
Alemania está
estirando lo que ya no da más de sí, otros ya ni eso. Y por aquí diciendo que
la
solución está en
las exportaciones a pesar de que todo el mundo está peor y el endeudamiento agotado. Como no
vendamos a Marte...
Ahora alguien
(además del Profesor Krugman) volverá a hablar de reactivación, de la
necesidad de
reactivar: para que aumente el consumo, y las empresas contraten factor
trabajo, y la
recaudación crezca y los Estados puedan atender sus necesidades que son las de sus ciudadanías.
Y hasta tal vez haya alguien que resucite «los brotes verdes».
Vamos a ver, no
se puede reanimar algo que ya está muerto, y en el caso del PIB es
imposible
fabricar cosas que nadie puede comprar porque no tiene con qué pagarlas. El
crecimiento de
los años que median entre 1992 y el 2006, y sobre todo en el periodo 2002-
2006, se
consiguió porque no se miraron los recursos que se gastaban y porque nadie se
preocupó en
averiguar si quienes consumían iban a poder pagar lo que se les estaba
suministrando.
Cuando la capacidad de endeudamiento de Estados, empresas, familias,
regiones y
ayuntamientos llegó a su límite físico, se acabó. Y en éstas estamos.
Quienes aún
tiran, lo hacen porque se les sigue sosteniendo (USA), porque aún tienen
pedidos de fuera
(Alemania), porque no han agotado aún la capacidad de endeudamiento que se les concedió
(Brasil), porque su diversificación les permite seguir con un zapato y una
alpargata
(Francia). Expectativas tienen cuatro: los países que deben poco, no dependen
financieramente
del exterior y tienen pasta (países árabes con petróleo, gas y fondos
soberanos),
Escandinavos, Japón, e Inglaterra por su capacidad de inventar filosofías y
descubrir
caminos, y poco más.
No es una «W»,
es la continuación de la caída que se manifestó en el 2007 y a la que se
quiso poner
remedio haciendo cheques de una cuenta en la que ya no quedaba saldo y
creyendo que aún
era posible el café para todos. Y no.
El ajuste fino
pone de manifiesto lo que siempre se ha sabido: que había varias Europas, al
menos dos, y que
eso va a seguir yendo a más hasta que se dé el paso a la Europa de los
clusters: una
nueva estructura para un nuevo modelo.
Pero para eso
aún falta y mientras hay que seguir manteniendo la ficción de que con
ajustes y
recortes se va a poder pagar lo que se debe. (¿Quién se extraña de que en
España
no descienda el
déficit a pesar de recortar y recortar lo ya recortado y a pesar de que se siga
recortando?
España decrece, por lo que cada vez genera menos.)
Y continúa sin
hablarse de la deuda. (Será que aún no toca.)
CRÓNICA DE UNA
MUERTE ANUNCIADA
[«Cuando lleguemos
al 2020 podremos ver lo que en verdad han decrecido de forma acumulada las
economías
mundiales.»]
Martes, 25 de
septiembre
Ya: Gabriel
García Márquez, 1981; pero tomo prestado el título porque se adapta como un
guante a su mano
al debate que el pasado miércoles 12 tuvo lugar en el Parlamento del Reino
entre el Sr.
ministro de Economía y el Sr. Alberto Garzón diputado por IU-ICV-CHA. El
País
del día 13
publicaba, en su pág. 21, una crónica que compendiaba muy, muy bien lo que
sucedió en el
hemiciclo.
A resaltar esta
frase del Sr. De Guindos: «Si no se consigue en los próximos trimestres una
modificación de
la situación de los últimos cinco años será imposible que se sigan manteniendo las prestaciones
sociales». Mi lectura es simple: ¿es previsible que en los próximos cuatro o cinco trimestres
la economía española alcance una situación semejante en cuanto a crecimiento
(independientemente de su calidad) y de acceso al crédito (con independencia de que fuese
sostenible) semejante a la existente en el 2007?
La respuesta a
esta pregunta, pienso, es absolutamente negativa porque es totalmente
imposible que
sea positiva, ya que España no va a volver a crecer como creció, luego lo que
el Sr. Ministro
estaba anticipando, fuese de forma consciente o no, es, si no la desaparición,
sí
un menoscabo
profundo del Modelo de Protección Social que se ha conocido en España, y
también que sus
prestaciones no van a volver porque tal imposibilidad, pienso, va a continuar.
Es decir, España
y su ciudadanía deben ir olvidándose del Modelo de Protección Social que
han conocido
porque jamás su economía va a volver a «lo de antes», condición sine qua non
para mantener el
nivel pretérito de prestaciones.
Continuó el Sr.
Ministro, en respuesta a una intervención del Sr. Diputado: «Me dice que
deje caer los
bancos y que vaya a rescatar a los ciudadanos. Es una frase simple, sencilla y
con cierto tinte
demagógico. Pero cuando en la historia económica mundial se ha dejado caer
el sistema
financiero, como en la Gran Depresión, las caídas del PIB no fueron del 3% o
4%,
sino del 20% o
25%, por la desconfianza brutal en el sistema». Ahí el Sr. De Guindos pienso
que no atinó: en
el 29 no se dejaron caer los bancos, simplemente era imposible sostenerlos
porque ni
existían instrumentos para ello ni se era consciente de lo que podía suceder si
los
bancos caían.
Recuerde el Sr. Ministro que grandes financieros y hombres de empresa, gente
a la que
posiblemente de haber nacido en aquella época él habría admirado, eran
partidarios
de fiarlo todo a
la Mano Invisible y de no intervenir en absoluto en la economía.
Además, las
caídas del PIB que se produjeron y que efectivamente fueron del calibre
manifestado por
el ministro, se produjeron porque no se dio ningún elemento compensador en
la economía
porque, pura y simplemente, no existían tales elementos. Lo de la desconfianza
llegó después,
ya que en aquella época se daba por supuesto que las cosas siempre
acababan
funcionando, máxime si consideramos que en la Depresión no se dio un proceso de precrisis como
el que, entre el 2007 y el 2010, en esta crisis se ha producido. ¿Caídas del
20%? Cuando
lleguemos al 2020 podremos ver lo que en verdad han decrecido de forma
acumulada las
economías mundiales.
El argumento
que, pienso, debería haber utilizado el Sr. De Guindos tendría que haber sido
otro, otro más simple:
no se deja caer a los bancos porque si cayeran se originaría un pánico y
lo que se ha
decidido evitar a toda costa son colas ante las oficinas bancarias.
El Sr. Alberto
Garzón dijo que el esquema que se está siguiendo «[...] no va a funcionar
porque parte de
premisas erróneas que conducen a un modelo de sociedad con más
desigualdades,
con miseria y con estallidos sociales por las imposiciones que nos dejan sin
futuro». Cierto:
como en los próximos trimestres ni España, ni ninguna otra economía, va a
regresar al
2007, cabe esperar un aumento de la pobreza y la desigualdad, pero esto no será
debido al
rescate de los bancos. El Sr. Garzón recordará que desde los 1980s cada vez se
precisa de menos
factor trabajo y que la redistribución de la renta dejó de ser necesaria, razón
por la cual la
clase media está desapareciendo, ya que ha dejado de ser necesaria. O sea que sí: más pobreza
y desigualdad y con un Modelo de Protección Social en retroceso; ahora bien, lo de que vayan
a producirse estallidos sociales...
De entrada las
revoluciones ya no están de moda, y por otro lado hoy el poder cuenta con
una serie de
subestructuras y elementos designados para prevenir, controlar y desactivar
posibles
conflictos sociales. Todos los cuales en los años 30 ni siquiera entraban en la
imaginación de
autores de SciFi, por lo que pienso que, salvo conatos espontáneos, no son
esperables
excesivas algaradas, muy pocos motines (si es que alguno llega a producirse) y
ninguna asonada.
Se revuelve quien nada tiene que perder; y pienso que siempre se
mantendrán unos
mínimos cuya posible pérdida causará suficiente temor como para diluir
ansias
reivindicativas.
Dijo también el
Sr. De Guindos que «si no hay crecimiento económico, habrá muchos
problemas para
la sostenibilidad de la economía española»; ciertísimo, y ahí radica uno de los
dos
superproblemas de España: su economía no crece. Crecen algunas zonas, ciertas
áreas,
pero en su
conjunto España no crece: las previsiones del FMI publicadas a finales de julio
apuntan a que
España no va a crecer más del 1,7% en el 2017, y España debe crecer como
mínimo al 2%
para crear ocupación neta. Más desempleo, menos recaudación fiscal, más
deuda pública.
¿Sostenibilidad?, ¿qué sostenibilidad? (El otro superproblema es la
imposibilidad de
que España pueda pagar todo lo que debe.)
Y añadió el Sr.
Ministro: «Esa situación dio lugar a movimientos absolutamente extremistas
que llevaron a
la Segunda Guerra Mundial». Quiero suponer que el Sr. De Guindos no estaba
especulando
sobre la posibilidad de la III Guerra Mundial. En términos políticos la
situación de
hoy en nada se
asemeja a la existente en 1939; en segundo lugar, el sustrato ideológico que
llevó a que
alemanes y franceses, japoneses y estadounidenses se matasen entre sí hoy
brilla
por su ausencia
(y que se maten ciudadanos de África y se destruyan puentes de cañas no
genera PIB); en
tercero, en una guerra, hoy no habría ni vencedores ni vencidos. Estaría bien
que alguien le
preguntase al Sr. Ministro por qué mentó la guerra en el Parlamento.
Interesante:
lean el texto.
PRESUPUESTOS 2013
[«Los recortes
(...) no llegan para pagar a la bestia negra que ahora tiene España sobre su
cabeza.»]
Martes, 2 de
octubre
El de hoy parece
el título de una peli, y es que pienso que los presupuestos que el gobierno
presentó el
pasado jueves se parecen mucho a una peli.
Veamos. Como
saben, el dato megasuperfundamental de cualquier presupuesto es la
evolución que se
espera van a tener los ingresos, es decir, en el caso de un Estado y para sus
presupuestos
anuales, el crecimiento que se estima va a tener la economía el próximo año
porque ése es el
padre de los ingresos públicos con que se va a tener que pagar el gasto
público sea éste
de la cuantía que sea.
Pues bien, ese
dato megasuperfundamental que el gobierno ha tomado para confeccionar
esos
presupuestos es pura economía ficción, pero de la mala. El gobierno ha
elaborado los
presupuestos del
Reino para el 2013 suponiendo que el crecimiento del PIB de España en ese año va a ser del
–0,5%, cuando eso no lo comparte absolutamente nadie.
La CEOE, ¡la
CEOE!, prevé el –1,6%; el BBVA el –1,4%; el FMI el –1,2%, y eso lo dijo el
26 de julio,
veremos lo que dice esta semana cuando publique unas previsiones que Mme.
Lagarde ya dijo
que serían peores; ¿seguimos? Funcas el –1,5%. Es decir, los presupuestos
del 2013
elaborados por el gobierno están suponiendo un «crecimiento» entre el doble y
el
triple de lo que
se ha dicho que va a ser. (¿Qué pienso yo?, que va a ser incluso más bajo
porque en el
2013 todas las economías en general y la economía española en particular van a
sufrir los
efectos de la quimioterapia que desde ya se va a administrar a fin de atajar el
cáncer
que las está
afectando.)
Bien, más
decrecimiento, menos actividad económica, y menos ingresos públicos, luego si
todo apunta a
que los ingresos van a ser menores que los presupuestados, el pacto de sangre
sellado con los
mercados vía Frankfurt y Bruselas para alcanzar –4,5% de déficit en el 2013
no se va a
cumplir..., a no ser que nuevos recortes se añadan a los recortes el viernes
anunciados en la
presentación de los presupuestos. Pero aún hay más.
Los recortes
recogidos en el presupuesto de gastos del 2013 y dejando al margen que,
nuevamente,
vuelve a obviarse un análisis pormenorizado y exhaustivo de si las cantidades
que ahora se están
gastando se están gastando eficientemente, no llegan para pagar a la bestia negra que ahora
tiene España sobre su cabeza: lo que debemos a los mercados por habernos comprado la
deuda pública que emitimos para cubrir un déficit galopante que ocasionaron cosas como el
Plan E, el cheque bebé y la devolución de los 400 euros: 38.590 millones de euros.
En consecuencia
la mayor parte del incremento de ingresos que se ha presupuestado
recaudar va a
tener que ser aplicada al pago de esos intereses, y ello, no olvidemos,
teniendo
en cuenta que se
ha partido de un «crecimiento» de la economía que puede calificarse de
irreal.
Claro, la
pregunta es, teniendo en cuenta que España lleva meses monitorizada y vigilada,
¿se van a creer
los mercados esos presupuestos? Pienso que los mercados ya han dado su
bendición a esos
presupuestos, es decir, que cuando el jueves fueron presentados los
mercados ya les
habían dado su visto bueno. ¿Cómo es ello posible?, pues porque, pienso,
esos
presupuestos son de pura transición.
Lo que ahora se
está discutiendo es el rescate de la banca española, cómo se hará, con
qué importe se
hará y cómo se contabilizarán los activos que salgan de los balances de los
bancos, y las
conclusiones de esas discusiones parece ser que van a durar. Y cuando acaben
éstas empezarán
las del segundo rescate: el de la deuda pública. Pienso que España tenía
que presentar un
tarugo de papel en el que hubiera unas cuentas que cuadrasen, en el que se
reconociese que
se debe lo que se debe y que se va a pagar y donde estuviesen recogidos
recortes y el
reconocimiento de que hay problemas para pagar las pensiones (recuerden: se
va a tener que
recurrir a las reservas), y todo ello se ha cumplido con creces.
Luego, cuando el
rescate de la banca esté diseñado y todo quede clarito, y la pasta haya
llegado a los
bancos destinatarios, ya se ajustarán los presupuestos a la «nueva realidad».
¡Y vaya si se
ajustarán!
(Por cierto, la
revisión del déficit del 2011 anunciada el sábado: 9,44%, ¿será la última? Lo
digo porque si
todo lo que se ha hecho este año va a servir para bajarlo hasta el 7,4%, ¿se
imaginan lo que
habrá que hacer para llegar al 4,7% el que viene?)
* * *
Ha dicho Mr.
Mario Monti: «No me presentaré a las elecciones, pero si después de esos
comicios se
diese una circunstancia en la que crean que yo pueda ser de ayuda, estaré allí»
(El País,
1.10.2012, pág. 5). Una mayoría ha interpretado la frase como un posible
puenteo a
las elecciones
italianas de primavera, tal vez; pero, pienso, existe otra posibilidad: que la
situación
económica se degrade tanto, pero tanto, que nuevamente haya que llamarle a él
porque sea la
opción menos mala; por ello informa de que estará allí.
¡USTEDES SON FORMIDABLES!
[«El Estado (...)
cada vez va a poder atender menos necesidades urgentes y perentorias del
creciente número de
necesitados.»]
Martes, 13 de
noviembre
Los más antiguos
recordarán el programa; quienes no, sí, posiblemente, recuerden el
fallecimiento,
hace poco más de dos años, de Alberto Oliveras, su diseñador y conductor. El
espacio nació en
1960, en la SER.
Ese programa hoy
hubiera sido calificado de «solidario». Buscaba aportaciones para
«buenas obras»,
para situaciones dramáticas que no podían ser cubiertas por un Modelo de
Protección
Social que en España entonces estaba en pelotas, ni por un Estado que acababa
de poner en
marcha un plan de estabilización para sanear los efectos de más de diez años de
autarquía
franquista.
¡Ustedes son formidables! apelaba a las conciencias individuales, ya
que la colectiva se
hallaba
castrada, y lo hacía llamando a la puerta de los bolsillos de cada cual según
sus
posibilidades,
pero esperando siempre la llamada del potentado especial, del magnate. Hoy he recordado aquel
programa al leer sobre esa madre y esa hija fallecidas en Astorga, en la más completa soledad
y el más profundo desamparo; la una, ¿«por edad»? La otra, por falta de atención. Y he
seguido acordándome al leer que las regiones van a aplicar nuevos
recortes/incrementos
de impuestos sobre los ya aplicados que, a su vez, recortaron lo ya
disminuido y
congelado.
¿Por qué he
recordado ese programa?, pues porque pienso que nos hallamos muy cerca
de que una
emisora de radio (o un canal de TV, o una web, aunque no veo la TV en el papel)
reedite ¡Ustedes
son formidables!
Tendría toda la
lógica del mundo, toda. El Estado, acogotado por una deuda pública cuyos
intereses se van
a llevar el año que viene el 25% del presupuesto de gastos, ¡y subiendo!,
cada vez va a
poder atender menos necesidades urgentes y perentorias del creciente número
de necesitados
que van a ir quedando desatendidos, a la vez que regiones y ayuntamientos
van viendo cómo
sus ingresos se reducen a la vez que sus deudas propias ahí continúan. Pero
es que hay más.
E l ¡Ustedes
son formidables! original fue puesto en marcha en un momento social y
económico
durísimo, pero con las expectativas por las nubes: casi nadie tenía de nada y
todo
estaba por
hacer; al revés de ahora, cuando la tendencia es ir a menos, menos, menos,
viniendo de un
momento esplendoroso en el que constantemente se decía «España va bien».
Claro que es
posible que aunque alguna emisora de radio o canal de TV o web tuvieran la
idea de reeditar
el programa, desde las alturas llegase la indicación de que mejor no hacerlo
debido a la mala
imagen internacional que las tragedias personales de la ciudadanía española transmitirían.
Y ya se sabe
que, prácticamente siempre, una imagen vale más que mil palabras.
EUROPA DESPUÉS DE
LA CRISIS
[«Recuerden: ésta
es una crisis postglobal, y para salir de ella hay que utilizar otro modo de
hacer las cosas; recuerden:
es sistémica.»]
Lunes, 26 de
noviembre
Como sabrán
ustedes la última semana de octubre tuvieron lugar en Berlín una serie de
reuniones sobre
el tema recogido en el título de estas líneas organizadas por el Instituto de
Gobernanza
Nicolas Berggruen. No, no me invitaron a asistir, si lo hubieran hecho hubiese
dicho lo que
ahora leerán, con la posible ventaja de que, como no fui, no tengo límite
alguno de
posible
confidencialidad o de reserva de autoría, por lo que puedo contárselo tal cual.
Europa después
de la crisis. Mmmmmmm... Eso supone asumir que ya se ha salido de la
crisis, que el
planeta entero ha salido de la crisis; recuerden: ésta es una crisis
postglobal, y
para salir de
ella hay que utilizar otro modo de hacer las cosas; recuerden: es sistémica. Es
decir, para
abordar un posible escenario postcrisis hay que haber salido de la crisis y
tener en
marcha un nuevo
modelo económico. Veamos.
Salir de la
crisis todo el planeta: que todo el globo haya superado las limitaciones y
disrupciones que
han llevado a la crisis. Imposible porque no todas las compañías, no todas
las áreas
económicas, cuentan con los medios para mejorar su eficiencia lo que será
necesario; ni
todas las compañías ni todas las áreas económicas serán necesarias en ese
nuevo escenario.
Nueva forma de
hacer las cosas: un nuevo modelo económico y social expandido a todo el
mundo. No lo
veo, por lo anteriormente dicho y porque un modelo de funcionamiento, de
direccionalidad
única, es lo que hasta ahora hemos tenido: así ha sido nuestro modelo y ya ven cómo ha acabado,
por lo que, pienso, que el modelo será único pero de geometría variable, de perfil quebrado,
y de multivelocidad o de plurivelocidad, como prefieran.
Es decir,
asumiendo que la actual crisis sistémica tenga una duración semejante a
anteriores
crisis sistémicas que en el planeta ha habido, entre el 2020 y el 2023 el
planeta
habrá salido de
esta crisis —no sólo Europa— y ese planeta estará funcionando con un nuevo
modelo fraccionado
y fraccionador. ¿Qué puede esperarse de una Europa así?
Pienso que algo
radicalmente diferente a lo que ahora vemos si nos asomamos a la
ventana. Pienso
en una Europa en la que clusters y sus zonas de influencia configuren unos
ejes de colaboración
y unas redes de coordinación, una retícula en la que la estructura jurídica
de los Estados
se haya diluido —o se vaya diluyendo— y donde las grandes corporaciones
hayan
reemplazado a esos Estados en el desempeño de gran número de funciones.
Lo que hoy
entendemos como política monetaria, fiscal, social, sanitaria, educativa...,
pienso que se
hallarán coordinadas y administrados sus recursos de forma eficiente en un
entorno en el
que la escasez será la norma y no la abundancia como hasta ahora lo ha sido.
Pienso que «la
vida» estará más regulada, mucho más. Y que si vivir bien se asimila a
cambiar de Lexus
cada año, se vivirá peor de lo que se ha vivido.
El desempleo
estructural será elevado porque menos factor trabajo será necesario, y el
empleo de factores
productivos y de recursos en general será menor porque la mayor
productividad
reducirá el consumo de recursos; y la escasez hará aumentar el ahorro de tales
recursos.
Una Europa
postcrisis bastante diferente a la hasta ahora vivida, sí, y en la que la clase
media mengüe día
a día y donde el empobrecimiento mayoritario sea la norma, calificado de
«decrecimiento
inteligente o programado», o no. Y donde la gente calle y aguante porque las
revoluciones ya
no estarán de moda y porque, por seguridad, se va a saber hasta la hora a la
que vamos al
lavabo.
O sea que no,
que aunque lo lógico pudiera ser la reedición de París 1870, eso no va a
suceder porque
no va a tocar.
* * *
En línea con lo
anterior está lo que se está filtrando sobre lo que exige Bruselas a cambio de
las «ayudas» a
la banca española. Quitemos las comillas. Mientras España fue bien y Europa
mejor nadie
habló de un tema del que ahora, aunque de otro modo, empieza a hablarse: el
exceso de
capacidad.
Cuando el
objetivo era hacer negocio, mucho, ni sobraban Bancos, ni Cajas, ni Oficinas,
ni
nada que
contribuyese a hacer negocio; pero ahora que cada vez hay menos negocio —
rentable— que
hacer y muchos son los candidatos a hacerlo, hay que reducir el número de
quienes pueden
hacerlo, y la vía es obvia: quienes «no estén bien» (¿o habría que decir
quienes están
menos mal?); teniendo en cuenta que ya está asumido que ninguno de esos
«quienes» tienen
que quebrar.
En España, y en
más sitios, se va a ayudar a la banca, con el excedente de bits financieros
que hay
pululando por ahí, y el resultado será la eliminación de posible competencia
por parte
de los
ayudadores, al tener que reducir su volumen, su tamaño, su horizonte geográfico
de
negocio, sus
posibilidades... Recuerden: una deuda no significa nada mientras no se exija su
devolución o se
dude de la capacidad para devolverla.
Reducir el
exceso de capacidad, OK, pero pienso que será más que eso: la laminación de
las
posibilidades de un sistema bancario; algo que va bastante más allá de un
simple
saneamiento.
FUERZA DE TRABAJO
[«No es cierto que
la caída de los salarios medios sea temporal: es una tendencia que no tiene
marcha atrás, ni en
España ni en
ninguna parte.»]
Viernes, 21 de
diciembre
Cuesta encontrar
hoy en uso el concepto que figura en el título de estas líneas, pero ahí está
porque siempre
estuvo; lo que sucede es que hoy es un concepto feo lo que lo convierte en
políticamente
incorrecto, máxime cuando ha cambiado bastante, sobre todo en los países
desarrollados,
su finalidad.
La OIT acaba de
publicar el informe de salarios 2012/2013; vayan mirando:
http://www.ilo.org/global/research/global-reports/global-wagereport/
2012/WCMS_195244/lang--es/index.htm. Resumen del resumen: el poder adquisitivo de
los salarios
está disminuyendo, más en los países desarrollados, y, paralelamente, está
disminuyendo su
peso en el PIB. ¿Por qué está sucediendo esto?
Desde la noche
de los tiempos, y salvo momentos muy, muy concretos, el factor trabajo se
ha encontrado en
un segundo término. Desde 1820, desde que comenzó el Capitalismo, el
primer término
lo ocupa el capital, pero antes lo ocupó la clase comerciante-manufacturera,
antes la nobleza
terrateniente, antes la oligarquía militar.
En términos
políticos la representatividad del factor trabajo es muy, muy reciente y muy,
muy limitada;
cierto: antes era nula. El «una persona, un voto» fue inventado cuando el pleno
empleo del
factor trabajo garantizaba una reposición continuada y al alza del PIB
generado,
todo ello muy
bien engrasado por un Modelo de Protección Social que se financiaba a sí
mismo; es decir,
la democracia fue necesaria para que el trabajador, el generador de PIB, se
sintiese
partícipe en ausencia de tensiones: al otro lado del Elba no se votaba. Antes,
los votos se compraban y masantes
no se votaba porque se asumía e imponía que quienes ostentaban el poder lo
recibían de Dios o lo habían obtenido a sangre y fuego.
¿Qué sucede hoy?
Pues que, 1) cada vez hace falta menos factor trabajo para fabricar lo
que haga falta
en las cantidades que haga falta; por lo que 2) la oferta de trabajo es
superior a
la demanda,
máxime teniendo en cuenta que, 3) la tecnología productiva cada vez es más
barata, más
sofisticada y más sencilla de utilizar, y que 4) en el planeta existe un exceso
de
liquidez que
permite pagar por ella lo que sea necesario, ya que 5) lo importante va a ser
contar con los
elementos precisos para moverse en un entorno de escasez.
Que el precio
del trabajo haya perdido poder adquisitivo indica una cosa: que ese factor es
necesario en una
medida cada vez menor y cada vez más especializada y en momentos más
concretos; por
lo que pienso que no es cierto que la caída de los salarios medios sea
temporal: es una
tendencia que no tiene marcha atrás, ni en España ni en ninguna parte,
incluso
suponiendo una caída enorme de la población activa.
¿Que eso tiene
unas consecuencias sociales enormes?, ya. Esto, de hecho, ya no
correspondería
sólo a un cambio de modelo, que también, naturalmente, sino que iría mucho
más allá,
entroncando con un nuevo sistema económico en el que los planteamientos
estructurales
serían totalmente nuevos.
De momento,
pienso, el poder adquisitivo de los salarios medios continuará cayendo. Y lo
sucedido en
España en relación a la filtración sobre una teórica y no confirmada propuesta
de
una entidad
financiera para reducir hasta el 50% de los salarios, no es más que penúltima
manifestación de
lo dicho.
AÑO NUEVO
Lunes, 31 de
diciembre
Ya saben lo que
pienso: el 2013 está muerto. ¡Feliz 2014!
2013
SUPERAR EL 2013
[«En el 2013
España va a continuar con sus dos problemas: continuará sin crecer y seguirá
sin poder pagar todo lo que
debe.»]
Miércoles, 2 de
enero
La idea de
partida está clara: el 2013 está muerto, vale, pero habrá que superarlo como se
superan todos
los años.
El 2013 está
muerto porque es absolutamente imposible que el planeta en general y
cualquier país
en particular supere en un año los desequilibrios a los que ha llegado y que
gestione la
deuda que arrastra.
En el 2013 no se
va a crecer, o se crecerá muy, muy escasamente, en cualquier caso de
forma
insuficiente para revertir la situación en que se lleva inmerso desde hace más
de cinco
años. Algunas
zonas, incluso, decrecerán debido a su descuelgue del proceso de rediseño de
procesos ya
superados y a su dependencia de caminos ajenos a su propia capacidad
económica.
Piensen en España: en este año que ahora comienza aún se agudizarán más las
preguntas sobre
la sostenibilidad de las diferentes regiones.
Volvamos al
título: «Superar el 2013»: superar los efectos de la quimioterapia que ya se
está aplicando:
las medidas para transitar de un modelo agotado a otro nuevo: saneamiento
bancario, unión
bancaria europea, acuerdos sobre déficit estructural, abordar los excesos de
capacidad de
oferta en relación a una demanda que jamás volverá a ser como fue...
En el 2013
España va a continuar con sus dos problemas: continuará sin crecer y seguirá
sin poder pagar
todo lo que debe a no ser que pague precios crecientes y tan sólo para
aquellas deudas
que estén soportadas por acreedores dispuestos a refinanciaciones y
prórrogas; pero
con una recua infinita de proveedores en espera de las Administraciones
Públicas, de
Juanes Españoles que no podrán hacer frente a sus deudas y que contribuirán a
que la tasa de impagadosidad
siga aumentando..., con los efectos que ello tendrá sobre la
banca.
En el 2013 aún
se pondrá más de manifiesto que España, como conjunto, no es viable, a
pesar de que
políticos en el gobierno hagan constantes referencias a brotes verdes, luces al
final de túneles
y señales alentadoras; lo que llevará —en gran medida impulsado por
«Bruselas»— al
replanteamiento de la sostenibilidad zonal, al margen de la política.
Pero no
olvidemos el título de estas líneas: «Superar el 2013». Tras el estallido de la
crisis
lo deseable
hubiese sido mover todo, cambiar todo, muy rápidamente, lo que era y es
imposible: por
demasiado grande, por demasiado complejo.
El 2013 pienso
que va a ser un año de esperar y ver; de ir aplicando las medidas que se
han diseñado y
las que se irán diseñando; de estudiar los movimientos a realizar; teniendo muy claro que el
proceso no seguirá el ritmo de un galgo sino el de un gato: eficiencia, en la
escasez.
Sólo hay que
desear que se haga bien, al margen de políticos —y al margen de cualquier
color político—,
que sólo piensen en un horizonte de cuatro años; aquí, y en todas partes.
SEIS MILLONES
[«También pienso
que, de una p. vez, habría que conocer cómo se distribuye el empleo y el
paro en España, pero de
verdad.»]
Jueves, 17 de
enero
Podía leerse en
la portada de El País del 30.12.2012: «Rajoy, contra el fantasma de los
seis
millones de
parados».
La cifra de seis
millones de desempleados se ha convertido en la nueva barrera a no
traspasar, al
igual que pasó con los cuatro y los cinco millones. Pienso que ya no hay líneas
rojas y que el
número de parados ha pasado a ser «un algo» que es función de variables que
nadie controla;
aunque, puestos, controlables lo son, pero nunca por un país en solitario y
siempre
asumiendo las consecuencias.
De entrada,
continúo pensando, hay que aceptar cosas: que la estructura del PIB español
es, en términos
generales, muy intensiva en actividades que ocupan a mucho factor trabajo; si
esas actividades
desaparecen y no son sustituidas por otras que precisen tanto factor trabajo
como aquellas que
desaparecieron, el desempleo que su desaparición creó no será absorbido.
Además hay que
aceptar que España trajo a un montón de inmigrantes a fin de que
realizasen —en
condiciones no siempre legales— las fases más penosas y peor valoradas de
aquellas actividades
intensivas en factor trabajo, inmigrantes que ahora no son necesarios a
menos que se
pusieran en funcionamiento nuevas actividades que los necesitasen.
Más además, esa
estructura de PIB determina que España necesite crecer muchísimo (en
base a lo que
hoy se crece) para crear ocupación neta: el 2,0% como mínimo, y todas las
previsiones
apuntan a que eso no va a suceder en los próximos cinco años, por lo que la
disminución del
número de desempleados por la vía del crecimiento es imposible.
También pienso
que, de una p. vez, habría que conocer cómo se distribuye el empleo y el
paro en España,
pero de verdad. Se dice: «Sí, las estadísticas dicen que hay muchos
parados, pero
mucha de esa gente está trabajando en negro». Vale, ¿cuántos? Investíguese,
estímese,
calcúlese, y lléguese a una cifra y a una distribución zonal que permita tomar
decisiones. Por
otra parte, calcúlese también el paro encubierto que existe en España:
personas que
queriendo trabajar 40 horas a la semana tan sólo les ofrecen contratos de 15, o
de 20: la
diferencia de horas, señoras y señores del gobierno, es paro puro y duro. Y
calcúlese
también el subempleo que existe en este país: personas como aquella ingeniera
agrónoma de la
que les hablé, que se ven forzadas a trabajar como, en el caso de mi ejemplo,
azafata de
congresos: ¡y suerte que encontró eso!
Con ese mapa (y
no tengo claro que el gobierno no disponga ya de él) podrán adoptarse
medidas, medidas
para, como desea evitar el Sr. presidente del gobierno, evitar que la cifra de desempleados
llegue a los seis millones y que, supongo también desea, descienda.
Sinceramente,
pienso que es imposible evitar que el paro llegue a esa, ahora, mágica cifra:
la
OCDE estima que
en el 2013 podrían alcanzarse en España los 6,3 M, y yo creo que en el
2014 podría
llegarse a los 7.
Las
posibilidades de reducir el número de desempleados, decía, son escasas, y lo
son
porque la
demanda de trabajo no va a crecer si no pasan cosas que hoy no es previsible
que
pasen: volver a
construir 700.000 viviendas al año; que se dispare el gasto medio por turista y
día en términos
reales; que el sistema financiero vuelva a dar créditos a mansalva; que el
consumo público
y privado crezca como la espuma; que, mágicamente, la deuda total se
reduzca...
En base a ello,
y poniendo como objetivo estratégico la reducción del número de
desempleados,
pienso que las medidas que podría adoptar España (haciendo abstracción,
naturalmente, de
las reacciones de las instituciones internacionales), pasarían por:
— Modificar las
definiciones de «población activa», «desempleo», «subempleo» y «paro
encubierto». Por
ejemplo, si hoy se entiende por población activa el número de
personas con
edad comprendida entre los 16 y los 65 años que manifiestan que desean
trabajar, podría
pasar a ser: «Número de personas cuya edad se halla comprendida
entre los 16 y
los 65 años que en cada momento sean necesarias para contribuir a los
procesos
productivos».
— Disminuir la
oferta de trabajo a través de considerar que únicamente las personas con
ciertos requerimientos
serán parte de la oferta de trabajo, por ejemplo, tener un nivel
determinado de
conocimientos de inglés. Lo anterior podría venir acompañado de
expulsiones
masivas de inmigrantes que se hallen desempleados y que no sean
necesarios.
— Emigraciones
masivas de ciudadanas y ciudadanos españoles a países en los que
exista demanda
de trabajo, y no sólo personas con una muy alta cualificación, sino todo
tipo de personas
con unas ciertas habilidades que se hallen desempleadas. Tales
procesos
migratorios deberían ser publicitados y favorecidos por el gobierno a base de
establecer
trabas a la percepción de prestaciones sociales.
— Repartir el
tiempo de trabajo: puestos en los que estén trabajando personas 8 horas
diarias, obligar
a que sean ocupados por dos personas con una remuneración
equivalente a la
mitad de la correspondiente a la jornada completa; tal obligación se
haría extensiva
tanto al sector público como al privado.
Vayan pensando
en estrategias y alternativas, todo sea para evitar, tal y como desea el Sr.
presidente del
gobierno, que se alcance esa maléfica cifra.
PREVISIONES
[«A destacar que para la OCDE el desempleo continúa en
las nubes y sin práctica variación.»]
Viernes, 8 de
febrero
Puedo entender
(jamás lo compartiré) que en épocas de bonanza los políticos «maquillen la
realidad» a fin
de realzarla y mejorarla, pero en momentos de malanza sinceramente no lo
veo. Aunque la
ciudadanía olvide con una facilidad pasmosa (en gran medida para defenderse) al final se
acaba llegando a donde la tendencia apunta, y aunque la ciudadanía olvide,
cuando ese final llega
los ánimos están donde están.
A continuación
las últimas previsiones, para el 2013 y el 2014, sobre la economía española,
del gobierno del
Reino y de la OCDE. (No, las de la OCDE no son las peores que sobre
España se han
publicado; todas las cifras son en porcentaje del PIB.)
2,0
2013
Gobierno del Reino de España OCDE
PIB –0,5 –1,4
Consumo Público
–8,2 –4,0
Consumo Hogares
–1,4 –2,3
Desempleo 24,3
26,9
Déficit –4,5
–6,3
Deuda Pública
92,6
2,0
2014
Gobierno del Reino de España OCDE
PIB (0,3/–0,3)
0,5
Desempleo
(23,4/27,2) 26,8
Déficit –2,8
–5,9
Deuda Pública
97,6
Ambas columnas,
tanto la correspondiente al 2013 como la concerniente al 2014 no se
parecen en nada,
ya. Ese 2,0% que aparece en un extremo ya habrán adivinado qué es; de él
hablaremos
después.
2013. El
gobierno parte de la base de que la economía va a decrecer; es optimista (es un
decir) en
relación a la reducción que va a aplicar al consumo público, a costa del
impacto que
tendrá sobre el
crecimiento, ya. El gobierno también es optimista (es otro decir) en relación a
lo menos que los
hogares van a consumir a pesar de dónde se va a colocar el desempleo
según el propio
gobierno. Y el déficit comprometido se va a cumplir, naturalmente. (Será
interesante ver
cómo cambian las cifras del gobierno si finalmente a España le dan otro año
para cumplir con
el déficit.)
La OCDE dice que
la combinación de una caída del consumo público (menor de lo que
manifiesta el
gobierno) y del consumo de los hogares (superior a lo que el gobierno dice)
contribuirán a
una sensiblemente mayor caída del PIB que se traducirá en una tasa de
desempleo
también mayor que la prevista por el gobierno. Todo ello hará que la
recaudación
fiscal no
aumente y que España incumpla el déficit, pese a lo cual (o precisamente por
ello) la
deuda española
se coloque en el 92,6%.
2014.
Recuperando datos anteriores es interesante ver los intervalos de variación que
el
gobierno español
predijo para algunos parámetros. En cuanto al PIB, la OCDE es más
optimista que el
gobierno, no así en lo que respecta al desempleo tomando la parte baja del
intervalo de la
previsión española. En ese contexto, para el organismo internacional el déficit
se aleja de los
compromisos mientras la deuda continúa aumentando. A destacar que para la
OCDE el
desempleo continúa en las nubes y sin práctica variación.
Y, en fin, por
lo que respecta a la suma de PIB más déficit, las diferencias son
significativas,
pero en cualquier caso las cifras son decepcionantes: –5,0% se desprende de
las del gobierno
en el 2013 contra el –7,7% de las de la OCDE; y entre el –2,5% y el –3,1%
se deduce de las
del primero y el –5,4% de las del segundo para el 2014. En ambos casos un
horror, vaya.
¿El 2,0%? Ya
saben: es la tasa mínima a la que el PIB español debe crecer para crear
ocupación neta.
A partir de aquí...
En cualquier
caso, y aunque sea obvio y lógico, sorprende la degradación que han
experimentado
los datos españoles. En el año 2000 todo parecía posible para la economía
española. En el
2006 España vivía en el mejor de los mundos posibles. En el 2012 España
está cayendo en
un pozo del que no se ve el final. En ocasiones la realidad supera a los
sueños.
NI EL AGUA
BIDESTILADA ES TAN TRANSPARENTE
[«Muy, muy
importantes las palabras de Mr. Draghi, porque mucho de lo que en ellas se dice
ya es Nuevo Modelo.»]
Miércoles, 20 de
febrero
Por si alguna
brizna de duda quedaba Mr. Draghi la liquidó este lunes en la Comisión de
Asuntos
Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo
(http://economia.elpais.com/economia/2013/02/18/actualidad/1361208283_051147.html).
Primera
idea/punto programático/receta: no hay que subir impuestos, nunca, jamás, ni a
los
ricos ni a
nadie, en todo caso, pulir esas superdeducciones fiscales y esos regímenes
especiales que
existen en algunos países. ¿Por qué?, pues porque subir impuestos supone
drenar rentas,
aumentar costes de producción (sobre todo en economías poco competitivas), y que esté dando
vueltas por la economía más masa monetaria que crea tensiones o puede
crear tensiones
inflacionarias (tiene que ver con la velocidad de circulación del dinero, pero
no
sólo). Pero
sobre todo porque al disponer de más dinero Estados y administraciones
regionales, la
tendencia será a gastar más, lo que es pecado mortal.
Segunda
idea/punto programático/receta: los ajustes deben hacerse por la vía de
reducir,
recortar, podar
gastos: «Un diseño adecuado de la consolidación fiscal, basado más en
recortes de
gastos en lugar de en subidas de impuestos». ¿Por qué?, pues porque gastar
menos supone ser
más eficiente debido a que como no se dispone de más fondos, se ha de
ser productivo
con los recursos de que se dispone e imaginativo con las herramientas que se
utilicen. Que
eso supondrá inevitablemente un retroceso en el Modelo de Protección Social,
pues sí, pero
mala suerte para quienes les toque; y ello es conocido: «Somos muy conscientes de la situación
en la que se encuentran actualmente muchos estados miembros de la eurozona», pero
es lo que hay: poco y no va a haber más.
Tercera
idea/punto programático/receta: ya veremos cómo lo tratamos, pero, de entrada y
por principio,
las deudas se han de pagar: «La consolidación fiscal, especialmente en los
países con un
alto nivel de deuda, es inevitable». ¿Por qué?, pues porque no pagar una deuda
implica que el
acreedor va a tener problemas tremendos (lo que le pase al deudor da igual, de
hecho ya estaba
desahuciado por todo lo que debía, lo que suponía que nadie le prestaba ya
nada o sí pero a
un precio galáctico); pero el acreedor es otra cosa porque está básicamente
sano (o nos lo
queremos creer porque conviene creerlo) y si no le pagan se irá al garete. O
sea que las
deudas hay que pagarlas y si eso supone hambre y miseria para el deudor, pues
mala pata para
él. De hecho eso ya pasó en los 80s y 90s con Latinoamérica y con África.
Cuarta
idea/punto programático/receta: los consumos internos (de todo, y aquí también
metemos los
bienes de capital) de las economías problematizadas: los PIIGS, pero no sólo
(mucho ojo con
los PECOS) están para el arrastre y así van a seguir durante ni-se-sabe, o sea
que hay que
pensar en exportar, exportar y exportar. ¿Por qué?, pues porque «así habrá al
menos un
componente del PIB que no se reduzca, porque el consumo y la inversión bajan a
corto plazo. De esta
manera por lo menos se verán mejoras en la cuenta corriente». Ya, ya: lo
que vende el
país A al país B para A son exportaciones, pero ha de ser consumo en B, y si en
B la capacidad
de consumo baja, malamente podrá A exportar a B; pero si el presidente del
BCE (y muchos
otros) insiste en eso es porque, pienso, se esperan derrumbes antológicos en
los consumos
internos, por lo que si se exporta se puede elegir (en teoría, claro) mercado,
mientras el
mercado interior es el que es. Exportar, exportar y exportar, y para eso ganar
competitividad.
Si es a base de aumentar la productividad vía inversión, genial; si es
hundiendo las condiciones
de trabajo, de renta así como los impuestos hasta el sexto sótano, pues vale.
Quinta
idea/punto programático/receta: la exactitud en las cuentas y la justificación
de cada
céntimo que se
gaste en el ámbito público es megaesencial. ¿Por qué?, pues porque será
señal de que no
se despilfarra: «El detalle es crucial, porque para tranquilizar a los mercados
los planes deben
ser creíbles y para ello tiene que haber detalles». Exactitud y justificación
de
un gasto
reducido y en reducción en un entorno de impuestos a la baja, evidentemente, a
fin de alcanzar y
mantenerse en lo ya firmado: un déficit estructural del –0,5% en el 2020.
Muy, muy
importantes las palabras de Mr. Draghi, porque mucho de lo que en ellas se dice
ya es Nuevo
Modelo. Fíjense en que puede sonar a capitalismo manchesteriano, pero va
mucho más allá
porque en 1825 se suponía, se daba por supuesto, que los recursos eran
ilimitados y
ahora se sabe, se tiene la certeza, de que no es así, por lo que las podas y
machetazos no
van a ser para que gane más una cochina burguesía explotadora sino para
administrar
exquisitamente unos recursos cada vez más escasos, a ver si duran mientras se
descubren otras
cosas.
Además, los
Estados y entes públicos cada vez van a tener menos, por lo que «los
mercados» —las
corporaciones— deben saber que ese «menos» se estira hasta donde sea
preciso; a la
vez que se va preparando un medio para que esas corporaciones operen sin
tensión: antes
decíamos que si el país A vende a B, exporta, y bla, bla; pero si la planta de
Unilever, o de
General Electric, o de Nestlé, o de Ford, o de Siemens, o de Shell, o de...,
sita
en A, transfiere
a su distribuidora de B para su comercialización un elaborado..., en el fondo,
fondo, ¿de qué
exportaciones estamos hablando?
Y sí, la gente,
el pueblo, la ciudadanía va a retroceder en su estándar de vida porque ya no
es
interesante/lucrativo/conveniente/consecuente/preciso, que sigan con el
bienestar que
tenían; pero eso
no es extraño porque los de abajo siempre son los que pagan el pato.
Siempre ha sido
así y cada vez se reconoce más abiertamente. ¿Es una putada y no se está
de acuerdo?,
pues habrá que montar una revolución. El problema es que eso ya no está de
moda (y a
quienes se les ocurra les van a dar guantazos hasta en el carnet de identidad).
DOS MIL VEINTITRÉS
[«Todo esto hará
que hacia el 2023 las cosas ya pinten de otro modo...»]
Lunes, 4 de marzo
Imprescindible
leer la entrevista que al Dr. Hans-Werner Sinn, presidente del Instituto IFO
[Institut für
Wirtschaftsforschung; Instituto de Investigaciones Económicas], publica El
País del
3.3.2013 en su
pág. 31. ¡Im-pres-cin-di-ble! Analiza qué sucede, y hacia dónde apuntamos:
Europa, y el
Sur. En un 75% estoy de acuerdo, porque es lo que vengo diciendo.
Dice que el Sur
tiene una deuda que no puede pagar y que la única salida es llevar a cabo
una quita (la
deuda externa de España, apunta, es de 1 B€, y dice que el rescate no es una
opción porque
los rescates no arreglan nada).
Eso tendrá
consecuencias y en la práctica sólo una salida: lo que el Dr. Sinn también
denomina una
«devaluación interna» que él cifra en el 30% en España, Grecia y Portugal, del
20% en Francia y
del 10% en Italia, a fin de eliminar las ineficiencias y ganar competitividad.
(«Devaluación
interna» = «Empobrecimiento».) En esta línea apunta que el gobierno debe
afrontar una
nueva reforma laboral que reduzca los salarios y las cotizaciones sociales a la
vez
que el IVA es
incrementado, aunque eso le haga perder las elecciones. Todo esto hará que
hacia el 2023
las cosas ya pinten de otro modo al haberse adaptado las economías del Sur al
escenario propio
del momento.
Evidentemente,
explicar en una página algo tan complejo e interconectado como es la
Economía europea
es muy, muy complicado, casi imposible; por ello hay que entrar en el
análisis de las
palabras del Dr. Sinn más allá de lo que dice en la entrevista. De entrada y
como más
visible: el retroceso de España a niveles de PIB de comienzos de los 2000
cuando
la crisis
finalice (cuando se alcance la estabilización en los alrededores del 2023).
Las crisis
sistémicas como la actual, ya lo hemos comentado, históricamente, han tenido
una duración de
entre diez y doce años desde el momento de su estallido y, en nuestro actual
caso, desde el
fin de la precrisis. Lo que sucede es que si en el 2023 España vuelve a tener
un PIB de 0,7 B
tras una poda como la que puede suponerse, ni la distribución de ese PIB, ni el estándar de
vida, ni el nivel de infraestructuras, ni nada será como lo eran a principios
de la
década pasada.
Lo que veremos
será una población empobrecida con niveles de renta media equivalentes a
los existentes a
principios de los 80, con un desempleo estructural —ojo: estructural— de entre
el 14% y el 18%
y la precarización contractual de la mayoría de la población activa que se
halle ocupada,
la concentración de producción en muy pocos grupos y en muy escasas zonas,
y una
distribución de la renta muy sesgada que un Estado mínimo ni se planteará en
compensar.
Lo que el Dr.
Sinn no dice, pero insinúa, es que a España en su conjunto no le va a quedar
otra vía que la
reducción de costes para ganar competitividad..., porque su estructura de PIB y
su modelo
productivo no le permite hacer las cosas de otra manera, de ahí que sea
inevitable
esa austeridad
que a España le espera en la próxima década. Y lo que tampoco dice —ni
insinúa— el
presidente del IFO, es cómo va a poder España disminuir su actual y creciente
nivel de
desempleo del factor trabajo. Probablemente no pueda.
La austeridad es
inevitable, vale, pero lo es del mismo modo que lo fue la generación de la
megaburbuja que
ha desembocado en la situación actual: si no se hubiese actuado como se
actuó: Alemania,
Francia, España..., no se hubiese crecido lo que se creció. Eso no lo dice el
Dr. Sinn, como
tampoco que la canalización de excedentes de liquidez hacia la Europa del Sur fue algo
planeado a fin de conseguir una rentabilidad que de otro modo los países del
Norte no hubieran
obtenido. Eso también fue inevitable porque la raza humana es como es; pero, en cualquier caso,
eso se lo calla.
En lo que estoy
en total desacuerdo es con la dinámica que pinta para el futuro. El Dr. Sinn
dice que, junto
a esa austeridad en el Sur, en Alemania, por ejemplo, debe acometerse una
burbuja:
construcción, salarios más elevados, consumo creciente, exportaciones a la
baja..., a
fin de acometer
un crecimiento basado en el interior. Estoy en absoluto desacuerdo porque ello supondría seguir
con el mismo modelo que nos ha llevado a esta crisis (sistémica) pero en otras latitudes.
No, pienso que una de las moralejas que vamos a sacar de esta crisis
(sistémica) es
que las burbujas no sirven, ya, para nada, y que las cosas se han de hacer de
otro modo:
productividad, coordinación, gasto eficiente... Lo que supone que zonas de
Alemania, de
Francia, de España, de..., serán viables y otras no lo van a ser. España no
puede pagar lo
que debe, ¡claro que no!, pero Berlín tampoco puede pagar su deuda de 63
mM€.
Muy astutamente,
el Dr. Sinn no dice nada de USA, aunque más astutamente aún lo insinúa
cuando dice que,
por los riesgos que comporta imprimir dinero infravalorado, hacerlo no es una solución a largo
plazo, que no es más que lo que USA lleva haciendo desde siempre y que el resto del mundo
le ha tolerado porque le ha convenido.
Y supongo que
por no meter ningún dedo más en ninguna otra llaga, dice que el problema
de esta crisis
no es tanto financiero ni fiscal sino de competitividad, básicamente de los
países del Sur de
Europa. Bueno, doy por sentado que el Dr. Sinn a lo que se estaba refiriendo es
al enorme exceso de
capacidad productiva que a base de deuda se ha creado en todas partes pero que en los
países del Sur derivó hacia el colapso irreversible actual. (En esto Alemania, por ejemplo, lo
tiene menos mal ya que es más sencillo, aunque no menos doloroso, reconvertir
actividades que ya generan alto valor que otras que lo generan bajo.)
Va a ser la
bomba, ya; pero por encima de todo, lo más importante es que la ciudadanía
(de todas
partes) se mentalice de que «aquello» no va a volver jamás. Nos dijeron que lo
más
era tener un
BMW, y que podíamos tenerlo, lo que llevaba a que BMW tuviera que fabricar
más automóviles,
a que la ciudadanía se endeudase, por lo que la economía crecería y el
mundo iría bien.
Eso ya no será más así, porque no puede serlo, y eso también es inevitable.
(Lo que no sé es
si el Dr. Sinn es consciente de que BMW es una compañía alemana y que
en este nuevo escenario
va a diseñar, fabricar y vender bastantes menos automóviles de los
que diseña,
fabrica y vende hoy. Claro que, ¿por qué no puede BMW diseñar tecnología para
la trazabilidad
del movimiento de lo que sea?; es decir, reconvertirse, lo que muy pocas
empresas
españolas pueden llevar a cabo.)
CHIPRE:
REFLEXIONES
[«Una caída del estándar de vida de esa población (...)
En Chipre y do quiera que el proceso se aplique.»]
Jueves, 21 de
marzo
Chipre. Pienso
que:
1) A nadie le
interesan que regresen las tensiones a la UEM.
2) Menos aún: a
nadie le interesa una crisis en la UEM.
3) La idea de
que «cada palo que aguante su vela» se está abriendo camino, aunque eso
suponga que haya
palos que no puedan aguantar velas o que haya palos que les hagan
aguantar un fragmento
de vela mayor de lo que les correspondería.
4) El
razonamiento es simple: «La banca chipriota tiene unos problemas monstruosos;
usted tiene un
depósito en un banco chipriota; usted tiene que contribuir al salvamento
del banco en el
que tiene el depósito independientemente de que usted haya hecho, o
no, cosas
discutibles que han contribuido a generar esos problemas en su banco».
5) Los bancos
chipriotas, por problemas que tengan, no quebrarán: sería el caos dentro
del caos; pero
los propietarios de los bancos con problemas están muertos: lo van a
perder todo; al
igual que quienes tengan bonos o cualquier otro tipo de deuda emitida
por esos bancos;
bueno, es posible que cada uno de esos papeles pase a valer 0,01
euro.
6) Que Chipre no
acabe aceptando lo propuesto no es una opción: se lo han ordenado, y
las órdenes
pueden discutirse durante el tiempo que el que ordena acepte, incluso
pueden
suavizarse; pero las órdenes se cumplen. Chipre cumplirá la orden de que los
depositantes de
sus bancos contribuyan con un porcentaje, el que sea, de sus
depósitos, y
punto.
7) «El asunto de
Chipre» se va a repetir en otros lugares, porque es fácil de aplicar,
porque tiene
lógica desde una perspectiva de colectivo, porque es conveniente que así
sea.
8) Habrá sangre:
a quienes les detraigan parte de sus depósitos les ofrecerán unas
cuantas cabezas:
las de los responsables de esos bancos, las de algunos políticos ex
ministros, las
de algunos cargos de los Bancos Centrales de los países en los que eso
sucede: la
sangre calma porque entonces puede usarse aquello de que «quien la hace
la paga», máxime
si los jefes de Estado han dicho en el mensaje de fin de año de sus
países que «la
justicia es igual para todos».
9) De Chipre se
sacarán conclusiones (ya se están sacando conclusiones); se depurará el
método; los
gobiernos —elegidos democráticamente: las formas deben ser mantenidas
porque las
formas deben ser mantenidas— cada vez decidirán menos sobre cuestiones
técnicas que
serán elaboradas por expertos durante noches de viernes a sábados, en
gabinetes muy
alejados de los lugares donde sus decisiones se apliquen.
10) La
población: un fastidio, pero las formas deben ser mantenidas. Se le explicará,
se le
argumentará, se
le dará un caramelo de miel para que suavice su garganta, pero las
líneas maestras
ya están trazadas, y esas líneas pasan por una caída del estándar de
vida de esa
población.
En Chipre y do
quiera que el proceso se aplique.
A VUELTAS CON LAS
PENSIONES DE JUBILACIÓN
[«En USA es
creciente el número de personas que se están desjubilando debido a que
la pensión que percibían no les
daba para vivir,
ni confortablemente ni de ninguna manera que se le parezca.»]
Martes, 2 de abril
Muy interesante
la entrevista con el premio Nobel de Economía Peter A. Diamond publicada en El País del 1.4.2013 en su pág. 22. Experto en
modelos explicativos de mercados de trabajo, el Dr. Diamond
habla sobre pensiones.
Leyendo lo que
dice el Nobel, leyendo lo que se publica por ahí, escuchando lo que dicen
políticos y
expertos, la sensación que da es que se está preparando a la población, a las
distintas
ciudadanías de los países que tienen incorporado algún sistema de pensiones a
su
Modelo de
Protección Social, para un cambio radical, radical y rápido. Esta sensación se
acrecienta en
relación a las economías que tienen sistemas de pensiones de reparto.
Las afirmaciones
sobre «las pensiones» que desde hace unos veinte años se están
haciendo
—empezaron poco después de la desa parición de la URSS— se dividen en dos
tipos:
las que asustan
y las que tranquilizan. Las primeras plantean una probabilidad muy elevada de
descenso en los
importes de las pensiones en un futuro indeterminado; las segundas dicen que necesariamente
deberán producirse cambios para adaptar una serie de parámetros a una nueva realidad,
pero ello no impedirá que las pensiones públicas continúen pagándose. La referida
entrevista al premio Nobel se incluiría en ese segundo grupo.
Sin embargo, y
como está sucediendo en estos últimos años, deja abiertas más puertas
que las que
cierra. Dice el Dr. Diamond que el problema no está en la economía sino en el
diseño del
sistema de pensiones. Sí, pero no sólo es un tema de esperanza de vida sino,
fundamentalmente,
de necesidad.
La masificación
mundial del sistema de pensiones de jubilación se produjo tras la II Guerra
Mundial (en USA
Roosevelt lo implantó en los años 30 para comprar el voto favorable de los
sindicatos al
New Deal). La implantación del sistema de pensiones en numerosos países se
debió,
fundamentalmente, a tres factores: 1) aumentar el consumo total vía el consumo
de las
personas ya no
aptas para el trabajo, 2) comprar la paz social en un momento en el que
Europa se
hallaba deshecha y la propaganda «del otro lado» llegaba a raudales, y 3) dar
esperanzas a las
generaciones jóvenes de que su ancianidad estaría exenta de tensiones, lo
que contribuía a
un mayor consumo durante su vida activa.
La realidad
actual va por otro lado. Quienes dicen que el sistema de pensiones debe ser
reformado dicen
que ello es debido a que la esperanza de vida es hoy mayor que en los años
1960s, lo que es
cierto. Pero, ¿cuál será la esperanza de vida en el 2030 o en el 2040 cuando
el Modelo de
Protección Social sea una pálida sombra de lo que fue, de lo que aún es? (En
Rusia, tras la
desaparición de la URSS en 1991 y el hundimiento de su sistema de salud, la
esperanza de
vida se había reducido en cinco años al cabo de sólo seis años.)
Pero lo que
verdaderamente sorprende en las palabras del Nobel es el trinomio «pensiones
confortables»
—«trabajar más»— «pensiones más pequeñas». De entrada, ¿qué es una
pensión
confortable?, ¿la que permite vivir con desahogo en la vejez?; pero entonces,
¿cómo
pueden
sostenerse si la esperanza de vida el propio Nobel asume que está aumentando,
trabajando más
años?, ¿reduciendo el importe de la pensión media?; pero, ¿serán, entonces,
confortables
esas pensiones?
Pienso que
debería acuñarse un concepto nuevo que, que yo sepa, no existe: «Población
activa
probablemente ocupada»; lanzo la idea. Las pensiones públicas de jubilación basadas
en un método de
reparto se sustentan en un esquema muy simple: aquellas/os de ustedes que
hoy estén
ocupados (ya sé que, de momento, por las personas desempleadas cotiza el
Estado), cotizan
para pagar las pensiones de las personas que hoy las están percibiendo; y
ustedes cobrarán
una pensión por la que cotizarán las y los jóvenes que hoy están estudiando
o empezando a
trabajar. Pero ese esquema se fundamenta en que la tasa de ocupación y el
volumen de
cotización son constantemente crecientes.
Pienso que la
«Población activa probablemente ocupada» tiende a la baja por dos razones:
porque la
productividad aumentará y cada vez la demanda de trabajo será menor, y porque
los
salarios medios
tienden a la baja debido a que la oferta de trabajo será tendencialmente muy
superior a la
demanda de trabajo, y ello ocurre así tanto si se prolonga la edad de
jubilación
como si no se
prolonga. (Prolongarla tiene una ventaja: de media, las cotizaciones de las
personas mayores
son más elevadas que las de las personas jóvenes porque sus bases
salariales son
mayores —de momento, claro—, por lo que se produce un ahorro en la cantidad total pagada en
pensiones.)
Tasas de
desempleo estructural mayores, junto a salarios medios más reducidos suponen
menores
cotizaciones, luego, o las pensiones no podrán ser «confortables», o la
población
ocupada deberá
trabajar muchos más años (si se lo siguen permitiendo) a fin de compensar
unos mucho
menores importes en las pensiones medias. (Es curioso que el Dr. Diamond hable como habla cuando
en USA es creciente el número de personas que se están desjubilando debido a que la
pensión que percibían no les daba para vivir, ni confortablemente ni de ninguna manera que se le
parezca.)
¿Qué pienso que
va a suceder con las pensiones? Pienso que no van a desaparecer
porque el número
de personas «jubiladas» va a ser tendencialmente creciente: personas no
necesarias o muy
parcialmente necesarias para generar PIB que deberán ser mínimamente
subsidiadas para
garantizar su subsistencia, tanto durante su vida activa como pasiva. Por
tanto, con el
nombre que sea, esa renta mínima permanecerá.
Hasta llegar a
ese escenario, se continuará hablando del futuro de las pensiones, se irán
complicando los
requisitos para su percepción, se irá reduciendo su importe medio y se
utilizará
activamente ese elemento del que apenas se habla: el factor de sostenibilidad,
haciendo
depender el importe de las pensiones de variables «aún por definir» que recojan
la
marcha de la
Economía.
(¿Un plan de
pensiones? Sugerencia: analicen la rentabilidad media de esos instrumentos
en los últimos
años, y analicen los rendimientos de los fondos de pensiones de países que
tienen sistemas
de pensiones de capitalización, como Chile. Hasta ahora en España la
rentabilidad de
los planes de pensiones, pienso, ha sido básicamente fiscal: en conjunto, el
90% de sus
aportaciones se hacen en diciembre; claro que también eso puede cambiar.)
CALLEJÓN SIN
SALIDA, UNA CAÍDA
[«La Comisión
piensa que España no está haciendo lo suficiente para alcanzar un déficit
estructural del –0,5% en el
2020.»]
Viernes, 12 de
abril
El peor sitio al
que un viaje o ruta puede llevar es a un callejón sin salida. (Ya: no existen
los
callejones sin
salida porque siempre se puede volver por el camino por el que se ha llegado al
susodicho
callejón; pero ustedes ya me entienden.)
La Comisión
Europea le ha dicho a España que no está haciendo lo suficiente para revertir
la situación
deficitaria en la que se halla, y eso que España lleva tres años recortando
gasto
público y
subiendo contribuciones fiscales.
Como España no
está haciendo lo suficiente, España ni puede ni va a poder alcanzar las
cotas de déficit
público a las que se comprometió el pasado año, por ello la Comisión está
dispuesta a
darle más tiempo (no es magnanimidad, es puro practicismo: la alternativa sería
poner en marcha
un follón que a nadie interesa) para que cumpla; para que cumpla, ¿qué?
¿Para que cumpla
con el –3% en el 2015 o en el 2016? ¡Pero si en las propias previsiones
de la Comisión
del pasado 22 de febrero se decía que el déficit del Reino sería del –7,2% en
el 2014! Mi
lectura es que la Comisión piensa que España no está haciendo lo suficiente
para
alcanzar un
déficit estructural del –0,5% en el 2020.
A cambio de
conceder más tiempo a España la Comisión le dice que tiene que tomar
medidas
adicionales a las que ha tomado a fin de alcanzar esas metas. Y aquí es donde
las
cosas empiezan a
patinar.
Tras tres años
de ajustes, recortes, podas, amputaciones y drenajes, las cuentas
españolas
muestran un déficit del –9,4% en el 2011, del –10,2% (sí, del –10,2%) en el
2012, y
la Comisión
prevé el –6,7% en el 2013 y el ya mencionado –7,2% en el 2014. ¡Tras tres años
de ajustes,
recortes, podas, amputaciones y drenajes!
Junto a eso, el
crecimiento del PIB español ha ido así: 2011: 0,4%; 2012: –1,4%,
previendo la
Comisión el –1,4% en el 2013 (otros llegan al –2,5%: Nomura) y el 0,8% en el
2014 (que
algunos sitúan en el –2,1%: Citigroup); tasas que han ido acompañadas por un
desempleo del
21,7% en el 2011, del 26% en el 2012, y del 26,9% y 26,6% previstos por la
Comisión para el
2013 y 2014 (este miércoles la propia Comisión lo situó en más del ¡27%
para el año en
curso!). La pregunta del billón: ¿cómo demonios va España a revertir su
situación
deficitaria?
España, en su conjunto,
no crece y se prevé que va a crecer muy, muy poco (olvídense de
lo que dicen los
políticos españoles). Teniendo en cuenta que el modelo productivo español es
muy intensivo en
factor trabajo y que su estructura de PIB está basada en el medio y bajo
valor añadido,
si España no crece al menos al 2% no va a poder generar ocupación neta, por
lo que lo poco
que crezca deberá destinarse a prestaciones, pensiones e intereses de la
deuda, por lo
que tendrá que ajustar, recortar, podar, amputar más, lo que aún frenará más su
crecimiento.
Pero también
tendrá que drenar más: subir impuestos, implantar tasas nuevas e
incrementar las
actuales, reducir servicios públicos y/o cobrar por ellos, y ello en una
atmósfera de
rentas (fundamentalmente salariales, aunque no sólo: no se olviden de las
pensiones)
menguantes, por lo que rentas decrecientes drenadas de crecientes recursos
podrán consumir
menos de lo poco que ya consumen y ahorrar cada vez menos, debiendo las
familias
destinar, en proporción, más de su renta mensual para pagar la deuda que ya
deben.
Aumentará la impagadosidad
a los bancos y se reducirán los depósitos, bancos cuya
imagen se verá
afectada por estar en un país problematizado y problemático, máxime teniendo en cuenta que
otras economías en las que hacen negocio tampoco irán bien. La escasa financiación que
ahora brindan se reducirá, por lo que el poco crédito al que las empresas tienen acceso se
verá disminuido (recuerden las proféticas palabras del Sr. Alfredo Sáenz de hace exactamente
dos años: el crédito de la banca caerá en 200 mM€ en los próximos años).
Y a eso sumen
una deuda pública que en el 2007 ascendía al 36% del PIB, que hoy llega al
84% y que el FMI
ha previsto alcance el 101% en el 2016. Y añadan los intereses, la
amortización del
principal...
Por el camino
normal, España ni puede cumplir ni podrá cumplir con sus compromisos de
déficit.
Partiendo de la realidad actual, ¿de dónde va a sacar España los 40 mM€ que
precisa
para llegar al
–3% de déficit en el 2016 suponiendo que a España se le concedan no uno, sino
dos años de gracia,
con esas tasas de crecimiento que impiden generar empleo y toda esa
deuda que el
país, sus entes regionales y locales, sus empresas, financieras y no, y sus
familias tienen
que pagar? Pues pienso que de ningún lado: pura y simplemente es imposible.
Ante eso se
plantean dos escenarios.
Escenario 1.
Obligado por la Comisión el gobierno recorta y reduce haciendo realidad los
rumores que ya
corren por los rincones oscuros: reducción del 10% en las prestaciones de
desempleo,
disminución del número de empleados públicos en el 10%, recorte de pensiones
del 15%, aumento
del IVA hasta el 24% (o incremento del IVA reducido hasta el 15%), e
incremento
abultadísimo de las partidas relacionadas con el mantenimiento del orden
público.
(Claro, claro,
añadan aquí la legislación laboral y sobre pensiones pertinente para que los
costes laborales
puedan derrumbarse: si el consumo se hunde aún más, algo tendrá que
exportar España;
y en pensiones: reducirse al ir cayendo los ingresos por cotizaciones
sociales.)
España se empobrecería hasta niveles difíciles ahora de imaginar. Pienso que
tampoco así
llegaría a esa mágica cifra: quedaría sumida en un arabesco lateral de una
Europa a muchas
velocidades, y así seguiría: intervenida y radiocontrolada.
Escenario 2. La
influencia de la Comisión y de los mercados fuerza una redefinición del
concepto
económico de unidad de España que lleva a la delimitación de zonas con
posibilidades
posibles y zonas con posibilidades remotas, estableciéndose una geometría
variable en lo
referente a inversión, disponibilidad de recursos, acceso a financiación
exterior,
etc., y siempre
bajo la batuta de los MiB que ya estarán instalados en los puntos estratégicos
de la geografía
española.
Pienso que un
tercer escenario de caos total es imposible por la sencilla razón de que no le
interesa a nadie
con algún tipo de poder e influencia, por lo que puede descartarse, máxime
teniendo en
cuenta que las revoluciones tipo 1848 ya no están de moda.
Lo anterior no
sólo es aplicable a España, pero pienso que es especialmente aplicable a
España.
FMI
[«Lo
verdaderamente terrible es la sensación que se está instalando: España es un
“caso perdido”.»]
Miércoles, 17 de
abril
Tremendas las
previsiones de primavera del FMI para España:
http://www.bloomberg.com/news/2013-04-16/imf-cuts-global-growth-outlook-as-europedemand-
urged.html;
http://economia.elpais.com/economia/2013/04/16/actualidad/1366105046_728213.html;
http://www.imf.org/external/pubs/ft/survey/so/2013/RES041613A.htm; y vayan mirando.
Con ser malas
las previsiones para España (aunque menos malas que las de la Comisión
Europea del 22
de febrero pasado), pienso que lo verdaderamente terrible es la sensación que se está
instalando: España es un «caso perdido».
La economía
española es grande, ya: un PIB de 1 B, pero es como si el daño que una
economía de ese
tamaño puede causar se hubiese encapsulado, de tal modo que el daño
efectivo hoy es
muchísimo menor del que hace un año una economía como ésa podía causar.
Es como si ya no
fuese tan importante que la economía española fuese a peor; más aún,
que el conjunto
de España entrase en una senda de semipermanente estancamiento en el que
pudiese
permanecer, sería hoy mucho menos peligroso que hace unos meses porque la
situación ya
estaría prevista, bajo control, y minimizados sus efectos para el conjunto.
Entonces, España
entraría en una dinámica tipo años 40 en la que simplemente estaría
asistiendo de
convidado de piedra a una reunión en la que nada tendría que decir porque nada pintaría.
Evidentemente continuaría monitorizada, intervenida y fiscalizada, y debería
pagar lo que fuese, y
pudiese, pero que debe. Pero nada más.
Aquí es donde
aparecen las zonas con posibilidades, las áreas en las que la actividad
puede
reemprender y las que no. Y no sólo en España sino en todas las economías. Será
la
geometría
variable. El traje a medida.
Es ésta una fase
nueva: quién es importante porque puede generar y contribuir, y quién no.
Es parte de la
transición de modelo en la que estamos inmersos, todos; aunque para unos
tendrá unas consecuencias
distintas que para otros. Muy distintas y muy diferentes.
EL OSCURO CASO DE
ESPAÑA
[«España se verá
forzada a reducir su déficit en lo posible, pero como crecerá en cantidad
totalmente insuficiente, cabe
esperar recortes
profundísimos y adicionales en el gasto público.»]
Jueves, 18 de
abril
De las últimas
previsiones del FMI surgen preguntas profundas sobre la Economía española,
bastantes y muy
profundas:
1. ¿Cómo va a
lograr España crecer 2,3 puntos entre el 2013 y el 2014 si en el 2013 va a
crecer el –1,6%?
2. Para crear
empleo neto, ya saben, España precisa crecer, como mínimo, al 2,0%; si
según el FMI el
paro en España va a descender a partir del 2013, muy poco, pero va a
descender, y
hasta el 2018 el crecimiento no va a superar el 1,6%, ¿va a reducirse el
desempleo porque
va a caer la población activa?
3. El déficit en
el 2018 será del 5,6%; y el 6,2% en el 2016, lo que significa que España no
va a cumplir el
nuevo compromiso con la Comisión Europea dando por supuesto que a
España se le concedan
dos años de margen para alcanzar el 3,0%. ¿Verdad?
4. La deuda
pública española se va a disparar: el 110,6% del PIB en el 2018. ¿Por qué?,
pues porque
España no va a crecer lo suficiente y va a tener que refinanciar la deuda
que ya tiene
emitida, y tal vez tenga que llegar a un rescate parcial de su deuda y a un
nuevo rescate de
su sector bancario. ¿Por qué M. Blanchard, aunque luego se desdijera
—muy
parcialmente— dijo lo que dijo el pasado martes?: «Hay incertidumbre acerca de
la verdadera
situación de los bancos españoles, y ahí es importante avanzar en la unión
bancaria
europea, para lograr una supervisión general» (El País, 17.4.2013, pág.
24).
¿Significará
esto que España va a quedar como un semiapestado que va a tener
dificultades en
colocar su deuda?
Paralelamente se
plantea una lista de consecuencias adicionales:
a) El
incumplimiento del déficit va a tener, previsiblemente, otra consecuencia: será
prácticamente
imposible que España alcance el compromiso al que llegó casi toda la UE: tener
un déficit estructural del 0,5% en el 2020; lo que va a suponer que España
quede
arrinconada, es decir, que quede al margen de los cauces de la economía
europea e
internacional.
b) Pero, a pesar
de ello, y debido a la presión financiera internacional, España se verá
forzada a
reducir su déficit en lo posible, pero como crecerá en cantidad totalmente
insuficiente,
cabe esperar recortes profundísimos y adicionales en el gasto público.
c) Lo anterior
se verá amplificado por el creciente pago de intereses que España deberá
afrontar al ir
creciendo su deuda pública. Si con una deuda equivalente al 84% en el
inicio del 2013
España debe dedicar al pago de intereses más del 25% de su
presupuesto de
ingresos, ¿qué cantidad deberá afrontar para atender a una deuda que
puede ascender
al 110,6% de su PIB?; cantidad que deberá obtener de más recortes al
estar la
recaudación fiscal estancada y ser, en cualquier caso, insuficiente.
¿Cabe esperar un
rescate integral de España? Continúo pensando que no, por volumen; y,
hoy, además,
porque el daño que España es capaz de causar se halla mucho más acotado y
es mucho más
limitado que hace un año, es decir, los posibles afectados por el daño que
España pueda
causar se han blindado reduciendo su exposición a España.
En cualquier
caso, y rescate al margen, el escenario que se dibuja para España es muy
complicado,
máxime porque en el 2015 ya habrá comenzado para bastantes economías
nacionales la
recuperación, muy lenta, muy tenue, sobre un terreno desertizado, pero
recuperación al
fin y al cabo, por lo que la idea de una geometría variable se consolida.
Lo que sí es
esperable para España, pienso, es un mucho mayor control por parte de los
organismos
financieros internacionales, una casi total monitorización de la economía
española, a la vez que, en
lo social, España se irá portugalizando.
Recuérdenlo:
ustedes ya lo han leído aquí: Portugal es el modelo de España, y no otro.
PARO Y POBLACIÓN
ACTIVA
[«España
tiene mucho más paro del que tenía, que ya era de escándalo, y mucha más
población activa que hoy no
puede ocupar ni
podrá mañana.»]
Miércoles, 24 de
abril
Desempleo
creciente: en todas partes: aquí, en el Reino, mucho más porque se partía de
niveles
estratosféricos, porque aumentó estratosféricamente la población activa y la
ocupada,
porque
estratosféricamente se produjo el hundimiento.
El protagonista
de hoy es un gráfico; éste:
Fuente:
Elaboración propia a partir de datos de INE
Mírenlo bien.
Muestra la evolución de la población activa y de la desempleada desde el
inicio del
«España va bien» hasta el momento actual. Pero muestra tales evoluciones de una
forma poco
convencional. Parte de 1996, pero igualando a 100 los totales de la población
activa y de la
desempleada, y así construye su marcha. Y lo que muestra es espectacular.
En 1996, en
España, la población activa ascendía a 16,6 M de personas y la desempleada
a casi 3,6 M; la
tasa de paro era del 21,6%. A partir de ahí la población activa va aumentando
y la parada
disminuyendo. Son los años de la inmigración masiva; de la construcción de un
número de
viviendas que supera a la suma de las que construían juntas Italia, Alemania y
Francia; del
consumo desaforado; del crédito masivo.
En el 2006 el
desempleo llega a su mínimo: 1,8 M de personas, el 8,3%; ya, ya: el
subempleo, y la
temporalidad disparada; pero los políticos en el gobierno podían hacerse
muchas fotos, y
los de la oposición, o no atinaban a decir lo que era evidente, o eso tan
evidente era
mejor no decirlo.
La población
activa continuó creciendo. A finales del 2008, cuando ya era más que evidente
que las cosas no
iban, se alcanzaron los 23 M de personas, pero el desempleo ya estaba
subiendo como
las burbujas de un mal espumoso. Hasta llegar a la actualidad: 22,9 M de
personas que
manifiestan que desean trabajar y 5,9 M de personas desempleadas.
Lo que es
significativo es la evolución porcentual de ambas poblaciones. En el 2006,
máximo exponente
del «España va bien» y en relación con 1996, la población activa había
aumentado el
30,9% y la población desempleada había disminuido el 49,7%. Dejando al
margen la
calidad del empleo creado, loable logro.
La comparación
del momento actual: 31 de diciembre del 2012 y el 2006, muestra un
cuadro muy
diferente: mientras que la población activa había crecido el 5,2%, la
desempleada
lo había hecho
el 229,5%.
Bien, y, ¿cuál
es el balance de este periodo? Pues, desconcertante. Entre 1996 y el 2012
la población
activa ha crecido el 37,7%, pero la población parada ha aumentado el 65,7%. En
términos de
empleo, ¿necesitábamos alforjas para realizar este viaje?
Tras estos años
maravillosos la realidad es simple: España tiene mucho más paro del que
tenía, que ya
era de escándalo, y mucha más población activa que hoy no puede ocupar ni
podrá mañana. El
desempleo va a continuar aumentando y lo que haga la población activa será una incógnita.
Lo dicho: para
este viaje, ¿necesitábamos alforjas? ¿A qué coste le ha salido a España
ese fantástico
PIB que generó? Y, ¿a dónde han ido sus resultados?
LAS PENSIONES (y
ahora sí va en serio)
[«De ahí los
recortes que pueden esperarse por el lado de las prestaciones (desempleo) y
pensiones.»]
Viernes, 26 de
abril
Desde hace años
(empezó en los 70) se está diciendo que el sistema de pensiones tal y como está
estructurado en las economías en que existe es insostenible. Empezó como un
murmullo, ahora es una
avalancha. En España ha empezado tarde, pero cuando el tema ha llegado lo ha hecho de golpe.
Recordemos: las
pensiones de jubilación fueron puestas en marcha: a) para comprar paz
social, b) para
que cuando una persona no pudiese seguir trabajando su consumo no se
hundiese, y c)
para comprar votos: por edad todas las personas jubiladas pueden votar. Hoy
no hay que
comprar ninguna paz social, tan sólo hay que mantener el orden público; tampoco
se busca que
todo el mundo consuma de todo: ya se ha asumido que el ritmo de consumo que
se llevaba es
insostenible; y tampoco hace ya falta que toda la ciudadanía vote: ahora llegan
unos papeles
denominados memorándums desde el piso 17 de una torre situada en alguna
ciudad del Norte
y hay que hacer lo que dicen esos papeles: sí o sí. Es decir, las pensiones,
su filosofía, ya
han dejado de ser necesarias, y sí: eso se enmarca en esa tendencia hacia la
reducción de la
clase media en la que estamos metidos; y también: menos pensión va a
suponer penurias
para las ancianitas y ancianitos, mala suerte para ellos.
Como decía el
tema ha llegado a España con fuerza, y ha llegado con fuerza porque lo
pone uno de los
papeles que desde el piso 17 han llegado a España: como España no sólo no crece, sino que
decrece y cuando crezca va a crecer anémicamente, lo que va a suponer
caída en la
recaudación fiscal y una caída en los ingresos de la Seguridad Social, hay que
reducir gastos.
De ahí los recortes ya anunciados en educación, sanidad, obra pública, etc., y
de ahí los que
pueden esperarse por el lado de las prestaciones (desempleo) y pensiones. Por ahí se va a
empezar (con una tasa de paro del 27% y subiendo, aún no hay aquello para
reducir el
subsidio de desempleo y las prestaciones varias que en el Reino se pagan;
¡aún!).
¿Qué va a pasar
con las pensiones? En un texto publicado en El País ayer en la pág. 28
se
dan pistas muy
claras. En el año 2011 en España se gastaron en pensiones contributivas 100
mM€; bien, pues
hay que montar un sistema para que esa cantidad baje debido a que la
recaudación va a
caer (parece que aumentar los tipos de cotización, no). Y, ¿cómo hacer para
que esa cantidad
baje? La bajada debe ser percibida por las cuentas públicas rápida y
contundente
(porque, recuerden, España ahora no crece y cuando lo haga va a crecer
poquisísimo),
por lo que al margen de cosas varias como desligar del IPC la evolución de las
pensiones y
aumentar los años de cotización, han sido inventados dos instrumentos geniales
para reducirlas:
1) que las actuaciones que sobre las pensiones se hagan afecten también a
las actuales y
no sólo a las futuras, y 2) el factor de sostenibilidad, el Factor S, apuntado
hace
un par de años
pero metido en un cajón hasta que ha sido conveniente esgrimirlo.
¿Qué es el Factor
S? Pues consiste en un coeficiente complejo en el que pueden
contemplarse
muchas cosas, como la relación entre cotizantes e ingresos, pero en el que
puede
considerarse una que es la madre de todas las cosas que pueden considerarse: el
crecimiento
económico; en el límite: disminuye el PIB, lo hacen las pensiones; aumenta el
PIB..., se
mantienen las pensiones. Luego puede matizarse, corregirse, complementarse,
modularse,
reestructurarse, y hacerse más cosas que acaban en «arse» (menos aumentarse,
claro).
El escenario de
las próximas décadas, en consecuencia, es una población empobrecida
porque el
desempleo estructural será muy elevado, bajas las remuneraciones medias debido
a que la demanda
de trabajo será escasa por lo que recaudaciones fiscales y sociales serán
reducidas y los
servicios públicos escasos y las pensiones... ¿Cómo serán las pensiones?
En USA ya hay
personas que se están desjubilando porque no pueden vivir con lo que
ingresan sumando
su pensión más los rendimientos de sus planes de pensiones. Pienso que
vamos hacia un
escenario en el fondo parecido: personas que no podrán jubilarse nunca
porque su renta
no se lo permitirá (junto a otras que estarán siempre semijubiladas porque
serán muy
parcialmente necesarias); percibiendo pensiones públicas decrecientes y
debiendo confiar en
trabajillos que vayan haciendo y en la solidez de la estructura familiar
española (en países en los
que esa estructura es más liviana tendrán más problemas; claro que el ahorro acumulado será
más elevado). Más privaciones, en definitiva; claro que ¿no existe ya la pobreza
infantil?, ¿por qué no puede existir la pobreza ancianil?
(Por cierto,
pienso que algo vendrá a ayudar al tema de las pensiones: la tasa de
mortalidad. A
medida que el Modelo de Protección Social se vaya reduciendo la esperanza de vida caerá: a
medida que lo hagan las pensiones la tasa de mortalidad crecerá.)
AUSTERIDAD
[«El problema no
es la austeridad, ni la solución está en reducir la austeridad. El problema
estriba en que ya no es
posible volver a
funcionar como antes se funcionó.»]
Lunes, 29 de abril
El concepto está
muy, muy de moda. ¿Qué es la austeridad? Define la RAE: «Cualidad de
austero». (En la
segunda acepción dice: «Mortificación de los sentidos y pasiones». Dejemos
esa deriva.) Y
de «austero» da cuatro acepciones de las que, pienso, la que cuadraría en este
caso sería:
«Sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alardes».
Austeridad es
vivir con lo que se tiene; gastar aquello de lo que se dispone; no pedir lo que
se sabe que no
se va a poder devolver. Hoy no es posible otra vía porque ha desaparecido —
desapareció hace
años— la capacidad de continuar haciendo lo que se hizo debido a que, al
agotamiento de
la capacidad de endeudamiento ocurrido hace bastante tiempo, se añade una deuda a pagar
que, en innumerables casos, es impagable. ¿Qué queda, por tanto?, pues lo sobrio, lo
morigerado, lo sencillo, y vivir sin ninguna clase de alardes.
Hoy, ahora, la
realidad está mostrando la progresiva parálisis de diversos fragmentos de la
actividad
económica que se traduce en cierre de empresas, aumento en el desempleo del
factor trabajo,
y caídas de la recaudación fiscal, lo que supone recortes del gasto público,
crecimientos de
la deuda pública, y reducciones muy lentas de la privada. Y, sobrevolando
este escenario,
un desánimo generalizado, una completa falta de expectativas, y un silencioso
rechazo de lo
establecido. Ya: en unos sitios más que en otros, pero en todos; recuerden: el
25% de la
población de Berlín precisa de la ayuda social para sobrevivir, y siete
millones de
personas —que no
cuentan como paradas— malviven con una limosna que el Estado alemán
aún puede dar.
Y, ante ese
panorama, quienes deciden lo que hay que decidir dicen: «Hay que reducir la
austeridad».
Pienso que el
problema no es la austeridad, ni la solución está en reducir la austeridad. El
problema estriba
en que ya no es posible volver a funcionar como antes se funcionó, y la
solución radica
en un conjunto de medidas muy, muy distintas a las antiguas, entre las que se
cuenta..., ser
austero.
Veamos.
¿Realmente se desea reducir la tasa de desempleo en España? Pienso que tan
sólo hay dos
posibilidades: o se vuelven a construir 800.000 viviendas al año y se retorna a
la
capacidad de
endeudamiento que empresas y familias tenían en el 2005, o desciende la
población
activa. (Evidentemente existe una tercera vía: encontrar una actividad que
tenga los
mismos efectos
sobre la Economía que construir 800.000 viviendas al año.) Sigamos.
¿Verdaderamente
se quiere que los ingresos fiscales en España vuelvan a aumentar ese 16% que han caído
desde el 2007, y hacerlo sin subir los tipos impositivos? Pues lo mismo que antes. Más. ¿Se
desea de verdad que la Seguridad Social abandone el déficit que la está
ahogando? Hay
que hacer lo ya dicho. En definitiva. ¿Se busca que el PIB crezca a, como
mínimo, un 2,5%?
No queda otro remedio que hacer lo indicado. Bien, puede que diga alguien:
«¡Pues,
hágase!». Ya, lo que sucede es que es imposible. Im-po-si-ble. Simplemente hay
que
volver a leer lo
anterior. Lo que significa que ya no va a haber café para todos; en ninguna
parte.
¿Cuál es el
camino? Lo primero realizar un análisis de la eficiencia del gasto: al céntimo.
Repartir muy
bien lo escaso, lo perentorio, lo ineludible, lo urgente, con criterio exquisito.
Y ser
sobrio,
morigerado, sencillo, y vivir sin ninguna clase de alardes; es decir, ser
austero. Argüir
otra cosa,
sugerir otro camino, pienso que no es más que la patada adelante de siempre...,
para ganar dos
meses más al tiempo. Y cambiar tiempo por reformas es hacer tragar un
jarabe amargo
añadiendo un poco de azúcar: lo que quedará es el jarabe, no el azúcar.
Y si lo quieren
llamar de otra manera, pues vale.
SIN MOTIVOS
PERSONALES - 1
[«Para una
economía con las características de la española, crear 3 M de empleos en tres
años es absolutamente
imposible.»]
Jueves, 2 de mayo
Las únicas
formas de llegar ahí, al 14,9% de paro que dice el gobierno del Reino que se
alcanzará en el
2019, creciendo lo que España va a crecer —repasen las previsiones del FMI
— son, pienso,
1) reducir la población activa, 2) hablar en términos de paro estructural:
innecesario,
inabsorbible, inempleable. Pienso en una combinación de ambas.
Claro, tampoco
es descartable un «cambio metodológico» en el cálculo del desempleo,
como en el 2001
(con el método anterior ya estaríamos en el 30%), ni de las definiciones:
población
activa, ocupada, parada...
El 15% de paro
con una población activa de 22 M es un colectivo de 3,3 M de parados, lo
que es una
exageración, pero cuando se está en casi 6,3 M, un desastre, lo malísimo parece
soportable. Sin
recurrir a lo dicho, ¿cómo se van a reducir 3 M de parados en tres años?,
reitero:
creciendo lo que España —toda España— va a poder crecer en base al modelo
productivo que
tiene.
Es EcFi: Economía
Ficción, decir algo para que la ciudadanía siga creyendo en otro algo
cuando ya no
queda nada. Hoy, para España y para una economía con las características de
la española,
crear 3 M de empleos en tres años es absolutamente imposible, un absurdo, entre otras razones
porque hacia donde vamos no va a ser precisa una oferta de trabajo de tales dimensiones.
Pero hay más:
crear 3 M de puestos de trabajo en tres años teniendo en cuenta que la
única vía con la
que España va a contar para cumplir con su objetivo de déficit son las tijeras,
la podadora, la
motosierra: los recortes, y las detracciones de lo poco que ya hay: las subidas
de impuestos
para gravar unos ingresos que llevan tiempo cayendo, es de todo punto
imposible.
El problema de
España (y, evidentemente, no sólo) es de falta de ingresos por
decrecimiento o
por insuficiente crecimiento. España no genera cashflow, por lo que
recortando y
aumentando su deuda lo único que hará es profundizar en el empobrecimiento de
su economía, de
su población, y ni aun así dará para cumplir con lo prometido: porque para
España, y tan
sólo a base de recortes, es imposible salir. Grecia y Portugal lo atestiguan.
(Y
unas previsiones
optimistas, y hablar de brotes verdes o de salidas de túneles, se ha visto que
ya no vende.)
Pienso que
España ya está llegando a la situación del limón (como ya lo están Grecia y
Portugal). Lo
único real que tiene esta historia es que España va a tener que cumplir lo
comprometido
porque España tiene que pagar lo que debe, o al menos tiene que pagar la
mayor cantidad
posible de aquello que debe; como Grecia, como Portugal, como
Latinoamérica en
los 90. Y cuando eso se demuestre imposible, ya se pensará en quitas,
perpetuaciones
de deuda y cosas por el estilo. Todo lo demás son artificios dialécticos,
numéricos,
estadísticos. Por el camino: el fraccionamiento real, que no formal, de los
países:
¿por qué meter
en el mismo saco a Baviera y a Brandenburgo si el primero tiene posibilidades ciertas y el
segundo no las tiene? Recuerden: el 25% de la población de Berlín precisa de
las ayudas sociales
para vivir.
Sugerencia: lean
esto: lo publicó ayer El País: está todo muy bien explicado:
http://economia.elpais.com/economia/2013/04/30/actualidad/1367350640_824077.html;
http://economia.elpais.com/economia/2013/04/30/actualidad/1367350599_122567.html.
Y recuerden: con
recortes es imposible crecer; el problema de España es de ingresos, no
de gastos (OK, y
de optimización de lo que se gasta); y también de la deuda privada que
arrastra, y del
paquete de pública que se está formando. España no crece porque su modelo
productivo está
agotado, de ahí que no ingrese; pero los compromisos están para cumplirlos
mientras que te
lo exijan los demás firmantes.
España no va a
crecer porque no puede, pero le van a seguir exprimiendo todo lo que sea
posible. A Nadie
le importa que el paro baje porque se sabe que es imposible emplear a tanta
gente debido a
que no se crece; también se sabe que para crecer cada vez es preciso menos
factor trabajo.
La impagadosidad aumentará, y los recortes irán a más a fin de pagar lo
que
se debe,
objetivo a cumplir a fin de que permitan continuar aplazando los
compromisos..., a fin
de que se
continúe recortando para pagar lo que se debe.
¿Cómo se sale de
esta espiral implosiva? No se puede salir mimetizando el concepto de
salir de que se
disponía. España y todas las economías se hallan en una transición sistémica:
van desde un
modelo agotado a uno nuevo, y en ese nuevo modelo no hay sitio para todos
porque no hay
recursos para todos ni todos son necesarios.
La situación de
España es mala para navegar en la crisis, para llevar a cabo esta transición
de modelo, pero
es pésima de cara a abordar la salida. Los políticos, todos, pienso,
independientemente
de su color, pueden decir lo que sea, pero al final harán, todos, continúo
pensando, lo que
les dicten desde un piso 46, y cuando esos políticos se hayan quemado...,
pues otros, que
candidatos muchos hay.
España, pienso,
va a crecer poco, muy poco, insuficientemente; el estándar de vida de la
población va a
caer; y la ocupación, esa a la que estábamos acostumbrados: 40 horas a la
semana con un
salario suficiente, no va a aumentar. Y hasta es posible que alguien diga
aquello que se
dice en las películas: «No es por nada personal».
SIN MOTIVOS
PERSONALES - y 2
[«¿Cómo, en base a
qué y realizando qué actividades España va a crecer a esos ritmos? Misterio
misterioso.»]
Viernes, 3 de mayo
Los números son
una lata, ya, pero en ocasiones hay que leerlos con cuidado porque dicen
cosas, cosas que
a veces son feas, y cosas que, en ocasiones, no coinciden con las palabras
que pronuncian
quienes los presentan, o incluso utilizan. Y también producen sorpresas, y
generan dudas
que llevan a preguntas nuevas.
De los gráficos
y datos que acompañaban al texto de los links que ayer referencié en mi
texto que
ustedes leyeron aquí, es posible obtener todo lo que comentaba en el párrafo
anterior; son
gráficos y datos que les sugiero encarecidamente observen (El País,
1.5.2013,
pág. 19). A
partir de esos datos he elaborado el siguiente cuadro (por necesidades de
reproducción
dividido en dos):
2012 2013 2014 2015 2016 2017
PIB 100 98,7
99,2 100,1 100,2 100,5
Desempleo 100
102,1 101,69 100,78 99,77 96,97
Ingreso Públ.
(a) 36,5 36,5 37,1 37,2
Presión fiscal
(c) 32,07 32,04 32,63 32,76
Gasto Públ. (a)
42,7 41,9 41,2 39,7
Ingresos-Gastos
–6,2 –5,4 –4,1 –2,5
Déficit (b)
–6,22 –5,46 –4,1 –2,7 –0,9
2018 2019 2012-2019 2013-2016
PIB 100,7 101,1
1,1
Desempleo 93,68
90,21 –10,21
Ingreso Públ.
(a) 0,7
Presión fiscal
(c) 0,69
Gasto Públ. (a)
–3,0
Ingresos-Gastos
3,7
Déficit (b) 0,6
2,12 8,34
Previsiones del
gobierno
(a) Porcentaje
sobre el PIB real de cada año
(b) Aplicando el
porcentaje previsto al PIB
(c) Sobre el PIB
de cada año
Fuente:
Elaboración propia a partir de El País, 1.5.2013, pág. 19
PIB: tomando
como base el año 2012 y aplicando las previsiones del gobierno presentadas
en el documento
justificativo en el que se apoyó para solicitar dos años de plazo en los
compromisos
presupuestarios, el PIB pasa de 100 a 101 en el 2019, es decir, la ganancia
acumulativa es
de 1,1 puntos. ¿Parece poco?, es una exageración teniendo en cuenta las
tasas de
crecimiento previstas por el gobierno: 2,5% en el 2017, 2,8% en el 2018, 3,2%
en el
2019. ¿Cómo, en
base a qué y realizando qué actividades España va a crecer a esos ritmos?
Misterio
misterioso.
Desempleo: lo
mismo. Tomando como base el año 2012, en el 2019 el desempleo sería
90,21, es decir,
habría caído 10,21 puntos, en otras palabras: 100 personas desempleadas en
el 2012 se
habrían transformado en 90 en el 2019. Muy poco, ya, teniendo en cuenta los
niveles de paro
en los que se mueve España, pero una exageración teniendo en cuenta que el
gobierno prevé
que muy poco varíen las cosas entre el 2013 y el 2016, pero que el paro se
reduzca el 2,8%
entre este año y el 2017, el 3,4% entre ahí y el 2018, y el 3,7% desde tal año
y el 2019. ¿Cómo
va a lograrse eso si España precisa crecer como mínimo al 2% para
generar
ocupación neta? Ni la más remota idea. Lo único que se me ocurre es que, o bien
caiga a plomo la
población activa, o bien, como comentábamos ayer, se modifiquen las
definiciones de
población activa, ocupada y desempleada.
Ingresos y
gastos públicos: analizando los números referidos se aprecia que los ingresos
públicos van a
subir poco en estos años: entre el 2013 y el 2016 tan sólo 0,7 puntos (0,69
aplicando las
previsiones de presión fiscal sobre el PIB), claro que añadidos a los
incrementos de gravámenes
fiscales que se han producido en estos pasados tres años; pero el gasto público... El
gasto público va a experimentar una caída de 3 puntos; sí, añadido a lo que ya
se ha recortado
entre el 2010 y el 2012. Obviamente la diferencia entre unos y otros aumenta
3,7 puntos. Bien, se
estarán preguntando, ¿es posible crecer con más recortes y más impuestos?
Sí, si lo que se
crece es casi nada, y fíjense en que España tan sólo crece 1,1 puntos en el
periodo
2012-2019, es decir, prácticamente nada; entonces ¿qué hace España entre esos
años? Pues
limpiar, tan sólo limpiar.
Déficit: la
mejora del saldo público es milagrosa. Pasar, ajustando al PIB, del –6,22% en
el
2013 al 2,12% en
el 2019; ganar, en términos absolutos, 8,34 puntos en el periodo...,
creciendo la
miseria que España va a crecer y aceptando las reducciones tan tremendas que
se van a
producir en el desempleo.
Bien, se
preguntarán, y yo, ¿qué opino? Pues que con mucha sangre y muchas lágrimas, y
aceptando un
empobrecimiento generalizado de la población, un retroceso espectacular de los servicios
públicos, que se modifiquen y adapten algunas definiciones según conveniencia,
y que nos creamos las
previsiones de aumento de PIB real, es posible. Claro que también lo es que, si hoy nos
asomásemos al 2019, viésemos una España que nos recordaría mucho a la de principios de
los años 80, pero casi sin expectativas y, desde luego, sin yuppies.
(En el fondo,
hacia lo que se está yendo es hacia algo muy semejante a la fase anterior a la
entrada de la
economía, de la población, del planeta, en el Estado de Bienestar tras la
Depresión: tal
entrada evitó que se alcanzase la estabilización en «la parte baja» tras la
crisis
de los 30 —en
eso consistió el modelo keynesiano que, con variaciones, muchas al final,
hemos tenido
hasta el 2010— y llevó tal estabilización a «la parte alta»; algo que ahora ya
no
es posible porque
hoy sabemos que los recursos son escasos o ya inexistentes, a diferencia
de antes cuando
se supusieron abundantes e ilimitados. Esta vez, por tanto, la estabilización
se alcanzará en
«la parte de abajo»: de muy abajo, con todo lo que ello va a suponer, durante
muchos,
muchísimos años.)
ESTRATEGIA DE
SALIDA
[«Del mismo modo
que los PIIGS fueron metidos en el euro, ahora se les acosa para que paguen lo
que deben.»]
Lunes, 13 de mayo
¿Y ahora dice la
Comisión que se ha dado cuenta de que lo que se ha estado haciendo desde mayo del 2010 no
era lo que debía haber hecho porque no ha sido efectivo ni metodológica ni conceptualmente
para que abandonaran la crisis los países más débiles de la zona euro? Pienso que
podría pensarse que ni es cierto que no se dieran cuenta del impacto que las medidas iban a
tener sobre el conjunto de la UEM, ni lo es que no calibraran las consecuencias de sus
decisiones sobre las economías de los países más débiles; al igual que podría pensarse que no
fue un error la entrada del FMI en la toma de tales decisiones, ni, tampoco, el papel
desempeñado por los gobiernos en la gestión de esa cosa denominada «estrategia
de salida de la
crisis»: cuantos más fueran los participantes más diluidas quedarían las responsabilidades.
La propia evolución
de los hechos lo pone de manifiesto: los PIIGS jamás debieron haber
entrado en el
euro porque su productividad y la estructura de su PIB nada tenía que ver con
las
de las economías
del Área del Marco. Los PIIGS jamás debieron haber entrado, por eso se
les metió.
Recuerden: de
ser imprescindible el exacto cumplimiento de las condiciones de Maastricht
se pasó a «estar
en el camino de cumplir las condiciones de Maastricht», según un inigualable
informe, por su
estilo, del maestro del estilo Valéry Giscard d’Estaing. Y, gracias a él, los
PIIGS fueron
introducidos en el euro. ¿Por qué?
En la Europa
central, pero no sólo, había unos monstruosos excedentes de liquidez que
había que
redirigir, que recolocar, que mover, a los que había que encontrar una rentabilidad,
vamos. Y, ¿qué
mejores lugares que unas economías, las de los PIIGS, que tenían casi todo
por hacer y
ansiosas por hacer todo lo pendiente?
Hasta el 2007
mares de liquidez fueron llegando a los PIIGS, aunque, también es cierto, no
sólo a esos
países. Cuando la cosa no dio más de sí y se puso de manifiesto (la punta del
iceberg) la
salud de las entidades financieras —Lehman—, se cambió de escenario: estímulos;
y el negocio
continuó cambiando de sujetos: si antes había sido la deuda privada la
protagonista del
avance, ahora sería la pública la que tomase el relevo. Y los Planes E
empezaron a
proliferar por doquier.
El mensaje
oficial continuaba siendo el de que «la recuperación era posible para todos»,
junto al de que
la limpieza de la banca era factible sin traumas irrecuperables, aunque toda la
ciudadanía iba a
tener que contribuir a la tarea. El 30% del PIB después, y con los PIIGS
deshechos, se
pasa a la tercera fase del proceso: la de «exprimir el limón».
Se ponen en
marcha los rescates totales y parciales con la manifiesta y rotunda oposición
de algunos
gobernantes, como la del entonces primer ministro de Portugal, el Sr. José
Sócrates
Carvalho Pinto de Sousa. Da igual: del mismo modo que los PIIGS fueron metidos
en el euro, ahora
se les acosa para que paguen lo que deben: «se les acosa», se los inspecciona, se los
fiscaliza, se los dirige, se les impone, se les rescata, claro. Los MoU se
convierten en los pagarés de
las entregas europeas para el sostenimiento de las constantemente recortadas estructuras de
los PIIGS, de tal forma que algunos de sus miembros han pasado a depender de la caridad de
la UEM personalizada en la Troika. El tema consiste en continuar haciendo negocio, siendo
ahora el negocio dejar de ganar lo mínimo posible por encima de lo ya ganado por la inversión
de aquellos excedentes de liquidez.
Lo cierto hoy es
que Grecia y Portugal están deshechos. Grecia es una piltrafa, un país
roto, arrasado
del que ya no vale la pena ni hablar porque ya no queda nada para extraer.
Portugal se dirige
a pasos agigantados hacia ese escenario, pero aún puede sacarse algo más si se saben
dosificar los recortes y los tajos: «Portugal tiene las manos encadenadas»,
dijo el pasado jueves el
actual primer ministro de Portugal, el Sr. Pedro Manuel Mamede Passos Coelho. Irlanda
—Dublín y sus alrededores— es un portaviones que a todo el planeta conviene que siga
flotando; de qué modo subsista su tripulación, es otra historia. Italia,
pienso, tiene todos los
números para fraccionarse siguiendo una línea que recorrería del Adriático al
Tirreno: la frontera Sur
de la provincia de Emilia-Romagna. ¿Y España? «España ha perdido su capacidad de
decisión.» ¿Qué va a hacer España?, lo que le vayan diciendo.
Las economías de
los PIIGS ya eran carne de cañón. Si no hubiesen entrado en el euro
hubieran
retrocedido a los años 70: todo lo que se hizo desde 1986 preparando la entrada
en
el euro no
hubiese servido para nada; una vez metidos en el euro, el placer de unos años
de
alcohol, drogas,
sexo y rock-and-roll y el infierno. ¿Salir ahora?, es posible, claro; pero
fuera,
ahora, está la
nada.
Volvamos al
principio. Pienso que esos arrepentimientos, esos «cometimos errores de
estrategia», son
meras aspirinas para mitigar el dolor que está causando una quimioterapia
cuya finalidad,
pienso, no es curar, sino limpiar, eliminar, para implantar la estructura de un
nuevo modelo.
Absurdo, ya: administrar aspirinas para eso, pero no hay más de lo que hay.
Con los PIIGS la
cosa ya está encarrilada, con los no-PIIGS llegará ahora, ¿o es que
alguien piensa
que, por seguir con la terminología conocida, en el Área del Marco no pasa
nada de nada y
todo es virtuosismo virtuoso? Estos arrepentimientos, pienso, van a durar unos meses; luego se
volverá a la acción, y con las conclusiones obtenidas de todos los
experimentos se
expondrá lo que a continuación viene.
¿Errores?
¿Equivocaciones? ¿Deficientes interpretaciones? Pienso que no.
FACTOR DE
SOSTENIBILIDAD
[«Vienen muy malos tiempos para los pensionistas, tanto
para los actuales como para los futuros.»]
Lunes, 20 de mayo
Ya sabrán a qué
me estoy refiriendo, sí: a las pensiones. Vienen muy malos tiempos para los
pensionistas,
tanto para los actuales como para los futuros (mucho más para los futuros).
(Sugerencia:
echen una ojeada al texto que El País del 19 de mayo publica en su pág.
30.)
Las pensiones.
Su «reforma» es la siguiente en la cola tras la primera fase de la «reforma»
del despido, de
la educación y de la sanidad; quedará pendiente una más: la de la prestación
por desempleo.
Una vez se haya completado esa primera vuelta de «reformas» de estos cinco capítulos del
Modelo de Protección Social, vendrá la segunda vuelta: posiblemente la
definitiva.
Las pensiones,
¿cuál es la razón de esta «reforma» que se está diseñando? Pues una muy
simple: hay
pocos fondos y cada vez va a haber menos fondos (el mismo hecho de que se
plantee una
reforma lo supone) para pagar unas pensiones que, tomando como base el
momento actual,
cada vez, se supone, habrá que pagar a más: más pensionistas percibiendo
una pensión, y
cada vez, se infiere, serían de importe superior: debido a su revalorización
periódica.
Ante esa
tesitura, se continúa argumentando, sólo hay dos opciones: una es aumentar
ingresos, bien a
través del aumento de cotizaciones sociales, bien de la implantación de un
impuesto
específico; la otra es la de reducir el monto total a pagar en pensiones y
repartir tal
monto.
La primera
opción está descartada en todas partes, en todos los países. Por un lado, las
expectativas de
crecimiento, ya para después de esta crisis, con el nuevo modelo y una vez
estabilizada la
situación, pienso son reducidas: del 0,X%, todo muy eficiente y con mucha
productividad,
pero nada que ver con la abundancia vivida en años pasados; en consecuencia
habrá menos para
todo y lo que se dedique a algo, por ejemplo a pensiones, no podrá
dedicarse a otra
cosa. Por otro, ya no habrá una necesidad política para que las pensiones
sean elevadas o,
incluso, que existan: ni habrá que mantener una paz social ni habrá una
Guerra Fría que
templar; pero es que tampoco habrá una necesidad económica: el consumo
como motor
fundamental de crecimiento caerá, luego ya no será preciso el mantenimiento de
poderes
adquisitivos sostenidos de una población que ya no es productiva. Por otro más,
ya no existirá ninguna
razón ideológica que busque el bienestar de esas tercera y cuarta edades.
En consecuencia,
si el monto a pagar en pensiones debe reducirse, el camino a seguir
debe abordar
tres realidades: 1) el importe medio de las pensiones actuales debe ser menor;
en qué medida lo
sea cada pensión, ya se verá; 2) el importe medio de las pensiones futuras
deberá
reducirse, también se verá en cuánto lo hará cada pensión; y 3) la tendencia
evolutiva
del monto anual
disponible para pagar pensiones debe suponerse decreciente. Como
consecuencia de
ello se ha decidido elaborar una fórmula que de forma automatizada y
dejando poco
margen para la interpretación calcule anualmente (o en periodos de cuatro años, parece ser) de
qué importes dispondrán como ingresos los pensionistas.
Políticos en el
gobierno de uno y otro color lo negaron en el pasado: las hemerotecas ahí
están, pero las
pensiones, el importe que cada mes va al bolsillo de los jubilados, va a ser
menor, y,
pienso, va a ser tendencialmente menor a medida que los años vayan pasando; el
punto de partida
es muy simple.
Al ir aumentando
progresivamente la esperanza de vida, ha ido aumentando tanto el número
de pensionistas
como el número de años que esos pensionistas perciben su pensión, y ya con
los recursos
actuales el mecanismo es insostenible. Dirán que eso ya se debió ver cuando en
los 50 se puso
en marcha el sistema, y sí, seguro que se vio, pero en la década de 1950 la
década del 2010
se veía como la Eternidad, por lo que nadie se ocupó del tema. (En España
la cosa fue más
grave porque España no llegó al Modelo de Protección Social hasta los 80,
mala suerte para
la ciudadanía española.) Pero lo peor para este tema de las pensiones no se
halla en el
presente sino en el futuro.
Enfrentado a un
futuro de escasez el planeta va a tener que elegir en qué emplea esos
recursos.
Demasiados pensionistas viviendo demasiados años y percibiendo pensiones
crecientes no es
un supuesto compatible con un escenario de recursos escasos. Cierto es que a medida que el
Modelo de Protección Social se vaya «reformando» —sobre todo en el
apartado
sanitario— la esperanza de vida irá cayendo, lo que se verá favorecido por la
caída
de los ingresos
por pensiones, que irá degradando las condiciones de vida de los pensionistas y disminuyendo su
esperanza de vida. Como la otra opción de momento no es contemplable y la reducción de
la esperanza de vida será relativamente lenta, la única opción justificable
desde el lugar que hoy
ocupan la política, la moral y la ética actuales es la reducción de las pensiones.
Lo que puede
esperar cada pensionista en España a partir del 2019 (primeramente se
habló del 2032
pero la operativa se quiere adelantar al 2014 con aplicación al 2019: imaginen
las expectativas
de ingresos tan terroríficas que se estarán barajando para adelantar trece
años la puesta
en marcha efectiva del proceso) es una caída efectiva de su pensión (eso,
pienso, lo
notará ya a partir del 2014 vía revalorizaciones) tanto en cuantía anual
—importe
nominal— como en
términos reales —poder adquisitivo— ya que el nivel de precios nunca va a volver a estar
vinculado a las pensiones (probablemente ése sea uno de los motivos por el que se esta diseñando un nuevo IPC: inflación subyacente y descontando el impacto de la
imposición
indirecta que se considere no tener en cuenta). Y así un año tras otro hasta
que,
pienso, la
pensión de jubilación se convierta en un subsidio único a modo de prestación
marginal.
En un escenario
como ése es cuando la prolongación de la edad de jubilación cobra todo su
sentido: las
personas ocupadas, pura y simplemente, no podrán jubilarse a no ser que
pertenezcan a
una élite que haya podido ahorrar, de algún modo, porque su renta se lo haya
permitido (una
minoría) o aquellas otras que trabajen de forma continuada para grandes
corporaciones en
puestos de alta generación de valor, y en su contrato figure una renta a
pagar por la
empresa una vez la persona no pueda continuar desempeñando en ésta sus
tareas;
evidentemente, otra minoría.
¿Un panorama de
caída de las condiciones de vida de las personas «jubiladas»?, pues sí.
Por un lado, una
menor recaudación como consecuencia de un muy elevado desempleo
estructural
fruto de una necesidad decreciente de factor trabajo, junto a unos salarios
medios
menores que
aportarán menores recaudaciones; por otro, un crecimiento económico reducido
que no permitirá
mejorar los ingresos públicos. Pinta mal el escenario de mañana mismo para
la mayoría de
pensionistas, peor considerando que cada vez es mayor el número de familias
en las que la
pensión del abuelo o de la madre es un ingreso esencial en la economía
doméstica.
¿El «factor de
sostenibilidad de las pensiones»?, un mero artificio lingüístico-aritmético
para reducir las
pensiones. Al igual que en todas partes hubo un Plan E, en todas habrá un
factor de
sostenibilidad que degradará el estándar de vida de los pensionistas debido a
la
imposibilidad de
mantener el actual, pero, y la Historia es un argumento, posiblemente esa
degradación será
mayor en el Reino. «¿Por qué lo llaman amor...?»
LO DE ANTES
[«Lo de antes, ya
saben: entrar en una oficina bancaria a pedir un folleto y salir con un
crédito; haberte cambiado el
coche hace dos
años y volvértelo a cambiar (...) no va a volver.»]
Lunes, 27 de mayo
Lo de antes, ya
saben: entrar en una oficina bancaria a pedir un folleto y salir con un
crédito;
haberte cambiado
el coche hace dos años y volvértelo a cambiar porque ya no te gustaba el
color; ir de
vacaciones a las Maldivas porque tus vecinos han ido a las Seychelles;
comprarte
un triplex
porque tu colega se ha comprado un dúplex; no escoger en una carta de vinos
ningún
caldo posterior
a 1995; considerar a Hermès, Gucci, Valentino y Bulgari como parte de tu
entorno; y
cargando todo eso, absolutamente todo, a cuentas vinculadas a créditos que se
iban ampliando y
renovando como las hojas caen en otoño. Eso, lo de antes, no va a volver.
El problema es
que en momentos como los actuales en los que lo dicho en el párrafo
anterior suena a
hechos acontecidos en el Paleolítico, pueden aparecer figuras que a través de fórmulas
diferentes sugieran que es posible, sino retornar a aquello, sí hallar atajos
que nos
conduzcan a
mejoras espectacularmente rápidas con respecto a la situación actual. Fórmulas
que, aunque con
fundamentos totalmente opuestos, estarían en la línea de aquel «Bajar
impuestos es de
izquierdas».
Es un problema
porque voces como ésas pueden obtener audiencia debido a una razón
muy simple: esas
voces hablan a humanos y los humanos, por el simple hecho de serlo, huyen
del dolor y
buscan el bienestar, y esas voces sugieren que es posible retomar lo segundo y
abandonar lo
primero, y no es así porque es imposible: esas voces —y su color político es
indiferente: las
hay de todos los colores— hablan de retomar un camino que pertenece al
decorado en el
que transcurría el modelo económico-político-social que, al agotarse, ha
entrado en
crisis, luego no es posible trazar un camino similar en el nuevo decorado que
se
está
construyendo y en el que transcurrirá el nuevo modelo.
Es decir, la
crisis: esta crisis, se ha producido como consecuencia del agotamiento del
modelo anterior;
lo que esas voces están diciendo equivale a que en 1933, en lo más duro de
la Depresión, se
hubiese dicho que era una solución volver a las jornadas laborales de catorce
horas diarias y
con salarios por debajo del nivel de subsistencia. No, ¿verdad? La pregunta,
entonces, es, ¿y
qué pretenden?
Pienso que, o
bien puede tratarse de un producto más de esa Fábrica de Sueños en la que
llevamos metidos
desde hace unos meses: «la salvación está en el turismo», «la solución está
en las
exportaciones», «el problema del paro se resuelve con “movilidad temporal” de
los
jóvenes hacia
Alemania», «menos “austeridad” es el camino», «lo que hay que hacer son
“reformas’’», y
a la que, pienso, le quedan tres telediarios. En esa línea esas voces irían por
el
camino de «es
posible hacer algo que nos mantenga donde estábamos»; un mensaje,
agradable y
atrayente. La otra opción iría por el lado de la política: vender algo que se
sabe va
a gustar,
independientemente de que sea objetivamente posible. No sigo por aquí porque
saben que no
hablo de política.
Es justo al
revés. Pienso que lo que ya habría que haber hecho es retomar aquella famosa
frase de aquel
no menos famoso discurso que Sir Winston Churchill pronunció en el Parlamento británico el 13 de mayo de 1940: «I have nothing
to offer but blood, toil, tears, and sweat», acompañado de
una organización exquisita de lo poco con que se cuenta, y arrasando las malas
administraciones y los despilfarros que pudieran producirse. (Hace gracia leer
sobre la cumbre europea
del pasado día 22 dedicada al fraude, a los paraísos impositivos y a la ingeniería
fiscal. ¿Se quiere de verdad acabar con todo eso? ¡Por favor: mis alumnas y alumnos saben
cómo hacerlo!, y las consecuencias de hacerlo.)
Sir Winston
Churchill. Salvando todas las distancias que quieran y evidentemente sin sangre
ni bombas, ésta,
la actual, es una economía de guerra. La escasez es la realidad: la escasez;
y en esos
márgenes hay que moverse.
MUCHO MÁS QUE UN
TEMA DE VIVIENDA
[«¿Cómo hará
frente al pago de su vivienda una persona jubilada del 2050?»]
Jueves, 30 de mayo
Recibí
recientemente un mail remitido por un joven:
Ahora que está
el tema de la vivienda tan candente en la actualidad por diversos motivos, me
gustaría consultarle algunas cuestiones que
me rondan por la cabeza. Viendo la imposibilidad actual de comprar una casa y
la rigidez del mercado del
alquiler, ¿qué
posibilidad/es tiene hoy día un joven de 29 años, como es mi caso, de llegar a
tener en un futuro una casa en propiedad? ¿Cree
Ud. que los jóvenes tenemos que ir abandonando esa idea que nos inculcaron
desde pequeños de que ser
propietarios de
una vivienda es una necesidad «vital» a la que toda persona ha de aspirar?
¿Debemos los jóvenes «resignarnos» a
vivir de por vida en alquiler, con toda la inestabilidad y la incógnita (al
menos en España) que ello conlleva, además de
soportar unos precios desorbitados e injustificados? De tener Ud. 29 años en la
actualidad, como los tengo yo,
¿qué pensaría?,
¿qué haría respecto a este tema?
Mi respuesta
fue:
Yo nunca he
creído en la compra de una vivienda para vivir en ella, como inversión es otra
cosa. El caso de España es
atípico en
Europa: aquí la excepción es el alquiler. Supongo que cuestiones culturales,
ambientales y sociales han ido
derivando hacia
la propiedad, pero para un joven muchos de esos planteamientos han dejado de
ser válidos.
Primero por
cuestiones económicas, pero también porque para un profesional hoy, en
principio el mercado de trabajo es el
mundo. En
consecuencia, adquirir una vivienda...
Por lo que el
joven me dijo:
La pregunta que
me viene, entonces, profesor es: si aceptamos que vivir de alquiler será la
norma o a lo que tendremos que acostumbrarnos,
¿cómo podremos, mi generación, pagar el alquiler una vez jubilados? Doy por
supuesto que, en el caso de que continúen
existiendo las pensiones para entonces (2045), su cuantía será ridícula y
totalmente insuficiente. ¿Cómo hacer frente a un
alquiler de entre 600 y 900 euros con una pensión tan baja? Entiendo que la
solución tampoco es ahorrar porque simplemente será
imposible con los salarios menguando año tras año, ni esperar a que bajen los
precios (al menos no en la proporción que
sería necesario que bajaran, ¿un 40-50% del precio actual?). Entiendo que vivir
de alquiler para ir
sobreviviendo
hoy está muy bien pero para afrontar una posible jubilación..., ¿sigue siendo
una buena opción?
A lo que
respondí:
Plantea usted
una cuestión tan profunda que entra dentro de lo filosófico: si las rentas
medias tienden a la baja; si la mayor parte de la
población ocupada lo estará a tiempo parcial; si, por ello y para una mayoría
de la población, las cantidades cotizadas van a
ser reducidas y siempre orientadas a pagar las pensiones vigentes; si, en suma,
la capacidad de endeudamiento de
la mayoría de la población tiende a nada, ¿cómo hará frente al pago de su
vivienda una persona jubilada del 2050?
De entrada
pienso que el concepto de jubilación que ahora tenemos mutará: habrá personas
que no podrán jubilarse nunca porque su renta
no se lo permitirá, otras estarán siempre o casi siempre jubiladas porque no
serán necesarias o lo serán muy poco. En el
2050 quienes sean verdaderamente necesarios lo serán siempre, no hasta una edad
determinada, por lo
que, aunque
suponiendo que quieran, dudo que se les permita que se jubilen, aunque éstos no
tendrán ningún problema de renta. A la vez,
la movilidad, pienso, será muy reducida porque la tecnología permitirá realizar
muchísimas cosas a distancia, lo que influirá
en la reducida necesidad de mucha gente. Y, además, las corporaciones se habrán
desarrollado de tal modo
que puedan
desempeñar tareas propias del Tercer Sector que hoy son llevadas a cabo por los
Estados.
Juntándolo todo,
pienso que la mayoría de la población (quienes no integren la élite necesaria)
no tendrá una vivienda propia y residirá en
miniapartamentos a modo de células de edificios enormes. El alquiler de esas
células podrá ser muy reducido debido a que
serán modulares y de construcción rápida y barata: robotizada, o incluso
impresos. Muy posiblemente tendrán
carácter urbano,
pero debido a la muy reducida movilidad, perfectamente podrá residirse en una
corona situada a 200 km, o más, del centro
de una ciudad.
Entre las rentas
que la persona tendrá que ir obteniendo y un subsidio medio —más reducido que
la pensión media actual—, la mayoría de
las personas irá transitando por lo que hoy se denomina tercera edad, con una
salvedad: pienso que a medida que el Modelo de
Protección Social se vaya reduciendo lo hará también la esperanza de vida.
Como ve, ha
planteado algo que excede, con mucho, a un mero problema de vivienda.
Y es que,
pienso, así será.
ESCENARIOS VACÍOS,
DECORADOS AJADOS
[«Viene una
inteligentísima operación de desmontaje, derribo, deconstrucción y destrucción,
todo en uno, del Modelo de
Protección Social
y del Contrato Social hasta ahora existentes.»]
Viernes, 31 de
mayo
No menosprecien
a quienes, de verdad, cortan el bacalao: son personas listísimas, y muy
hábiles. (Por
eso son ellas quienes lo cortan, claro.)
La Comisión
Europea ha concedido más tiempo a siete países para que cumplan con el
déficit
comprometido; a cambio se les exigen reformas. La concesión es retórica. Ni
podían
cumplir ni van a
poder cumplir por los cauces normales: mayor recaudación a través de un
mayor
crecimiento y mejor organización del gasto. Ni cumplen ni van a cumplir, por
ello
escenifican un
show en dos partes.
Por un lado se
produce una ensalada de cifras distintas que nadie aclara y por la que no se
pregunta porque
no toca. Vean el siguiente cuadro:
A B C D
Déficit 2013
–6,7 –6,3 –6,5 –6,9
2014 –7,2 –5,5
–5,8 –6,4
PIB 2013 –1,4
–1,3 –1,7
2014 0,8 0,5 0,4
Desempleo 2013
27,0 27,1 27,3
2014 26,5 26,7
28,0
A Comisión
Europea 22.2.2013
B Plan de
Estabilización del Gobierno de España 26.4.2013
C Acuerdos de
Bruselas 29.5.2013
D OCDE, Economic
Outlook 29.5.2013
Fuente:
Elaboración propia
Con las
previsiones que la Comisión Europea (CE) había realizado el 22 de febrero, al
gobierno español
se le aceptó el Plan de Estabilización presentado dos meses después, a
pesar de las
diferencias tan significativas y contundentes que existían; y no contenta con
eso,
la CE se corrige
a sí misma y al gobierno de España, y da otras cifras de déficit junto con la
concesión de los
dos años de margen susodicho. ¡Absurdo!: si con el crecimiento que la CE
previó y que
ahora no ha modificado, España no llegaba al 6,5% de déficit en febrero, ¿cómo
va a llegar
ahora? El mismo razonamiento aplicado al 2014 da unas cifras aún más
rocambolescas.
¿Conclusión? Las
cifras ya no importan y lo esencial es ganar tiempo para lo que viene por
el otro lado. (Y
no olviden las previsiones para el PIB de Nomura para el 2013: –2,5%; y de
Citigroup para
el 2014: –2,1%.)
Por el otro lado
viene una inteligentísima operación de desmontaje, derribo, deconstrucción
y destrucción,
todo en uno, del Modelo de Protección Social y del Contrato Social hasta ahora
existentes. Pero
sin gritos, sin aspavientos, sin puñetazos encima de la mesa: a través de un
concepto magistralmente
escogido para la ocasión: «reformas».
Se parte de una
realidad de la que no se habla: no se crece porque no se puede crecer ya
que la deuda
privada, en prácticamente todos los países, ya no puede aumentar más y la
pública, en
numerosas economías, tampoco. Pero insisto, todo eso se obvia. Lo que se hace
es poner el foco
en el déficit, lo que es obvio: no se puede gastar más de lo que se tiene,
sobre todo si se
da lo que acabamos de comentar. Se pone el foco sobre el déficit y se
aumenta la
intensidad de la luz de modo que todo lo demás: desempleo, pobreza..., quede en
sombras, en
todas partes, pero sobre todo en los PIIGS (añadan también, de momento, una
«F»: Francia;
los PECOs ya han dejado de contar, y Polonia, si aún cuenta algo, es porque a
Alemania aún le
conviene).
Quienes cortan
el bacalao comprensiva y graciosamente conceden más tiempo a quienes
no pueden
cumplir con el déficit a fin de que cumplan, sin mencionar ni una sola vez que
por la
vía normal es
imposible que cumplan, y sin susurrar siquiera que lo que deben lo tienen que
pagar pase lo
que pase y suceda lo que suceda. Pero nada es gratis: ese «más tiempo» tiene
que ser a cambio
de reformas.
¿Qué reformas?
Aquellas que inciden en cambios de elementos que contribuyen a generar
el déficit
debido a que no se produce crecimiento, y aquellos que impiden que pueda
ganarse
algo de
competitividad ya que no puede ganarse de otra manera, es decir, servicios
públicos
integrados en el
Modelo de Protección Social y condiciones de trabajo hasta ahora reguladas
por el Contrato
Social.
¡Verdaderamente
es para quitarse el sombrero! ¿No se crece ni se va a poder crecer?,
ningún problema.
«Veamos hasta dónde pueden aumentarse los impuestos indirectos sin que la recaudación
descienda demasiado y sin que la gente proteste excesivamente, y analicemos hasta dónde
pueden recortarse los gastos sociales y la inversión pública sin que la gente proteste
excesivamente y sin que se mate demasiada gente en las carreteras, y si hay que bajar la
velocidad hasta 70 km/h en autopista, y el AVE tiene que convertirse en MBVE
(Muy Baja Velocidad
Española), pues se hace.» (¿Perseguir el fraude fiscal?, sí, sí, pero sin aspavientos y
sin que nadie pueda decir que se está en una dictadura del proletariado.)
¿El resultado
final?, recuerden: llegar a un déficit estructural del –0,5% en el 2020.
Pregunta: ¿podrá
España llegar ahí? Si los países tal y como los conocemos continúan
entonces
existiendo, sin lugar a dudas: se «consolida» todo lo que haya que
«consolidar», es
decir, se poda
todo lo que haya que podar, y ya está, y, además, se consigue otra cosa: dejar
la estructura
que va a corresponder al nuevo modelo: la propia al nuevo modelo.
O sea que ya
saben: en los próximos años, diseño, anuncio e implementación de las
medidas que conformarán
una nueva estructura. Nueva. Diferente a la que existe, con
carencias
sociales monstruosas y con desigualdades por las nubes, pero eficiente a tope.
¿Les gusta?,
genial; ¿no les gusta?, pues tienen dos opciones: o se aguantan o montan
una revolución,
pero si escogen lo segundo, recuerden que París 1870 ya no está de moda.
RECURSOS PROPIOS
[«El problema
ahora no es que los bancos no den la cantidad de crédito que el modelo precisa,
sino que ese modelo
basado en el
crédito está muerto; y esto tiene mucho que ver con lo de “salir de la
crisis”.»]
Miércoles, 5 de
junio
El trío —la
Troika, ya saben, ¿por qué se le llamará así?— ha dicho sobre la banca española
que sí, pero
podría ser que tal vez también pudiera ser que tal vez. Las causas: las
consecuencias de
lo acontecido (que se dicen a medias).
La banca
española no es que no dé créditos, eso no es cierto, aunque se diga; lo que
sucede es que no
da los créditos que las empresas españolas necesitarían que diese a
familias y
empresas. Y, ¿por qué no los da? Pues porque:
1. Muchas de las
empresas que los piden ya deben la tira, les deben la tira y tienen
escasísimos
pedidos, muchos de los cuales son de empresas que se encuentran en la
misma situación
que ellas.
2. Un montón de
familias españolas ha archiagotado su capacidad de endeudamiento hace
más de un
lustro. Estas familias también deben la tira, y no están nada claras las
fuentes de
ingresos de muchas de ellas debido a cómo está la demanda de trabajo y
las expectativas
en la evolución del paro: 28% en el 2014 (OCDE, 29 de mayo).
3. Los bancos
están en un ay: desde el 2001 han estado prestando la monda y a partir del
2007 han estado
refinanciando otra monda. No se habla de ello, pero estoy convencido
de que existen
estimaciones de: a) ¿qué volumen de los créditos vivos aún no
refinanciados
tienen probabilidad de ser primero morosos y luego impagados?, y b)
¿qué cantidad de
los créditos que la banca ha refinanciado son tan sólo impagados,
camuflados y
bautizados como «refinanciados» para evitar tener que provisionarlos
porque, pura y
simplemente, los bancos no tendrían capacidad para hacerlo?
4. Los bancos
españoles tienen, más o menos, la mitad de la deuda pública viva emitida
por el Reino; es
decir, la banca española se ha convertido en el principal financiador del
Reino de España;
teniendo en cuenta que los recursos que la banca española tiene son
los que son y
que su capacidad de obtener más es la que es; si compra deuda/tiene
que comprar
deuda, le quedan menos recursos para otras cosas, entre ellas dar más
crédito.
Convendrán
conmigo que es una situación compleja, muy compleja. Complejísima.
Muchisísimas
empresas españolas estuvieron contribuyendo a que España fuese bien
porque obtenían
todo el crédito que precisaban, y todas las entidades financieras daban todo
el crédito que
les pedían (y hasta el que no les pedían) porque eso suponía comisiones y
crecimientos que
cotizaban en Bolsa.
Requetemuchas
familias españolas estuvieron consumiendo todo lo que se les ocurría y
ayudando a que
España fuese más que bien gracias a los créditos que por todas partes les
llovían.
Montonazos de
empresas han estado viviendo, literalmente, del crédito; y ni se sabe
cuántas familias
estuvieron consumiendo porque tenían crédito. Los bancos y las cajas
aumentaron la
capacidad de endeudamiento de familias y empresas porque era la única forma de que sus
juntas de accionistas y sus consejos aplaudieran a rabiar y pudieran repartir
dividendos y
hacer obra social. Y como el nivel de deuda pública era ridículo, nada distraía
la
inyección de
esos recursos desde «el sector privado». Y, en resumen, el PIB iba como una
moto.
Pero cuando la
capacidad de endeudamiento se agotó y la confianza que inspiraba el Reino
se vino abajo,
porque se puso de manifiesto que la cosa no daba para más, el tinglado se
hundió.
El problema
ahora no es que los bancos no den la cantidad de crédito que el modelo
precisa, sino
que ese modelo basado en el crédito está muerto; y esto tiene mucho que ver
con lo de «salir
de la crisis».
Los bancos no
van a volver a dar el volumen de crédito que dieron antes del 2008: ni
mañana ni el año
que viene; ¿por qué? Pues por lo dicho de 1) a 4) y porque ya ni interesa ni
es preciso que
empresas que sólo son viables gracias al crédito existan, porque ni interesa ni
es preciso que
el consumo, que tan sólo tenía lugar porque a los consumidores se les iba
dando más
crédito, se produzca.
Ahora nos
hallamos en una transición entre aquel modelo y uno nuevo, otra vez: por eso
esta crisis es
sistémica. Y en ese nuevo modelo fundamentalmente tendrá cabida lo eficiente,
lo que tenga
valor; y eso sí tendrá financiación, aunque gran parte de esa financiación
tendrá
como origen los
recursos propios.
En la última
semana dos empresas me han dicho lo mismo: a una serie de clientes les han
dicho que no les
quieren como tales porque no se fían de ellos; se han hecho más pequeñas:
han reducido
estructura y esas cosas; están cobrando al contado, ofreciendo descuentos
importantes, y
están pagando al contado y obteniendo descuentos suculentos. ¿Los bancos
para esas
empresas?, muy bien, gracias. Facturan menos, sí, pero su cashflow es sano,
sano.
¿Cuántas
empresas conocen como ésas? Para las empresas los tiros van por ahí. Los
bancos tendrán
que hacer su particular limpieza, y pienso que va a ser complicada; y luego
financiarán lo
realmente provechoso. Y sí, pienso que también tendrán que hacerse más
pequeños; y
también, pienso que la concentración en ese sector va a ser importante.
Recursos
propios: ya saben.
PENSIONES:
PENÚLTIMO ACTO
[«¿Alguien puede
de verdad creer que, en los próximos años, la esperanza de vida va a aumentar
de forma
generalizada y
creciente?»]
Lunes, 10 de junio
A continuación,
una serie de reflexiones en relación a un tema que aún está abierto (por poco
tiempo ya) y del
que recientemente ustedes han leído aquí:
http://lacartadelabolsa.com/leer/articulo/pensiones1.
— Todos estos
cambios que se están realizando en los sistemas de pensiones de todos
los países son
debidos fundamentalmente, pienso, a una sola razón: no van a generarse
fondos
suficientes para mantener el esquema actual de las pensiones porque, aunque
voluntariamente
o de forma forzada se alargue la edad de jubilación, cada vez habrá
menos fondos
públicos para pagarlas, es decir, será menor la masa total dedicada a
pensiones.
— ¿Por qué cada
vez habrá menos fondos? Pues porque las tasas de crecimiento, sigo
pensando, serán
más sostenidas pero más reducidas: del 2,X% o del 3,X% vamos a
pasar al 0,X% o,
en un año mega bueno, al 1,X%, lo que incidirá en los niveles de
ingresos
públicos, y, por ello, en el volumen de fondos de los que dispondrá la
Seguridad Social
de los países.
— Lo anterior
vendrá influido por, e influirá en, que haya que convivir con niveles de
desempleo
estructural muy elevado y/o de alto subempleo; evidentemente, en unos
lugares más que
en otros. Ello determinará que el nivel de las cotizaciones sociales
descienda y que
no vaya a ser compensado a través de otros ingresos debido a los
cambios que ya
está experimentando la filosofía impositiva en la línea de reducir la
presión fiscal.
— Pienso que con
la esperanza de vida sucederá justo lo contrario de lo que se
argumenta: irá
descendiendo. A medida que se vayan produciendo recortes en el
modelo
sanitario, dificultando el acceso a sus prestaciones, aumentando la
contribución
de los
consumidores de medicamentos en el momento de su adquisición, e
introduciendo y
aumentando las fórmulas de copago sanitario, la utilización de la sanidad
pública
disminuirá (la privada de alta complejidad quedará al alcance de muy pocos),
máxime en un
entorno de empobrecimiento generalizado por la caída de rentas.
Introducir la
adecuación de las pensiones al aumento de la esperanza de vida pienso
que es un
argumento artificial para justificar su reducción, pero falaz: la esperanza de
vida ha ido
aumentando en los últimos cincuenta años gracias a la espectacular mejora
de la sanidad
pública; en cuanto ésta retroceda, la esperanza de vida caerá. (Lo que no
beneficiará en
nada a los perceptores de una pensión porque ese «ahorro» será,
inmediatamente,
destinado a otro fin.)
— En unos países
más que en otros (en España cada vez más) las pensiones se han
convertido en
parte de la renta familiar, de tal forma que complementan, muchísimo en
algunos casos,
los ingresos de la familia. Reducciones en las pensiones en un entorno
de salarios a la
baja, y de desempleo y subempleo al alza, abocarán a muchas
personas y
familias a un empobrecimiento imparable y a la degradación de sus
condiciones de
vida. Unan a esto la disminución de las coberturas del modelo sanitario.
¿Alguien puede
de verdad creer que, en los próximos años, la esperanza de vida va a
aumentar de
forma generalizada y creciente?
— Pienso que es
verdaderamente perverso que se haya escogido el nombre de
«sostenibilidad
del sistema de pensiones»; es lo de «el amor y el sexo», sí. Se dice
«sostenibilidad»
cuando lo que se está queriendo decir es «como en su forma actual el
sistema lleva un
rumbo de colisión, y como no es asumible que en un horizonte previsible
el sistema de
pensiones desaparezca, hay que introducir una serie de cambios para
acompasar el
importe de las pensiones a los ingresos que para pensiones haya. Las
pensiones
bajarán, ¡claro que bajarán!, y mucho, pero continuará habiendo pensiones,
luego el sistema
será “sostenible” porque se habrá hecho “sostenible”». En fin.
— Los planes de
pensiones privados. Vamos a dejar claras varias cosas de entrada. Por
un lado, esos
planes dependen de un ente privado todo lo regulado e intervenido que
quieran ustedes,
pero privado al fin y al cabo; y, bueno, hasta el desastre de las
Preferentes se
consideraba que ningún producto financiero popular podía ir mal (falso:
la Historia
muestra que hay ejemplos de lo contrario); por otro, la rentabilidad media de
la inmensa
mayoría de los fondos de pensiones ha sido últimamente la que ha sido:
reducida,
cierto, en unos lugares y unos planes más que otros; por otro más, los fondos
de pensiones
nacieron y se desarrollaron en un sistema financiero determinado, y nada
garantiza que
mañana ese sistema financiero continúe siendo igual; cierto, la masa de
dinero que hoy
acumulan es la que es, pero, ¿qué rentabilidad podrán tener con otro
sistema
financiero, el que obviamente llegará con el próximo modelo? (En España
sabemos mucho de
esto: la rentabilidad de los planes de pensiones ha sido,
básicamente,
fiscal: el 90% de las aportaciones a los planes se hacían en diciembre
tras realizar
una simulación de la liquidación del IRPF del próximo año.)
— No ya planes
de pensiones: ahorro en general para complementar pensiones
menguantes:
¿cuántos podrán ahorrar con las expectativas económicas que la sociedad
tiene ante sí?;
poquísimas personas. Por ello, pienso, cobrarán una importancia capital
las coberturas
financieras que las corporaciones realicen a sus empleados como parte
de su
remuneración. Ya, ya: serán escasas las personas a las que algo así afecte
porque serán los
empleados esenciales quienes tendrán acceso a esas aportaciones.
— En un
escenario en el que para generar el PIB preciso en cada momento, va a ser
necesario menos
factor trabajo y muchísimo menos factor trabajo generador de bajo
valor, el
concepto «mucha población» se convierte en un problema: los ingresos públicos
tienden a la
baja por lo que cada vez habrá menos fondos para atender el gasto público;
a su vez el
gasto público tenderá a reducirse para reservar fondos con que pagar los
intereses de la
deuda pública y deudas que no se pueden/deben dejar de pagar, como
las militares;
el gasto en protección social (y ahí métanlo todo) va a ser uno de los
paganos del
nuevo modelo porque «el hombre de la calle» es fácilmente controlable. En
otras palabras,
el sistema de pensiones, cuando de verdad se acabará equilibrando,
será a medida
que vayan falleciendo quienes perciben las pensiones.
— La pregunta no
es «si», sino «cuándo»: ¿cuándo se computará toda la vida laboral para
calcular la
pensión?; tampoco cuántos años serán necesarios para percibir la pensión
máxima, sino si
seguirán existiendo pensiones máximas. ¿Se imaginan la historia de la
cotización de un
joven medio actual sumido en una secuencia de empleos a tiempo
parcial,
subempleo, subremunerado (¿se han dado cuenta de que ya no se habla de
«mileurismo»?),
y con periodos de actividad alternados con fases de no-trabajo?
Suponiendo que
en el 2050 sigan existiendo pensiones (pienso que ya no existirán), ¿se
imaginan cuál
podría ser la pensión de ese joven medio que hoy tenga 20 años de
edad?
Insisto. Tan
sólo eran reflexiones. Otro día más.
POSTFACIO
El último, que
apague la luz,
Que cierre la
puerta despacio,
Que tire las
llaves al fondo del mar.
[...]
Pero cómo duele
dejar de verte,
Respirar, vivir
contigo en mente.
Con tu risa, tu
verano y mi mala suerte,
Aceptaré mi vida
en esta mala muerte.
Miguel Bosé con
Penélope Cruz,
«Decirnos
adiós», del álbum Papitwo,
Eduardo Cruz,
2012
La gripe es un
proceso vírico que comporta dos características que siempre se dan: 1) no
tiene
tratamiento, y 2) tiene un principio, un desarrollo y un fin bastante
definidos. Con la crisis
sistémica que ha
invadido el planeta sucede exactamente lo mismo.
Esta crisis no
tiene tratamiento precisamente porque es sistémica: se ha producido como
consecuencia del
agotamiento del modo como se estaban haciendo las cosas: el modelo
económico. El
motor de crecimiento era la demanda y el modo como se crecía tenía como
origen el
consumo —de todo, por parte de todos y de forma creciente—.
Como la renta no
daba para llegar y mantener ese nivel de consumo (prácticamente
ninguna renta)
fue concedida a los posibles consumidores una capacidad de endeudamiento
gigantesca; el
problema llegó cuando esa capacidad de endeudamiento se agotó, agotándose con ella la
capacidad de consumo, es decir, de generación de crecimiento; y ello con un problema
añadido: la enorme deuda que se había contraído durante la fase de crecimiento
y que aún se debía
en el momento en que tal agotamiento se produjo.
Por otra parte,
el recorrido de la crisis ha sido —está siendo— muy delimitado. En
septiembre del
2007, manifestación de los primeros problemas al ser imposible ya diluirlos. En septiembre del
2008, quiebra de un banco potente: Lehman. Entre enero del 2009 y mayo del 2010, intentos
de revertir la situación, infructuosos, evidentemente. A partir de ahí, medidas tendentes a
eliminar todos los excesos creados en la fase de hipercrecimiento.
No existe
tratamiento para esta crisis porque el único manual que existía es el que se
utilizó
para crecer a
base de deuda, y esa vía está cerrada porque es la que nos ha conducido a la
propia crisis.
Tampoco es posible acelerar la salida porque existe un tiempo necesario para
que se elaboren
y se implementen las recetas que constituirán las bases del nuevo modelo: el
que sustituirá
al que se ha agotado en la crisis, y esto lleva su tiempo. De ambas cosas
tenemos un
ejemplo: la Depresión, la crisis sistémica justamente anterior a ésta.
Ya, ya: he
simplificado mucho. Cuando tras una semana o diez días se completa la
recuperación del
proceso gripal, uno puede continuar con su vida, y esto no va a suceder
ahora: en la
crisis. Las crisis sistémicas, al contrario que las recesiones, acarrean
cambios
profundos:
filosóficos y estructurales, de conducta y de comportamiento; cambios que hacen
que nada vuelva
a ser igual a como fue.
Y sí, esta
crisis no es una simple gripe; tal vez fuese más exacto compararla con la Gripe
Española del 18.1
***
Bien, esta
crisis es una gripe en el sentido de que no hay medida económica que pueda
curarla, que
pueda hacer que finalice; pero en realidad esta crisis es un proceso
cancerígeno
que ha puesto
fin a un modelo que ha llegado a su agotamiento, y como en todo proceso
cancerígeno ha
de ser aplicada una quimioterapia durante un tiempo con el objetivo de eliminar todo lo
pernicioso.
La quimioterapia
que ya se está administrando está orientada a eliminar todo aquello que
ya no servirá en
la nueva fase: todo aquello que no será útil para el nuevo modelo: todos los
procesos,
rutinas, sistemáticas que absorben más recursos del valor de los bienes y
servicios
que tales
procesos, rutinas, sistemáticas vayan a generar; y esto afecta, está ya
afectando, a
todos los
elementos que intervienen en esos procedimientos: tanto los elementos
materiales
como los
humanos.
Los efectos
sobre los primeros se observan en los cierres, reestructuraciones,
reorganizaciones
que en el tejido productivo se están produciendo, orientadas a reducir el
exceso de
capacidad productiva existente y a aumentar la eficiencia; los efectos sobre
los
segundos se
pueden ver en el creciente desempleo, en el retroceso de la clase media y en el
progresivo
adelgazamiento del Modelo de Protección Social.
A esta
quimioterapia pertenecen, también, acciones que se están promoviendo y que
suponen cambios
muy profundos respecto a cómo hasta ahora se habían estado entendiendo
las cosas. Son
acciones en muchos casos quirúrgicas que afectan a temas concretos pero, y
aquí lo
importante, muy fácilmente exportables a otros países distintos al país donde
se
adoptan e
implantables en otros sectores diferentes a aquellos en los que originariamente
fueron
aplicadas. En otros casos son decisiones que afectan a un conjunto de países,
pero
decisiones que
también son transferibles a otras latitudes.
Haciendo
referencia sólo al 2013, tal es el caso de los cambios legales introducidos por
el
gobierno griego
en enero para declarar ilegal una huelga iniciada por los trabajadores del
metro de Atenas,
ilegalización que podría suponer hasta encarcelamiento para los huelguistas; o el anuncio por
parte del gobierno suizo, en febrero, de la imposición de restricciones a la entrada de
ciudadanos de la UE debido al incremento en la inmigración de italianos,
españoles y portugueses,
que está ocasionando tensiones salariales a la baja en la Confederación; o la publicación el
mismo mes de la noticia según la cual la compañía armamentística estadounidense
Raytheon tiene operativo un software que permite predecir comportamientos y movimientos de
personas a las que se quiera rastrear y que, fundamentalmente, extrae la información de
las redes sociales.
En la misma
línea se halla la propuesta de principios de marzo de la ministra británica del
Interior,
Theresa May, de imponer el pago de un depósito a los extranjeros que deseen
trabajar en el
país y que sería devuelto a la salida deduciendo un porcentaje en el caso de
que
utilizasen
ayudas públicas; o el acuerdo tomado por el Eurogrupo en la noche del viernes
15 al
sábado 16 de ese
mismo mes por el que se acuerda el rescate de Chipre y la responsabilidad de los
depositantes, no sólo de los inversores, en los posibles problemas del banco en
el que tuvieran sus
ahorros; o el anuncio del Premier británico, David Cameron, en un discurso pronunciado en
la Universidad de Ipswich, de la probable imposición de una serie de medidas para dificultar
y limitar el acceso de los extranjeros al Modelo de Protección Social británico con el objetivo
de desincentivar la llegada de inmigrantes que no sean especialmente brillantes en sus
profesiones.
También la
decisión adoptada en la asamblea de accionistas de la compañía EADS,
celebrada en
marzo, de restringir la influencia de los Estados fundadores —Alemania, Francia
y España— al 28%
conjunto, lo que implica que, al ser superior, estos Estados deberán vender parte de sus
acciones; o el anuncio de que la UE se halla trabajando en una normativa —que ha de estar
operativa en el 2018— que validará conocimientos profesionales adquiridos al margen de
estudios reglados, bien con procedimientos educativos, bien con la práctica profesional.
Y el simple
hecho de que se considere en varios países de la UE la posibilidad de llevar a
cabo algún tipo
de expropiación, aunque sea temporal y bajo ciertas condiciones, de viviendas vacías
anteponiendo el interés social al principio de propiedad privada: lo importante
no es la expropiación en
sí, sino el hecho de marginar un derecho hasta ahora inalienable, lo que abre la puerta a
ulteriores aplicaciones en otros ámbitos.
Esta
quimioterapia y estas acciones buscan liquidar los elementos que hicieron
posible el
modelo que ha
sido el nuestro y que se encuentra agotado, elementos como el pleno empleo,
la vinculación
entre crecimiento y demanda de trabajo, el peso de la clase media, el papel
activo
desempeñado por el Estado y por «lo público», la importancia del individuo...,
a fin de
enterrar las
consecuencias que tuvo su aplicación: la redistribución de la renta, la
búsqueda de
la igualdad, la
elaboración de políticas que tuvieran como objetivo la reducción de las
diferencias
sociales, la implementación de medidas en aras de lograr la igualdad de
oportunidades...
No, no es
«neoliberalismo», el «neoliberalismo» no fue más que una evolución en el
modelo:
la concesión a
la oferta de todas las ventajas para que pudiera eliminar lo que dificultase su
expansión; esto
es otra cosa, es la eliminación de todo lo que no sea necesario para alcanzar
lo que sea
verdaderamente importante y que será efectivamente elaborado por quienes sean
absolutamente
imprescindibles; eliminación: a) bien por la vía del recorte o del
encarecimiento: en Reino Unido
el 1 de abril fue presentado por el Premier un programa de gasto social en el que, por primera
vez desde que en los años 50 fue masificado en el país el Modelo de Protección
Social, el gasto va a decrecer el 1% a lo largo de tres años; b) o bien
eliminación a través del «esto
lo ignoro»: en Estados Unidos se están desarrollando unas lentes de contacto que permitirán,
a quienes las lleven puestas, no ver a los homeless, en línea con «lo
que no se ve, no existe».
Y la pregunta:
la crisis, ¿hasta cuándo?
La Historia
muestra que las crisis como la actual, las sistémicas, han tenido una duración
de
entre diez y
doce años. Esta crisis comenzó en el 2010, tras dos años y medio de precrisis
en
los que se
pretendió lo imposible: resolver la situación a base de inyectar fondos y de
avalar
posturas en la
creencia de que «si en los años 30 funcionó, ahora también». La cumbre del
Consejo Europeo
entre los días 5 y 7 de mayo del 2010 puso fin al intento, declaró finiquitados
los Planes E y
similares, y entró en la senda del saneamiento preparatoria de la fase de
administración
de quimioterapia en la que ahora nos encontramos.
Por similitudes
estructurales con la Depresión, esta fase de quimioterapia podría durar dos
años más, hasta
principios/mediados del 2015. Se supone que en este lapso de tiempo ya
habrá sido
eliminado todo lo que impide sentar las bases del nuevo modelo y que en los
años
siguientes tales
bases se irán implementando o se definirán: en Europa, unión bancaria, unión
fiscal,
encarrilamiento para alcanzar un déficit estructural del –0,5% en la UE en el
2020,
coordinación
monetaria mundial... En esta fase los Estados, aunque debilitados, continuarán
desempeñando un
importante papel a fin de ir implementando las medidas que se vayan
decidiendo,
formalmente por parte de organismos formados por representantes políticos de
los países,
aunque, pienso, en la práctica por figuras que las grandes corporaciones hayan
ido
situando en
estos organismos; en esta línea está el caso del banco Goldman Sachs; con ex
personal suyo en
puestos de alta responsabilidad de administraciones y organismos
internacionales
o con ex miembros de alto nivel de entes públicos en su organigrama, esta
entidad
financiera se adelanta a los próximos años.
Continuando con
el timing de los diez/doce años, entre el 2020 y el 2022 podrá darse por
implantado el
nuevo modelo (sin una III Guerra Mundial de por medio: ésa será, pienso, una de
las grandes
diferencias con la crisis sistémica anterior; en un momento en el que se puede
colocar un misil
de crucero a 3.000 km de distancia con un error de 5 metros y armado con el
tipo de cabeza
conveniente, o destruir un blindado enemigo con un Hellfire lanzado desde un
drone operado a
6.000 km, las guerras destructivo-constructivas del pasado dejan de tener
sentido).
El nuevo modelo:
una nueva estructuración, un nuevo modo de hacer las cosas en una
posible nueva
distribución geográfica y administrativa en la que pueden estar verdaderamente
coordinadas
zonas y áreas con posibilidades reales y que tengan peso a nivel internacional
(en un escenario así
alcanzaría todo su sentido la Europa de los clusters), y donde podrían
superarse
conceptos geopolíticos actuales por haber cumplido ya su función, caso de la
UE, la
OEA y organismos
semejantes. Evidentemente todo esto daría lugar a unos cambios muy
profundos tanto
a nivel político —mucho mayor peso de las figuras técnicas en los gobiernos
—, como jurídico
—legislaciones necesariamente de alcance internacional—, como,
obviamente,
económico —fiscales, monetarios, financieros, bancarios—, y, desde luego,
social.
Un apunte sobre
una cuestión que siempre corroe a quienes padecen un problema
ocasionado por
un suceso de efectos catastróficos: ¿era evitable esta crisis?, ¿hubiera podido soslayarse esta
hecatombe si las cosas se hubiesen hecho de otra manera? Es humano
formularse esta
pregunta, muy humano; pero en este caso, con referencia a esta crisis
sistémica en la
que el planeta se halla inmerso, la respuesta es totalmente negativa. La razón
es que la crisis
era inevitable.
Esta crisis ha
sido la consecuencia de una serie de decisiones, medidas, políticas y actos
que se han ido
tomando desde que nació el modelo que ha colapsado: a medida que se fue
haciendo lo que
se hizo desde principios de los años 50 para propiciar un crecimiento que
beneficiase a
todos y que para todos fuese bueno, se fueron sembrando las simientes del
colapso. Cuando
a partir de 1973 se demostró que era falso el supuesto sobre el que pivotaba nuestro
maravilloso crecimiento: la inagotabilidad de la oferta de commodities y, por
consiguiente, su
baratura, algo se vino abajo; algo que acabó de hundirse cuando a partir de
1991 quedó
diáfano que tan sólo a través de un endeudamiento creciente era posible seguir
adelante.
A finales de los
70 el modelo ya estaba agotado, y a base de ajustes, de inventos, de
trucos, de
apaños, consiguió mantenerse en pie hasta el 2007, cuando se esfumaron los
últimos
inventos, los últimos apaños realizados en el 2003: los créditos hipotecarios a
personas con muy bajos
ingresos y el dar por supuesto que la calidad de la deuda de España o Grecia era casi igual
que las de Austria o Países Bajos. Y como somos humanos, aún otro intento más: los Planes
E y las inyecciones de fondos del 2009 y del 2010.
¿Y ahora? Ahora
viene una época complicada, mucho. Complicada porque, según lo dicho,
aún queda
crisis; complicada porque la «recuperación» no podrá ser entendida como la
vuelta
a aquellos años
en los que «el mundo iba bien»; complicada porque una vez se salga de la
crisis
propiamente dicha, la estabilidad vendrá acompañada de una pérdida en los
estándares de vida de la
inmensa mayoría de la población en comparación a lo vivido hace unos años; porque no vamos
a más, sino a menos; y habrá que aprender a vivir así y con eso.
Para que quede
más claro: no sólo es que los ratios de consumo zonal, medio, individual
vayan a caer, que
caerán porque lo hará el poder adquisitivo —el poder de consumir—, sino
porque cosas que
ahora son habituales, cosas que ahora se dan como normales, van a
desaparecer.
Serán servicios públicos que hasta ahora se han recibido, pavimentos de calles
que antes
aparecían perfectamente asfaltados, atenciones obtenidas de un muy bien
pertrechado y
cualificado cuadro de empleados públicos, seguridad en el cumplimiento de los
compromisos
adquiridos por parte de empresas privadas que se movían en un entorno de
creciente
bienestar... Porque, en el fondo, todo eso, todos esos cambios, esa
desaparición,
puede resumirse
en un único apartado: esta crisis sistémica marca el principio del fin
irreversible del
Estado de Bienestar en el que el planeta entró tras la Depresión: ahí radica el
cambio con
mayúsculas.
En todas las
crisis sistémicas se producen cambios profundos que afectan a la forma de
vida y a cómo se
materializan las formas de vida, y ésta, por pura lógica, no va a ser una
excepción. La
gran diferencia entre esta crisis sistémica y otras que en el Sistema
Capitalista
hasta ahora se
han producido: 1820, 1875, 1929, estriba en que ahora nos hallamos en la
rama descendente
del sistema, preparándonos para la supercrisis que pondrá fin al sistema
actual y que
será el inicio del sistema siguiente, algo parecido a lo que sucedió, por
ejemplo,
entre finales
del siglo XVIII y principios del XIX, a mediados del siglo XVI, a mediados del
siglo XIV, a principios
del XI. Crisis profundas, duras y determinantes. Pero ésa es ya otra historia.
Me ha parecido
bien finalizar con la nota que incluí en la contracubierta de Más allá del
crash (Los libros del lince, 2011). Pienso que
resume muy, muy bien todo lo que ahora el
mundo está
viviendo, la sensación que a todos y a todos los niveles invade:
Esta crisis
supondrá el fin de muchas cosas. ¿Después? La actual crisis se superará, pero
se quedará mucho por el camino: gran
parte del bienestar, el individualismo, el crédito ilimitado, las materias
primas baratas... Retazos de un pasado que ya se ha
ido. «Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.»
(Blade Runner, Ridley Scott,
1982)
1. Este breve texto fue publicado originalmente en catalán, bajo el título «Grip»,
en l’Econòmic, en su edición del 16 al 23 de
febrero de 2013.
EL INVENTO DEL SECTOR SERVICIOS
El sistema económico en el que nos hallamos, el sistema capi¬talista, comenzó su andadura «oficial» en 1820; más adelante volveremos sobre esto, pero ahora quédense con una obvie¬dad: el sistema capitalista de hoy en poco se asemeja al de principios del siglo xix. Aunque las diferencias son muchas, una destaca entre todas: el sector servicios.
Desde la noche de los tiempos, la mayor preocupación de las personas había sido alimentarse: las periódicas plagas, se¬quías, guerras, la voracidad de los distintos señores de la tie¬rra, la baja esperanza de vida, convertían en una tarea no fácil asegurar el sustento de una población en una época en la que el comercio interterritorial estaba sujeto a múltiples cortapi¬sas. La segunda preocupación ancestral de la humanidad fue la indumentaria: la ropa, incluso las prendas más sencillas, era cara debido a que su confección era artesanal, es decir, manual, lo que ralentizaba su producción.
Alimentarse y vestirse absorbían la mayor parte de las ener¬gías de las comunidades, comunidades que, hasta el siglo XIX, fundamentalmente eran rurales y consumidoras de los bienes que producían. A este decorado añádanse unas comunicacio¬nes terrestres muy precarias, unos enlaces marítimos muy ca¬ros y restringidos a personas muy concretas y a bienes muy específicos, y una administración pública centrada en una figu¬ra real investida de la creencia de que era la receptora del poder de Dios en la Tierra, una monarquía casi siempre desconectada del gobierno efectivo de su reino, del que se ocupaban personas que, en gran parte de las ocasiones y en el mejor de los casos, tan sólo atendían al día a día, porque bastante tarea era la su-pervivencia cotidiana. En un escenario como el descrito resulta evidente que crecer en términos económicos, tal y como lo en¬tendemos hoy, era muy, muy difícil.
Con ligerísimas variaciones, ése es el decorado que encon¬tramos en todos los reinos europeos hasta la Revolución fran¬cesa de 1789: una clase ultraminoritaria compuesta por la no¬bleza que gira en torno al rey y al protocolo real y que, por su gracia, es poseedora de la tierra, es decir, del lugar de donde se obtienen los alimentos, las materias primas y la energía: minas y bosques; el rey o la reina, que es último y único pro¬pietario del producto de los impuestos (la hacienda real) y de¬cide sobre su destino; un muy reducido número de profesio¬nales e intelectuales, dependientes en su mayoría del rey y de la nobleza; la estructura clerical, en gran medida al margen del poder real pero apoyándolo por necesitar su apoyo; y la gran masa de la población, sin propiedades ni beneficios: los que en el París de mediados del siglo XVIII eran conocidos como los sans-culottes.
La máquina de vapor supuso muchos cambios, pero uno destaca entre todos: por vez primera en la historia se podía in¬crementar la productividad al margen del esfuerzo individual de las personas, lo que permitió mejorar los rendimientos agra¬rios y la producción textil. A medida que fue avanzando el si¬glo XIX, la mayor parte de los países europeos pudieron dar por finalizados los períodos de hambre que cíclicamente afectaban a sus poblaciones; a la vez, el precio del textil fue bajando.
Lenta pero sostenidamente, las diferentes poblaciones de los países que progresivamente adoptaron el capitalismo fue-ron interiorizando que las necesidades básicas estaban cubier¬tas, lo que posibilitó nuevos nichos de negocio; tras el fin de la segunda guerra mundial, esa posibilidad se acrecentó, y comen¬zó la expansión del sector servicios.
El sector servicios es una especie de cajón de sastre en el que tienen cabida todas las actividades que no encajan en otros sectores de la economía; algunas pueden ser fundamen¬tales, como la programación del software para el control aéreo de una zona o territorio; otras, no tanto, como un servi¬cio de hoteles exclusivos para animales de compañía; pero to¬das esas actividades comparten una característica: su depen¬dencia de otras actividades y sectores, que las necesitan o simplemente las desean.
A medida que fue produciéndose el incremento de la renta media, crecieron el sector servicios y sus subsectores: cubier¬tas las necesidades básicas, la población, con independencia de su estatus social, comenzó a demandar servicios y, como consecuencia, y debido a su reducida productividad, a ocupar a una creciente proporción de la población activa. (Véase el gráfico I del «Anexo I».)
El problema reside en la enorme dependencia que el sector servicios conlleva: depende de la evolución de la economía, de la renta de sus demandantes, de la coyuntura económica... En los momentos de auge, el consumo de sus elaborados se dis¬para; en momentos de desaceleración económica, se reduce.
En cualquier caso, y desde el fin de la segunda guerra mun¬dial, el peso del sector servicios en la economía, en la genera¬ción del PIB, ha ido en aumento, lo que ha supuesto necesi¬dades crecientes de población activa, que podía proceder de las amortizaciones de empleo en subsectores agrícolas o in¬dustriales ocasionadas por la búsqueda, en éstos, de mayores productividades, porque otro rasgo que comparten la mayor parte de las actividades encuadradas en este sector económico es la utilización de una gran cantidad de factor trabajo.
Lo ampliaremos, pero, de momento, quedémonos con el hecho de que desde los años sesenta, y especialmente desde los ochenta, la población ocupada en el sector servicios en los países capitalistas o en países que formalmente hayan adopta¬do el sistema capitalista se ha disparado, al igual que el valor del PIB que han ido generando; sin embargo, su peso, su im¬portancia está en función de una realidad que no controla ya que casi todo lo que produce depende de los excedentes de renta que se están dedicando al consumo de servicios.
LO QUE S E NOS AVECINA
La evolución de los últimos doscientos años ha llevado a la economía mundial a un lugar sin retorno. Dirán que todos los lugares, una vez alcanzados, son de no retorno, y sí, así es, pero lo que ahora estamos exponiendo para luego abordar en profundidad es que la evolución de las cosas está abocándo¬nos a una crisis sistémica, una situación que es imposible de evitar, pues una crisis sistémica es inevitable debido a que es fruto de una determinada evolución.
Una crisis sistémica es algo muy serio y especial: en dos mil años tan sólo se han producido dieciocho, la última en 1929, así que la del 2010 será la decimonovena de las acontecidas en estos dos milenios. ¿Por qué se produce una crisis sistémica?
Los sistemas económico-político-sociales son consecuen-cia de una realidad: las cosas suceden de determinada mane¬ra, son hechas de determinado modo, producen determinados efectos, no exactamente iguales, pero sí esencialmente idénti¬cos en cuanto a sus significados y el modo como son hechas. Todo eso, ese conjunto de maneras de acontecer, de modos de hacer y de consecuencias constituye un sistema.
Es posible datar el momento en que un sistema comienza su existencia; a la vez, su duración es idéntica para todos los sistemas habidos en los últimos veinte siglos: 250 años; del mismo modo, es posible datar el momento en que se produce la muerte de un sistema (al menos lo ha sido para todos los sistemas habidos en estos dos mil años).
Maneras, modos, consecuencias..., en cualquier caso, exis¬te algo que caracteriza a cada sistema de forma inequívoca. Ese elemento, que cambia al cambiar el sistema, es el modo de producción. Al igual que todos en el pasado, el sistema actual, el sistema capitalista, tiene sus bases, sus características y su fundamento filosófico-político. Todo ello predetermina un modo de producción.
El capitalismo se sustenta sobre tres bases. Su base cultu-ral la determinó el calvinismo, la base filosófica se la dio la Ilustración y la económica de alguna manera es consecuencia de las otras dos y está definida por la búsqueda de la maximi-zación del beneficio individual.
La ética calvinista aportó algo que la moral católica, sim-plemente, no contemplaba: el individualismo. Para la moral católica lo único importante era la salvación de las almas en un entorno de libre albedrío, sí, pero influido por el mensaje de que la vida terrenal era un mero accidente en el tránsito ha¬cia la eterna, la única importante; en consecuencia, los padecimientos y sufrimientos de ésta en nada importaban, ya que esta vida era una preparación, en la mortificación, para aqué-lla. En un entorno como el descrito, únicamente los ministros de la Iglesia, y en el idioma divino, el latín, podían hacer de transmisores entre los fieles y Dios.
El calvinismo, en cambio, parte de que la vida de cada per-sona se halla predeterminada; no obstante, el uso que cada uno haga de su potencial y de todo lo que Dios ha puesto a su alcan¬ce hará que sea mejor o peor a los ojos de Él, ya que cada cual se preocupará de utilizar de la mejor manera posible todo lo que Dios ha creado y procurará aportar a esas creaciones divinas características desarrolladas con su actividad y trabajo. En ese orden, la comunicación con Dios debe realizarla cada persona, sin intermediarios, y debe hacerlo en su propio idioma.
Es evidente que una visión como la aportada por la moral católica no fomenta ni el desarrollo de la economía como ac-tividad enriquecedora ni a la persona como ente individual, lo que sí hace la ética calvinista. Simplificando, en los Estados y zonas en los que el calvinismo se desarrolló se produjeron sig¬nificativos avances de la actividad económica, lo que no suce¬dió en aquellos donde triunfó la Contrarreforma abanderada por España.
La Ilustración aportó el componente filosófico. Nacida a fi-nales del siglo XVII en Inglaterra, la Ilustración evolucionó a par¬tir del calvinismo profundizando en el concepto de liberalismo y, a partir de éste, en el de propiedad privada. No es extraño que fuese la burguesía manufacturera, clase con un creciente poder económico pero carente de toda representación política debido al régimen monárquico y absolutista reinante, la que abrazase fervientemente y desde el comienzo los predicamentos liberales.
Obviamente, la maximización del beneficio individual se convirtió en el objetivo que alcanzar dentro de la ética calvinis¬ta: obtendrían mayor beneficio las personas que mejor hubie¬ran utilizado los bienes creados por la divinidad y más hubieran aportado con su trabajo y bien hacer, por tanto serían ellas a quienes con mejores ojos miraría Dios. Evidentemente, algo así sólo era posible en un entorno liberal.
A partir de estas bases, las características del capitalismo se deducen con facilidad. Los bienes de producción deben ser de propiedad privada y ha de ser la persona propietaria quien decida cómo y de qué manera utilizarlos.
A la vez, la toma de decisiones debe producirse en un en-torno libre, sin ningún tipo de fuerzas que limiten el poder de decisión de la persona; por ello, el papel de los gobiernos debe ser mínimo, y el de los Estados, el imprescindible para garan¬tizar el orden necesario para la libre elección.
Finalmente, el papel del trabajo queda circunscrito a la ge-neración de un valor que se obtendrá mediante la contribu-ción, además, de capital y materias primas, factores y elementos organizados todos ellos de la mejor forma posible y supedita¬dos a la obtención del mayor beneficio que en cada momento sea factible. En consecuencia, los factores productivos, y el trabajo como uno más, pasan a ser mercantilizados y supedi¬tados a la oferta y a la demanda, en teoría libres, en la prácti¬ca, supeditados al capital, factor que fue convirtiéndose, ace¬leradamente, en el factor esencial.
El sistema capitalista fue conformándose a partir del desa-rrollo del maqumismo, del capital, en definitiva. Su fundamen-to fue estableciéndose con arreglo a sus bases y a sus caracterís¬ticas: lo importante, lo único importante, es el individuo, cada uno, en su papel de ciudadano que genera valor, consume y paga impuestos, es decir, lo importante es cada persona, no el Estado, que debe limitarse a garantizar que se cumpla el orden que debe cumplirse a fin de posibilitar la búsqueda del máximo beneficio.
La aparición del capitalismo, como la de cada sistema en su momento, se produjo cuando las circunstancias fueron las idó¬neas. La ética calvinista fue determinante, junto con las aportaciones de plata que España hizo a Europa a partir de su coloni¬zación de América. Sin embargo, lo más importante no fue eso, sino el agotamiento en el que desde mediados del siglo XVIII ha¬bía entrado el sistema anterior: el sistema mercantilista.
Cuando las condiciones fueron las óptimas, se produjo el nacimiento de una nueva filosofía: la que sería la filosofía ca-pitalista; asimismo fue diseñada una nueva estructura: la que a partir del 1820 aportaría el capitalismo. La Revolución fran-cesa, llevada a cabo por la nueva clase, la burguesía, supuso el principio del fin del viejo orden, y el cataclismo generado por las guerras de Coalición acabó de romper el orden del ya total¬mente agotado sistema mercantilista.
Volveremos sobre el tema; ahora simplemente deseo des-tacar que nos hallamos en un momento muy semejante al pe-ríodo 1760-1770: una vez definida la filosofía del sistema que sustituirá al capitalismo, se está diseñando la que será la es-tructura de ese nuevo sistema. ¿Qué ha sucedido? Simplemen¬te que el sistema capitalista, el actual, ha cumplido su función y ya se halla prácticamente agotado. La crisis de las hipotecas basura, los niveles descontrolados a que se ha llevado la eco¬nomía financiera, los montos de deuda privada de todo punto ya inasumibles, la creciente productividad que ya está tornan¬do en excedentarios amplios colectivos humanos, los avances de una tecnología crecientemente eficiente, no son más que manifestaciones del agotamiento del sistema.
Nuestro sistema alcanzó el punto de no retorno en 1973 y su máximo nivel de evolución en el año 2003; a partir de aquí comenzó a gestarse el crash del 2010, cuya precrisis comenzó en 2007. La del 2010 no será una crisis coyuntural a semejan¬za de la de 1962, la de 1987, la de 1991 o la del 2000, sino una crisis sistémica, porque supondrá cambios en cómo «las cosas son hechas», es decir, en el modo de producción, al igual que lo supuso el crash de 1929, que dio paso a la Depresión de los años treinta.
¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
La respuesta cierta, aunque simple, es: por evolución. Una vez iniciada la Primera Revolución Industrial a partir de 1820, y durante los siguientes cincuenta años, encabezados por el Rei¬no Unido —por Inglaterra, en realidad— varios países euro¬peos (España no) procedieron a la progresiva incorporación de sus economías y sociedades al naciente maquinismo, lo que fue transformando rápidamente sus estructuras productivas; las consecuencias de los cambios de esa transformación fue¬ron demoledoras.
Para la burguesía el único objetivo era acumular, es decir, obtener crecientes beneficios y reinvertirlos; se supeditó abso¬lutamente todo a tal fin, por lo que el factor trabajo pasó a ser una mera mercancía que una crecientemente explotada clase obrera vendía al capitalismo y que era pagada al precio —al salario— más reducido posible.
Las condiciones de vida de la clase obrera entre 1820 y 1880 son difícilmente imaginables desde la perspectiva actual. Uno de los mejores documentos sobre las mismas fue escrito por Friedrich Engels: «Las casas son viejas, sucias y minúscu¬las. Las calles irregulares, llenas de rodadas; hay sectores sin alcantarillado ni aceras. Por todas partes hay montones de re¬siduos, desperdicios y basura repugnante entre charcos permanentes; la atmósfera está envenenada por los efluvios de todo esto y oscurecida por el humo de una docena de las in-mensas chimeneas de las fábricas».1
Durante casi todo su primer siglo de vida, el capitalismo se comportó de forma muy diferente a como hoy lo conocemos. Desde los inicios, la puesta en marcha del nuevo sistema supu¬so el incremento de la productividad, pero como los niveles de producción de partida eran muy reducidos, y la disponibilidad de capital (capital como tal, tecnología, herramientas, mate¬rias primas y consumibles...), limitada, la relación entre el ni¬vel de producción y el empleo de factor trabajo era directa; es decir, a pesar de que la productividad no cesaba de aumentar, el incremento de la producción se hallaba indefectiblemente vinculado a la utilización de más factor trabajo: a la contrata¬ción de un mayor número de trabajadores (masculinos, sobre todo, hasta la primera guerra mundial).
Maquinismo, factor trabajo y capital: los tres elementos definitorios —y esenciales— del capitalismo. El capital supo adaptarse muy rápidamente al nuevo escenario: los burgue-ses que no supieron o no pudieron ir adaptándose a los cam-bios que la rápida evolución del sistema generaba día a día desaparecieron; era la interpretación darwinista de la evolu-ción: una visión capitalista y competitiva del cambio: «No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, ni tampoco la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio».2
El problema radicaba en que el sistema no podía emplear a toda la población activa que iba llegando a los centros fabri-les, a las ciudades, desde las zonas rurales, incrementada por el rápido aumento de la población (la revolución demográfi¬ca) ocasionado por el descenso de la tasa de mortalidad, debi¬do a su vez, básicamente, a la mejora de la higiene. El hecho es que, a mediados del siglo xix, en Europa existía un importan¬te excedente de población que no podía ser ocupada; la sali¬da para esa población fue la emigración, fundamentalmente a
Estados Unidos, un país entonces en formación; así, entre 1845 y 1915, cincuenta millones de europeos emigraron al Nuevo Mundo.
A partir de 1880, coincidiendo con el inicio de la Segunda Revolución Industrial (cuando la electricidad sustituyó al car-bón, se desarrolló la industria química y una siderurgia más so¬fisticada, nació el automóvil y la organización empresarial fue diseñada según perfiles piramidales y en cascada), la producti¬vidad comenzó a aumentar claramente; en ello fue esencial la acumulación de capital habida en las décadas anteriores.
Pronto la burguesía percibió que estaba generándose un problema de imposible solución a no ser que el modelo pro-ductivo experimentase una profunda modificación: «Parale-lamente a esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla [...] la inser¬ción de todos los países en la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régi¬men capitalista. Conforme disminuye progresivamente el nú¬mero de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan to¬das las ventajas de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, del envile¬cimiento, de la explotación; pero también crece la rebeldía de la clase obrera, cada día más numerosa y disciplinada, más unida y más organizada por el propio proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que ha brotado y crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la so¬cialización del trabajo llegan a un punto en el cual resultan in¬compatibles con su envoltura capitalista».3
El problema radicaba en el propio funcionamiento del modo de producción capitalista. En un mercado creciente, aunque limitado debido al bajo poder adquisitivo de una población forzada a vender su fuerza de trabajo a un precio mínimo, y ago¬tada ya la vía de las reducciones salariales al haber alcanzado
los salarios el nivel de subsistencia, la burguesía tan sólo podía responder a la creciente competitividad aumentando la inver¬sión, es decir, la productividad. Pero ello incidía en la reducción de la población ocupada, lo que suponía una disminución de las rentas familiares y, como consecuencia, de la demanda de unos bienes que, en creciente cantidad, era capaz de suministrar una oferta en expansión. A eso se sumaban extenuantes jornadas de más de doce horas.
...la perfección cada vez más creciente de la máquina moderna está [...] convirtiéndose en una ley obligatoria que fuerza a los capitalistas industriales individuales a mejorar de forma perma¬nente sus máquinas, siempre con la finalidad de incrementar su capacidad productiva [...] [pero] la amplitud de los mercados no puede seguir el ritmo de esta ampliación de la producción. La colisión se hace inevitable.4
Por ello el sistema reaccionó. Tras la masacre de Haymar-ket, en Chicago, el 4 de mayo de 1886, el sistema entendió que se debía comenzar a hacer las cosas de otra manera, y las con¬diciones de la clase trabajadora empezaron a cambiar: aumen¬tos salariales, mayor poder adquisitivo y reducción de la jor¬nada laboral, que implicaba más ocio y por tanto más tiempo libre para consumir.
Todos los sindicatos, no sólo los de Estados Unidos, fueron apuntándose tantos: aunque las condiciones de vida de la clase obrera continuaban siendo muy duras, muy precarias, lenta¬mente iban mejorando, decían. La realidad es mucho más tris¬te: las condiciones de la clase trabajadora empezaron a mejo¬rar cuando a la burguesía capitalista le convino, cuando llegó a la conclusión de que necesitaba que los pobres fueran un poco menos pobres para que consumieran lo que fabricaban: «Siempre es posible pagar a la mitad de los pobres para que maten a la otra mitad».5
La productividad comenzó a crecer, pero fue en la década de los años veinte del pasado siglo, al finalizar la crisis de post-guerra, cuando se produjo un aumento espectacular de la mis¬ma, incluso en el sector agrario: «Ya no estamos haciendo crecer el trigo, lo fabricamos. [...] No somos labradores, ni tan siquiera somos granjeros. Fabricamos un producto para ser vendido».6
En el sector industrial, el impacto de las mejoras organiza-tivas fue decisivo en la mejora de la productividad: todo el mundo podía ser útil, aunque con un salario adaptado al valor generado. «Mientras que para producir un modelo T se reque¬rirían 7.882 tareas distintas, tan sólo para 949 de ellas se re¬querirían hombres de fuerte complexión física, hombres física¬mente casi perfectos. Para el resto de las tareas, 670 de ellas podrían ser realizadas por hombres sin piernas, 2.637 por hombres con una sola, 2 por hombres sin brazos, 715 por hom¬bres con uno solo, y 10 por hombres ciegos.»7
¿POR QUÉ HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
Estamos donde estamos porque las cosas no podían ser lleva¬das a término de otra manera. ¿Inevitabilidad en el desarrollo de los acontecimientos? Sí, sin lugar a dudas.
El capitalismo nació porque, tras el agotamiento del sis-tema mercantilista con todo lo que ello suponía —absolutis¬mo monárquico, acumulación a partir del colonialismo o de la manufactura artesanal y de la fabricación con ingenios muy rudimentarios, régimen señorial en el campo, nobleza absen-tista, imposibilidad de despegue político de la burguesía—, la evolución natural debía llevar a la eficiencia productiva por encima de la eficiencia de las formas. El símbolo del mercanti¬lismo es el palacio de Versalles; el del capitalismo, pocas déca¬das después y tras dos crisis muy violentas, será una fábrica humeante en el centro de Manchester. En el sistema mercantilista el centro era la figura real; para el capitalista, el centro estaba en la persona; pero llegar hasta la cadena de produc-ción de Henry Ford no fue fácil.
Una mirada poco detallada a la historia podría indicar que, una vez finalizadas las guerras napoleónicas y restaurado el Antiguo Régimen, la burguesía, la clase que diseñó la revolu-ción contra el absolutismo monárquico, obtuvo muy poco. Sin embargo, lo cierto es que consiguió algo que unos años antes parecía imposible: permiso real para, en lo económico, hacer y deshacer como creyese oportuno, sin límite; a cambio, el com¬promiso de no entrometerse en las cosas de la política. La bur¬guesía, evidentemente, aceptó y, sin traba alguna, se dedicó a lo que sabía hacer muy bien: acumular capital y amasar un creciente poder económico.
La burguesía se introdujo en el terreno de la política por la puerta trasera, pero de forma brillante, novedosa; el proceso comenzó en los territorios de lo que posteriormente constitui-ría el Imperio alemán. Como la burguesía tenía vetada la en-trada en la política oficial, diseñó un campo de juego político nuevo en el que su invento fue ganando importancia: el nacio¬nalismo. Este adoptó diversas formas y maneras adaptándose a las características de cada Estado; a partir de aquí, el salto a la política oficial fue progresivo.
La burguesía, empapada de individualismo, puso todo su empeño en acumular, en «hacer las cosas de la mejor manera posible», en adaptarse a los constantes cambios; pero la bur¬guesía capitalista nació con una característica que la hacía úni¬ca: era, por principio, monopolista; tendía al monopolio, lo buscaba, lo deseaba y lo justificaba. Obtener una posición de monopolio era señal de que quien la conseguía era quien mejor había hecho lo que tenía que hacer, quien mejor se había adap¬tado, quien más había invertido, quien había conseguido la mayor productividad. El monopolio no era un pecado: era el premio para el burgués más eficiente.
El problema del monopolio, a finales del siglo XIX, era la literalidad en la interpretación del mensaje: cuando la Stan-dard Oil Trust de John Davidson Rockefeller llegó a contro¬lar el 95% del mercado petrolífero estadounidense, al margen de la posibilidad real de extinción del sistema que el hecho significaba (fin de la competencia con el sistema aún en for-mación), se puso sobre la mesa un problema que no se mani¬festó realmente hasta finales de la década de 1920: que una vez que la burguesía lograra una posición monopolista u oli-gopolista, prescindiría de buscar la máxima utilización de los recursos de que pudiera disponer, por lo que la producción de bienes y servicios obtenida sería, por definición, limitada.
A la vez, y llegados los años veinte, en las mentes de algu-nas personas dedicadas a algo entonces muy nuevo, la econo¬mía, comenzó a formarse una idea inquietante: si quienes uti¬lizan los recursos a fin de obtener la producción de bienes y servicios no utilizan todos los que pueden utilizar, las posibili¬dades de crecimiento quedarán cercenadas antes de florecer, ya que será imposible alcanzar una tasa de crecimiento econó¬mico por encima de un valor de equilibrio en el que se desa¬provechen factores productivos. Joan Violet Robinson se en¬contraba entre quienes así pensaban.
¿QUÉ SE PRETENDÍA LLEGANDO HASTA AQUÍ?
Por todo lo explicado hasta ahora podría parecer que el modo de producción actual, el sistema económico actual, en nada se asemeja al existente hasta finales del siglo xix o a principios del siglo xx. Aunque la esencia del sistema conti-núa siendo exactamente la misma —la maximización del be-neficio—, lo cierto es que hay algo sustancial que sí varió y que en la crisis en la que estamos adentrándonos volverá a cambiar.
El sistema capitalista había nacido investido de una carac-terística única: era una máquina casi perfecta para generar beneficios; el problema residía en que era una máquina mono-temática; tal y como nació sabía hacer sólo eso: generar be¬neficios, nada más. Durante los primeros cincuenta o sesenta años, cumplió su función a la perfección: como lo esencial era acumular capital, acumuló, incluso pasando por encima de una población sin derechos y dejando de utilizar recursos que hubieran podido generar un mayor rendimiento; pero no lo hizo porque en ese momento pensaba que no los necesitaba, o porque, simplemente, entonces no sabía utilizarlos.
El hecho es que de las crisis y recesiones que fueron pro-duciéndose (1886, 1896, 1908, 1921...) se fue saliendo, siem¬pre, pero con un coste de oportunidad muy importante debi¬do a cómo se hacían los deberes para salir de las mismas: no interviniendo de ningún modo y dejando que «la mano invi¬sible» guiara al mercado nuevamente hasta la posición de equilibrio de la que la crisis lo había apartado. El problema radicaba en que salir de una crisis de ese modo comporta que muchas posibilidades sean marginadas, no consideradas, ya que lo único importante es que quienes han de obtener los be¬neficios, la burguesía, los obtengan; los demás tan sólo son importantes en tanto contribuyan y faciliten a la burguesía su obtención.
Hasta que en 1936 alguien se dio cuenta de que el capitalis¬mo tenía dos problemas de base: la «mano invisible» era el único referente aceptado en los momentos de hundimiento económico; sin embargo, hacía tiempo que el recurso estaba demostrándose insuficiente: los incrementos de productividad aumentaban la oferta, pero la miseria existente imposibilita¬ba el aumento de la demanda. Lenta pero imparablemente, el sistema capitalista fue viéndose abocado a un contrasentido: mientras que su capacidad productiva no cesaba de aumentar, la capacidad de consumo tendía al estancamiento.
En la década de 1880, la tasa de pobreza del recientemente fundado Imperio alemán alcanzaba al 80% de la población; en otros Estados afectaba a porcentajes de población semejantes. En 1884, el canciller Otto von Bismarck instaura el embrión de lo que posteriormente constituirán las pensiones de jubilación; el objetivo de la medida fue fundamentalmente defender a la clase burguesa del ascenso del movimiento socialista, pero, con todo, la limitación de la miseria supone un paso crucial en la línea del mejoramiento de la capacidad adquisitiva de la po¬blación.
La politización de la clase obrera, salvo contadas excep-ciones, fue escasa hasta después de la segunda guerra mun¬dial. La clase obrera tenía problemas muy concretos: condi¬ciones de trabajo insalubres, salarios míseros, imposibilidad de acceso a tratamientos médicos en caso de enfermedad, de¬pendencia total de familiares y parientes durante el tiempo que mediaba entre el cese en el trabajo por imposibilidad físi¬ca y el momento del fallecimiento...
Cierto es que algunos movimientos obreros de carácter so-cialdemócrata buscaban un cambio que mejorase sus condi-ciones de vida; sin embargo, al hallarse siempre fuera de los gobiernos, sus posibilidades reales era nulas; por ello, el cam¬bio, de hacerse, debía llevarse a cabo desde arriba y desde den¬tro. A eso contribuyó en gran medida la postura de un político británico miembro del Partido Liberal: David Lloyd George. En 1905, Lloyd George, desde su puesto de ministro del Teso¬ro, propuso la introducción de un sistema de seguros sociales financiados con los incrementos de recaudación que se obten¬drían de aumentar la imposición sobre los ingresos de los más ricos. La Cámara de los Lores se opuso, pero tras la reforma de ésta, en 1911, la legislación pudo ser promulgada.
Tanto las medidas de Bismarck como las de Lloyd George estaban orientadas, básicamente, a calmar la situación social, no a evitarla, a compensarla, no a corregirla; es decir, eran medidas básicamente paliativas, no preventivas. En 1911 fue publicado un documento que, por vez primera, analizaba la puesta en marcha de un auténtico sistema de seguridad social; su importancia se pondría de manifiesto unos años después: «No resulta posible diseñar un programa de seguridad social satisfactorio [sin] los siguientes supuestos: a) Un servicio na¬cional sanitario para la prevención y el tratamiento completo y que esté disponible para todos los miembros de la comuni¬dad; b) Ayudas universales para todos los hijos hasta los ca¬torce años, o hasta los dieciséis años si siguen estudiando a tiempo completo; c) Pleno uso de los poderes del Estado para mantener el empleo y para reducir el desempleo a uno de tipo estacional, cíclico y ocasional, esto es, a un tipo de desempleo que sea adecuado para su tratamiento mediante prestaciones en dinero».8
Reparemos en que el trasfondo continuaba siendo el mis-mo: los peligros que podía representar para la burguesía una explosión social provocada por la mísera clase obrera, pero no las crecientes diferencias entre oferta y demanda, entre ca¬pacidad productiva y consumo. En 1920, Arthur Cecil Pigou publicó una obra verdaderamente novedosa: The Economics of Welfare; su novedad radicaba en que analizaba los efectos de la actividad económica en el bienestar de la sociedad y de las clases sociales, lo que abría el camino para contemplar al conjunto de la población como sujeto activo económico, tan¬to por el lado de la producción como por el del consumo.
En 1929 comienza la Gran Depresión, terrible, tremenda, pero la burguesía, a pesar de que algunos de sus miembros su¬frieran especialmente sus efectos, continuó, en su mayor parte, sosteniendo que la «mano invisible» retornaría la situación al equilibrio, postura que fue contestada por el economista britá¬nico John Maynard Keynes en su obra de 1930 A Treatise on Money y, sobre todo, en General Theory of Employment, ín¬ter est and Money, de 1936.
Escribió Keynes: «Los dos vicios que marcan el mundo económico en el que vivimos son, el primero, que el pleno em¬pleo no está garantizado, el segundo, que el reparto de la for¬tuna y de la renta es arbitrario y falto de equidad», también que «nos afecta una nueva enfermedad de la que algunos lec¬tores puede que aún no hayan oído su nombre, pero de la que oirán hablar mucho en el futuro inmediato, se denomina "desempleo tecnológico"».9 El razonamiento de Keynes era rompedor.
Si —venía a decir— hacemos como hasta ahora, dejar que la «mano invisible» actúe libremente, esto es, si se deja que las fuerzas del mercado actúen sin intervención alguna, esas fuer¬zas reconducirán a la economía hacia el equilibrio, como ha ido sucediendo, pero ello ocurrirá sobre un campo plagado de los cadáveres de las compañías que se verán forzadas a quebrar y de los trabajadores que fueron despedidos por no ser necesario su trabajo en ese proceso de ajuste llevado a cabo por el merca¬do. En otras palabras: si ningún agente interviene en ese proce¬so de ajuste y readaptación, tendrán lugar los dos hechos que hasta ahora se han dado cuando se han producido procesos como éstos: i) se habrá conseguido un equilibrio, pero no utili¬zando unos recursos y unos factores productivos que podrían ser utilizados y que, si lo fuesen, generarían un mayor creci-miento, y 2) se habrá alcanzado el equilibrio, pero a la baja, porque, sin la intervención necesaria, por sí solo, el sistema no tenderá a utilizar todos los recursos y factores, por lo que nun¬ca estará garantizado que el crecimiento será el mayor posible en cada momento. En resumen, como objetivo debe buscarse siempre el pleno empleo de todos los factores productivos a fin de garantizar esa óptima tasa de crecimiento, y para ello es esencial que el Estado intervenga en la economía; si no se hace, la alternativa es el subempleo de los factores de producción.
Es decir, el objetivo ya no es sólo maximizar el beneficio, tampoco únicamente el equilibrio: el objetivo es hacer lo que sea necesario para conseguir el pleno empleo de todos los fac¬tores productivos, de forma que todos estén operando a pleno rendimiento y ninguno se halle subempleado. La demanda, de todo, pasa a ser lo fundamental, y ha de ser la oferta la que se preocupe de cumplimentar dicha demanda.
Visión keynesiana de la economía, se denominó a este en-foque, y a ella perteneció la dama cuyo nombre da título a este capítulo.
Intuitivamente se percibe que, si la demanda es lo más im-portante, ésta ha de tener capacidad de consumo. Esa visión keynesiana, también llamada modelo de demanda, al propug-nar el pleno empleo de todos los factores productivos, busca-rá el pleno empleo del factor trabajo, por lo que con el mode¬lo de demanda la tasa de ocupación tenderá a ser máxima, las rentas tenderán a crecer a fin de que la población tenga capa¬cidad de consumo y el Estado arbitrará políticas fiscales que favorezcan sus propios ingresos a fin de que el gasto público sea el necesario, bien vía gasto directo (obra pública, educa¬ción, sanidad, pensiones) o indirecto (becas, subvenciones).
El modelo de demanda se puso ya parcialmente en funcio-namiento en Estados Unidos durante la Gran Depresión (a pesar de las críticas que recibió por parte de los partidarios de la «mano invisible»), pero fue tras la segunda guerra mundial cuando se generalizó en los países más desarrollados de eco¬nomía capitalista y, en concreto, en Europa.
Bien, lo habrán deducido: lo que se pretendía con el cam-bio de modelo era diseñar un escenario en el que «se pudiese comprar», todos y de todo, no como antes, cuando lo impor¬tante era que unos cuantos burgueses, los más hábiles, acu¬mulasen. Pero ese cambio de enfoque no fue ni fácil ni pa¬cífico: sucedió tras una crisis sistémica, el crash del 29, y la miseria que ocasionó la Gran Depresión, y sólo se completó tras una guerra que ocasionó 60 millones de muertos, 50 mi-llones de desplazados y destrucciones por un valor estratosférico, es decir, con un decorado magnífico y una memoria his-tórica muy positiva para que la empobrecida población, tras décadas de privaciones y siglos de pobreza, abrazase el consu¬mo como ente solucionador de problemas y satisfactor de ne¬cesidades.
Con el crash de 1929 se puso en marcha un auténtico esta¬do o período de bienestar: el mundo comenzó a «ir a más». Tras la crisis sistémica representada por la Gran Depresión y el nuevo orden surgido tras la segunda guerra mundial, el PIB del planeta comenzó a crecer y a mejorar las condiciones so¬ciales de la población.10 Es decir, el objetivo de la evolución habida entre 1930 y 1973 y manifestada a partir de 1950 fue crecer; una de sus consecuencias fue el enfoque economicista que lentamente fue impregnando todas las capas sociales.
¿QUÉ ES UNA CRISIS SISTÉMICA?
Cuando es necesario referirse a una estructura organizada, sólida, monolítica e innovadora con respecto a su entorno re-sulta imprescindible hablar del Imperio romano; pero la civi-lización romana no siempre reunió estas características, y lo cierto es que las retuvo poco tiempo.
La Roma potente cuyas legiones invencibles aparecen en las películas, y sus generales, en las litografías de los libros de historia antigua, nace en el año 27 a. C. o, siendo muy genero¬sos, en el 63 a.C; su final principia a partir del 212, desde ese momento va declinando hasta su total desaparición (oficial) en el año 476. Ya ven: ni tan siquiera duró tres siglos.
En el año 63 a. C, y tras un largo período de inestabilidad, un intento de reforma social —la conjuración de Catilina— dio entrada en la escena política al hombre con el que comen¬zó la verdadera expansión de Roma: Julio César, miembro de una de las familias de más vieja estirpe de Roma, la familia Julia. Julio César, en coalición con un militar de prestigio —Pompeyo— y con el hombre más acaudalado de Roma —Craso—, forma el Primer Triunvirato.
César hizo mucho por Roma, pero cometió dos errores que se demostraron imperdonables. Por un lado, ir aproximándose a una situación en la que su figura iba asemejándose cada vez más a la de un rey, figura odiada desde los inicios de Roma por el pueblo; por otro lado, ir enfrentándose, crecien¬temente, a una serie de potentes intereses económicos. La conjura contra él se manifestó de la mano de Bruto —un usu¬rero—, y César fue asesinado en pleno Senado.
El período comprendido entre el 44 y el 3 L a. C. supuso el renacimiento de la inestabilidad. Marco Antonio, un general fiel a César, tomó el poder aliándose con un sobrino nieto de éste —'Octavio— y con un general al mando de un potente ejército —Lépido—, dando lugar al Segundo Triunvirato.
A pesar de que el cometido de los triunviros era la res-tauración del orden y sus cargos eran temporales, Octavio y Marco Antonio empezaron a actuar para perpetuar sus posi-ciones personales. Marco Antonio se situó más cerca de la idea globalizadora de César, y acorde con esta línea se casó con la rei¬na de Egipto Cleopatra. Octavio siguió la senda tradicional de la República, comenzando a hacer aparecer a Marco Antonio como un traidor. La batalla de Accio dejó libre el camino a Oc¬tavio, que reinstauró el viejo orden ya con el título de Augusto.
Augusto (31 a.C-14 d.C.) supo diseñar una estructura ideal: el principado. A la vez que reinstauraba todas las insti-tuciones y los cargos populares, de modo que a los ojos del pueblo fue él el salvador de la República, se hizo conceder el cargo de tribuno del pueblo de forma vitalicia, así como el tí-tulo de «princeps», lo que le daba la facultad de ser el prime-ro en votar en el Senado en una época en que todas las vota-ciones eran públicas, por lo que todos los senadores podían ver la postura personal de Augusto. Había comenzado la épo¬ca del imperio con Augusto como primer emperador.
Augusto no extendió el imperio, sino que lo consolidó; además, realizó una intensa labor en obras públicas y en sanea¬mientos, y eliminó las aduanas interiores; todo ello derivó en un incremento de la actividad económica. A la vez, se legisla¬ron ayudas para las familias numerosas.
EL INVENTO DEL SECTOR SERVICIOS
El sistema económico en el que nos hallamos, el sistema capi¬talista, comenzó su andadura «oficial» en 1820; más adelante volveremos sobre esto, pero ahora quédense con una obvie¬dad: el sistema capitalista de hoy en poco se asemeja al de principios del siglo xix. Aunque las diferencias son muchas, una destaca entre todas: el sector servicios.
Desde la noche de los tiempos, la mayor preocupación de las personas había sido alimentarse: las periódicas plagas, se¬quías, guerras, la voracidad de los distintos señores de la tie¬rra, la baja esperanza de vida, convertían en una tarea no fácil asegurar el sustento de una población en una época en la que el comercio interterritorial estaba sujeto a múltiples cortapi¬sas. La segunda preocupación ancestral de la humanidad fue la indumentaria: la ropa, incluso las prendas más sencillas, era cara debido a que su confección era artesanal, es decir, manual, lo que ralentizaba su producción.
Alimentarse y vestirse absorbían la mayor parte de las ener¬gías de las comunidades, comunidades que, hasta el siglo XIX, fundamentalmente eran rurales y consumidoras de los bienes que producían. A este decorado añádanse unas comunicacio¬nes terrestres muy precarias, unos enlaces marítimos muy ca¬ros y restringidos a personas muy concretas y a bienes muy específicos, y una administración pública centrada en una figu¬ra real investida de la creencia de que era la receptora del poder de Dios en la Tierra, una monarquía casi siempre desconectada del gobierno efectivo de su reino, del que se ocupaban personas que, en gran parte de las ocasiones y en el mejor de los casos, tan sólo atendían al día a día, porque bastante tarea era la su-pervivencia cotidiana. En un escenario como el descrito resulta evidente que crecer en términos económicos, tal y como lo en¬tendemos hoy, era muy, muy difícil.
Con ligerísimas variaciones, ése es el decorado que encon¬tramos en todos los reinos europeos hasta la Revolución fran¬cesa de 1789: una clase ultraminoritaria compuesta por la no¬bleza que gira en torno al rey y al protocolo real y que, por su gracia, es poseedora de la tierra, es decir, del lugar de donde se obtienen los alimentos, las materias primas y la energía: minas y bosques; el rey o la reina, que es último y único pro¬pietario del producto de los impuestos (la hacienda real) y de¬cide sobre su destino; un muy reducido número de profesio¬nales e intelectuales, dependientes en su mayoría del rey y de la nobleza; la estructura clerical, en gran medida al margen del poder real pero apoyándolo por necesitar su apoyo; y la gran masa de la población, sin propiedades ni beneficios: los que en el París de mediados del siglo XVIII eran conocidos como los sans-culottes.
La máquina de vapor supuso muchos cambios, pero uno destaca entre todos: por vez primera en la historia se podía in¬crementar la productividad al margen del esfuerzo individual de las personas, lo que permitió mejorar los rendimientos agra¬rios y la producción textil. A medida que fue avanzando el si¬glo XIX, la mayor parte de los países europeos pudieron dar por finalizados los períodos de hambre que cíclicamente afectaban a sus poblaciones; a la vez, el precio del textil fue bajando.
Lenta pero sostenidamente, las diferentes poblaciones de los países que progresivamente adoptaron el capitalismo fue-ron interiorizando que las necesidades básicas estaban cubier¬tas, lo que posibilitó nuevos nichos de negocio; tras el fin de la segunda guerra mundial, esa posibilidad se acrecentó, y comen¬zó la expansión del sector servicios.
El sector servicios es una especie de cajón de sastre en el que tienen cabida todas las actividades que no encajan en otros sectores de la economía; algunas pueden ser fundamen¬tales, como la programación del software para el control aéreo de una zona o territorio; otras, no tanto, como un servi¬cio de hoteles exclusivos para animales de compañía; pero to¬das esas actividades comparten una característica: su depen¬dencia de otras actividades y sectores, que las necesitan o simplemente las desean.
A medida que fue produciéndose el incremento de la renta media, crecieron el sector servicios y sus subsectores: cubier¬tas las necesidades básicas, la población, con independencia de su estatus social, comenzó a demandar servicios y, como consecuencia, y debido a su reducida productividad, a ocupar a una creciente proporción de la población activa. (Véase el gráfico I del «Anexo I».)
El problema reside en la enorme dependencia que el sector servicios conlleva: depende de la evolución de la economía, de la renta de sus demandantes, de la coyuntura económica... En los momentos de auge, el consumo de sus elaborados se dis¬para; en momentos de desaceleración económica, se reduce.
En cualquier caso, y desde el fin de la segunda guerra mun¬dial, el peso del sector servicios en la economía, en la genera¬ción del PIB, ha ido en aumento, lo que ha supuesto necesi¬dades crecientes de población activa, que podía proceder de las amortizaciones de empleo en subsectores agrícolas o in¬dustriales ocasionadas por la búsqueda, en éstos, de mayores productividades, porque otro rasgo que comparten la mayor parte de las actividades encuadradas en este sector económico es la utilización de una gran cantidad de factor trabajo.
Lo ampliaremos, pero, de momento, quedémonos con el hecho de que desde los años sesenta, y especialmente desde los ochenta, la población ocupada en el sector servicios en los países capitalistas o en países que formalmente hayan adopta¬do el sistema capitalista se ha disparado, al igual que el valor del PIB que han ido generando; sin embargo, su peso, su im¬portancia está en función de una realidad que no controla ya que casi todo lo que produce depende de los excedentes de renta que se están dedicando al consumo de servicios.
LO QUE S E NOS AVECINA
La evolución de los últimos doscientos años ha llevado a la economía mundial a un lugar sin retorno. Dirán que todos los lugares, una vez alcanzados, son de no retorno, y sí, así es, pero lo que ahora estamos exponiendo para luego abordar en profundidad es que la evolución de las cosas está abocándo¬nos a una crisis sistémica, una situación que es imposible de evitar, pues una crisis sistémica es inevitable debido a que es fruto de una determinada evolución.
Una crisis sistémica es algo muy serio y especial: en dos mil años tan sólo se han producido dieciocho, la última en 1929, así que la del 2010 será la decimonovena de las acontecidas en estos dos milenios. ¿Por qué se produce una crisis sistémica?
Los sistemas económico-político-sociales son consecuen-cia de una realidad: las cosas suceden de determinada mane¬ra, son hechas de determinado modo, producen determinados efectos, no exactamente iguales, pero sí esencialmente idénti¬cos en cuanto a sus significados y el modo como son hechas. Todo eso, ese conjunto de maneras de acontecer, de modos de hacer y de consecuencias constituye un sistema.
Es posible datar el momento en que un sistema comienza su existencia; a la vez, su duración es idéntica para todos los sistemas habidos en los últimos veinte siglos: 250 años; del mismo modo, es posible datar el momento en que se produce la muerte de un sistema (al menos lo ha sido para todos los sistemas habidos en estos dos mil años).
Maneras, modos, consecuencias..., en cualquier caso, exis¬te algo que caracteriza a cada sistema de forma inequívoca. Ese elemento, que cambia al cambiar el sistema, es el modo de producción. Al igual que todos en el pasado, el sistema actual, el sistema capitalista, tiene sus bases, sus características y su fundamento filosófico-político. Todo ello predetermina un modo de producción.
El capitalismo se sustenta sobre tres bases. Su base cultu-ral la determinó el calvinismo, la base filosófica se la dio la Ilustración y la económica de alguna manera es consecuencia de las otras dos y está definida por la búsqueda de la maximi-zación del beneficio individual.
La ética calvinista aportó algo que la moral católica, sim-plemente, no contemplaba: el individualismo. Para la moral católica lo único importante era la salvación de las almas en un entorno de libre albedrío, sí, pero influido por el mensaje de que la vida terrenal era un mero accidente en el tránsito ha¬cia la eterna, la única importante; en consecuencia, los padecimientos y sufrimientos de ésta en nada importaban, ya que esta vida era una preparación, en la mortificación, para aqué-lla. En un entorno como el descrito, únicamente los ministros de la Iglesia, y en el idioma divino, el latín, podían hacer de transmisores entre los fieles y Dios.
El calvinismo, en cambio, parte de que la vida de cada per-sona se halla predeterminada; no obstante, el uso que cada uno haga de su potencial y de todo lo que Dios ha puesto a su alcan¬ce hará que sea mejor o peor a los ojos de Él, ya que cada cual se preocupará de utilizar de la mejor manera posible todo lo que Dios ha creado y procurará aportar a esas creaciones divinas características desarrolladas con su actividad y trabajo. En ese orden, la comunicación con Dios debe realizarla cada persona, sin intermediarios, y debe hacerlo en su propio idioma.
Es evidente que una visión como la aportada por la moral católica no fomenta ni el desarrollo de la economía como ac-tividad enriquecedora ni a la persona como ente individual, lo que sí hace la ética calvinista. Simplificando, en los Estados y zonas en los que el calvinismo se desarrolló se produjeron sig¬nificativos avances de la actividad económica, lo que no suce¬dió en aquellos donde triunfó la Contrarreforma abanderada por España.
La Ilustración aportó el componente filosófico. Nacida a fi-nales del siglo XVII en Inglaterra, la Ilustración evolucionó a par¬tir del calvinismo profundizando en el concepto de liberalismo y, a partir de éste, en el de propiedad privada. No es extraño que fuese la burguesía manufacturera, clase con un creciente poder económico pero carente de toda representación política debido al régimen monárquico y absolutista reinante, la que abrazase fervientemente y desde el comienzo los predicamentos liberales.
Obviamente, la maximización del beneficio individual se convirtió en el objetivo que alcanzar dentro de la ética calvinis¬ta: obtendrían mayor beneficio las personas que mejor hubie¬ran utilizado los bienes creados por la divinidad y más hubieran aportado con su trabajo y bien hacer, por tanto serían ellas a quienes con mejores ojos miraría Dios. Evidentemente, algo así sólo era posible en un entorno liberal.
A partir de estas bases, las características del capitalismo se deducen con facilidad. Los bienes de producción deben ser de propiedad privada y ha de ser la persona propietaria quien decida cómo y de qué manera utilizarlos.
A la vez, la toma de decisiones debe producirse en un en-torno libre, sin ningún tipo de fuerzas que limiten el poder de decisión de la persona; por ello, el papel de los gobiernos debe ser mínimo, y el de los Estados, el imprescindible para garan¬tizar el orden necesario para la libre elección.
Finalmente, el papel del trabajo queda circunscrito a la ge-neración de un valor que se obtendrá mediante la contribu-ción, además, de capital y materias primas, factores y elementos organizados todos ellos de la mejor forma posible y supedita¬dos a la obtención del mayor beneficio que en cada momento sea factible. En consecuencia, los factores productivos, y el trabajo como uno más, pasan a ser mercantilizados y supedi¬tados a la oferta y a la demanda, en teoría libres, en la prácti¬ca, supeditados al capital, factor que fue convirtiéndose, ace¬leradamente, en el factor esencial.
El sistema capitalista fue conformándose a partir del desa-rrollo del maqumismo, del capital, en definitiva. Su fundamen-to fue estableciéndose con arreglo a sus bases y a sus caracterís¬ticas: lo importante, lo único importante, es el individuo, cada uno, en su papel de ciudadano que genera valor, consume y paga impuestos, es decir, lo importante es cada persona, no el Estado, que debe limitarse a garantizar que se cumpla el orden que debe cumplirse a fin de posibilitar la búsqueda del máximo beneficio.
La aparición del capitalismo, como la de cada sistema en su momento, se produjo cuando las circunstancias fueron las idó¬neas. La ética calvinista fue determinante, junto con las aportaciones de plata que España hizo a Europa a partir de su coloni¬zación de América. Sin embargo, lo más importante no fue eso, sino el agotamiento en el que desde mediados del siglo XVIII ha¬bía entrado el sistema anterior: el sistema mercantilista.
Cuando las condiciones fueron las óptimas, se produjo el nacimiento de una nueva filosofía: la que sería la filosofía ca-pitalista; asimismo fue diseñada una nueva estructura: la que a partir del 1820 aportaría el capitalismo. La Revolución fran-cesa, llevada a cabo por la nueva clase, la burguesía, supuso el principio del fin del viejo orden, y el cataclismo generado por las guerras de Coalición acabó de romper el orden del ya total¬mente agotado sistema mercantilista.
Volveremos sobre el tema; ahora simplemente deseo des-tacar que nos hallamos en un momento muy semejante al pe-ríodo 1760-1770: una vez definida la filosofía del sistema que sustituirá al capitalismo, se está diseñando la que será la es-tructura de ese nuevo sistema. ¿Qué ha sucedido? Simplemen¬te que el sistema capitalista, el actual, ha cumplido su función y ya se halla prácticamente agotado. La crisis de las hipotecas basura, los niveles descontrolados a que se ha llevado la eco¬nomía financiera, los montos de deuda privada de todo punto ya inasumibles, la creciente productividad que ya está tornan¬do en excedentarios amplios colectivos humanos, los avances de una tecnología crecientemente eficiente, no son más que manifestaciones del agotamiento del sistema.
Nuestro sistema alcanzó el punto de no retorno en 1973 y su máximo nivel de evolución en el año 2003; a partir de aquí comenzó a gestarse el crash del 2010, cuya precrisis comenzó en 2007. La del 2010 no será una crisis coyuntural a semejan¬za de la de 1962, la de 1987, la de 1991 o la del 2000, sino una crisis sistémica, porque supondrá cambios en cómo «las cosas son hechas», es decir, en el modo de producción, al igual que lo supuso el crash de 1929, que dio paso a la Depresión de los años treinta.
La respuesta cierta, aunque simple, es: por evolución. Una vez iniciada la Primera Revolución Industrial a partir de 1820, y durante los siguientes cincuenta años, encabezados por el Rei¬no Unido —por Inglaterra, en realidad— varios países euro¬peos (España no) procedieron a la progresiva incorporación de sus economías y sociedades al naciente maquinismo, lo que fue transformando rápidamente sus estructuras productivas; las consecuencias de los cambios de esa transformación fue¬ron demoledoras.
Para la burguesía el único objetivo era acumular, es decir, obtener crecientes beneficios y reinvertirlos; se supeditó abso¬lutamente todo a tal fin, por lo que el factor trabajo pasó a ser una mera mercancía que una crecientemente explotada clase obrera vendía al capitalismo y que era pagada al precio —al salario— más reducido posible.
Las condiciones de vida de la clase obrera entre 1820 y 1880 son difícilmente imaginables desde la perspectiva actual. Uno de los mejores documentos sobre las mismas fue escrito por Friedrich Engels: «Las casas son viejas, sucias y minúscu¬las. Las calles irregulares, llenas de rodadas; hay sectores sin alcantarillado ni aceras. Por todas partes hay montones de re¬siduos, desperdicios y basura repugnante entre charcos permanentes; la atmósfera está envenenada por los efluvios de todo esto y oscurecida por el humo de una docena de las in-mensas chimeneas de las fábricas».1
Durante casi todo su primer siglo de vida, el capitalismo se comportó de forma muy diferente a como hoy lo conocemos. Desde los inicios, la puesta en marcha del nuevo sistema supu¬so el incremento de la productividad, pero como los niveles de producción de partida eran muy reducidos, y la disponibilidad de capital (capital como tal, tecnología, herramientas, mate¬rias primas y consumibles...), limitada, la relación entre el ni¬vel de producción y el empleo de factor trabajo era directa; es decir, a pesar de que la productividad no cesaba de aumentar, el incremento de la producción se hallaba indefectiblemente vinculado a la utilización de más factor trabajo: a la contrata¬ción de un mayor número de trabajadores (masculinos, sobre todo, hasta la primera guerra mundial).
Maquinismo, factor trabajo y capital: los tres elementos definitorios —y esenciales— del capitalismo. El capital supo adaptarse muy rápidamente al nuevo escenario: los burgue-ses que no supieron o no pudieron ir adaptándose a los cam-bios que la rápida evolución del sistema generaba día a día desaparecieron; era la interpretación darwinista de la evolu-ción: una visión capitalista y competitiva del cambio: «No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, ni tampoco la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio».2
El problema radicaba en que el sistema no podía emplear a toda la población activa que iba llegando a los centros fabri-les, a las ciudades, desde las zonas rurales, incrementada por el rápido aumento de la población (la revolución demográfi¬ca) ocasionado por el descenso de la tasa de mortalidad, debi¬do a su vez, básicamente, a la mejora de la higiene. El hecho es que, a mediados del siglo xix, en Europa existía un importan¬te excedente de población que no podía ser ocupada; la sali¬da para esa población fue la emigración, fundamentalmente a
Estados Unidos, un país entonces en formación; así, entre 1845 y 1915, cincuenta millones de europeos emigraron al Nuevo Mundo.
A partir de 1880, coincidiendo con el inicio de la Segunda Revolución Industrial (cuando la electricidad sustituyó al car-bón, se desarrolló la industria química y una siderurgia más so¬fisticada, nació el automóvil y la organización empresarial fue diseñada según perfiles piramidales y en cascada), la producti¬vidad comenzó a aumentar claramente; en ello fue esencial la acumulación de capital habida en las décadas anteriores.
Pronto la burguesía percibió que estaba generándose un problema de imposible solución a no ser que el modelo pro-ductivo experimentase una profunda modificación: «Parale-lamente a esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla [...] la inser¬ción de todos los países en la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régi¬men capitalista. Conforme disminuye progresivamente el nú¬mero de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan to¬das las ventajas de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, del envile¬cimiento, de la explotación; pero también crece la rebeldía de la clase obrera, cada día más numerosa y disciplinada, más unida y más organizada por el propio proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que ha brotado y crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la so¬cialización del trabajo llegan a un punto en el cual resultan in¬compatibles con su envoltura capitalista».3
El problema radicaba en el propio funcionamiento del modo de producción capitalista. En un mercado creciente, aunque limitado debido al bajo poder adquisitivo de una población forzada a vender su fuerza de trabajo a un precio mínimo, y ago¬tada ya la vía de las reducciones salariales al haber alcanzado
los salarios el nivel de subsistencia, la burguesía tan sólo podía responder a la creciente competitividad aumentando la inver¬sión, es decir, la productividad. Pero ello incidía en la reducción de la población ocupada, lo que suponía una disminución de las rentas familiares y, como consecuencia, de la demanda de unos bienes que, en creciente cantidad, era capaz de suministrar una oferta en expansión. A eso se sumaban extenuantes jornadas de más de doce horas.
...la perfección cada vez más creciente de la máquina moderna está [...] convirtiéndose en una ley obligatoria que fuerza a los capitalistas industriales individuales a mejorar de forma perma¬nente sus máquinas, siempre con la finalidad de incrementar su capacidad productiva [...] [pero] la amplitud de los mercados no puede seguir el ritmo de esta ampliación de la producción. La colisión se hace inevitable.4
Por ello el sistema reaccionó. Tras la masacre de Haymar-ket, en Chicago, el 4 de mayo de 1886, el sistema entendió que se debía comenzar a hacer las cosas de otra manera, y las con¬diciones de la clase trabajadora empezaron a cambiar: aumen¬tos salariales, mayor poder adquisitivo y reducción de la jor¬nada laboral, que implicaba más ocio y por tanto más tiempo libre para consumir.
Todos los sindicatos, no sólo los de Estados Unidos, fueron apuntándose tantos: aunque las condiciones de vida de la clase obrera continuaban siendo muy duras, muy precarias, lenta¬mente iban mejorando, decían. La realidad es mucho más tris¬te: las condiciones de la clase trabajadora empezaron a mejo¬rar cuando a la burguesía capitalista le convino, cuando llegó a la conclusión de que necesitaba que los pobres fueran un poco menos pobres para que consumieran lo que fabricaban: «Siempre es posible pagar a la mitad de los pobres para que maten a la otra mitad».5
La productividad comenzó a crecer, pero fue en la década de los años veinte del pasado siglo, al finalizar la crisis de post-guerra, cuando se produjo un aumento espectacular de la mis¬ma, incluso en el sector agrario: «Ya no estamos haciendo crecer el trigo, lo fabricamos. [...] No somos labradores, ni tan siquiera somos granjeros. Fabricamos un producto para ser vendido».6
En el sector industrial, el impacto de las mejoras organiza-tivas fue decisivo en la mejora de la productividad: todo el mundo podía ser útil, aunque con un salario adaptado al valor generado. «Mientras que para producir un modelo T se reque¬rirían 7.882 tareas distintas, tan sólo para 949 de ellas se re¬querirían hombres de fuerte complexión física, hombres física¬mente casi perfectos. Para el resto de las tareas, 670 de ellas podrían ser realizadas por hombres sin piernas, 2.637 por hombres con una sola, 2 por hombres sin brazos, 715 por hom¬bres con uno solo, y 10 por hombres ciegos.»7
¿POR QUÉ HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
Estamos donde estamos porque las cosas no podían ser lleva¬das a término de otra manera. ¿Inevitabilidad en el desarrollo de los acontecimientos? Sí, sin lugar a dudas.
El capitalismo nació porque, tras el agotamiento del sis-tema mercantilista con todo lo que ello suponía —absolutis¬mo monárquico, acumulación a partir del colonialismo o de la manufactura artesanal y de la fabricación con ingenios muy rudimentarios, régimen señorial en el campo, nobleza absen-tista, imposibilidad de despegue político de la burguesía—, la evolución natural debía llevar a la eficiencia productiva por encima de la eficiencia de las formas. El símbolo del mercanti¬lismo es el palacio de Versalles; el del capitalismo, pocas déca¬das después y tras dos crisis muy violentas, será una fábrica humeante en el centro de Manchester. En el sistema mercantilista el centro era la figura real; para el capitalista, el centro estaba en la persona; pero llegar hasta la cadena de produc-ción de Henry Ford no fue fácil.
Una mirada poco detallada a la historia podría indicar que, una vez finalizadas las guerras napoleónicas y restaurado el Antiguo Régimen, la burguesía, la clase que diseñó la revolu-ción contra el absolutismo monárquico, obtuvo muy poco. Sin embargo, lo cierto es que consiguió algo que unos años antes parecía imposible: permiso real para, en lo económico, hacer y deshacer como creyese oportuno, sin límite; a cambio, el com¬promiso de no entrometerse en las cosas de la política. La bur¬guesía, evidentemente, aceptó y, sin traba alguna, se dedicó a lo que sabía hacer muy bien: acumular capital y amasar un creciente poder económico.
La burguesía se introdujo en el terreno de la política por la puerta trasera, pero de forma brillante, novedosa; el proceso comenzó en los territorios de lo que posteriormente constitui-ría el Imperio alemán. Como la burguesía tenía vetada la en-trada en la política oficial, diseñó un campo de juego político nuevo en el que su invento fue ganando importancia: el nacio¬nalismo. Este adoptó diversas formas y maneras adaptándose a las características de cada Estado; a partir de aquí, el salto a la política oficial fue progresivo.
La burguesía, empapada de individualismo, puso todo su empeño en acumular, en «hacer las cosas de la mejor manera posible», en adaptarse a los constantes cambios; pero la bur¬guesía capitalista nació con una característica que la hacía úni¬ca: era, por principio, monopolista; tendía al monopolio, lo buscaba, lo deseaba y lo justificaba. Obtener una posición de monopolio era señal de que quien la conseguía era quien mejor había hecho lo que tenía que hacer, quien mejor se había adap¬tado, quien más había invertido, quien había conseguido la mayor productividad. El monopolio no era un pecado: era el premio para el burgués más eficiente.
El problema del monopolio, a finales del siglo XIX, era la literalidad en la interpretación del mensaje: cuando la Stan-dard Oil Trust de John Davidson Rockefeller llegó a contro¬lar el 95% del mercado petrolífero estadounidense, al margen de la posibilidad real de extinción del sistema que el hecho significaba (fin de la competencia con el sistema aún en for-mación), se puso sobre la mesa un problema que no se mani¬festó realmente hasta finales de la década de 1920: que una vez que la burguesía lograra una posición monopolista u oli-gopolista, prescindiría de buscar la máxima utilización de los recursos de que pudiera disponer, por lo que la producción de bienes y servicios obtenida sería, por definición, limitada.
A la vez, y llegados los años veinte, en las mentes de algu-nas personas dedicadas a algo entonces muy nuevo, la econo¬mía, comenzó a formarse una idea inquietante: si quienes uti¬lizan los recursos a fin de obtener la producción de bienes y servicios no utilizan todos los que pueden utilizar, las posibili¬dades de crecimiento quedarán cercenadas antes de florecer, ya que será imposible alcanzar una tasa de crecimiento econó¬mico por encima de un valor de equilibrio en el que se desa¬provechen factores productivos. Joan Violet Robinson se en¬contraba entre quienes así pensaban.
¿QUÉ SE PRETENDÍA LLEGANDO HASTA AQUÍ?
Por todo lo explicado hasta ahora podría parecer que el modo de producción actual, el sistema económico actual, en nada se asemeja al existente hasta finales del siglo xix o a principios del siglo xx. Aunque la esencia del sistema conti-núa siendo exactamente la misma —la maximización del be-neficio—, lo cierto es que hay algo sustancial que sí varió y que en la crisis en la que estamos adentrándonos volverá a cambiar.
El sistema capitalista había nacido investido de una carac-terística única: era una máquina casi perfecta para generar beneficios; el problema residía en que era una máquina mono-temática; tal y como nació sabía hacer sólo eso: generar be¬neficios, nada más. Durante los primeros cincuenta o sesenta años, cumplió su función a la perfección: como lo esencial era acumular capital, acumuló, incluso pasando por encima de una población sin derechos y dejando de utilizar recursos que hubieran podido generar un mayor rendimiento; pero no lo hizo porque en ese momento pensaba que no los necesitaba, o porque, simplemente, entonces no sabía utilizarlos.
El hecho es que de las crisis y recesiones que fueron pro-duciéndose (1886, 1896, 1908, 1921...) se fue saliendo, siem¬pre, pero con un coste de oportunidad muy importante debi¬do a cómo se hacían los deberes para salir de las mismas: no interviniendo de ningún modo y dejando que «la mano invi¬sible» guiara al mercado nuevamente hasta la posición de equilibrio de la que la crisis lo había apartado. El problema radicaba en que salir de una crisis de ese modo comporta que muchas posibilidades sean marginadas, no consideradas, ya que lo único importante es que quienes han de obtener los be¬neficios, la burguesía, los obtengan; los demás tan sólo son importantes en tanto contribuyan y faciliten a la burguesía su obtención.
Hasta que en 1936 alguien se dio cuenta de que el capitalis¬mo tenía dos problemas de base: la «mano invisible» era el único referente aceptado en los momentos de hundimiento económico; sin embargo, hacía tiempo que el recurso estaba demostrándose insuficiente: los incrementos de productividad aumentaban la oferta, pero la miseria existente imposibilita¬ba el aumento de la demanda. Lenta pero imparablemente, el sistema capitalista fue viéndose abocado a un contrasentido: mientras que su capacidad productiva no cesaba de aumentar, la capacidad de consumo tendía al estancamiento.
En la década de 1880, la tasa de pobreza del recientemente fundado Imperio alemán alcanzaba al 80% de la población; en otros Estados afectaba a porcentajes de población semejantes. En 1884, el canciller Otto von Bismarck instaura el embrión de lo que posteriormente constituirán las pensiones de jubilación; el objetivo de la medida fue fundamentalmente defender a la clase burguesa del ascenso del movimiento socialista, pero, con todo, la limitación de la miseria supone un paso crucial en la línea del mejoramiento de la capacidad adquisitiva de la po¬blación.
La politización de la clase obrera, salvo contadas excep-ciones, fue escasa hasta después de la segunda guerra mun¬dial. La clase obrera tenía problemas muy concretos: condi¬ciones de trabajo insalubres, salarios míseros, imposibilidad de acceso a tratamientos médicos en caso de enfermedad, de¬pendencia total de familiares y parientes durante el tiempo que mediaba entre el cese en el trabajo por imposibilidad físi¬ca y el momento del fallecimiento...
Cierto es que algunos movimientos obreros de carácter so-cialdemócrata buscaban un cambio que mejorase sus condi-ciones de vida; sin embargo, al hallarse siempre fuera de los gobiernos, sus posibilidades reales era nulas; por ello, el cam¬bio, de hacerse, debía llevarse a cabo desde arriba y desde den¬tro. A eso contribuyó en gran medida la postura de un político británico miembro del Partido Liberal: David Lloyd George. En 1905, Lloyd George, desde su puesto de ministro del Teso¬ro, propuso la introducción de un sistema de seguros sociales financiados con los incrementos de recaudación que se obten¬drían de aumentar la imposición sobre los ingresos de los más ricos. La Cámara de los Lores se opuso, pero tras la reforma de ésta, en 1911, la legislación pudo ser promulgada.
Tanto las medidas de Bismarck como las de Lloyd George estaban orientadas, básicamente, a calmar la situación social, no a evitarla, a compensarla, no a corregirla; es decir, eran medidas básicamente paliativas, no preventivas. En 1911 fue publicado un documento que, por vez primera, analizaba la puesta en marcha de un auténtico sistema de seguridad social; su importancia se pondría de manifiesto unos años después: «No resulta posible diseñar un programa de seguridad social satisfactorio [sin] los siguientes supuestos: a) Un servicio na¬cional sanitario para la prevención y el tratamiento completo y que esté disponible para todos los miembros de la comuni¬dad; b) Ayudas universales para todos los hijos hasta los ca¬torce años, o hasta los dieciséis años si siguen estudiando a tiempo completo; c) Pleno uso de los poderes del Estado para mantener el empleo y para reducir el desempleo a uno de tipo estacional, cíclico y ocasional, esto es, a un tipo de desempleo que sea adecuado para su tratamiento mediante prestaciones en dinero».8
Reparemos en que el trasfondo continuaba siendo el mis-mo: los peligros que podía representar para la burguesía una explosión social provocada por la mísera clase obrera, pero no las crecientes diferencias entre oferta y demanda, entre ca¬pacidad productiva y consumo. En 1920, Arthur Cecil Pigou publicó una obra verdaderamente novedosa: The Economics of Welfare; su novedad radicaba en que analizaba los efectos de la actividad económica en el bienestar de la sociedad y de las clases sociales, lo que abría el camino para contemplar al conjunto de la población como sujeto activo económico, tan¬to por el lado de la producción como por el del consumo.
En 1929 comienza la Gran Depresión, terrible, tremenda, pero la burguesía, a pesar de que algunos de sus miembros su¬frieran especialmente sus efectos, continuó, en su mayor parte, sosteniendo que la «mano invisible» retornaría la situación al equilibrio, postura que fue contestada por el economista britá¬nico John Maynard Keynes en su obra de 1930 A Treatise on Money y, sobre todo, en General Theory of Employment, ín¬ter est and Money, de 1936.
Escribió Keynes: «Los dos vicios que marcan el mundo económico en el que vivimos son, el primero, que el pleno em¬pleo no está garantizado, el segundo, que el reparto de la for¬tuna y de la renta es arbitrario y falto de equidad», también que «nos afecta una nueva enfermedad de la que algunos lec¬tores puede que aún no hayan oído su nombre, pero de la que oirán hablar mucho en el futuro inmediato, se denomina "desempleo tecnológico"».9 El razonamiento de Keynes era rompedor.
Si —venía a decir— hacemos como hasta ahora, dejar que la «mano invisible» actúe libremente, esto es, si se deja que las fuerzas del mercado actúen sin intervención alguna, esas fuer¬zas reconducirán a la economía hacia el equilibrio, como ha ido sucediendo, pero ello ocurrirá sobre un campo plagado de los cadáveres de las compañías que se verán forzadas a quebrar y de los trabajadores que fueron despedidos por no ser necesario su trabajo en ese proceso de ajuste llevado a cabo por el merca¬do. En otras palabras: si ningún agente interviene en ese proce¬so de ajuste y readaptación, tendrán lugar los dos hechos que hasta ahora se han dado cuando se han producido procesos como éstos: i) se habrá conseguido un equilibrio, pero no utili¬zando unos recursos y unos factores productivos que podrían ser utilizados y que, si lo fuesen, generarían un mayor creci-miento, y 2) se habrá alcanzado el equilibrio, pero a la baja, porque, sin la intervención necesaria, por sí solo, el sistema no tenderá a utilizar todos los recursos y factores, por lo que nun¬ca estará garantizado que el crecimiento será el mayor posible en cada momento. En resumen, como objetivo debe buscarse siempre el pleno empleo de todos los factores productivos a fin de garantizar esa óptima tasa de crecimiento, y para ello es esencial que el Estado intervenga en la economía; si no se hace, la alternativa es el subempleo de los factores de producción.
Es decir, el objetivo ya no es sólo maximizar el beneficio, tampoco únicamente el equilibrio: el objetivo es hacer lo que sea necesario para conseguir el pleno empleo de todos los fac¬tores productivos, de forma que todos estén operando a pleno rendimiento y ninguno se halle subempleado. La demanda, de todo, pasa a ser lo fundamental, y ha de ser la oferta la que se preocupe de cumplimentar dicha demanda.
Visión keynesiana de la economía, se denominó a este en-foque, y a ella perteneció la dama cuyo nombre da título a este capítulo.
Intuitivamente se percibe que, si la demanda es lo más im-portante, ésta ha de tener capacidad de consumo. Esa visión keynesiana, también llamada modelo de demanda, al propug-nar el pleno empleo de todos los factores productivos, busca-rá el pleno empleo del factor trabajo, por lo que con el mode¬lo de demanda la tasa de ocupación tenderá a ser máxima, las rentas tenderán a crecer a fin de que la población tenga capa¬cidad de consumo y el Estado arbitrará políticas fiscales que favorezcan sus propios ingresos a fin de que el gasto público sea el necesario, bien vía gasto directo (obra pública, educa¬ción, sanidad, pensiones) o indirecto (becas, subvenciones).
El modelo de demanda se puso ya parcialmente en funcio-namiento en Estados Unidos durante la Gran Depresión (a pesar de las críticas que recibió por parte de los partidarios de la «mano invisible»), pero fue tras la segunda guerra mundial cuando se generalizó en los países más desarrollados de eco¬nomía capitalista y, en concreto, en Europa.
Bien, lo habrán deducido: lo que se pretendía con el cam-bio de modelo era diseñar un escenario en el que «se pudiese comprar», todos y de todo, no como antes, cuando lo impor¬tante era que unos cuantos burgueses, los más hábiles, acu¬mulasen. Pero ese cambio de enfoque no fue ni fácil ni pa¬cífico: sucedió tras una crisis sistémica, el crash del 29, y la miseria que ocasionó la Gran Depresión, y sólo se completó tras una guerra que ocasionó 60 millones de muertos, 50 mi-llones de desplazados y destrucciones por un valor estratosférico, es decir, con un decorado magnífico y una memoria his-tórica muy positiva para que la empobrecida población, tras décadas de privaciones y siglos de pobreza, abrazase el consu¬mo como ente solucionador de problemas y satisfactor de ne¬cesidades.
Con el crash de 1929 se puso en marcha un auténtico esta¬do o período de bienestar: el mundo comenzó a «ir a más». Tras la crisis sistémica representada por la Gran Depresión y el nuevo orden surgido tras la segunda guerra mundial, el PIB del planeta comenzó a crecer y a mejorar las condiciones so¬ciales de la población.10 Es decir, el objetivo de la evolución habida entre 1930 y 1973 y manifestada a partir de 1950 fue crecer; una de sus consecuencias fue el enfoque economicista que lentamente fue impregnando todas las capas sociales.
¿QUÉ ES UNA CRISIS SISTÉMICA?
Cuando es necesario referirse a una estructura organizada, sólida, monolítica e innovadora con respecto a su entorno re-sulta imprescindible hablar del Imperio romano; pero la civi-lización romana no siempre reunió estas características, y lo cierto es que las retuvo poco tiempo.
La Roma potente cuyas legiones invencibles aparecen en las películas, y sus generales, en las litografías de los libros de historia antigua, nace en el año 27 a. C. o, siendo muy genero¬sos, en el 63 a.C; su final principia a partir del 212, desde ese momento va declinando hasta su total desaparición (oficial) en el año 476. Ya ven: ni tan siquiera duró tres siglos.
En el año 63 a. C, y tras un largo período de inestabilidad, un intento de reforma social —la conjuración de Catilina— dio entrada en la escena política al hombre con el que comen¬zó la verdadera expansión de Roma: Julio César, miembro de una de las familias de más vieja estirpe de Roma, la familia Julia. Julio César, en coalición con un militar de prestigio —Pompeyo— y con el hombre más acaudalado de Roma —Craso—, forma el Primer Triunvirato.
César hizo mucho por Roma, pero cometió dos errores que se demostraron imperdonables. Por un lado, ir aproximándose a una situación en la que su figura iba asemejándose cada vez más a la de un rey, figura odiada desde los inicios de Roma por el pueblo; por otro lado, ir enfrentándose, crecien¬temente, a una serie de potentes intereses económicos. La conjura contra él se manifestó de la mano de Bruto —un usu¬rero—, y César fue asesinado en pleno Senado.
El período comprendido entre el 44 y el 3 L a. C. supuso el renacimiento de la inestabilidad. Marco Antonio, un general fiel a César, tomó el poder aliándose con un sobrino nieto de éste —'Octavio— y con un general al mando de un potente ejército —Lépido—, dando lugar al Segundo Triunvirato.
A pesar de que el cometido de los triunviros era la res-tauración del orden y sus cargos eran temporales, Octavio y Marco Antonio empezaron a actuar para perpetuar sus posi-ciones personales. Marco Antonio se situó más cerca de la idea globalizadora de César, y acorde con esta línea se casó con la rei¬na de Egipto Cleopatra. Octavio siguió la senda tradicional de la República, comenzando a hacer aparecer a Marco Antonio como un traidor. La batalla de Accio dejó libre el camino a Oc¬tavio, que reinstauró el viejo orden ya con el título de Augusto.
Augusto (31 a.C-14 d.C.) supo diseñar una estructura ideal: el principado. A la vez que reinstauraba todas las insti-tuciones y los cargos populares, de modo que a los ojos del pueblo fue él el salvador de la República, se hizo conceder el cargo de tribuno del pueblo de forma vitalicia, así como el tí-tulo de «princeps», lo que le daba la facultad de ser el prime-ro en votar en el Senado en una época en que todas las vota-ciones eran públicas, por lo que todos los senadores podían ver la postura personal de Augusto. Había comenzado la épo¬ca del imperio con Augusto como primer emperador.
Augusto no extendió el imperio, sino que lo consolidó; además, realizó una intensa labor en obras públicas y en sanea¬mientos, y eliminó las aduanas interiores; todo ello derivó en un incremento de la actividad económica. A la vez, se legisla¬ron ayudas para las familias numerosas.
Después de Augusto se entró en una situación de paz per-manente durante doscientos años —la Pax Romana (14-2,3 5)—, en la que expansión y consolidación continuaron, lo que vino favorecido por el hecho de que las provincias fueron integrán¬dose más y más en la idea del conjunto que representaba el imperio y participando crecientemente en la administración del «Estado».1 En el 117, con Trajano como emperador, el imperio alanza su máxima extensión.
Este magnífico período de paz iniciado tras Augusto es-tuvo, no obstante, acompañado de un lento aunque impara-ble declive económico ocasionado por los crecientes gastos del Estado, que fueron siendo financiados con una imparable de¬preciación monetaria que llevó a que, en doscientos años, la cantidad de plata por unidad monetaria pasase de un 95% a un 5% de su peso, aunque conservando las monedas su valor nominal, lo que fue ocasionando una fuerte inflación.
El emperador Caracalla (211-217) intentó solucionar la situación económica, agravada por la creciente concesión de títulos de ciudadanía, que comportaban la exención del pago de impuestos. Caracalla concedió la ciudadanía romana a to-dos los habitantes no esclavos a la vez que eliminó la exención del pago de tributos para los ciudadanos romanos; pero el ya imparable proceso de formación de grandes propiedades ini¬ciado décadas atrás había ido formando una masa de mi¬núsculos campesinos que no podían competir con las grandes extensiones, por lo que sus posibilidades de pagar impuestos eran casi nulas. Con el artesanado sucedió algo semejante al ir constituyéndose grandes talleres.
La situación fue degradándose de forma progresiva. El úl-timo intento de enderezar la situación de declive en la que se encontraba el imperio lo llevó a cabo Diocleciano (284-305). Diocleciano realizó una profunda reforma que pivotaba en una rígida centralización, estructurada sobre una desarrolla¬da burocracia, y sobre la idea de que era todo el imperio el que sustentaba el poder imperial y no sólo las clases privile-giadas de las ciudades.
Este conjunto de hechos con implicaciones políticas, eco-nómicas, sociales y religiosas, unos hechos que trastocaron completamente la vida del imperio, su organización, su modo de hacer, y que la historia conoce como la crisis del siglo ni, en¬marcan una de las primeras crisis sistémicas ocurridas en los últimos dos mil años.
A partir del siglo III, el Imperio romano se transformó por¬que los hechos ocurridos durante la crisis y las consecuencias que de ellos se derivaron le hicieron perder «algo» fundamental que lo había caracterizado desde los tiempos de Augusto: su cohesión.
El pragmatismo del enfoque organizativo romano —de ahí la frase de Mussolini que encabeza este capítulo— fue viéndose superado por el coste del mantenimiento de la es-tructura que lo sustentaba hasta que éste se hizo inasumible. La evolución del entorno político, económico y social llevó a una situación insostenible y sin retorno: de ahí el dramatismo de la reforma de Diocleciano; pretendía revertir un camino —una evolución— que era inevitable.
El emperador Constantino (306-337) dio el golpe de gra¬cia al imperio al conceder la libertad de culto al cristianismo en el Edicto de Milán (313) a fin de granjearse unos apoyos de los que carecía; y acabó de rematarlo el emperador Teo-dosio (379-395) al dividir el imperio (395) entre sus hijos Honorio y Arcadio (al primero le otorgó el Imperio de Occi¬dente y al segundo el de Oriente —hecho que favoreció la en¬trada masiva de tribus germánicas que el ya en la práctica inexistente Estado no pudo frenar), y al declarar, en el 480, el cristianismo como religión oficial, lo que supuso a éste la ob-tención de un enorme poder al instaurar la alianza entre el poder terrenal y el eclesiástico y la politización de la religión cristiana. A su vez, significó el fin de un modo de «hacer las cosas»: el de un Imperio romano politeísta y con un empera-dor divinizado.
La Iglesia cristiana fue configurando una función de cohe-sión entre las fracciones en que se descompuso el Imperio ro¬mano. El vacío de poder creado por el proceso de derrumbe en que entró el Estado, junto con el desorden generado cuan¬do éste como tal dejó de existir, favoreció la expansión tanto del cristianismo como de la institución eclesiástica, por lo que su vinculación con el atomizado poder político y económico era una conclusión lógica: ambos ganaban en el sistema que se constituyó.
También en China se produjeron una serie de cambios pro¬fundos provocados por la irrupción por el norte de los Hu —un grupo de tribus de etnia turca y del mismo grupo étnico que los hunos— a partir del 265, cuando finaliza el período de los Tres Reinos y hasta el 419. Este período de inestabilidad no finalizará hasta la ascensión de la dinastía Tang en el 618.
La crisis del siglo III significó la ruptura con el pasado, que tuvo lugar cuando a quienes habían alcanzado el máximo en su evolución ya no les fue posible realizar el cambio radical que hubiese sido necesario para que su sistema perviviese. ¿Por qué? Porque el sistema encarnado por el Imperio roma-no, o por la vigente estructura política y organizativa china, ya estaba agotado.
Tanto en Occidente como en Oriente, el cambio se dio a través de la irrupción de nuevos modos de hacer, distintos pueblos y formas de pensar. El cambio también vino propicia-do por la extensión de dos religiones nuevas: el cristianismo en los antiguos territorios del Imperio romano y el budismo en China.
Del nuevo conglomerado que siguió a las irrupciones exteriores iría formándose una realidad sistémica estructurada según un modo de considerar la realidad cerrado y piramidal: el sistema feudal.
¿QUÉ SIGNIFICA ENFRENTARSE A UNA CRISIS SISTÉMICA?
Desde lo que convencionalmente se denomina año cero (aun¬que éste no existe), es decir, desde hace 2.009 años, tan sólo se han producido dieciocho crisis sistémicas; como hemos se¬ñalado, la del 2010 será la decimonovena, una crisis sistémi-ca; por tanto, se trata de un suceso sumamente raro.
Como también hemos comentado, desde los inicios de nues¬tra era los sistemas han tenido una duración media de 250 años y su transcurso siempre ha correspondido a un proceso que se ha repetido de forma continuada: el sistema nace a partir de los principios filosóficos que se acuñan al final de la vida del sistema anterior, que constituirán la base de una nueva estruc¬tura que se conforma a partir de dichos principios. El sistema crece y se expande, pero llega a su máximo^ empieza a decli¬nar porque empieza a no poder cumplir las necesidades naci¬das de la propia evolución de las cosas.
Llega un momento en que aparece una nueva filosofía que entra en conflicto con la filosofía aún vigente pero ya agota-da, lo que desencadena una serie de tensiones muy profundas que dan lugar a la muerte del sistema en curso y al nacimiento del nuevo.
Es un esquema cíclico que se ha ido repitiendo de forma continuada e invariable; las crisis sistémicas también se dan de forma no cíclica, cuando la evolución «de las cosas» necesita que se introduzcan variaciones en el modo en que se hacen.
Una crisis sistémica, por tanto, da lugar a un cambio que afecta al modo como el sistema produce, se organiza, atiende su realidad social, desarrolla unas formas y planteamientos culturales u otros. Una crisis sistémica siempre es brutal, y violenta, porque trastoca los modos de hacer, y algo así siem¬pre es traumático, fundamentalmente porque va acompañado de problemas, ya que, en principio, todo cambio es complejo al suponer que han de variarse formas y procedimientos.
¿QUÉ SIGNIFICA ENFRENTARSE A UNA CRISIS SISTÉMICA?
Desde lo que convencionalmente se denomina año cero (aun¬que éste no existe), es decir, desde hace 2.009 años, tan sólo se han producido dieciocho crisis sistémicas; como hemos se¬ñalado, la del 2010 será la decimonovena, una crisis sistémi-ca; por tanto, se trata de un suceso sumamente raro.
Como también hemos comentado, desde los inicios de nues¬tra era los sistemas han tenido una duración media de 250 años y su transcurso siempre ha correspondido a un proceso que se ha repetido de forma continuada: el sistema nace a partir de los principios filosóficos que se acuñan al final de la vida del sistema anterior, que constituirán la base de una nueva estruc¬tura que se conforma a partir de dichos principios. El sistema crece y se expande, pero llega a su máximo^ empieza a decli¬nar porque empieza a no poder cumplir las necesidades naci¬das de la propia evolución de las cosas.
Llega un momento en que aparece una nueva filosofía que entra en conflicto con la filosofía aún vigente pero ya agota-da, lo que desencadena una serie de tensiones muy profundas que dan lugar a la muerte del sistema en curso y al nacimiento del nuevo.
Es un esquema cíclico que se ha ido repitiendo de forma continuada e invariable; las crisis sistémicas también se dan de forma no cíclica, cuando la evolución «de las cosas» necesita que se introduzcan variaciones en el modo en que se hacen.
Una crisis sistémica, por tanto, da lugar a un cambio que afecta al modo como el sistema produce, se organiza, atiende su realidad social, desarrolla unas formas y planteamientos culturales u otros. Una crisis sistémica siempre es brutal, y violenta, porque trastoca los modos de hacer, y algo así siem¬pre es traumático, fundamentalmente porque va acompañado de problemas, ya que, en principio, todo cambio es complejo al suponer que han de variarse formas y procedimientos.
El sistema vigente nació en 1820, como resultado de los efectos ocasionados por la interacción de una serie de circuns¬tancias anteriores:
—1748: Montesquieu publica De l'esprit des lois, Del es-píritu de las leyes; por primera vez se plantea la separación de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, todos ellos en la mano real.
—Segunda mitad del siglo xvni: inicio del desarrollo de las enclosures («cercamientos»).
—1748: Enquiry concerning human understanding, In-vestigación sobre el entendimiento humano, obra de David Hume que aborda el empirismo y la observación como modos de trabajo y comportamiento, e introduce el principio del es¬cepticismo.
—1762: Jean Jacques Rousseau publica Du contrat social, El Contrato Social, en el que se plantea el acuerdo entre el pueblo y el Estado.
—1769: James Watt patenta su máquina de vapor.
—1776: Adam Smith publica An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, obra que plantea las bases del liberalismo económico.
—1789: la Revolución francesa supone la abolición de la monarquía absoluta con tintes divinos.
—1792-1815: guerras de Coalición, reacción de las mo-narquías europeas a la Revolución.
—1815: Congreso de Viena. Restauración formal del An-tiguo Régimen, aunque con una burguesía con creciente po-der económico.
—1815: nace la oposición pueblo-burguesía al quedar le-gitimada la burguesía por la restaurada monarquía para ex-plotar a la población, constituida en mano de obra a fin de profundizar en la acumulación de capital.
—1819: Arthur Schopenhauer publica Die Welt ais Wille und Vorstellung, El mundo como voluntad y representación, obra en la que se expone que el hombre es guiado por el prin¬cipio del egoísmo.
Las obras de Montesquieu, Hume y Rousseau sientan las bases filosóficas por las que se regirá el sistema capitalista, una vez el germen del individualismo ha prendido en las men-tes de cuatro intelectuales de finales del siglo xvi que se dedi-caron a extender el mensaje (religioso, de entrada: el calvinis-mo), y tras la eclosión de la Ilustración de la mano de John Locke a finales del XVII.
En lo económico, el proceso de cercado y parcelación de las tierras (las enclosures) mejoró extraordinariamente la pro-ductividad en la agricultura y generó una ingente cantidad de mano de obra que se desplazó a las ciudades, a los núcleos manufactureros en formación; la máquina de vapor de Watt posibilitó la localización de la producción allí donde se esti-mase oportuno y comenzó a incrementar espectacularmen¬te la productividad; la obra de Adam Smith aplica el incipiente pensamiento liberal a la actividad económica. Todos ellos son elementos definitorios de la estructura que estará vigente en el nuevo sistema: el sistema capitalista.
La Revolución francesa no nació como una reacción de odio desatado contra la monarquía borbónica, por muy opresiva que ésta hubiese sido; de hecho, si en el seno de los constitucio-nalistas no se hubiesen producido tensiones y si Luis XVI hubie¬se aceptado y cumplido los principios de la Constitución surgi¬da del hecho revolucionario, tal vez podría haber continuado en el poder como monarca constitucional. Lo que la Revolución supuso fue el fin del poder absoluto de un individuo —el rey— sobre bienes y personas, un poder que, según los principios al uso, procedía directamente de Dios. Ello posibilitó que las per¬sonas comenzasen a ser gobernadas por semejantes. Los hechos de la Revolución francesa representaron el final de los aspectos políticos del sistema mercantilista y de su ideología, y el naci¬miento de una ideología nueva: el individualismo liberal.
Las guerras de Coalición que emprendieron las monar-quías absolutas europeas (en las que se encuadra la guerra de Independencia española) contra el espíritu expansivo de la Revolución, ahora representado por Napoleón Bonaparte, y la restauración del Antiguo Régimen tras su derrota podrían parecer vina vuelta al modo prerrevolucionario de hacer las co¬sas; sin embargo, la marcha atrás ya no era posible.
La burguesía, la nueva clase social encargada de poner en marcha la Primera Revolución Industrial a través de la nueva tecnología representada por la máquina de vapor, salió extraordinariamente reforzada y potenciada del período bélico; de hecho, antes incluso de que finalizase, fueron aprobadas las primeras leyes represivas de los derechos del pueblo en favor de la burguesía, las Combination Act, en 1799 y 1800, allí donde los avances técnicos y económicos eran mayores: en Inglaterra.
Las guerras de Coalición significaron el fin definitivo, real, del sistema mercantilista; a partir de ese momento, un nuevo sistema, el capitalismo industrial, liberal e individualista, co-mienza su expansión: en 1820, en el Reino Unido, es botado el primer buque con casco metálico, quintaesencia de la modernidad y la eficacia.
Los 68 años del período 1748-1815 debieron de ser atra-yentes, fascinantes, pero a la vez terribles, violentos, inestables. Esos años acogen una crisis de final de sistema, y aunque en la crisis de 2010 el sistema capitalista no finalizará, se producirán profundos cambios como consecuencia de ella. De hecho, los tiempos que estamos viviendo se asemejan, en cuanto a signifi¬cación sistémica, a los años del siglo XVIII en los que se definió la estructura que se desarrolló en el nuevo sistema, en el capitalismo.
LA GRAN DEPRESIÓN
La Gran Depresión es el referente más próximo en el que po-demos fijarnos a fin de intuir qué es una crisis sistémica y para adentrarnos en las consecuencias que una crisis sistémica desencadena; además, la del 2010 será una crisis de características muy semejantes a la de 1929, ya que, al igual que entonces, será abordado un cambio en el modo de enfocar la economía y la sociedad. Echemos la vista un poco atrás.
Hacia 1870 puede darse por acabada la que se conoce como la fase de acumulación originaria de capital, que fue lo que, en definitiva, caracterizó la Primera Revolución Industrial: la constitución de la base sobre la que se levantará el en¬tramado de todo el sistema capitalista.
El sistema capitalista partía de tres principios que se consideraron inmutables:
1) Existencia de energía barata y en cantidad inagotable
(este principio primero fue aplicado al carbón y posteriormente al petróleo).
2) Disponibilidad de la cantidad de mano de obra que fuese conveniente en cada momento (nótese que la localización geográfica de esa mano de obra no era importante, de ahí que hasta la década de 1970 fuese fundamentalmente continental —preferentemente nacional— y que a partir de dicho año comenzasen diferentes procesos de deslocalización en todo el planeta).
3) Libertad de acción de los propietarios del capital (capi¬tales cuyos propietarios —personas físicas o jurídicas— pueden tener cualquier nacionalidad, sin influir ello en su operativa).
A lo largo del siglo XIX y sobre todo en su segunda mitad, los descubrimientos técnicos (mecánicos, siderúrgicos, quími¬cos, ópticos...) fueron continuos, lo que fue mejorando la ca¬lidad de los procesos productivos redundando en el aumento de las cantidades producidas de todo tipo de bienes.
Este hecho, en principio magnífico, suponía no obstante requerimientos continuados de capital; al mismo tiempo las cada vez más rápidas mejoras técnicas que se iban produciendo exigían plazos de amortización más reducidos. En consecuencia, obtener capital pasó a ser un objetivo fundamental.
Esta situación fue derivando hacia una creciente vincula-ción entre industria y capital: para las unidades productivas la obtención de capital de forma rápida y segura devino esencial a fin de aplicarse a su actividad industrial; por ello, es en el período comprendido entre 1850 y 1870 cuando puede fecharse el nacimiento del capitalismo financiero.
Además, esta nueva orientación del capitalismo se vio re-forzada y alimentada por el incremento del comercio internacional. La necesidad de ampliar mercados a fin de rentabilizar al máximo las inversiones realizadas, junto con la necesidad de invertir para ganar cuota de mercado exterior, llevó a la firma de acuerdos internacionales —Tratado Anglofrancés de 1860, creación de la Unión Monetaria Latina en 1865— que representaron un avance importante en la liberalización comercial y en la agilización de las transacciones financieras.
Pero los cambios que se dieron a partir de 1870 no afecta-ron sólo a la posición de algunos Estados. A escala mundial se fue entrando en una nueva época —Segunda Revolución In¬dustrial—, en la que el capital como elemento central del pro¬ceso económico se convirtió en el eje alrededor del que se produ-jeron cambios paulatinos en el modo de producción y en las relaciones políticas, y que tuvieron su reflejo a nivel demográ-fico, filosófico, cultural y artístico:
Con su explotación del mercado mundial, la burguesía ha impri¬mido un sesgo cosmopolita a la producción y consumo de todos los países. Para chasco y desazón de los reaccionarios, ha retira¬do de debajo de nuestros pies el mismísimo suelo nacional. Las viejas industrias nacionales se han ido —y siguen yéndose— a pique, presionadas por nuevas industrias cuya entrada en escena constituye un serio peligro para todas las naciones civilizadas. La vieja autosuficiencia y cerrazón a nivel local y nacional han dado paso a un movimiento y a una dependencia multilaterales de las naciones. Y esto no sólo en la producción industrial, sino también en la producción espiritual. Así, los productos del espíritu de cada nación se convierten en bien común. La unilateralidad y cerrazón nacionales tienen los días contados, mientras vemos cómo a partir de numerosas literaturas nacionales y locales se va formando una sola literatura mundial.1
El modo de producción industrial basado en la acumulación de capital y en el maquinismo había significado el triunfo de la burguesía industrial, pero también había demostrado que sólo los que mejor se adaptaban a las cambiantes y agresivas circunstancias incrementaban su cuota de poder económico. En la nueva fase, con modificaciones más rápidas, con una economía más globalizada, más interrelacionada y más compleja, el capitalismo financiero exageró aún más esa necesidad.
Es decir, lo que estaban recogiendo estos cambios, a nivel conceptual, no era más que la modificación habida en el so-porte sobre el que hasta entonces se había sustentado la sociedad: la institución familiar empezó a perder importancia para ganarla el individuo.
Esta potenciación de lo individual incidió en la propia esencia de la burguesía y en la de la clase obrera: la clase capitalista era la que comandaba el proceso productivo, pero ahora lo hacía como un todo porque constituía un elemento individual y se comportaba como tal; por eso en la clase burguesa empezaron a aparecer poderosos magnates —«superindividuos», «superburgueses»— que iban acumulando un creciente poder. A la vez, la idea de «unidad corporativa» como un todo compuesto de «individuos trabajadores» fue ganando protagonismo en las reivindicaciones obreras. Este creciente individualismo se vio reflejado en la tendencia que empezó a adoptar el capitalismo. Porque paralelamente al acelerado desarrollo del capitalismo financiero no se produjo una mejora en las condiciones de la clase trabajadora; de hecho éstas empeoraron debido a la acentuación del individualismo.
La crisis de 1929 y la posterior Depresión, que colapso la economía y la sociedad mundiales, empezaron a generarse en el mismo momento en que el capitalismo financiero que caracteriza a la Segunda Revolución Industrial se consolidó; por ello, la formación de la mayor crisis que hasta ahora ha padecido el sistema capitalista tuvo tres momentos claramente diferenciados. El primero, entre 1870 y 1914, en que el capitalismo dio un giro radical y el factor «capital» empezó a ser algo más que un mero factor productivo, y en el que comenzó una etapa diferente y nueva en la que los cambios de todo tipo acarrearon situaciones de ruptura respecto al anterior capitalismo, meramente productivo.
Durante la segunda fase, 1914-1923, la primera guerra mundial y la crisis de post-guerra demostraron que la pretendída solución bélica sólo sirvió para arruinar a Europa, es decir, se produjo un trasvase definitivo del poder económico desde ésta hacia Estados Unidos. Este hecho ayudó también indirectamente al crecimiento industrial de Japón y a su expansión exterior, a partir de la pérdida de influencia del Reino Unido y Francia en el este de Asia debida a la guerra, así como al establecimiento de una estructura política fascista en el país sus¬tentada en el corporativo capitalismo japonés.
Es en la tercera fase (1923-1929) cuando los cambios acelerados y no asimilados por el sistema sucedidos en la primera, junto con la cadena de dependencias generadas por la segunda, se fusionan con los efectos del fortísimo aumento de productividad habido en la década de los años veinte y con el auge ficticio que se desencadenó a partir de 1923 —los Felices Años Veinte—, tras la crisis de post-guerra; todo ello contribuyó al desencadenamiento de la crisis de 1929.
La situación de crecimiento económico acelerado en la que se encontraba inmerso Estados Unidos desde las dos últimas décadas del siglo xix —y cuya tendencia no detuvo la guerra— se vio reforzada por la recuperación de la crisis de post-guerra. Los incrementos del consumo, tanto público como privado, que se generaron condujeron a un aumento de la oferta de todo tipo de bienes, lo que implicó alzas en la de-manda de capital por parte de las unidades productivas y el lógico recurso a los mercados de capitales, forzando el retor-no de fondos invertidos en Europa debido a la alta rentabilidad que proporcionaban los mercados de valores estadouni-denses.
Pero la mala distribución de la renta —el 10% de la población estadounidense controlaba el 50% de la renta total— ha-cía que la mayor parte del consumo se realizara a base de crédito, un crédito que fue no sólo permitido sino fomentado, al igual que gran parte de las compras de las participaciones de capital que se pusieron a la venta en los mercados. Esta enorme demanda de crédito llevó a que las instituciones bancarias —muchas con una estructura reducida— entraran en competencia a fin de conseguir créditos, muchos de los cuales eran de muy alto riesgo.
A lo anterior se unió —en una situación de práctica ausencia de ahorro— la urgencia de obtener beneficios por parte de las compañías a fin de mejorar sus inversiones en bienes de capital y, por tanto, la valoración que pudieran hacer posibles compradores de sus futuras emisiones de acciones; ello llevó a numerosas compañías a realizar inversiones no planificadas, lo que fue generando estructuras productivas no convenientes y niveles de existencias desmesurados.
... el derrumbe del mercado de valores en otoño de 1929 estaba ya implícito en la especulación que le precedió. La única cuestión —o lo único cuestionable— en relación con esa especulación era el tiempo que aún duraría. En algún momento, más pronto o más tarde, comenzaría a debilitarse la confianza en la precaria realidad del valor siempre creciente de las acciones ordinarias. Cuan¬do esto sucediese, ciertas personas empezarían a vender y esta acción destruiría la realidad de los valores en alza.2
Lentamente fue instaurándose una atmósfera de crisis en medio de una situación especulativa desquiciada, donde el comercio internacional y las inversiones exteriores comportaban que las economías mundiales fuesen cada vez más y más interdependientes, y en la que la ciencia económica tenía muy poco que decir, pues las recetas de los economistas clásicos desconocían el funcionamiento de las economías en su con¬junto en situaciones de creciente interpenetración.
El desencadenante de la crisis estuvo en el agotamiento de la capacidad de endeudamiento de los consumidores debido a la creciente —y necesaria— demanda de créditos, lo que ocasionó impagos y un brusco descenso en la demanda de nuevos créditos, lo que llevó a un hundimiento del consumo que afec¬tó de lleno a las compañías industriales, que vieron acrecenta¬do el problema al mantener elevados niveles de existencias en sus almacenes debido a las anteriores expectativas de alzas en el consumo.
Las compañías industriales se vieron obligadas a reducir drásticamente la producción o bien paralizarla por completo, lo que generó oleadas de impagos al no poder afrontar ni los pagos a sus proveedores, ni los pagos de los créditos bancarios. Como consecuencia se produjo el hundimiento en la cotización de sus acciones.
Las fuertes inversiones que el sector agrario había realiza-do a lo largo de la década de los años veinte generaron en éste una situación de sobreproducción; a ello se unía el exceso de oferta de productos tropicales a la que se había llegado por la euforia de la década. El hundimiento del consumo afectó también a los productores tropicales y estadounidenses, que se vieron forzados a reducir sus precios, lo que llevó al hundi¬miento de sus beneficios, a la drástica reducción de las compras de abonos, maquinaria y utillaje —lo que afectó a las empresas industriales— y al impago de sus deudas.
El creciente cierre de empresas llevó al desempleo a un cada vez más elevado número de trabajadores, tendencia que se iba incrementando a medida que la crisis se extendía; este aumento del desempleo obrero implicó que los trabajadores tampoco pudiesen afrontar sus créditos, lo que, unido al impago de los créditos solicitados por los granjeros y de las deu¬das contraídas por las empresas industriales, generó una oleada de quiebras de instituciones bancarias. Se produjeron desahucios masivos, que implicaron el hundimiento de los precios de la tierra y de las propiedades inmobiliarias.
Los entrecruzamientos de bancos y mercados de valores provocaron el pánico bursátil, y contribuyeron al paro masivo de los obreros industriales y a los desahucios habidos en el campo, lo que desencadenó una situación de creciente miseria. Por otro lado, la extensión internacional de la crisis se produjo debido al encorsetado comercio exterior y a las transacciones de capitales.
El inicio de la crisis coincidió con elecciones presidenciales en Estados Unidos: a Calvin Coolidge (1923-1929) le siguió Herbert Hoover (1929-1933), cuyo gabinete tuvo que afron¬tar la nueva situación. Rápidamente, en el mundo académico y empresarial se formaron dos posturas contrapuestas. Por un lado, los defensores de mantener una línea de actuación clási¬ca y fundamentada en que el mercado reconduciría automáti¬camente la situación. La caída del factor trabajo —decían— haría descender los salarios, lo que llevaría a un aumento en la demanda de factor trabajo que ocasionaría la recuperación del consumo.
Por otro lado, había quien argumentaba que el mercado era insuficiente para revertir la situación debido a la creciente complejidad e interdependencia de la economía, así que con una postura no intervencionista podría llegarse a una situación de equilibrio en la que la oferta se adecuase a una de¬manda reducida y se mantuviese un elevado nivel de desempleo obrero.
El presidente Hoover se decidió finalmente por la intervención y, entre 1930 y 1932, se pusieron en marcha una serie de medidas consistentes en programas de ayudas a la agricultura y a los desempleados, en el incremento de los aranceles y en préstamos a la banca y a las compañías industriales. El fra¬caso de las medidas fue rotundo:
En 1933, el Producto Nacional Bruto fue aproximadamente una tercera parte inferior al de 1929. Hasta 1937 el volumen físico de producción no alcanzó los niveles de 1929; pero inmediatamente volvieron a retroceder. Hasta 1941 el valor de la producción en dólares fue menor que el de 1929. Entre 1930 y 1940 sólo en una ocasión —1937— bajó de ocho millones el número de parados. En 1933 había en Estados Unidos casi trece millones de trabajadores en paro, es decir, uno por cada cuatro del total de la fuerza de trabajo del país. En 1938 una persona de cada cinco seguía todavía sin empleo.3
La evolución de la crisis provocó que los poderes de los países más desarrollados buscaran un culpable. Por su rigidez para actuar en situaciones como las que estaban afectando al capitalismo, las grandes burguesías nacionales demandaron a los gobiernos que se desprendieran del corsé que significaba el patrón oro, pues la cantidad de dinero en circulación debía estar vinculada a la cantidad de oro de que disponía un país, oro que, además, debía utilizarse para liquidar los saldos negativos en el comercio exterior.
A partir de 1931 los países occidentales fueron abandonando el patrón oro; el primero fue el Reino Unido. El razonamiento era simple: la inexistencia de un índice que ligara la cantidad de metal en reserva con la oferta monetaria de dine-ro y, consecuentemente, con la cotización de una moneda permitiría a los Estados devaluar sus divisas e incrementar las exportaciones, beneficiándose de ello los márgenes capitalistas.
Todos los países esgrimieron este argumento, y los efectos de las devaluaciones fueron quedando rápidamente anulados a medida que se extendía su puesta en práctica; quedó fijado, a nivel referencial, el precio de una onza troy de oro en 34 dóla¬res estadounidenses, un precio absolutamente arbitrario.
En 1933 accede a la presidencia estadounidense Franklin Delano Roosevelt. Roosevelt decidió desarrollar una activa política intervencionista en línea con lo propugnado por el key-nesianismo; para ello se procuró el apoyo de los sindicatos ofreciéndoles el desarrollo de un programa limitado de seguridad social.
Su programa económico, el New Deal, se fundamentó en cuatro columnas: el seguimiento sectorial de la economía a tra¬vés de agencias que se ocupaban del análisis de las actividades concretas de cada sector económico; la reducción de las sub¬venciones agrícolas a fin de que la oferta agraria descendiese; medidas orientadas a que los diferentes sectores industriales practicasen una competencia limpia; y puesta en marcha de una ambiciosa política de obras públicas. Paralelamente, el pa¬trón oro fue abandonado, y el dólar, devaluado.
El problema radicaba en que el marco en que estas medi-das se llevaron a cabo era de concepción clásica, es decir, no intervencionista, así que, al no modificarse los planteamien¬tos generales, cuando en 1937 se redujo el gasto público tam¬bién se frenó el proceso de recuperación.
En Europa el alcance de la crisis fue desigual: entre 1929 y 1932 el índice de precios al mayor cayó desde el nivel 100 hasta el 67 en el Reino Unido, hasta el 68 en Francia —al igual que en Estados Unidos— y hasta el 70 en Alemania.
Los efectos de la Gran Depresión fueron demoledores, después nada fue igual: ni en la economía, ni en la sociedad, ni en el ámbito familiar. John Kenneth Galbraith, testigo de excepción del desastre, escribía en 1954: «A primera vista, la calamidad de los años veinte menos probable parecería ser otro alocado auge especulativo de la Bolsa con su inevitable derrumbe. Cuando aquellos días de desencanto terminaron, decenas de miles de norteamericanos movieron sobrecogidos sus cabezas y murmuraron: "Nunca más"».4
Las consecuencias del crash del 29 no fueron verdadera-mente superadas hasta la segunda guerra mundial: la guerra equivale a producción, pero, tras el fin de las hostilidades, y teniendo en cuenta el aumento de la capacidad productiva así como de la productividad que el sistema podía afrontar en función de los constantes nuevos avances, tanto en el plano de la técnica como en el de la organización, era preciso aumentar la dimensión de los mercados, y para ello era necesaria la libera-lización de los intercambios internacionales.
No obstante, para profundizar en la liberalización del comercio a escala mundial había que abordar la remodelación del sistema monetario que no favorecía los intercambios por-que las soberanías nacionales tenían un peso decisivo en las consideraciones particulares con que los Estados trataban sus respectivas monedas. En consecuencia, era imprescindible un nuevo sistema monetario cuyo objetivo fuera facilitar el comercio internacional y que contemplase en sus normas la rea¬lidad que iba a prevalecer tras el fin de la guerra.
En 1942, en plena contienda mundial, se celebraron una serie de reuniones secretas entre economistas británicos y estadounidenses con el fin de trazar las líneas maestras de un sistema monetario para el mundo que surgiera de la guerra. Esas reuniones cristalizaron en una cumbre de varios países que tuvo lugar en la localidad estadounidense de Bretton Woods, en julio de 1944,
En esta Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada en el complejo hotelero de Bretton Woods, New Hampshire, entre el 1 y el 22 de julio de 1944, expertos de varios Estados capitalistas y de economías más o menos libres acordaron las bases del que sería el nuevo sistema monetario internacional (aunque en la práctica lo que se hizo fue rubricar la propuesta hecha por Estados Unidos). En ese momento quedaron trazados los principios de funciona¬miento del nuevo modelo económico-social —y en consecuencia político— de la pos-tguerra, orientado hacia la acumulación de capital a partir del pleno empleo de todos los factores productivos y construido a modo de freno de la pre-visible expansión de lo que más tarde se denominaría «socia-lismo real».
En Bretton Woods quedó constatado, como corolario de las tres guerras que desde 1870 habían sacudido a Europa y ya sin ningún lugar a dudas, que el Viejo Continente había perdido su protagonismo político y económico, sustituido por Estados Uni¬dos en su antiguo papel de rector de un mundo, ya en 1944, es¬cindido en dos bloques, adoptando aquéllos el papel de locomotora económica y de escolta ante posibles ataques del bloque oriental liderado por la Unión Soviética; el precio que la arruina¬da Europa tuvo que pagar fue aceptar cumplir siempre las polít¬cas que en cada momento Estados Unidos decidiese.
El resultado de la cumbre de Bretton Woods fue un nuevo sistema monetario ausente de trabas y limitaciones que representasen una barrera al expansionismo estadounidense. La idea consistía en vincular el dólar al oro creando unas instituciones poco coercitivas pero que sólo concedieran ayudas a los países que las necesitasen si éstos amoldaban sus políticas económicas a las prescripciones de los organismos de control que se fueron creando, organismos diseñados de acuerdo a las prescripciones de la única economía verdaderamente potente.
A nivel operativo y para regir el nuevo sistema monetario se fundó un organismo con arreglo a los nuevos parámetros: el Fondo Monetario Internacional (FMI), que, con el tiempo, se convirtió en el guardián del mantenimiento de la pureza del capitalismo a través de dictámenes y recomendaciones de obligado cumplimiento para los Estados que solicitan las ayudas económicas necesarias para el «desarrollo», ayudas concedidas por el también creado entonces Banco Internacional para la Reconstrucción y el Fomento (BIRF), el Banco Mundial. El precio fijado para el oro fue de 34 dólares estadounidenses por onza troy, el mismo que el acordado en 1934, un precio total¬mente ficticio en términos del valor real del dólar en oro.
Las consecuencias del abandono del patrón oro fueron las derivadas de pasar de un sistema monetario en el que las monedas tenían un valor intrínseco a otro en el que su valor de¬pendía de elementos externos y, en numerosas ocasiones, no controlados por el propio país emisor de la divisa, tales como el «nivel de confianza de su economía» o el «riesgo que a ni-vel internacional mostrase un país», riesgo que era evaluado por agencias de calificación, las mismas cuyas actuaciones fueron tan cuestionadas en septiembre de 2007 cuando se ma¬nifestó la crisis de los llamados «activos tóxicos».?
Además, como los Estados ya no tenían que garantizar el respaldo de la oferta monetaria existente, los gobiernos se atribuyeron unas facultades para financiar las actividades que considerasen más oportuno realizar. Y estos gobiernos salían de unos partidos políticos que no hacían sino representar los intereses de las grandes burguesías nacionales y de las cada vez más potentes compañías multinacionales, máxime considerando que el tipo de cambio de esas monedas ya no iba a depender directamente del saldo de su balanza comercial.
Sin embargo, fue el ciudadano medio quien soportó el mayor impacto: la población se vio forzada a aceptar un dinero cuyo valor intrínseco era nulo y cuyo valor efectivo variaba en función de unos parámetros que en absoluto controlaban.
Aunque en un principio fue el sistema capitalista en su conjunto el beneficiado de este cambio, quienes en mayor medida aprovecharon sus implicaciones fueron los propietarios del capital; las poblaciones de los países capitalistas fueron receptoras de los efectos de la expansión económica que el nuevo sistema monetario ayudó a generar, una expansión inestable y sustentada en la dependencia política y económica con respecto al dólar estadounidense.
EL ESPEJO EN EL QUE MIRARNOS
La Gran Depresión es el espejo en el que mirarnos, ante todo porque lo sucedido en los años treinta constituye una de las tres crisis sistémicas que, hasta ahora, se han producido en el capitalismo.
El comportamiento de los sistemas es cíclico, y sus fases se adaptan a un ritmo delimitado (véase el «Anexo i», gráfico 2): partiendo de una posición neutra, se inicia una fase de expansión que alcanza un máximo a partir del cual declina y se con¬trae para, llegado a un mínimo, iniciar la recuperación. Procesos cíclicos se dan en numerosos fenómenos de la naturaleza.
Un sistema, sin embargo, responde mejor al ciclo representado en el gráfico 3: tras el final de un sistema se produce la recuperación desde el mínimo en que se produjo su muerte, y una posterior expansión; llegado a un máximo evolutivo, el sistema comienza a declinar y a contraerse hasta que, por agotamiento de sus elementos, muere.
En la realidad, el proceso es un poco más complejo. Al final de la fase de declive y muerte del sistema anterior (gráfico 4) se forman los antecedentes de lo que será el nuevo sistema. Nace (gráfico 5) y, a medida que van formándose sus características, va conformándose su base económica hasta que, a partir de un momento, comienza a crecer verdaderamente. Llegado a su máximo, se inicia la fase de declive y muerte y, al final de ésta, la generación de los antecedentes del sistema que sucederá al presente (gráfico 6).
En este ciclo, todo sistema tiene una duración media de 250 años. El avance evolutivo se produce porque la posición final tras la muerte del sistema es superior (mayor, mejor, cualitativamente al menos) que la de partida (representada por la ganancia del gráfico 5).
Respecto a los antecedentes de nuestro sistema, éstos se formaron en el período 1748-1820; en L820 comienza un proceso evolutivo en el que van sucediéndose las cuatro fases ya enumeradas (tres, en realidad, al ser la muerte del sistema el momento final de la fase de declive), fases que, a su vez, son ciclos en los que se da la secuencia recuperación-expansión-declive-contracción (gráfico 7). Mucha atención a los años de inicio y finalización de cada fase y al momento en el que hoy se halla el sistema actual, el nuestro, el sistema capitalista: el punto «P».
Todo muy bien delimitado, ¿verdad? Demasiado bien, en realidad. A medida que un sistema evoluciona se producen «agotamientos» —rigideces, desajustes— que el sistema es in-capaz de corregir con las herramientas del modelo vigente. En esos períodos el sistema se agota: no responde a las necesidades del momento, a la evolución que han vivido elementos que conforman la realidad, por lo que llega a un punto en que es preciso que se produzcan una serie de cambios en el sistema a fin de ajustarse a la realidad. Esas rigideces constituyen la manifestación de las crisis sistémicas.
Como hemos señalado, en el sistema en curso, hasta el presente momento se han producido tres crisis sistémicas (gráfi¬co 8).
La primera se produjo en 1820; fue una crisis de niñez, de falta de experiencia ante la situación creada por la Primera Revolución Industrial. Tras la revolución de 1789, que supu¬so el triunfo de la nueva ideología, y tras el Congreso de Viena de 1815, que posibilitó un nuevo orden social caracterizado por la oposición entre la pujante clase burguesa y el pueblo, utilizado como herramienta acumuladora, se puso definitiva¬mente de manifiesto el agotamiento del sistema anterior, el mercantilista, y la necesidad de una nueva contextualización de la realidad representada por el maquimismo y recogida por Arthur Schopenhauer, en 1819, en su obra El mundo como voluntad y representación, en la que quedaba nítidamente ex¬puesto el principio del sistema capitalista: que el hombre es guiado por el principio del egoísmo.
La segunda crisis sistémica del capitalismo ocurrió en 1875, y fue una crisis de adolescencia. Acabada la fase de acumulación originaria de capital, la base sobre la que levantar el entramado capitalista, el sistema empieza a internacionalizar¬se, superando las divisiones y las fronteras.
En 1864 tuvo lugar la Primera Internacional Socialista, el primer intento de la clase obrera de superar el concepto de país. En 1869 se inauguró el canal de Suez, lo que acortaba el viaje entre Europa y el Sudeste Asiático y que, fundamental¬mente, favoreció al Reino Unido. En 1871, coincidiendo con la guerra Francoprusiana, nació el Imperio alemán, que durante unos años sería la mayor potencia europea. En 1874, en Estados Unidos, la mayoría demócrata en el Congreso posibilitó el acercamiento entre el Norte y el Sur del país, lo que su¬puso el inicio de su despegue económico. Dos años después, también en Estados Unidos, se patenta el teléfono. Y en 1884 la Conferencia de Berlín procedió al reparto entre las potencias europeas de la última parcela virgen del planeta: África.
Esta internacionalización del sistema abrió la puerta al incremento de la productividad y a un cambio en el modo de hacer las cosas. Unos años antes, en 1859 y 1860, se habían producido dos hechos trascendentales: la puesta en marcha, en Estados Unidos, de las primeras explotaciones petrolíferas, y en Bélgica, la producción, por vez primera, de energía eléctrica, ambas las energías de la Segunda Revolución Industrial.
Los cambios de toda esta cadena de hechos fueron profundos. Pocos años después comenzó la reducción de la jornada laboral al ser necesario que la clase trabajadora dispusiese de mayor tiempo libre para consumir los bienes generados por la productividad en aumento; a su vez, la internacionalización fomentó la expansión de capitales y el imperialismo.
La tercera crisis sistémica que se produjo en el sistema capitalista fue la de 1929, una crisis de madurez: el sistema alcanzó un grado de desarrollo que imposibilitaba continuar operan¬do como hasta entonces. (Recuérdese que el desencadenante de la crisis fue un fortísimo incremento de la productividad sucedido, sobre todo, en la década de los años veinte, pero cuya llega¬da fue preparada desde la década de los diez con el inicio del uso intensivo de la organización taylorista.) El sistema asumió su papel: sentó las bases del crecimiento, se forjó un período de auténtico bienestar, en el que sistema y población se identifica-ban, lo que dio lugar, tras la segunda guerra mundial, a la etapa de crecimiento más larga y, sobre todo, estable que se haya pro-ducido en la historia (gráfico 9).
Pero a partir de 1973 todo empezó a cambiar. De los dos supuestos básicos sobre los que se había sustentado-el sistema —la baratura y la inagotabilidad de la energía—, el primero finalizó bruscamente y comenzaron a producirse una serie de rigideces monetarias e inflacionarias que desembocaron en un cambio en el patrón de crecimiento (gráfico 10).
A partir de entonces el crecimiento fue menor en términos acumulativos y mucho más inestable. Con el tiempo fueron poniéndose de manifiesto nuevas rigideces monetarias, cam-biarías, especulativas, lo que se intentó compensar con deslocalizaciones de la producción y del capital —la globalización de los mercados—, que provocó un creciente desempleo. Éste se compensó con un mayor consumo en servicios, lo que su¬puso el desplazamiento de ingentes cantidades de factor tra¬bajo desde el sector secundario hasta el terciario.
No obstante, ese desplazamiento ha llevado aparejado un menor ingreso medio de la población ocupada debido a que el factor trabajo va siendo remunerado con salarios medios rea¬les que crecen muy poco o nada. A fin de compensar este ex¬tremo, el sistema va liberando aceleradamente el comercio internacional, lo que redunda en mejoras de la competitividad y abaratamiento de los precios de numerosos bienes y servicios, a la vez que se va permitiendo a la población un mayor, más fácil y más rápido acceso al crédito.
De las tres recesiones6 habidas a partir de principios de los años ochenta se salió con una reducción significativa de los ti¬pos de interés y/o una mayor permisividad en el acceso al crédito, tanto para empresas como para familias y personas, y tanto en la cuantía como en la acumulación de deuda. El resultado de esta política ha sido un aumento progresivo en el nivel de deuda privada de las distintas economías,
A su vez, la política fiscal, el instrumento compensador por excelencia utilizado por gobiernos tanto de izquierdas como de derechas durante los años cincuenta, sesenta y seten¬ta, fue iniciando un progresivo retroceso manifestado en dos niveles: por un lado, la reducción de la presión fiscal; por otro, la pérdida de importancia de la imposición directa en relación con la indirecta. Francia, país socialdemócrata por antonomasia, constituye un ejemplo clarificador: «Hoy, ser keynesiano consiste en reducir los déficit públicos».7 «La izquierda no corre peligro de ser derrotada por la derecha pero sí por los impuestos y las tasas.»8
Un extraterrestre que, desde el espacio, hubiese observado el desarrollo de los acontecimientos entre mediados de los años ochenta y principios del nuevo milenio, hubiera visto un progresivo y rapidísimo crecimiento del crédito a empresas y particulares, así como de la búsqueda de la productividad como objetivo: «Una compañía que apuesta su futuro en su gente debe prescindir de ese 10% más bajo y seguir prescindiendo de él cada año para mejorar su nivel de competitividad y liderazgo. »9
La política, reflejo de la deriva económica que el sistema iba adoptando, acuñó un mensaje que satisfacía al poder económico —presión fiscal: la imprescindible; dimensión del Estado: la conveniente; intervencionismo económico: el mínimo—, pero que, a la vez y en teoría, se preocupaba por la ciudadanía y proclamaba la igualdad de oportunidades. La Ter¬cera Vía de Anthony Giddens es el punto de partida de esta tendencia, y 1997, el momento en que comienza a aplicarse en el Reino Unido, con Tony Blair y el (New) Labour Party, y a servir de inspiración a otros países.
«No existen en la economía globalizada de hoy derechas o izquierdas, sino buena o mala gestión del espacio público.»10 «De la misma manera que la industria ya no se basa en la producción masiva, el sector público tiene que dejar de ser el mo-nolítico proveedor de los servicios.» «El Estado del bienestar del siglo XX trató a los ciudadanos como iguales. El del si¬glo XXI tiene que tratarlos también como individuos.» «Si creéis en justicia social, en solidaridad, en igualdad de oportunida¬des y en responsabilidad, entonces creed en las reformas necesarias para conseguirlo.»II
En lo social, el impacto de esta cadena de procederes ya era plenamente perceptible a principios de este milenio: «En 1970 [en Estados Unidos] el máximo responsable de una empresa cobraba cuarenta veces el salario medio de un trabajador, y en el año 2000 cobraba mil veces más. En los últimos veinte años la renta en Estados Unidos creció el 30%, pero en las familias de clase media la renta sólo ha subido un 10%».12 «Hemos vuelto a la era del Gran Gatsby [...] En 1970, el 10% más rico de la población acaparaba el 33% de los ingresos. En treinta años, la tendencia ha sido volver a 1920, cuando imperaba la jerarquía social y el 10% de la población recibía el 45% de los ingresos.»13
La última vuelta de tuerca a este modo de hacer las cosas se dio en el año 2003. La recesión del 2000 (por el fin de fiesta de la burbuja puntocom) se solucionó con el inicio de una oleada de especulación inmobiliaria en muchos países y con la puesta en marcha de una serie de redes financieras basadas en el apalancamiento de deudas sustentadas en unas expectativas que, en última instancia, se basaban en la creencia de que el valor de los bienes inmuebles iba a continuar creciendo indefinidamente y nunca se produciría el impago de los créditos hipotecarios involucrados en esa especulación inmobiliaria.
El plan era ingenioso: conceder créditos hipotecarios a personas a las que ninguna entidad financiera se los concedía debido a su nula solvencia financiera y, además, sin cuestionar el valor asignado a los inmuebles a hipotecar. A continuación se ponía en marcha un procedimiento por el que un conjunto de esos créditos eran «empaquetados», «cortados a trozos» y convertidos en garantías de unos bonos que eran asegurados, emitidos y renegociados hasta la saciedad. Se ha estimado que un dólar estadounidense invertido en el proceso en el año 2003 podría haberse convertido en 60 dólares en el año 2007.
El problema radicaba en la nula calidad de la deuda y, además, en la penetración que esos fondos contaminados hicieron en el conjunto de la economía gracias a la globalización, es decir, a la absoluta facilidad de los capitales para desplazarse de un punto al otro del planeta.
Lo que en realidad estaba sucediendo es que aquel período de bienestar, aquel «ir-a-más» en el que el sistema comenzó a entrar a principios de los años treinta y que se consolidó con un crecimiento espectacular en el que «todos ganaron» a partir de mediados de los cincuenta, empezó a agotarse a principios de los setenta; el «todos» fue convirtiéndose en «algunos», aunque la ilusión permaneció gracias a la generalización del acceso al hipercrédito y a la cadena de manipulaciones financieras que todo el mundo —compañías no financieras, entidades crediticias, familias, gobiernos locales y nacionales e, incluso, los entes estatales— aceptó. Pero la estructura que había posibilitado ese período de bienestar ya estaba herida de muer¬te: el sistema estaba creciendo, básicamente o, mejor aún, únicamente a base de deuda y de manipulaciones financieras.
El conocimiento que la opinión pública tuvo de las hipotecas basura, las suhprime, en septiembre de 2007, no fue más que la manifestación de un modo de hacer las cosas totalmente agotado y, por tanto, insostenible, y el inicio de un período de precrisis que desembocará en la crisis del 2010.
LA GRAN DEPRESIÓN
La Gran Depresión es el referente más próximo en el que po-demos fijarnos a fin de intuir qué es una crisis sistémica y para adentrarnos en las consecuencias que una crisis sistémica desencadena; además, la del 2010 será una crisis de características muy semejantes a la de 1929, ya que, al igual que entonces, será abordado un cambio en el modo de enfocar la economía y la sociedad. Echemos la vista un poco atrás.
Hacia 1870 puede darse por acabada la que se conoce como la fase de acumulación originaria de capital, que fue lo que, en definitiva, caracterizó la Primera Revolución Industrial: la constitución de la base sobre la que se levantará el en¬tramado de todo el sistema capitalista.
El sistema capitalista partía de tres principios que se consideraron inmutables:
1) Existencia de energía barata y en cantidad inagotable
(este principio primero fue aplicado al carbón y posteriormente al petróleo).
2) Disponibilidad de la cantidad de mano de obra que fuese conveniente en cada momento (nótese que la localización geográfica de esa mano de obra no era importante, de ahí que hasta la década de 1970 fuese fundamentalmente continental —preferentemente nacional— y que a partir de dicho año comenzasen diferentes procesos de deslocalización en todo el planeta).
3) Libertad de acción de los propietarios del capital (capi¬tales cuyos propietarios —personas físicas o jurídicas— pueden tener cualquier nacionalidad, sin influir ello en su operativa).
A lo largo del siglo XIX y sobre todo en su segunda mitad, los descubrimientos técnicos (mecánicos, siderúrgicos, quími¬cos, ópticos...) fueron continuos, lo que fue mejorando la ca¬lidad de los procesos productivos redundando en el aumento de las cantidades producidas de todo tipo de bienes.
Este hecho, en principio magnífico, suponía no obstante requerimientos continuados de capital; al mismo tiempo las cada vez más rápidas mejoras técnicas que se iban produciendo exigían plazos de amortización más reducidos. En consecuencia, obtener capital pasó a ser un objetivo fundamental.
Esta situación fue derivando hacia una creciente vincula-ción entre industria y capital: para las unidades productivas la obtención de capital de forma rápida y segura devino esencial a fin de aplicarse a su actividad industrial; por ello, es en el período comprendido entre 1850 y 1870 cuando puede fecharse el nacimiento del capitalismo financiero.
Además, esta nueva orientación del capitalismo se vio re-forzada y alimentada por el incremento del comercio internacional. La necesidad de ampliar mercados a fin de rentabilizar al máximo las inversiones realizadas, junto con la necesidad de invertir para ganar cuota de mercado exterior, llevó a la firma de acuerdos internacionales —Tratado Anglofrancés de 1860, creación de la Unión Monetaria Latina en 1865— que representaron un avance importante en la liberalización comercial y en la agilización de las transacciones financieras.
Pero los cambios que se dieron a partir de 1870 no afecta-ron sólo a la posición de algunos Estados. A escala mundial se fue entrando en una nueva época —Segunda Revolución In¬dustrial—, en la que el capital como elemento central del pro¬ceso económico se convirtió en el eje alrededor del que se produ-jeron cambios paulatinos en el modo de producción y en las relaciones políticas, y que tuvieron su reflejo a nivel demográ-fico, filosófico, cultural y artístico:
Con su explotación del mercado mundial, la burguesía ha impri¬mido un sesgo cosmopolita a la producción y consumo de todos los países. Para chasco y desazón de los reaccionarios, ha retira¬do de debajo de nuestros pies el mismísimo suelo nacional. Las viejas industrias nacionales se han ido —y siguen yéndose— a pique, presionadas por nuevas industrias cuya entrada en escena constituye un serio peligro para todas las naciones civilizadas. La vieja autosuficiencia y cerrazón a nivel local y nacional han dado paso a un movimiento y a una dependencia multilaterales de las naciones. Y esto no sólo en la producción industrial, sino también en la producción espiritual. Así, los productos del espíritu de cada nación se convierten en bien común. La unilateralidad y cerrazón nacionales tienen los días contados, mientras vemos cómo a partir de numerosas literaturas nacionales y locales se va formando una sola literatura mundial.1
El modo de producción industrial basado en la acumulación de capital y en el maquinismo había significado el triunfo de la burguesía industrial, pero también había demostrado que sólo los que mejor se adaptaban a las cambiantes y agresivas circunstancias incrementaban su cuota de poder económico. En la nueva fase, con modificaciones más rápidas, con una economía más globalizada, más interrelacionada y más compleja, el capitalismo financiero exageró aún más esa necesidad.
Es decir, lo que estaban recogiendo estos cambios, a nivel conceptual, no era más que la modificación habida en el so-porte sobre el que hasta entonces se había sustentado la sociedad: la institución familiar empezó a perder importancia para ganarla el individuo.
Esta potenciación de lo individual incidió en la propia esencia de la burguesía y en la de la clase obrera: la clase capitalista era la que comandaba el proceso productivo, pero ahora lo hacía como un todo porque constituía un elemento individual y se comportaba como tal; por eso en la clase burguesa empezaron a aparecer poderosos magnates —«superindividuos», «superburgueses»— que iban acumulando un creciente poder. A la vez, la idea de «unidad corporativa» como un todo compuesto de «individuos trabajadores» fue ganando protagonismo en las reivindicaciones obreras. Este creciente individualismo se vio reflejado en la tendencia que empezó a adoptar el capitalismo. Porque paralelamente al acelerado desarrollo del capitalismo financiero no se produjo una mejora en las condiciones de la clase trabajadora; de hecho éstas empeoraron debido a la acentuación del individualismo.
La crisis de 1929 y la posterior Depresión, que colapso la economía y la sociedad mundiales, empezaron a generarse en el mismo momento en que el capitalismo financiero que caracteriza a la Segunda Revolución Industrial se consolidó; por ello, la formación de la mayor crisis que hasta ahora ha padecido el sistema capitalista tuvo tres momentos claramente diferenciados. El primero, entre 1870 y 1914, en que el capitalismo dio un giro radical y el factor «capital» empezó a ser algo más que un mero factor productivo, y en el que comenzó una etapa diferente y nueva en la que los cambios de todo tipo acarrearon situaciones de ruptura respecto al anterior capitalismo, meramente productivo.
Durante la segunda fase, 1914-1923, la primera guerra mundial y la crisis de post-guerra demostraron que la pretendída solución bélica sólo sirvió para arruinar a Europa, es decir, se produjo un trasvase definitivo del poder económico desde ésta hacia Estados Unidos. Este hecho ayudó también indirectamente al crecimiento industrial de Japón y a su expansión exterior, a partir de la pérdida de influencia del Reino Unido y Francia en el este de Asia debida a la guerra, así como al establecimiento de una estructura política fascista en el país sus¬tentada en el corporativo capitalismo japonés.
Es en la tercera fase (1923-1929) cuando los cambios acelerados y no asimilados por el sistema sucedidos en la primera, junto con la cadena de dependencias generadas por la segunda, se fusionan con los efectos del fortísimo aumento de productividad habido en la década de los años veinte y con el auge ficticio que se desencadenó a partir de 1923 —los Felices Años Veinte—, tras la crisis de post-guerra; todo ello contribuyó al desencadenamiento de la crisis de 1929.
La situación de crecimiento económico acelerado en la que se encontraba inmerso Estados Unidos desde las dos últimas décadas del siglo xix —y cuya tendencia no detuvo la guerra— se vio reforzada por la recuperación de la crisis de post-guerra. Los incrementos del consumo, tanto público como privado, que se generaron condujeron a un aumento de la oferta de todo tipo de bienes, lo que implicó alzas en la de-manda de capital por parte de las unidades productivas y el lógico recurso a los mercados de capitales, forzando el retor-no de fondos invertidos en Europa debido a la alta rentabilidad que proporcionaban los mercados de valores estadouni-denses.
Pero la mala distribución de la renta —el 10% de la población estadounidense controlaba el 50% de la renta total— ha-cía que la mayor parte del consumo se realizara a base de crédito, un crédito que fue no sólo permitido sino fomentado, al igual que gran parte de las compras de las participaciones de capital que se pusieron a la venta en los mercados. Esta enorme demanda de crédito llevó a que las instituciones bancarias —muchas con una estructura reducida— entraran en competencia a fin de conseguir créditos, muchos de los cuales eran de muy alto riesgo.
A lo anterior se unió —en una situación de práctica ausencia de ahorro— la urgencia de obtener beneficios por parte de las compañías a fin de mejorar sus inversiones en bienes de capital y, por tanto, la valoración que pudieran hacer posibles compradores de sus futuras emisiones de acciones; ello llevó a numerosas compañías a realizar inversiones no planificadas, lo que fue generando estructuras productivas no convenientes y niveles de existencias desmesurados.
... el derrumbe del mercado de valores en otoño de 1929 estaba ya implícito en la especulación que le precedió. La única cuestión —o lo único cuestionable— en relación con esa especulación era el tiempo que aún duraría. En algún momento, más pronto o más tarde, comenzaría a debilitarse la confianza en la precaria realidad del valor siempre creciente de las acciones ordinarias. Cuan¬do esto sucediese, ciertas personas empezarían a vender y esta acción destruiría la realidad de los valores en alza.2
Lentamente fue instaurándose una atmósfera de crisis en medio de una situación especulativa desquiciada, donde el comercio internacional y las inversiones exteriores comportaban que las economías mundiales fuesen cada vez más y más interdependientes, y en la que la ciencia económica tenía muy poco que decir, pues las recetas de los economistas clásicos desconocían el funcionamiento de las economías en su con¬junto en situaciones de creciente interpenetración.
El desencadenante de la crisis estuvo en el agotamiento de la capacidad de endeudamiento de los consumidores debido a la creciente —y necesaria— demanda de créditos, lo que ocasionó impagos y un brusco descenso en la demanda de nuevos créditos, lo que llevó a un hundimiento del consumo que afec¬tó de lleno a las compañías industriales, que vieron acrecenta¬do el problema al mantener elevados niveles de existencias en sus almacenes debido a las anteriores expectativas de alzas en el consumo.
Las compañías industriales se vieron obligadas a reducir drásticamente la producción o bien paralizarla por completo, lo que generó oleadas de impagos al no poder afrontar ni los pagos a sus proveedores, ni los pagos de los créditos bancarios. Como consecuencia se produjo el hundimiento en la cotización de sus acciones.
Las fuertes inversiones que el sector agrario había realiza-do a lo largo de la década de los años veinte generaron en éste una situación de sobreproducción; a ello se unía el exceso de oferta de productos tropicales a la que se había llegado por la euforia de la década. El hundimiento del consumo afectó también a los productores tropicales y estadounidenses, que se vieron forzados a reducir sus precios, lo que llevó al hundi¬miento de sus beneficios, a la drástica reducción de las compras de abonos, maquinaria y utillaje —lo que afectó a las empresas industriales— y al impago de sus deudas.
El creciente cierre de empresas llevó al desempleo a un cada vez más elevado número de trabajadores, tendencia que se iba incrementando a medida que la crisis se extendía; este aumento del desempleo obrero implicó que los trabajadores tampoco pudiesen afrontar sus créditos, lo que, unido al impago de los créditos solicitados por los granjeros y de las deu¬das contraídas por las empresas industriales, generó una oleada de quiebras de instituciones bancarias. Se produjeron desahucios masivos, que implicaron el hundimiento de los precios de la tierra y de las propiedades inmobiliarias.
Los entrecruzamientos de bancos y mercados de valores provocaron el pánico bursátil, y contribuyeron al paro masivo de los obreros industriales y a los desahucios habidos en el campo, lo que desencadenó una situación de creciente miseria. Por otro lado, la extensión internacional de la crisis se produjo debido al encorsetado comercio exterior y a las transacciones de capitales.
El inicio de la crisis coincidió con elecciones presidenciales en Estados Unidos: a Calvin Coolidge (1923-1929) le siguió Herbert Hoover (1929-1933), cuyo gabinete tuvo que afron¬tar la nueva situación. Rápidamente, en el mundo académico y empresarial se formaron dos posturas contrapuestas. Por un lado, los defensores de mantener una línea de actuación clási¬ca y fundamentada en que el mercado reconduciría automáti¬camente la situación. La caída del factor trabajo —decían— haría descender los salarios, lo que llevaría a un aumento en la demanda de factor trabajo que ocasionaría la recuperación del consumo.
Por otro lado, había quien argumentaba que el mercado era insuficiente para revertir la situación debido a la creciente complejidad e interdependencia de la economía, así que con una postura no intervencionista podría llegarse a una situación de equilibrio en la que la oferta se adecuase a una de¬manda reducida y se mantuviese un elevado nivel de desempleo obrero.
El presidente Hoover se decidió finalmente por la intervención y, entre 1930 y 1932, se pusieron en marcha una serie de medidas consistentes en programas de ayudas a la agricultura y a los desempleados, en el incremento de los aranceles y en préstamos a la banca y a las compañías industriales. El fra¬caso de las medidas fue rotundo:
En 1933, el Producto Nacional Bruto fue aproximadamente una tercera parte inferior al de 1929. Hasta 1937 el volumen físico de producción no alcanzó los niveles de 1929; pero inmediatamente volvieron a retroceder. Hasta 1941 el valor de la producción en dólares fue menor que el de 1929. Entre 1930 y 1940 sólo en una ocasión —1937— bajó de ocho millones el número de parados. En 1933 había en Estados Unidos casi trece millones de trabajadores en paro, es decir, uno por cada cuatro del total de la fuerza de trabajo del país. En 1938 una persona de cada cinco seguía todavía sin empleo.3
La evolución de la crisis provocó que los poderes de los países más desarrollados buscaran un culpable. Por su rigidez para actuar en situaciones como las que estaban afectando al capitalismo, las grandes burguesías nacionales demandaron a los gobiernos que se desprendieran del corsé que significaba el patrón oro, pues la cantidad de dinero en circulación debía estar vinculada a la cantidad de oro de que disponía un país, oro que, además, debía utilizarse para liquidar los saldos negativos en el comercio exterior.
A partir de 1931 los países occidentales fueron abandonando el patrón oro; el primero fue el Reino Unido. El razonamiento era simple: la inexistencia de un índice que ligara la cantidad de metal en reserva con la oferta monetaria de dine-ro y, consecuentemente, con la cotización de una moneda permitiría a los Estados devaluar sus divisas e incrementar las exportaciones, beneficiándose de ello los márgenes capitalistas.
Todos los países esgrimieron este argumento, y los efectos de las devaluaciones fueron quedando rápidamente anulados a medida que se extendía su puesta en práctica; quedó fijado, a nivel referencial, el precio de una onza troy de oro en 34 dóla¬res estadounidenses, un precio absolutamente arbitrario.
En 1933 accede a la presidencia estadounidense Franklin Delano Roosevelt. Roosevelt decidió desarrollar una activa política intervencionista en línea con lo propugnado por el key-nesianismo; para ello se procuró el apoyo de los sindicatos ofreciéndoles el desarrollo de un programa limitado de seguridad social.
Su programa económico, el New Deal, se fundamentó en cuatro columnas: el seguimiento sectorial de la economía a tra¬vés de agencias que se ocupaban del análisis de las actividades concretas de cada sector económico; la reducción de las sub¬venciones agrícolas a fin de que la oferta agraria descendiese; medidas orientadas a que los diferentes sectores industriales practicasen una competencia limpia; y puesta en marcha de una ambiciosa política de obras públicas. Paralelamente, el pa¬trón oro fue abandonado, y el dólar, devaluado.
El problema radicaba en que el marco en que estas medi-das se llevaron a cabo era de concepción clásica, es decir, no intervencionista, así que, al no modificarse los planteamien¬tos generales, cuando en 1937 se redujo el gasto público tam¬bién se frenó el proceso de recuperación.
En Europa el alcance de la crisis fue desigual: entre 1929 y 1932 el índice de precios al mayor cayó desde el nivel 100 hasta el 67 en el Reino Unido, hasta el 68 en Francia —al igual que en Estados Unidos— y hasta el 70 en Alemania.
Los efectos de la Gran Depresión fueron demoledores, después nada fue igual: ni en la economía, ni en la sociedad, ni en el ámbito familiar. John Kenneth Galbraith, testigo de excepción del desastre, escribía en 1954: «A primera vista, la calamidad de los años veinte menos probable parecería ser otro alocado auge especulativo de la Bolsa con su inevitable derrumbe. Cuando aquellos días de desencanto terminaron, decenas de miles de norteamericanos movieron sobrecogidos sus cabezas y murmuraron: "Nunca más"».4
Las consecuencias del crash del 29 no fueron verdadera-mente superadas hasta la segunda guerra mundial: la guerra equivale a producción, pero, tras el fin de las hostilidades, y teniendo en cuenta el aumento de la capacidad productiva así como de la productividad que el sistema podía afrontar en función de los constantes nuevos avances, tanto en el plano de la técnica como en el de la organización, era preciso aumentar la dimensión de los mercados, y para ello era necesaria la libera-lización de los intercambios internacionales.
No obstante, para profundizar en la liberalización del comercio a escala mundial había que abordar la remodelación del sistema monetario que no favorecía los intercambios por-que las soberanías nacionales tenían un peso decisivo en las consideraciones particulares con que los Estados trataban sus respectivas monedas. En consecuencia, era imprescindible un nuevo sistema monetario cuyo objetivo fuera facilitar el comercio internacional y que contemplase en sus normas la rea¬lidad que iba a prevalecer tras el fin de la guerra.
En 1942, en plena contienda mundial, se celebraron una serie de reuniones secretas entre economistas británicos y estadounidenses con el fin de trazar las líneas maestras de un sistema monetario para el mundo que surgiera de la guerra. Esas reuniones cristalizaron en una cumbre de varios países que tuvo lugar en la localidad estadounidense de Bretton Woods, en julio de 1944,
En esta Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada en el complejo hotelero de Bretton Woods, New Hampshire, entre el 1 y el 22 de julio de 1944, expertos de varios Estados capitalistas y de economías más o menos libres acordaron las bases del que sería el nuevo sistema monetario internacional (aunque en la práctica lo que se hizo fue rubricar la propuesta hecha por Estados Unidos). En ese momento quedaron trazados los principios de funciona¬miento del nuevo modelo económico-social —y en consecuencia político— de la pos-tguerra, orientado hacia la acumulación de capital a partir del pleno empleo de todos los factores productivos y construido a modo de freno de la pre-visible expansión de lo que más tarde se denominaría «socia-lismo real».
En Bretton Woods quedó constatado, como corolario de las tres guerras que desde 1870 habían sacudido a Europa y ya sin ningún lugar a dudas, que el Viejo Continente había perdido su protagonismo político y económico, sustituido por Estados Uni¬dos en su antiguo papel de rector de un mundo, ya en 1944, es¬cindido en dos bloques, adoptando aquéllos el papel de locomotora económica y de escolta ante posibles ataques del bloque oriental liderado por la Unión Soviética; el precio que la arruina¬da Europa tuvo que pagar fue aceptar cumplir siempre las polít¬cas que en cada momento Estados Unidos decidiese.
El resultado de la cumbre de Bretton Woods fue un nuevo sistema monetario ausente de trabas y limitaciones que representasen una barrera al expansionismo estadounidense. La idea consistía en vincular el dólar al oro creando unas instituciones poco coercitivas pero que sólo concedieran ayudas a los países que las necesitasen si éstos amoldaban sus políticas económicas a las prescripciones de los organismos de control que se fueron creando, organismos diseñados de acuerdo a las prescripciones de la única economía verdaderamente potente.
A nivel operativo y para regir el nuevo sistema monetario se fundó un organismo con arreglo a los nuevos parámetros: el Fondo Monetario Internacional (FMI), que, con el tiempo, se convirtió en el guardián del mantenimiento de la pureza del capitalismo a través de dictámenes y recomendaciones de obligado cumplimiento para los Estados que solicitan las ayudas económicas necesarias para el «desarrollo», ayudas concedidas por el también creado entonces Banco Internacional para la Reconstrucción y el Fomento (BIRF), el Banco Mundial. El precio fijado para el oro fue de 34 dólares estadounidenses por onza troy, el mismo que el acordado en 1934, un precio total¬mente ficticio en términos del valor real del dólar en oro.
Las consecuencias del abandono del patrón oro fueron las derivadas de pasar de un sistema monetario en el que las monedas tenían un valor intrínseco a otro en el que su valor de¬pendía de elementos externos y, en numerosas ocasiones, no controlados por el propio país emisor de la divisa, tales como el «nivel de confianza de su economía» o el «riesgo que a ni-vel internacional mostrase un país», riesgo que era evaluado por agencias de calificación, las mismas cuyas actuaciones fueron tan cuestionadas en septiembre de 2007 cuando se ma¬nifestó la crisis de los llamados «activos tóxicos».?
Además, como los Estados ya no tenían que garantizar el respaldo de la oferta monetaria existente, los gobiernos se atribuyeron unas facultades para financiar las actividades que considerasen más oportuno realizar. Y estos gobiernos salían de unos partidos políticos que no hacían sino representar los intereses de las grandes burguesías nacionales y de las cada vez más potentes compañías multinacionales, máxime considerando que el tipo de cambio de esas monedas ya no iba a depender directamente del saldo de su balanza comercial.
Sin embargo, fue el ciudadano medio quien soportó el mayor impacto: la población se vio forzada a aceptar un dinero cuyo valor intrínseco era nulo y cuyo valor efectivo variaba en función de unos parámetros que en absoluto controlaban.
Aunque en un principio fue el sistema capitalista en su conjunto el beneficiado de este cambio, quienes en mayor medida aprovecharon sus implicaciones fueron los propietarios del capital; las poblaciones de los países capitalistas fueron receptoras de los efectos de la expansión económica que el nuevo sistema monetario ayudó a generar, una expansión inestable y sustentada en la dependencia política y económica con respecto al dólar estadounidense.
EL ESPEJO EN EL QUE MIRARNOS
La Gran Depresión es el espejo en el que mirarnos, ante todo porque lo sucedido en los años treinta constituye una de las tres crisis sistémicas que, hasta ahora, se han producido en el capitalismo.
El comportamiento de los sistemas es cíclico, y sus fases se adaptan a un ritmo delimitado (véase el «Anexo i», gráfico 2): partiendo de una posición neutra, se inicia una fase de expansión que alcanza un máximo a partir del cual declina y se con¬trae para, llegado a un mínimo, iniciar la recuperación. Procesos cíclicos se dan en numerosos fenómenos de la naturaleza.
Un sistema, sin embargo, responde mejor al ciclo representado en el gráfico 3: tras el final de un sistema se produce la recuperación desde el mínimo en que se produjo su muerte, y una posterior expansión; llegado a un máximo evolutivo, el sistema comienza a declinar y a contraerse hasta que, por agotamiento de sus elementos, muere.
En la realidad, el proceso es un poco más complejo. Al final de la fase de declive y muerte del sistema anterior (gráfico 4) se forman los antecedentes de lo que será el nuevo sistema. Nace (gráfico 5) y, a medida que van formándose sus características, va conformándose su base económica hasta que, a partir de un momento, comienza a crecer verdaderamente. Llegado a su máximo, se inicia la fase de declive y muerte y, al final de ésta, la generación de los antecedentes del sistema que sucederá al presente (gráfico 6).
En este ciclo, todo sistema tiene una duración media de 250 años. El avance evolutivo se produce porque la posición final tras la muerte del sistema es superior (mayor, mejor, cualitativamente al menos) que la de partida (representada por la ganancia del gráfico 5).
Respecto a los antecedentes de nuestro sistema, éstos se formaron en el período 1748-1820; en L820 comienza un proceso evolutivo en el que van sucediéndose las cuatro fases ya enumeradas (tres, en realidad, al ser la muerte del sistema el momento final de la fase de declive), fases que, a su vez, son ciclos en los que se da la secuencia recuperación-expansión-declive-contracción (gráfico 7). Mucha atención a los años de inicio y finalización de cada fase y al momento en el que hoy se halla el sistema actual, el nuestro, el sistema capitalista: el punto «P».
Todo muy bien delimitado, ¿verdad? Demasiado bien, en realidad. A medida que un sistema evoluciona se producen «agotamientos» —rigideces, desajustes— que el sistema es in-capaz de corregir con las herramientas del modelo vigente. En esos períodos el sistema se agota: no responde a las necesidades del momento, a la evolución que han vivido elementos que conforman la realidad, por lo que llega a un punto en que es preciso que se produzcan una serie de cambios en el sistema a fin de ajustarse a la realidad. Esas rigideces constituyen la manifestación de las crisis sistémicas.
Como hemos señalado, en el sistema en curso, hasta el presente momento se han producido tres crisis sistémicas (gráfi¬co 8).
La primera se produjo en 1820; fue una crisis de niñez, de falta de experiencia ante la situación creada por la Primera Revolución Industrial. Tras la revolución de 1789, que supu¬so el triunfo de la nueva ideología, y tras el Congreso de Viena de 1815, que posibilitó un nuevo orden social caracterizado por la oposición entre la pujante clase burguesa y el pueblo, utilizado como herramienta acumuladora, se puso definitiva¬mente de manifiesto el agotamiento del sistema anterior, el mercantilista, y la necesidad de una nueva contextualización de la realidad representada por el maquimismo y recogida por Arthur Schopenhauer, en 1819, en su obra El mundo como voluntad y representación, en la que quedaba nítidamente ex¬puesto el principio del sistema capitalista: que el hombre es guiado por el principio del egoísmo.
La segunda crisis sistémica del capitalismo ocurrió en 1875, y fue una crisis de adolescencia. Acabada la fase de acumulación originaria de capital, la base sobre la que levantar el entramado capitalista, el sistema empieza a internacionalizar¬se, superando las divisiones y las fronteras.
En 1864 tuvo lugar la Primera Internacional Socialista, el primer intento de la clase obrera de superar el concepto de país. En 1869 se inauguró el canal de Suez, lo que acortaba el viaje entre Europa y el Sudeste Asiático y que, fundamental¬mente, favoreció al Reino Unido. En 1871, coincidiendo con la guerra Francoprusiana, nació el Imperio alemán, que durante unos años sería la mayor potencia europea. En 1874, en Estados Unidos, la mayoría demócrata en el Congreso posibilitó el acercamiento entre el Norte y el Sur del país, lo que su¬puso el inicio de su despegue económico. Dos años después, también en Estados Unidos, se patenta el teléfono. Y en 1884 la Conferencia de Berlín procedió al reparto entre las potencias europeas de la última parcela virgen del planeta: África.
Esta internacionalización del sistema abrió la puerta al incremento de la productividad y a un cambio en el modo de hacer las cosas. Unos años antes, en 1859 y 1860, se habían producido dos hechos trascendentales: la puesta en marcha, en Estados Unidos, de las primeras explotaciones petrolíferas, y en Bélgica, la producción, por vez primera, de energía eléctrica, ambas las energías de la Segunda Revolución Industrial.
Los cambios de toda esta cadena de hechos fueron profundos. Pocos años después comenzó la reducción de la jornada laboral al ser necesario que la clase trabajadora dispusiese de mayor tiempo libre para consumir los bienes generados por la productividad en aumento; a su vez, la internacionalización fomentó la expansión de capitales y el imperialismo.
La tercera crisis sistémica que se produjo en el sistema capitalista fue la de 1929, una crisis de madurez: el sistema alcanzó un grado de desarrollo que imposibilitaba continuar operan¬do como hasta entonces. (Recuérdese que el desencadenante de la crisis fue un fortísimo incremento de la productividad sucedido, sobre todo, en la década de los años veinte, pero cuya llega¬da fue preparada desde la década de los diez con el inicio del uso intensivo de la organización taylorista.) El sistema asumió su papel: sentó las bases del crecimiento, se forjó un período de auténtico bienestar, en el que sistema y población se identifica-ban, lo que dio lugar, tras la segunda guerra mundial, a la etapa de crecimiento más larga y, sobre todo, estable que se haya pro-ducido en la historia (gráfico 9).
Pero a partir de 1973 todo empezó a cambiar. De los dos supuestos básicos sobre los que se había sustentado-el sistema —la baratura y la inagotabilidad de la energía—, el primero finalizó bruscamente y comenzaron a producirse una serie de rigideces monetarias e inflacionarias que desembocaron en un cambio en el patrón de crecimiento (gráfico 10).
A partir de entonces el crecimiento fue menor en términos acumulativos y mucho más inestable. Con el tiempo fueron poniéndose de manifiesto nuevas rigideces monetarias, cam-biarías, especulativas, lo que se intentó compensar con deslocalizaciones de la producción y del capital —la globalización de los mercados—, que provocó un creciente desempleo. Éste se compensó con un mayor consumo en servicios, lo que su¬puso el desplazamiento de ingentes cantidades de factor tra¬bajo desde el sector secundario hasta el terciario.
No obstante, ese desplazamiento ha llevado aparejado un menor ingreso medio de la población ocupada debido a que el factor trabajo va siendo remunerado con salarios medios rea¬les que crecen muy poco o nada. A fin de compensar este ex¬tremo, el sistema va liberando aceleradamente el comercio internacional, lo que redunda en mejoras de la competitividad y abaratamiento de los precios de numerosos bienes y servicios, a la vez que se va permitiendo a la población un mayor, más fácil y más rápido acceso al crédito.
De las tres recesiones6 habidas a partir de principios de los años ochenta se salió con una reducción significativa de los ti¬pos de interés y/o una mayor permisividad en el acceso al crédito, tanto para empresas como para familias y personas, y tanto en la cuantía como en la acumulación de deuda. El resultado de esta política ha sido un aumento progresivo en el nivel de deuda privada de las distintas economías,
A su vez, la política fiscal, el instrumento compensador por excelencia utilizado por gobiernos tanto de izquierdas como de derechas durante los años cincuenta, sesenta y seten¬ta, fue iniciando un progresivo retroceso manifestado en dos niveles: por un lado, la reducción de la presión fiscal; por otro, la pérdida de importancia de la imposición directa en relación con la indirecta. Francia, país socialdemócrata por antonomasia, constituye un ejemplo clarificador: «Hoy, ser keynesiano consiste en reducir los déficit públicos».7 «La izquierda no corre peligro de ser derrotada por la derecha pero sí por los impuestos y las tasas.»8
Un extraterrestre que, desde el espacio, hubiese observado el desarrollo de los acontecimientos entre mediados de los años ochenta y principios del nuevo milenio, hubiera visto un progresivo y rapidísimo crecimiento del crédito a empresas y particulares, así como de la búsqueda de la productividad como objetivo: «Una compañía que apuesta su futuro en su gente debe prescindir de ese 10% más bajo y seguir prescindiendo de él cada año para mejorar su nivel de competitividad y liderazgo. »9
La política, reflejo de la deriva económica que el sistema iba adoptando, acuñó un mensaje que satisfacía al poder económico —presión fiscal: la imprescindible; dimensión del Estado: la conveniente; intervencionismo económico: el mínimo—, pero que, a la vez y en teoría, se preocupaba por la ciudadanía y proclamaba la igualdad de oportunidades. La Ter¬cera Vía de Anthony Giddens es el punto de partida de esta tendencia, y 1997, el momento en que comienza a aplicarse en el Reino Unido, con Tony Blair y el (New) Labour Party, y a servir de inspiración a otros países.
«No existen en la economía globalizada de hoy derechas o izquierdas, sino buena o mala gestión del espacio público.»10 «De la misma manera que la industria ya no se basa en la producción masiva, el sector público tiene que dejar de ser el mo-nolítico proveedor de los servicios.» «El Estado del bienestar del siglo XX trató a los ciudadanos como iguales. El del si¬glo XXI tiene que tratarlos también como individuos.» «Si creéis en justicia social, en solidaridad, en igualdad de oportunida¬des y en responsabilidad, entonces creed en las reformas necesarias para conseguirlo.»II
En lo social, el impacto de esta cadena de procederes ya era plenamente perceptible a principios de este milenio: «En 1970 [en Estados Unidos] el máximo responsable de una empresa cobraba cuarenta veces el salario medio de un trabajador, y en el año 2000 cobraba mil veces más. En los últimos veinte años la renta en Estados Unidos creció el 30%, pero en las familias de clase media la renta sólo ha subido un 10%».12 «Hemos vuelto a la era del Gran Gatsby [...] En 1970, el 10% más rico de la población acaparaba el 33% de los ingresos. En treinta años, la tendencia ha sido volver a 1920, cuando imperaba la jerarquía social y el 10% de la población recibía el 45% de los ingresos.»13
La última vuelta de tuerca a este modo de hacer las cosas se dio en el año 2003. La recesión del 2000 (por el fin de fiesta de la burbuja puntocom) se solucionó con el inicio de una oleada de especulación inmobiliaria en muchos países y con la puesta en marcha de una serie de redes financieras basadas en el apalancamiento de deudas sustentadas en unas expectativas que, en última instancia, se basaban en la creencia de que el valor de los bienes inmuebles iba a continuar creciendo indefinidamente y nunca se produciría el impago de los créditos hipotecarios involucrados en esa especulación inmobiliaria.
El plan era ingenioso: conceder créditos hipotecarios a personas a las que ninguna entidad financiera se los concedía debido a su nula solvencia financiera y, además, sin cuestionar el valor asignado a los inmuebles a hipotecar. A continuación se ponía en marcha un procedimiento por el que un conjunto de esos créditos eran «empaquetados», «cortados a trozos» y convertidos en garantías de unos bonos que eran asegurados, emitidos y renegociados hasta la saciedad. Se ha estimado que un dólar estadounidense invertido en el proceso en el año 2003 podría haberse convertido en 60 dólares en el año 2007.
El problema radicaba en la nula calidad de la deuda y, además, en la penetración que esos fondos contaminados hicieron en el conjunto de la economía gracias a la globalización, es decir, a la absoluta facilidad de los capitales para desplazarse de un punto al otro del planeta.
Lo que en realidad estaba sucediendo es que aquel período de bienestar, aquel «ir-a-más» en el que el sistema comenzó a entrar a principios de los años treinta y que se consolidó con un crecimiento espectacular en el que «todos ganaron» a partir de mediados de los cincuenta, empezó a agotarse a principios de los setenta; el «todos» fue convirtiéndose en «algunos», aunque la ilusión permaneció gracias a la generalización del acceso al hipercrédito y a la cadena de manipulaciones financieras que todo el mundo —compañías no financieras, entidades crediticias, familias, gobiernos locales y nacionales e, incluso, los entes estatales— aceptó. Pero la estructura que había posibilitado ese período de bienestar ya estaba herida de muer¬te: el sistema estaba creciendo, básicamente o, mejor aún, únicamente a base de deuda y de manipulaciones financieras.
El conocimiento que la opinión pública tuvo de las hipotecas basura, las suhprime, en septiembre de 2007, no fue más que la manifestación de un modo de hacer las cosas totalmente agotado y, por tanto, insostenible, y el inicio de un período de precrisis que desembocará en la crisis del 2010.